La aventuras de Laplace y Schrödinger: el juicio.

Empujados por su infinita curiosidad, Pierre Simon Laplace y Erwin Schrödinger presencian un juicio. Así, acuden al juzgado y se sientan entre el público con el interés de entender cómo funciona un proceso judicial. En el centro de la sala, en el estrado, está el juez. Les causa verdadera admiración y enseguida empatizan con él. Después de todo, los físicos y los jueces comparten los mismos objetivos: quieren conocer la verdad.

Se juzga un robo. El abogado defensor muestra su versión. El fiscal aporta la suya, totalmente distinta. Se interroga a los testigos y cada uno describe los hechos a su manera. Las versiones son muy diversas y contradictorias...

En voz baja, Laplace comenta la situación:

—Una inteligencia que conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo suficientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos.

Pero Schrödinger no puede disimular su escepticismo:

—Siempre con tu determinismo. ¿Qué quieres decir con todo eso?

—Que si pudiera obtener datos precisos, me sería muy sencillo construir un modelo determinista que identificase al culpable de este crimen; pero no es posible los datos que aportan son imprecisos y enormemente vagos. ¡Demasiada imprecisión!

Schrödinger decide tomar la iniciativa con sus argumentos.

—Tu determinismo me decepciona, Pierre. El mundo es aleatorio e indeterminado, siempre sujeto a las leyes de lo probable. Además de la imprecisión de la que hablas, está la probabilidad. La probabilidad, Pierre. Ahí está la clave para derrotar a la incertidumbre.

—Muy bien con todo eso de tus probabilidades —dice Laplace con ironía—. ¿Qué puedes decir sobre el reo?

—La situación del acusado es la superposición de dos estados: culpable e inocente.

—No te entiendo, Erwin. Es culpable o es inocente.

—Es culpable y es inocente. Todo a la vez. El acusado me recuerda a cierto gato que llegué a conocer bien.

Entretenidos con su discusión, el tiempo ha pasado volando y les sorprende el final del juicio. El juez dicta sentencia. El acusado es culpable. Laplace y Schrödinger se muestran perplejos. ¿Cómo ha podido el juez llegar a esa conclusión? Atónitos, observan que el acusado le da la razón al juez, acepta la pena y le pide perdón a la víctima.

—Culplable. ¡La función de onda ha colapsado! —Schrödinger no puede disimular su asombro.

A la puerta del juzgado, Laplace y Schrödinger esperan la salida del juez y le persiguen sin miramientos, rogándole que les explique el método deductivo seguido para resolver el problema.

—¿Cómo ha podido usted doblegar la enorme incertidumbre de este caso? ¿Cuál es su secreto? Se lo rogamos, señor juez, ¡ilumínenos en nuestra lucha contra la incertidumbre!

—Acompáñenme a la cafetería de la esquina y lo discutimos con tranquilidad. Por cierto, les advierto que, además de juez, soy matemático.

Sentados a la mesa con sus cafés aún humeantes, Laplace no consigue dominar su impaciencia:

—Señor juez matemático, ¿cómo pudo obtener los datos precisos que le permitieron decidir en este ambiente de elevada incertidumbre?

—La precisión de los datos —responde el juez— es la piedra de toque de los modelos de incertidumbre débil, como la Mecánica Clásica; pero es algo secundario en este caso de incertidumbre extrema.

Interviene Schrödinger:

—Señor juez matemático, ¿cómo pudo entonces determinar las probabilidades de la culpabilidad del acusado?

—La precisión y la probabilidad son requerimientos de los modelos de incertidumbre fuerte, como es el caso de la Mecánica Cuántica; pero este es un caso de incertidumbre extrema. Se necesita algo más.

Laplace y Schödinger no pueden disimular su asombro y realizan con una sola voz la misma pregunta:

—¿Existe algo más que la precisión y la probabilidad para luchar contra la incertidumbre?

—Lo entenderán enseguida —dice el juez—. Un juicio no es otra cosa que un motor de objetividad que toma los juicios subjetivos de los testigos, los depura y los objetiviza para determinar la verdad. Créanme, cuando el ruido en la información lo aporta la subjetividad, la herramienta de trabajo es la verosimilitud.

—¡¿Qué?!

—Primero —continuó el juez— se determinan aquellos escasos hechos que son objetivos. Después, a todos los testigos se les pregunta por estos hechos objetivos. Así, los que respondan con coherencia serán fuentes de información verosímiles. Entonces, basta con creer la versión de los hechos subjetivos de estas fuentes verosímiles, pues son creíbles; el resto de testigos no interesan, ya que no aportan información útil.

»La verosimilitud es un concepto estadístico que nació en el siglo XX de la mano del estadístico Sir Ronald Fisher, cuando creó el concepto de estimador de máxima verosimilitud, tomando, de entre todas las distribuciones de probabilidad posibles, la que era más verosímil.

»Un entorno en el que hay verosimilitudes muestra intrínsecamente más incertidumbre que otro en el que sólo hay probabilidades, porque una verosimilitud reducida nos indica que las probabilidades disponibles son poco creíbles.

Schrödinger contraataca, no parece de acuerdo con el juez matemático:

—Bueno, la verosimilitud en el fondo no es sino una probabilidad.

—Según ese argumento —responde el juez—, la verosimilitud y la probabilidad no son sino números reales. En el fondo, según su argumento falaz, nada aportan novedoso sobre los inconmensurables griegos.

Laplace asiente convencido, pero Schrödinger no, e insiste en sus argumentos:

—Además, esto no tiene nada que ver con la física. Esto es sólo cosa de los juzgados y, si acaso, de los entornos donde hay personas que mienten y distorsionan la información para defender sus intereses.

Pero el juez matemático no cede:

—Le recuerdo que la probabilidad nació muy lejos de la física, cuando en las oscuras tabernas del siglo XVI, entre las jarras de vino y cerveza, los tahúres y los jugadores de ventaja encontraron que dominando esa herramienta intelectual llamada probabilidad era fácil engañar a los jugadores inexpertos. ¿Les suena Gerolamo Cardano?

Laplace y Schrödinger se miran entre sí, sin saber qué decir.

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