Extinción

Cuando avisaron a Mary Mitchell de que el telescopio había sido instalado con éxito se sintió esperanzada. La anciana gobernadora de la base Odiseo sabía bien cuánto había costado montarlo. En Marte, en este rincón del sistema solar, los recursos siempre habían sido escasos; pero ahora especialmente, no había suministros ni recambios para nada, y es que en estos tiempos de confusión y zozobra los viajes por el sistema solar estaban interrumpidos.

Sin embargo, los ingenieros lo habían conseguido y al llegar la noche enfocarían el telescopio hacia la Tierra. Las últimas noticias recibidas hace ya cinco años no habían sido tranquilizadoras.

Desde entonces, desde que se habían perdido las comunicaciones, nada sabían de los terrestres. Los equipos de radio funcionaban de forma correcta, pero sencillamente no había respuesta de la Tierra a sus mensajes. Era como si allí el mundo tal como lo conocemos hubiera desaparecido.

Luego, aquella tormenta roja había inutilizado el telescopio principal. Esa insidiosa arenita marciana se colaba por todos lados, contaminando incluso el interior del telescopio. Fue cuestión de abrirlo, limpiarlo y volverlo a montar con sumo cuidado. Costó mucho, pero con esfuerzo y paciencia los ingenieros habían conseguido arreglarlo.

Sentían gran inquietud por observar la Tierra, la cuna de la civilización. Después de todo, ellos no eran sino un puñado de colonos viviendo penosamente en este planeta rojo. Y las dificultades eran enormes desde que no recibían suministros. Los cultivos hidropónicos por ahora funcionaban bien, pero su fiabilidad era reducida, sumamente precaria. Cualquier fallo, por mínimo que fuera, podía dar lugar a que las cuarenta y tres personas que sobrevivían en Odiseo, la base espacial marciana, pasaran por serias dificultades.

La anciana gobernadora Mitchell aún recordaba aquel escape que sufrió un reciclador. El aterrador resultado fue que, cuando se dieron cuenta del fallo en el soporte vital, siete personas ya estaban asfixiadas por el dióxido de carbono. Siete muertos. Marte era un planeta hostil, inhóspito, que haría lo posible por matarlos a todos al menor descuido. No era un verdadero hogar.

Necesitaban saber qué estaba pasando en la Tierra. Hacía cinco años desde la última transmisión, cuando Houston comentó los terribles enfrentamientos derivados de las ideologías del odio, de las religiones intolerantes y la moral decadente. Los poderes rivales luchaban entre ellos, ansiosos por el dominio global, hambrientos por la supremacía de un mundo en el que ya no había recursos para todos.

La impaciencia dominaba a la gobernadora. La noche llegaba demasiado lentamente y el reloj se movía perezoso. Pasó las horas intentando mantenerse ocupada para estar entretenida, esforzándose en no pensar en el dichoso telescopio hasta que sonó su intercomunicador.

"Tenemos los primeros resultados", dijo la voz del ingeniero.

Las imágenes de la noche en la Tierra eran inquietantes. Casi no había luces. En la noche terrestre siempre había sido fácil identificar la iluminación de las ciudades del mundo más importantes: Nueva York, Londres, Los Ángeles, Moscú... Sin duda, era la tecnosignatura más fácil de identificar.

Pero habían desaparecido.

"También hemos analizado el espectro atmosférico en el infrarrojo", continuó el ingeniero.

La atmósfera mostraba claramente los signos del oxígeno y el ozono, y las marcas del dióxido de carbono, el metano y otros gases de efecto invernadero como siempre demasiado intensas. De hecho, la temperatura era inusualmente elevada en el invierno del hemisferio norte.

"Pero hay más", dijo el ingeniero con pesar.

En el espectro atmosférico aparecían señalados numerosos isótopos radiactivos. La Tierra había sucumbido al terror de un infierno atómico.

Comenzaba el ocaso de la civilización en la Tierra y el ingeniero le preguntó a la gobernadora de la base Odiseo de Marte si merecía la pena seguir viviendo después de haber presenciado aquello. "No podremos volver. ¿Para qué seguir luchando?", preguntó entristecido.

"Nunca nuestra supervivencia fue tan importante. Nunca fuimos tan necesarios", respondió Mary Mitchell.

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