Luis Váez, llamado el Templado
Cerca de la Plaza de las Estrellas, en la calle Caribe, hay una taberna llamada «El Galeón» cuyas paredes están cubiertas de evocadores grabados holográficos de naves iónicas, y donde los taberneros robóticos visten uniformes espaciales de aquellos tiempos antiguos en los que viajar por el sistema solar era algo arriesgado. Es en este local donde suelen reunirse los viejos lobos del espacio. Cuando llegan a La Ciudad de la Luna saben que tienen que ir a «El Galeón», porque para ellos siempre hay comida y cama a un precio reducido.
Recuerdo a un nauta especialmente amistoso. Luis Váez, llamado el Templado, había superado los cien años de edad. Tenía el pelo largo y gris recogido en una coleta, la barba descuidada y salvaje, y numerosos tatuajes. No paraba de hablar y como bebía ron del malo sin parar, le ofrecí un carísimo Bacardí de la Tierra a cambio de un buen relato.
Fue así como Luis Váez, llamado el Templado, me contó la historia de un nauta que, tras una noche de diversión en Ceres, al día siguiente seguía tan ebrio que equivocó su derrota, y queriendo ir a Europa, a los pocos meses apareció en Titán totalmente despistado. Aquello suponía una infracción grave de las normas y procedimientos de la navegación del espacio. Recibió una multitud de comunicaciones desde Ceres ordenándole volver a Europa inmediatamente. Por supuesto, podía considerarse despedido. Pues bien, cuando los de la base de Titán le vieron llegar tripulando una nave que transportaba unos minisubmarinos nuevos, están siempre tan necesitados de material, que no le dejaron irse. No volvió. Se quedó allí, en Titán, dedicándose a que los minisubmarinos, diseñados para los mares de agua europanos, funcionaran bien en los gélidos lagos de hidrocarburos de Titán. Y tuvo éxito: todos sabemos que los nautas suelen ser buenos técnicos. Le fue bien. Consiguió explorar las profundidades de aquellos lagos extraños. Contaba el Templado que al final el nauta terminó convirtiéndose en un consumado experto en tripular esos aparatos en los misteriosos lagos criogénicos de la luna de Saturno, revelando fenómenos sorprendentes, totalmente fuera de lo esperado.
Recuerdo bien cómo el Templado me contaba esa historia emocionante embriagado por el ron y la nostalgia del pasado, mientras la interrumpía de vez en cuando para toser con esa tos áspera que solo tienen los que alguna vez han vivido en Titán, y han respirado tolina, ese temible polvo criogénico...
—Fuiste tú, ¿verdad? —le dije.
No contestó. Bastó ver como la añoranza invadía su mirada.
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