La gran promesa del amor
La primera vez que Beth supo con seguridad que quería enamorarse fue tras leer un artículo en la revista Mujeres: Los 5 síntomas del enamoramiento y cómo saber si te gusta.
Hasta entonces a Beth no le habían preocupado las cuestiones del amor, ni siquiera cuando se le habían declarado, ninguna de las cuatro veces. El primero había sido Henrik en cuarto, con un nomeolvides, a Beth le encantaban los nomeolvides, ¿pero qué iba a hacer con una sola flor? A Henrik le siguieron los gemelos Debussy, ambos al mismo tiempo, Tom con un trozo de pastel de chocolate y John con merengue de vainilla. A Beth le pareció ridículo que separaran el regalo y malgastaran las partes, y por eso le entregó todo a su perro Choco y no volvió a saber de los gemelos. Por último, tiempo atrás, cuando salía del colegio, Antony se le había declarado con una rosa. Una rosa. Sin más intenciones. Del tamaño promedio, la forma promedio y el color rojo sangre promedio. Beth había quedado tan desilusionada que se había propuesto no volver a pensar en el amor (o en las rosas) otra vez. ¡Pero era tan difícil! No importaba adónde fuera, todo a su alrededor se cocinaba en una ebullición de romance. Las grandes promociones saltaban de una pantalla a otra. ¡Compra este labial! ¡Usa este vestido! Y luego una mujer en brazos de un hombre. ¡Un nuevo sabor! ¡El alimento que necesitas! Y el rostro de una joven alimentando a un chico de mirada juguetona. ¡Rebajas para navidad! Un matrimonio a la mesa. ¡Rebajas para Halloween! Una pareja entregando dulces. ¡Rebajas para Pascuas! Dos chicos usando el mismo suéter. ¡Rebajas para San Valentín! Aquello era demasiado. Parecía una verdad latiente, algo que todos conocían y aceptaban, todos excepto ella.
La fórmula del amor era tan clara que Beth había llegado a pensar que el problema era ella. Algo no funcionaba con su organismo, quizás una especie de sociopatía que le impedía sentir amor o un desequilibrio químico que no dejaba que estallaran en ella las reacciones amorosas correctas. Lo había probado todo, con todo tipo de personas y personalidades, pero nadie había logrado cumplir la gran promesa del amor.
Ya por ese entonces evitaba pensar en eso, mientras seguía deambulando sola por las calles de Nueva York y las parejas pasaban por su lado de manera mecánica, con la misma sonrisa dentífrica de siempre. Beth hacía el recorrido desde la universidad hasta su apartamento sin variar el rumbo. Si tomaba por las calles más apartadas podía saltarse la publicidad endémica de la ciudad y llegar sin muchas dificultades hasta un café a dos calles de su apartamento.
Beth abrió la puerta de cristal, estaba sudada y el aire acondicionado la revivió. Soltó el libro que llevaba entre las manos y lo dejó en la barra. Con veinte dólares podía comprarse un buen almuerzo. Pidió un batido y una hamburguesa y buscó una mesa vacía. El libro rojo voló de un lado al otro. Desde su mesa podía ver a una pareja besándose cerca de la pared. El chico tenía la palma de la mano abierta sobre la mejilla de la chica, ocultando su rostro casi por completo, y la chica tenía los puños cerrados sobre su regazo. Beth apartó la vista con desgana. Al otro lado del café solo había una persona, doblada sobre la silla y sosteniendo un libro a la altura de los ojos. Beth leyó la portada con emoción, no se había equivocado, era el mismo ejemplar que ella tenía. Abrió el libro a la mitad y lo dejó descansando sobre su bolso con la esperanza de que se leyera desde atrás el título y quizás así él lo viera.
Beth estuvo un rato en ascuas, le trajeron el almuerzo y lo fue devorando con muchísima calma hasta que solo quedaba el fondo de la bebida, entonces pensó que tendría que marcharse, pero antes de dar todo por perdido vio con satisfacción al mesero acercándose a la mesa del hombre. El sujeto bajó el libro y murmuró algunas palabras. Cuando el camarero se fue, la frontera entre ambos se había esfumado. Él la miró, se tomó un segundo en leer el título sobre la mesa de Beth y luego alzó el suyo un poco, Beth hizo lo mismo y ambos sonrieron de la misma forma. Desde ese punto el sujeto no dejó de mirarla y algo en Beth comenzó a dar marcha, como la máquina de un tren. El pulso sin duda alguna se le había alterado, debía de llevar el corazón galopando. Intentó calmarse, aquello era más fuerte de lo que había pensado. Era la sensación más intensa que había tenido en su vida. Beth intentó recordar el artículo en la revista Mujeres. El primer síntoma es el pulso, había leído, debéis de sentir que estalla por la emoción. Beth lo había sentido, así que lo marcó en su mente. Lo segundo es un poco más rústico, sentiréis fatiga o sudaréis, quizás os haga pasar un momento incómodo, pero así será. Beth se apartó una gota de sudor que le colgaba del flequillo, sin duda podía marcar el segundo. Lo tercero es que se os irá el aliento, proseguía el artículo. Beth sintió el esfuerzo que hacían sus pulmones por mantener una respiración inconstante y lo marcó. En cuarto quizás os sintáis un poco nerviosas, o hasta ansiosas si llega a pasar, continuaba la revista. Beth no tuvo que planteárselo. Y por último, decía casi al final, deberíais de sentir una inmensa felicidad. Beth intentó sacar otra sonrisa, el sujeto se había levantado de la mesa y se acercaba a ella. Todo el cuerpo le temblaba. Podía notarlo todo en ese instante, el batido se había terminado, el libro rojo estallaba frente a sus ojos, el olor de las hamburguesas lo intoxicaba todo.
Cuando el sujeto se detuvo a su lado y colocó su mano en el hombro de Beth, el tsunami de emociones llegó a su máximo nivel. Sí, sí, sí. Todo era real. Todos esos anuncios, todos esos comerciales, todos los poemas y las novelas de romance, todo lo que no se habían cansado de pregonarle era real. ¡El amor era real! El sujeto frunció el ceño antes de hablar. Beth lo escuchó como un sonido lejano. ¿Estás bien?, le había preguntado. Entonces el mundo se oscureció por completo, el pecho le ardió como fuego, intentó decir algo, pero no pudo. Cuando el calor se extinguió, Beth ya no sentía nada.
La chica cayó de la silla, alguien se acercó corriendo, intentaron asistirla, pero no tenía pulso. Había muerto de un ataque al corazón.
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