Rebelión en el infierno
Todo este embrollo empezó cuando preparábamos una rebelión, a poco de haber llegado. No sé exactamente cuanto tiempo había pasado, pero encontré un grupo de aliados que estaban en mi misma situación, injustamente derivados aquí por quién sabe cual error administrativo.
Mi pequeño grupo de socios, estaba conformado por dos hermanos gemelos—parricidas—que en vida fueron absueltos debido al gran trabajo de su genial abogado; las novias de los hermanos y por supuesto, el abogado. Los hermanitos en cuestión urdieron el plan de deshacerse de sus millonarios padres, incentivados por las caricias gatunas de sus novias—también hermanas—que casualmente les había presentado su abogado. Desafortunadamente la fiesta del festejo, tuvo lugar en una mansión donde corrió alcohol, drogas y de la cual mis amigos no despertaron. Por todo esto, ya que ninguno de nosotros consiguió sus fines, coincidíamos que no teníamos por que estar aquí.
Los continuos intentos de escape del endemoniado lugar, que eran coartados por alguno de los condenados cuyas denuncias obedecían a la obtención de favores por parte del "Mandamás", terminaron por confinarnos a una especie de mazmorra medieval, custodiada por un enorme sujeto con aspecto de troll de más de dos metros de altura y cientos de kilos de peso. Como era de esperarse, el infierno estaba lleno de corruptos y este espécimen, aficionado en vida a los placeres de la carne, no tuvo inconveniente en llegar a un trato con nosotros, previo pasar uno a uno por su enorme, peludo y gelatinoso cuerpo, quedando a expensas de su frondosa imaginación. Como era de sospechar, apenas nos allanó el camino de escape, nuestro mimoso amigo procedió a denunciarnos.
A la hora de morirse, la burocracia funcionaba más o menos como en la tierra. El primer estadío al llegar era El Tribunal, donde se decidía con rapidez el destino de las almas cuyo proceder no dejaba lugar a dudas. El segundo estadío era una especie de limbo, donde estaban las almas ambiguas, aquellas que debido a su falta de compromiso no eran ni buenas ni malas y por eso costaba mucho decidir su radicación definitiva por lo que podían permanecer allí indefinidamente, hasta que todas las pruebas respecto a la conducta terrestre era revisada y presentada por los abogados de oficio que, por supuesto, pertenecían al infierno y solían presentar pruebas falsas para conseguir llevarlos a sus dominios. Cuando esto sucedía demasiado seguido, aparecían los auditores que revisaban las sentencias y finalmente las almas iban a algún lado, lo que deseaban con desesperación, ya que donde estaban era "La nada" y nada era peor que "La nada".
En esta zona oscura y desértica nos había dejado nuestro carcelero. Esta especie de purgatorio donde permanecían las almas hasta que se decidiese que porcentaje de bondad o maldad era superior para acceder a destino. Absolutamente aburrido, el tiempo no pasaba nunca, y nos cansábamos viendo filas interminables de figuras de plasma, hasta que algunas de ellas eran seleccionadas y pasaban por una puerta azul derechito al paraíso y otra roja que ya habíamos tenido el gusto de conocer. Ni bien el Señor oscuro recibió la noticia de nuestro escape pensó que sería una mala propaganda y quiso deshacerse del grupo conflictivo, mandándonos para el cielo.
Felices y exultantes nos dejaron en el portal de acceso, donde un señor en traje de Santo se negó a dejarnos pasar, así que, sin lugar donde poder descansar nos mandaron de regreso a la tierra. Y ahora estamos acá, ya no tenemos dos piernas y brazos, porque somos una jauría de perros callejeros, cubiertos de pulgas y enfermedades y condenados a padecer hambre eterna sin la posibilidad de morir ¡Menuda condena! La gente que nos ve en el basural se entristece pensando ¡Qué suerte perra! ¡Pobres animales parecen abandonados de la mano de Dios!...
Y algo de razón tienen.
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