La aventuras de Laplace y Schrödinger: la vaca Belinda.

Atormentados por la vida frenética que sufren los físicos teóricos, Pierre Simon Laplace y Erwin Schrödinger deciden retirarse para llevar una vida bucólica y contemplativa en el campo. Determinan así montar una lechería. Esperan que sus vacas produzcan grandes cantidades de leche que les permitan encontrar una profesión digna, un trabajo tranquilo que puedan alternar con la lectura de libros de física avanzada.

Pero este mundo idílico se quiebra abruptamente cuando Laplace, el que lleva la parte contable del negocio, empieza a detectar que no consiguen recuperar la cuantiosa inversión inicial realizada. El pienso es caro, la leche es barata y los márgenes escasos. Para cuadrar las cuentas, se ven entonces obligados a realizar un sacrificio enorme: tienen que vender su mejor vaca lechera. Comprenden, con gran dolor, que deben vender a su vaca Belinda.

Pero antes de venderla, primero hay que saber cuánto vale la vaca Belinda.

Voluntarioso, Laplace se lanza a crear un modelo matemático determinista. Calcula los litros de leche producidos al día por Belinda y también el precio al que será vendida día a día durante toda su esperanza de vida. Al final, descuenta todos los flujos monetarios hasta el presente para llegar, por fin, a una conclusión: Belinda vale 1.100 monedas, una cantidad más que razonable.

Pero Schrödinger no está de acuerdo con el modelo construido:

—Las probabilidades, Pierre. ¡Faltan las probabilidades!

Entonces se afanan en mejorar el modelo. Introducen planteamientos de Monte Carlo, bootstrapping, definen escenarios macroeconómicos de diversos niveles de severidad, estudian la sensibilidad del modelo a pequeñas variaciones en las condiciones iniciales, asumen planteamientos bayesianos y mil detalles más con los que llegan a una conclusión incuestionable: Belinda vale 1.000 monedas.

Al día siguiente, Laplace y Schrödinger conducen a Belinda a la plaza del pueblo, pues es día de mercado. Esperanzados, se sienten  confiados de obtener sus 1.000 monedas.

Pero allí, descubren una situación sorprendente, pues tienen que soportar que los tratantes de ganado les hagan todo tipo de ofertas ridículas a cambio de Belinda. Es decepcionante, porque esos mismos comerciantes, cuando se les pide que justifiquen su oferta monetaria, no muestran modelo matemático alguno. En todo caso, sueltan una frase insultante, algo así como «es el mercado, amigo, lo tomas o lo dejas».

Desesperados, Laplace y Schrödinger empiezan a considerar la posibilidad de no vender a su querida vaca Belinda y devolverla al establo, del que quizá no deberían haberla sacado...

Pero entonces le ven a él.

Se trata de un físico que huye del mundanal ruido de la ciudad y quiere comprar una vaca para montar una lechería. Les cae bien enseguida. Se llama Richard Feynman y es un tipo decente. Tras hablar un rato sobre las cosas de la vida, deciden pasar a la cuestión. Feynman desvela su oferta: la vaca Belinda vale 800 monedas.

—Imposible —dice Laplace.

—Improbable —dice Schrödinger.

Entonces Feynman abre su portátil y, mientras lo apoya sobre los lomos de Belinda, comienza a ejecutar su programa informático: el resultado es 800 monedas. Después, explica su modelo, basado en una especie de caminos cuánticos aleatorios que determinan las amplitudes de probabilidad asociadas a Belinda. Schrödinger y Laplace no pueden negar que se sienten admirados por la elegancia del planteamiento.

Entonces, en un acto de coraje, Schrödinger también saca su portátil, lo deja sobre la grupa de Belinda y también lo ejecuta: 1.000 monedas. Feynman estudia el código y también se siente maravillado. Es un modelo perfecto, impecable.

—Si nuestros modelos son inmejorables, ¿cómo es que los resultados no coinciden?

La situación se pone tensa. Un silencio opresivo los envuelve, pues la paradoja parece irresoluble y la discrepancia insalvable. Al final, acuerdan vender a Belinda haciendo la media aritmética entre los dos resultados: 900 monedas.

—¡Una tosca media aritmética! ¡Qué vergüenza! ¡Qué escándalo! —se lamenta Laplace— Si nuestros alumnos de la facultad nos vieran en este momento...

Cabizbajos, Laplace y Schrödinger vuelven a su lechería sin Belinda, apesadumbrados por la trascendencia de los acontecimientos... hasta que se encuentran con un viejo amigo que, siendo matemático, fue juez, pero ahora trabaja como analista financiero.

Al comentarle sus penas, el matemático decide animarlos invitándolos a comer en un puesto de comida rápida. Al final, sentados en torno a una mesa con su ketchup, su mayonesa, sus patatas fritas y sus hamburguesas veganas (se niegan a comer carne de vaca) Laplace y Scrödinger relatan su triste historia:

—¡Hemos vendido a Belinda con una media aritmética!

—No es tan extraño — les tranquiliza el matemático—. Después de todo, ¿qué es para vosotros un mercado?

—Sencillo —responde Laplace—. Un sitio, físico o digital, en el que los actores económicos concurren para comprar y vender bienes y servicios.

—Sí, eso es lo obvio. Sin embargo, desde un punto de vista matemático es algo más, algo mucho más interesante. A un mercado los actores económicos acuden con valoraciones subjetivas y el mercado procesa esos juicios de valor para transformarlos en información objetiva. ¿Lo entienden? Es una máquina de la verdad. Es decir, un mercado es un motor de objetividad.

—Pero nosotros acudimos al mercado con un modelo objetivo.... ¿o no?

—¿Y el de Feynman no lo era? Les recuerdo que daba resultados diferentes. En los mercados operan leyes que procesan la incertidumbre y la reducen. Por desgracia, son en su mayoría leyes desconocidas para la ciencia.

—¿Hablas de leyes tan trascendentes como el Teorema Central del Límite, o el Teorema de Bayes (que no son otra cosa que motores de la probabilidad) o las Leyes de incertidumbre de Heisenberg???

—Sí, pero esas leyes que usted comenta emanan de conceptos conocidos, como las propiedades de la Transformada de Fourier. Me refiero a leyes más complejas, misteriosas, aún no comprendidas que permiten alcanzar el conocimiento, no en probabilidad como las leyes de los grandes números, sino en objetividad.

»Sucede a veces que las condiciones en las que se apoyan estas leyes no se verifican y los mercados funcionan mal. Se desajustan y proceden entonces a realizar valoraciones subjetivas, erróneas. Es lo que se llaman burbujas financieras. Tarde o temprano, el motor consigue procesar la información subjetiva, la corrige y vuelve a emitir juicios objetivos, reales, y entonces las burbujas estallan de forma catastrófica, perjudicando el bienestar económico de las sociedades.

»Conocemos algunos aspectos de esas leyes misteriosas. Sabemos que para que un mercado valore objetivamente necesita volumen, muchas transacciones, como en el teorema central del límite. También es importante que la información fluya libremente, con el menor número de distorsiones, con independencia, sin monopolios informativos. Pero poco más se sabe más allá de esto. Lo que quiero decir es que en los mercados operan leyes que van más allá de lo conocido por la ciencia y que algún día podrían cambiar nuestro concepto de la incertidumbre en la naturaleza.

—Quieres decir que también podría cambiar nuestro concepto de la incertidumbre en la Física...

—Eso es.

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