Capítulo Siete
07.
Segundo acto:
«Dios, el universo y el yo»
18 de marzo de 1981
La última vez que April se sintió enteramente feliz fue el día que cumplió catorce años.
Uno de los propósitos de Año Nuevo de su padre había sido dejar de beber, así que llevaba sobrio desde Enero, lo que lo convertía en un padre bastante decente. Lo llevó a su trabajo, pasó toda la mañana enseñándole a distinguir la madera buena de la mala solo por su aroma y a simple vista. A partir de ese día, el olor a cedro, junto al olor del humo de las velas del pastel de cumpleaños cuando las apagó, se había grabado en una parte de su memoria como algo que gozaba recordar.
Esa tarde al volver a casa, se encontró con un pastel de chocolate, cubierto de chocolate y la cazuela donde su abuela hacía el chocolate caliente que le gustaba sucia en el fregadero. Era la combinación que usualmente no lo dejarían comer en perfecta sobredosis para él. Y para terminar de completar el momento perfecto, al caer la noche, el timbre sonó con la señora Kim dejando a sus hijos en la puerta para acompañarlo a celebrar su cumpleaños.
Era perfecto. Pero lo que más lo alegró en ese día, fue que todos sus esfuerzos por conseguir que le compraran una cámara habían funcionado. Ya no tenía que desperdiciar más deseos de cumpleaños ni navidad deseando tenerla de obsequio. Ni volver a circularla en los anuncios del periódico matutino, ni subirle volumen a la televisión en los comerciales de cámaras, ni caminar soltando fuertes suspiros cuando pasaban por la tienda de electrónicos del centro. Tenía una.
Estaba envuelta en papel de regalo de lunares azules y con moño rojo, lo recordaba bien porque, desde que la pusieron ahí, esa caja al final de la mesa llamó su atención durante toda la celebración de su cumpleaños.
La noche que la primera cámara de April salió de su caja Sean Grace estaba ahí. Como en cualquier acontecimiento importante en su vida hasta ese momento.
—Vengan, hay que sacar una foto para estrenarla —dijo su abuela, estrujándolos a todos cerca del pastel para que April pudiera tomarles una fotografía que, después del flash, se imprimió de inmediato.
Si pensaba en esa noche, se sentía feliz al tomar muchas fotos sin sentido de todo lo que había en la casa, incluso de Taylor que reaccionó mal cuando le tomó una foto desprevenido mientras comía pastel, sentado en el sofá lejos de toda la familia. Pero April estaba tan feliz, que apenas le molestó el empujón que Taylor le dio para evadirlo.
No solía darle mucha importancia a cualquier cosa que Taylor hiciera, pero aceptaría que su comportamiento le hizo ruido porque al llegar las once, cuando el señor Kim llegó por sus hijos, el chico se despidió de todos y se fue sin decir nada más. Hasta ese momento cayó en cuenta de que todo lo que escuchó decir a Taylor en horas fue «Feliz Cumpleaños y Buenas noches». Ni siquiera lo había escuchado cantar frente al pastel.
Era extraño. Solo era un año menor que April, a esas alturas del año aún tenía doce, pero no eran tan diferentes.
Taylor no solía acercarse mucho, de cierta forma, no encajaba con ellos. Era evidente por la manera en que Sean Grace y April convencieron al señor Kim de que Sean se quedara a dormir en esa casa, sin abogar por él en ningún momento. Y quedó claro que Taylor tampoco esperaba que lo hicieran.
Es más, April recordaba verlo en la acera comenzando a caminar solo de regreso a casa mientras su abuelo lo respaldaba hablando con el señor Kim para que Sean se quedara.
Puede que, en el fondo, el chico sí notaba que no era su amigo y que la única razón por la que lo habían invitado era por su hermano. Porque, siendo honesto, su día perfecto habría sido diferente sin Sean, pero era completamente el mismo sin Taylor.
Aun así, al llegar la hora de dormir, mientras terminaba de arreglar su cama para compartirla con Sean, experimentó por primera vez algo que, de en adelante, se negaría a sentir: culpabilidad.
Solo quedaba encendida la lámpara en la mesa de noche. Ya en su pijama y con las sábanas listas, April se mantuvo en silencio en la cama.
—Oye —dijo Sean, sacudiéndolo al notarlo callado y pensativo. Ya pasaban de las doce, así que «su día especial y perfecto» había terminado—, ¿qué tienes?
—Nada. Solo... Nada, olvídalo. No importa.
Sean Grace sabía dónde y cómo guardaba April la ropa en su armario, ni siquiera le pidió permiso antes de tomar un pijama para ponerse antes de acostarse. Nunca le importó mucho desvestirse frente a April, en realidad, le hacía un poco de gracia su bochorno y verlo intentar ver en cualquier otra dirección para no verlo a él. Aunque no podía demostrar que lo hacía apropósito para avergonzarlo, sería extraño que dijera que April avergonzado le resultaba muy tierno.
—¡Sabes que me jode que me digas que «lo olvide» porque me dan más ganas de saber! —Sean terminó de vestirse y se tiró a la cama para sentarse con él—. ¡Rápido, dilo!
—Yo... —Suspiró y se rindió—. ¿Cuál es el problema de tu hermano conmigo? ¿Por qué no le agrado?
La expresión sonriente de Sean cambió de golpe por la confusión, su hermano no solía salir a colación en sus conversaciones, al menos no de parte de April.
—¿Por qué piensas eso? Claro que le agradas a Taylor.
—¿Entonces por qué huye de mí? ¿Viste cómo se aisló de todos? Ve la foto familiar, tiene cara de asco porque lo obligaron a pararse cerca de mí. No dijo casi nada desde que llegó hasta que se fue. Hasta me empujó cuando me quise acercar a él. Tiene fuerza, aún me duele el hombro.
Sean se pasó la mano por el cuello. Las peculiaridades de su hermano, las que no debían pasar de la puerta de su casa, comenzaban a salir. Todos verían que Taylor era... Taylor.
—No tiene un problema contigo, sino con las fotos. Debió incomodarse cuando tu abuela lo jaló y bueno, para que te haya empujado, creo que debiste ponerle la cámara a dos centímetros de la cara. Hasta yo lo habría hecho.
—Pero ¿Por qué alejarse tanto? Solo estaba tratando de incluirlo.
—Es... Solo que... Él es diferente. —Sean Suspiró—. Muy diferente. ¿Sabes? Antes, solía molestarlo diciéndole que en realidad no era mi hermano y que mamá lo había comprado en el mercado cuando era bebé. Eso lo hacía llorar mucho. Ahora, si no tuviéramos la misma «estampa», eso no sería una historia tan loca.
—Grace, él no tiene otro amigo además de ti, ¿cierto? —preguntó April por impulso, pero Sean no respondió—. Me siento un poco mal por no haberlo invitado a quedarse. Nosotros podríamos...
—¡No! —Sean carraspeó—. No. Lo quiero y siempre trato de incluirlo, pero hay momentos en los que simplemente no puedo tener a mi hermanito al lado. No puedo ser un mal ejemplo si está presente. Es mejor que todo siga igual. Como cuando éramos niños, él con sus juguetes y yo con los míos.
—Pero antes era pequeño, ahora puede seguirnos el juego. Nosotros...
—«Nosotros» hemos sido solo tú y yo desde siempre —interrumpió Sean Grace—. Mi hermano y yo... esa es una historia aparte.
—Entonces podemos ser Taylor y yo.
—No. No hay un «Taylor y tú».
—No seas celoso —se burló April—. No voy a robarme a tu hermano. —Sean se dejó caer de espaldas en el lado que solía usar de la cama. —¿O es que no quieres compartirme con nadie? —April seguía mofándose. Aunque la respuesta tan firme e inmediata de Sean lo conmovió un poco.
—Por supuesto que no quiero compartirte con nadie. En especial con mi hermano.
April veía desde arriba a Sean recostado con el cabello revuelto disperso por su frente. Esa expresión en su rostro era una de las cosas más curiosas que alguna vez había presenciado. Su propio cuerpo tapaba el resplandor de la lámpara y le hacía algo de sombra a Sean, eso hizo que la luz que lo tocaba apenas resaltara sus ojos brillantes que vagaban expectantes por April barriéndolo de arriba a abajo.
Los ojos de Sean, a diferencia de los de su hermano o su madre, eran de un marrón oscuro que, en conjunto con sus largas pestañas, hacían de su mirada profunda y algo intimidante. En ocasiones, su mirada lograba ruborizar a las personas si las veía por mucho tiempo. April entraba en ese grupo, pero ya no se doblegaba, con los años, había aprendido que, si esperaba lo suficiente y se mantenía firme, Sean cedería poco a poco, hasta entrecerrar los ojos y terminaría sonriéndole.
—¿Te preocupa que me agrade más tu hermano que tú? —Se burló April—. ¿Qué harías si logro conversar con él un rato y resulta ser más interesante que tú?
—Ni me esforzaré por responder eso. Es imposible, nunca lograrías acercarte, no es el más conversación.
—Conversador —corrigió April.
—No es el más conversador —dijo Sean, ahora con más seguridad. April sonrió.
—¡Eso! Has mejorado mucho con tu inglés, ya no suelo corregirte tanto como antes.
—He estado practicando un poco... Con la radio. Ahora entiendo mejor el partido.
Su sonrisa tímida y sus pupilas dilatadas. Tenía una camiseta blanca sin mangas que se transparentaba apenas. Este era Sean Grace en su máximo esplendor.
—No te muevas —dijo April, estirándose para alcanzar su nueva cámara. Se arrodilló a su lado para poder capturar mejor a Sean, que se mantuvo presto a seguir sus órdenes y se quedó quieto, excepto por su pecho que se inflaba normalmente y se encargaba de ocultar su corazón que, por el contrario, latía acelerado.
Tras un par de fotos, April se acostó a su lado para enseñárselas.
—Tengo que hacer ejercicio —dijo Sean viéndose.
—¿Más?
—Mucho más, estoy muy relleno. Necesito menos volumen, más definición. Eso me ayudará a entrenar, debo ser más ágil si quiero ser mejor jugador.
—Bien, pero, la agilidad en el juego depende de varias cosas. Si pudieras elegir, ¿preferirías ser el más fuerte o el más rápido?
Sean lo meditó por unos segundos y, después de un rato, respondió:
—Él más rápido.
—¿Seguro? Porque la fuerza te da resistencia. Soportarías más dolor por más tiempo.
—Entiendo el punto. Pero... Ya tengo la fuerza que necesito.
—Uy, pues perdón. Disculpe usted.
—No es que me crea demasiado fuerte, sino, que pienso que la fuerza es indispensable solo cuando no actúas a tiempo. Yo actúo a presión porque soy lento para entender. Si pudiera reaccionar en el momento indicado, si pudiera hacerlo antes de, podría ahorrarme el dolor, podría avanzar más, ir más lejos, ¿no crees que es mejor ir más rápido? No más desesperación.
—¿Seguimos hablando de béisbol? —se burló April. Volteó a verlo y le dio un pequeño golpe con las fotos en la frente. Sean Grace le sonrió—. Te proyectaste terrible.
—Perdón. Quiero ser más rápido para avanzar mejor por más bases.
—Te dio el ataque de sinceridad.
—Ya, cambiemos de tema.
—No, hay que hablar de nuestras emociones y sentimientos. Si quieres, nos podemos hacer el cabello y las uñas también.
—No tienes que usarme de excusa para hacer lo que quieres. Yo te acompaño en tus cosas de señorita.
—No seas idiota.
—Anda, saca la falda que hiciste el otro día, es de tu talla, ¿no? Puedes modelarla también —dijo Sean Grace riendo fuertemente.
—¡No seas odioso!
La risa de burla de Sean fue tan fuerte que logró enojar a April. De un momento a otro se abalanzó sobre él para intentar ahorcarlo, mientras Sean seguía y seguía riendo, removiéndose debajo de April.
—¡No negaste que es de tu talla, no puede ser! ¡Te compraré unas pantimedias!
—¡Que no es mía!
—¿Te harás un vestido de quinceañera para el próximo año o lo reservarás para usarlo en tus «dulces dieciséis»?
—¡Me haré una sotana para oficiar tu funeral luego de matarte!
—¡Esa es una túnica, idiota! —dijo Sean Grace, tomándolo de las muñecas para inmovilizarlo.
—¡Claro que no!
—¡Claro que sí!
—No, en realidad no —dijo el abuelo de April.
Ambos se alertaron con su presencia. Como dos soldados reconociendo la jerarquía, se recompusieron de inmediato sobre la cama y dejaron de pelear. Lo vieron asustados, a la espera de la reprimenda, pero el anciano solo se burló de ellos y caminó hasta la mesa de noche para apagar la lámpara.
—Ya es un poco tarde para que estén jugando, es hora de dormir —continuó diciendo al costado de la cama, los dos, se metieron entre las cobijas frente a él y al quedar acomodados correctamente, él les subió la sábana para terminar de arroparlos—. Descansen, mañana tienen escuela.
Su voz fue suave y serena. Ambos respondieron a ella con un «Buenas noches» al unísono mientras él se marchaba. La habitación quedó a oscuras, en completo silencio y con una calidez que compartían bajo la cobija.
Voltearon hacia el otro para verse, como si fuera un pacto inherente entre ellos el sentirse tan cerca, tan propios.
—¿Te das cuenta de que tenemos la misma edad en este momento? —dijo April—. Al menos hasta diciembre. Yo te haré tu vestido de quinceañero, no te preocupes.
Sean sonrió.
—Me fastidia cumplir años. No me gusta ser el mayor de todos en el salón, me hacen sentir estúpido por ir «atrasado».
—No debería importarte la opinión de nadie. Bueno, solo la mía. Esa es la más importante de todas.
—Claro, claro. Obvio, es la única que debo escuchar. —Su voz tenía toda la ironía que faltaba en sus ojos para ocultar cuán cierto era que April era el único al que escuchaba, el único que lo entendía. El único en quien encontraba tranquilidad.
—Y obedecer.
—Tampoco nos pasemos.
—Niégalo, baboso. Pero los dos sabemos que ilumino tu camino. Seguirías hasta el fin del mundo mi sabiduría.
—Pues ojalá tu sabiduría me sirviera para hacer que dejen de meterse conmigo.
—No es la gran cosa, es solo un año. Honestamente, no se callarán, es lo único que tienen para burlarse de ti. Y ni siquiera es tan malo ser mayor, digo, las chicas de prepa te miran mucho, ¿o no? Eso es ganancia, te libra de otras cosas.
—Sí, eso creo... —Sean divagó como si recordara algo, una risa ligera se escapó de él.
—¿En qué carajos piensas que te hace reír así?
—¿Recuerdas hace unos días? En el salón de arte, cuando la rubia que siempre me mira mucho me pidió ayuda para mover unas cosas en el armario. —Ajá—. Pues... Apenas cerré la puerta, me besó. Pobrecita, dijo que está enamorada de mí.
La luz del exterior apenas les permitía distinguir el rostro del otro a través de la oscuridad. Enseguida, se habían quedado callados y el silencio que se formó entre ellos resultó confuso. Sean Grace esperaba expectante por su reacción, más que con el afán de alardear, pretendía no sentir culpa, quería confirmar que los escenarios catastróficos donde April lo rechazaba no eran reales. Pero ese silencio los hacía sentir que confesaba que había faltado a un juramento que nunca habían hecho.
Había una necesidad en el aire que ni ellos mismos captaban. Lo suyo eran un montón de suposiciones y señales que nadie más que ellos presentían.
—Y ella... ¿te gusta? —murmuró April.
—Sí. Es bonita. —Puede que la incomodidad estuviera solo en la mente de Sean, en la mirada evasiva de April o en la forma en la que aprendieron a fingir que eran los mismos confidentes de siempre—. Pero, tenía una idea diferente, creo que yo... no sirvo para esas cosas.
—¿Ves que sí quieres hablar de tus sentimientos?
—Búrlate todo lo que quieras. No pretendo que lo entiendas, no tendrías cómo.
—Ternurita, ¡Ya sé lo que pasa! Estás asustado del «amor» —dijo April, estirando la última letra, su voz sonó más animada que antes, la renuencia de Sean lo había tranquilizado, pero este seguía serio.
—No estoy en posición de rechazar propuestas, pero... no es mi tipo. ¿Okey?
—No me jodas con que una niña perfecta y agradable no es tu tipo. Resultaste exigente, qué tal eso.
—¿Y qué tiene? Tengo gustos selectos, como tu mamá, por ejemplo.
—¡Oye! ¡No puedes hacerle chistes de madre a alguien sin mamá!
—Claro que sí, hasta es menos ofensivo porque no estoy insultando a nadie en realidad.
—Estás hablando de mi madre muerta, cretino, es el doble de malo. Si te espantan en la noche no es mi culpa.
—No le tengo miedo —dijo Sean y extendió los brazos para rodearlo. Pronto lo tuvo contra su pecho, rio por lo bajo para no denotar que seguían despiertos—. Si me lleva, tú vendrás conmigo.
April podría seguirle la corriente y bromear con él durante toda la noche. Pero mientras más pasaban los años, el discernimiento que adquiría sobre su propia vida comenzaba a agobiarlo. Aunque Sean solo quería molestarlo, April lo abrazó de vuelta y se quedó ahí, no luchó ni se contuvo de buscar consuelo en él.
—¿Y esto por qué? —murmuró Sean.
—No quiero que hoy se termine.
—Lamento informarte que tu día especial se acabó hace una hora, qué tristeza. —Sean Grace se relajó, ya no lo abrazaba con fuerza, solo usaba la suficiente para mantenerlo cerca. El aliento de April calentó por un momento el espacio entre la almohada, el mentón y el pecho de Sean, eso le gustó a él—. Pero no sufras... La primavera empieza en un par de días, tendrás muchas flores para fotografiar.
—Es verdad —April sonrió recordando su cámara nueva y la cercanía de su época favorita del año—. Tenemos que aprovechar para ir a Santa Mónica. Le diré al abuelo que nos lleve.
—Pero tú odias el sol.
—Odio el sol en verano. Pero antes de eso, iremos a la playa. Y le tomaremos fotos al mar.
April se quedó callado tras un «Yo voy» de Sean que pudo ser un susurro o su voz alejándose cuando creyó que él se quedó dormido. Siempre hacían planes mientras cruzaba el umbral entre estar consciente y caer rendido. La mayoría de ellos nunca se concretaban, se quedaban perdidos al amanecer como si fueran solo sueños compartidos en voz alta por coincidencia.
Aun entre sus brazos, April no podía dormir. Le agobiaban cosas que no asimilaba por completo, cosas que, aunque afirmaba no tener secretos con Sean Grace, no podía contarle.
Solo era una sospecha.
Sean Grace siempre fue alguien intuitivo. Su corazonada le hacía sentir que algo no estaba bien. A veces, en los demás. A veces, en sí mismo.
Lo presintió. Y dudaba. No sabía nombrarlo. Era la misma sensación de tener los pies mojados sobre la arena cálida, con el agua apenas tocándolos. No lo entendía. Si nunca saldría de su boca no era real, prefería dejarlo desvanecer; que pasara igual que las olas cuando la marea baja. Sean sentía a April encogerse contra su pecho, lo jalaba igual que lo haría la corriente y reconoció que estaba a medio mar, a la deriva, a punto de ahogarse.
Estaba asustado. Confundido. Si April tenía razón, estaba asustado del amor. Si eso era amor, preferiría fingir que no lo amaba tanto como lo hacía.
La última vez que April se sintió enteramente feliz fue la noche que cumplió catorce años porque, sin saberlo, tuvo todo lo que hubiera deseado tener a los dieciocho.
✿ ✿ ✿
Septiembre, 1986
En el condado mariposa, la mezcla de culturas trajo consigo toda clase de creencias religiosas a las que las familias del pueblo eran profundamente devotas. De las más fuertes, el protestantismo, el catolicismo y el cristianismo, cada una con su propia doctrina y costumbres cuyas particularidades saltaban a la vista cuando la comunidad se reunía.
Entre los habitantes, los había como la Familia Moon, el mayor de ellos solía ser budista antes de llegar al condado, pero, poco a poco, tanto él como su familia terminaron adoptando las costumbres cristianas del sector a tal punto que, a April Moon, el menor de esa casa, nunca se le instruyó en una dirección contraria a lo que la biblia decía.
Si April pudiera detallar cada momento que pasó en la iglesia, diría que todo lo que hizo fue por pura convicción. Nadie lo obligó, no directamente, cuando él tomó consciencia ese sentido de adoración a «Dios» ya venía por defecto en él. Los niños en la iglesia eran sus hermanos y el pastor era quien tenía la verdad de lo que el señor quería decir. Su abuelo le enseñó que debía amar al prójimo como así mismo y que los de corazón limpio eran bienaventurados porque solo ellos verían a Dios.
Lo escuchó mil veces. Él creía en la vida eterna, en algo más allá a lo que podía aspirar si se mantenía puro, aunque lo encontraba difícil de lograr. La palabra «abominación» tenía el mismo significado cuando el pastor la decía sobre el púlpito, que cuando sus hermanos en Cristo la usaban para señalar a su familia. Y aunque estaba convencido de la existencia de Dios, al crecer dejó de sentir afinidad por todo lo que lo rodeaba cuando de la iglesia se trataba.
Ahora que era un adulto, afirmaba que lo que había interiorizado como el ejemplo de "un buen cristiano", era en realidad su abuelo siendo un buen hombre y era poco lo que Dios, la iglesia y sus feligreses, tenían que ver con eso. Una vez muerto él, las ganas de congregarse de April se habían evaporado por completo porque la religiosidad le resultaba un problema. Una complicación que le quitaba un poco de sentido a la vida a la vez que se contradecía a sí misma.
Aun así, no dejaba de creer. En su fe, su incapacidad de amarse a sí mismo, o a su prójimo ya lo tenía contra las cuerdas, pero no le interesaba buscar una religión diferente ni negar que sabía lo mucho que pecaba; de hacerlo, lo más seguro es que encontraría otra forma de condenarse a sí mismo. Pecado o no, esas cosas habían dejado de perturbarlo hace mucho.
Por otra parte, los había como la familia Kim, cuyas ideas divididas habían causado conflicto a la hora de educar a sus hijos. Sarah Kim renunció al catolicismo y en poco tiempo, se hizo al cristianismo que Seokwoo, su marido, y, Sean Grace, su hijo mayor, aprendieron por la convivencia con la familia Moon. Más esa cercanía con las tres doctrinas, dejó en Taylor, el menor de esa familia, una gran duda que ninguna pudo solventar.
Mientras sus padres y su hermano eran fieles creyentes de una sola doctrina, Taylor se cuestionó durante toda su vida cada uno de los preceptos de esa y las ajenas. La dinámica del condicionamiento clásico y la "meritocracia" que había que cumplir para alcanzar la salvación nunca le permitieron creer en eso o en el cielo. En algo divino. Era como un cuento absurdo para mantener a todos asustados y sumisos.
En algún punto, su propia soberbia—que lo hacía sentirse superior a todos en su casa— lo mantuvo desafiante ante a las ideas en las que intentaban instruirlo, tanto como para refutarlas con descaro o burlarse de ellas; pero mientras más crecía, maduraba y analizaba los fundamentos de las religiones que conocía, más se preguntaba por esa conexión especial que todos afirmaban sentir. Todos excepto Taylor. Un «algo» que los llenaba y acogía.
No presumía de escéptico. En el fondo no podía creer en nada de aquello ni tomarlo como algo más que mitología, pero incluso hasta los intelectuales más influyentes—en los que sí creía—coincidían en no negar ni afirmar la existencia de un Dios. Y eso dejaba a Taylor, como siempre, en el medio de un montón de ideas en las que necesitaba profundizar.
Los años pasaron. Taylor había recorrido cada tempo, iglesia y capilla en el pueblo y sus alrededores para encontrar una respuesta coherente a todas sus dudas sobre la creación, el universo y sobre sí mismo. Para Taylor, de existir un Dios, no tendría ningún tipo de influencia en la vida de los humanos; pero a lo mejor, de existir, con las cualidades que se le atribuían, Dios podría mostrarle la razón de ser para todas las cosas que lo hacían sentirse diferente.
Si es que había algún propósito en sentirse tan impropio de su piel, en su cuerpo y con sus pensamientos. Si quizás, ese vínculo que todos decían tener con Dios no era más que el nexo entre sus almas y sus mentes, que los forjaba como individuos llenos de algo que Taylor simplemente no tenía.
A veces creía que nació sin alma, pero aún sentía el vacío. Lo que le dejaba dos opciones: por error divino, su alma y su mente eran incapaces de acoplarse entre sí. O no había ningún Dios y el problema de todo era él mismo. Taylor era el problema.
Para Taylor Kim, que no confiaba en compartir lo que sentía, estar frente a esa puerta era el equivalente a estar frente a un confesionario después de pasar todo el día pensando en hacerlo. Un momento de valor y en medio de este terminó de abrir la puerta.
—Taylor, pensé que no vendrías —dijo ella al verlo asomarse—. Ven, siéntate. Hace tiempo que no te veo.
Él asintió y cumplió con sus indicaciones cuando se acercó al escritorio. Estar en la oficina de la orientadora de la escuela era lo más cercano a sentirse comprendido.
La primera vez que estuvo allí ni siquiera era su cita. Era sobre su hermano, peleando con otro de sus compañeros y Taylor fungiendo como traductor para sus padres. Al terminar la reunión, la orientadora le cuestionó por la traducción tan sintetizada que les había dado a sus encargados. Técnicamente, no había mentido, solo lo había adecuado a conveniencia de su hermano.
Desde ahí, la Dra. y Taylor habían conversado mucho más de lo que un alumno de primaria debería tener que ver con los docentes de secundaria. Sus altas capacidades eran evidentes e intrigantes.
—Gracias... Para serle honesto, yo también creí que no vendría.
—Me complace muchísimo verte. Estás muy guapo, la última vez que te vi tenías ¿quince? —catorce—Sí. Sí, catorce, veo que has crecido mucho. Aunque me sorprende verte aún aquí, a estas alturas, pensé que estabas en la universidad. Yo misma te firmé los psicométricos y las cartas de recomendación.
—Pues ya lo ve. Aún no he logrado salir del pueblo, pero eso no es de lo que quería hablar. —Se quedó callado, con exactitud: ¿de qué quería hablarle? Ni él mismo lo sabía.
—Bueno, henos aquí. ¿En qué puedo ayudarte?
—¿Ha oído esa teoría que dice que todo en el universo empezó de un punto en el espacio que se expandió? O... Cuando descubrieron la reacción en cadena y crearon la bomba atómica.
—Sí. Algo he leído sobre eso. —Ella lo vio con curiosidad, Taylor tendía a compararse con objetos, pero esto era una analogía extraña—. Pero no creo que quieras discutir experimentos conmigo.
«Cometí un error. Un terrible error que golpea mis aspiraciones en un lugar que no conocía. Es como si hubiera descubierto una parte de mí, una peligrosa parte de mí. A lo mejor es que antes no existía y la he creado por accidente».
—Es que, yo no... No sé ni por dónde comenzar. —Carraspeó con la garganta—. ¿Sabe qué? Lo pensaré mejor y regresaré otro día.
—Taylor. ¿Es sobre tu solicitud de investigación? Me han llamado un par de veces de la universidad esta semana, parece que no han podido localizarte en casa.
—¿En serio? Es que... Me dieron un plazo para presentarles una propuesta y me he quedado sin tiempo. Ya la terminé, pero quería que alguien más la revisara antes de mandarla.
—Ya veo qué sucede. Taylor, sé que todo este tema del Sr. Douglas ha sido duro para ti. Lo ha sido para todos, no solo lo veíamos como un colega, sino como un amigo.
—No tiene que ver con él.
—Sé que era tu asesor, pero mira, lo mejor que puedes hacer en este momento es acercarte a otro de tus maestros para que te apoye. No puedes esperar más tiempo, ni perder oportunidades por factores externos que no están en tu control.
—Lo sé. Pero ellos no lo entenderían, no quiero una revisión superficial y ambigua que me haga quedar como imbécil.
—No subestimes a la gente, Taylor. Ya lo hemos hablado. ¿Por qué no le preguntas a la Sra. Simons? Es tu nueva encargada de curso, tiene varios doctorados y trabajó por muchos años para Caltech.
—¿Por qué venir a trabajar aquí entonces? Nadie así retrocede tanto. Qué desperdicio.
—Auch.
—No, no. Es que... Si ya tenía una carrera, no veo el objetivo de cambiar su enfoque.
—Creció aquí. Volvió a la ciudad para cuidar de sus padres. No hemos podido igualarle el sueldo por completo, pero nuestro programa de excelencia es excepcional y está muy feliz. A veces, hasta los más brillantes toman decisiones por lo sentimental y eso no los hace menos brillantes. Elegir su bienestar antes que cualquier cosa, es de hecho, lo más inteligente que cualquiera puede hacer.
—Y en un par de años, cuando vea todo lo que dejó atrás, se sentirá fracasada y culpará a su familia por todas las cosas que no logró por ponerlos a ellos como su prioridad, aunque nadie se lo haya pedido.
—Puede ser. Aunque, supongo que es algo que, en su momento, le concernirá pensar solo a ella. En lo personal, no me parece arrepentida, en lo absoluto. —Taylor se aclaró la garganta. Esto de proyectarse en los demás tan seguido estaba siendo un problema.
—Perdón, estoy siendo imprudente con mis comentarios.
—Descuida. Sé que no lo haces con mala intención. ¿Cómo están tus padres?
—No es eso de lo que quería hablar.
—Ya veo que «se llevan bien» como siempre.
—Están raros desde que les dije que me voy de la ciudad. Ellos en realidad no confían en mis habilidades para sobrevivir en el cruel mundo exterior. Por favor.
—A veces me preocupa el resentimiento que tienes hacia tus padres.
—No estoy resentido. Es solo... No lo sé. Es como si fueran a perder a su red de seguridad. Sienten que se les acaba el tiempo y comienzan a angustiarse. Créame, están insoportables. Todos los días me hacen sentir culpable por no querer desperdiciar años y años de trabajo.
—Son tus padres, es su trabajo preocuparse por ti.
—Quince años después es un poco tarde para comenzar a hacerlo, ¿no cree? Actúan como mis padres solo cuando les conviene. Y resulta que les conviene tenerme en casa, enfocado al cien en cosas que deberían ser su responsabilidad.
—Hay algo más aquí que no estás diciéndome. Si estás en peligro y necesitas ayuda...
—¡No! Es que... Estoy cansado.
—¿De ellos?
—De todo. Vine aquí sin un motivo en específico solo porque no sabía a dónde más ir. He buscado respuestas en todos lados y cada vez estoy más convencido que no hay un lugar para mí aquí. Pero al decir "aquí" no sé si me refiero al pueblo, a mi casa o... Aquí. No sé dónde es eso.
Ella lo vio con extrañeza y se recargó en el respaldo de su silla. Taylor Kim llevaba visitando la oficina de orientación desde que era un niño y era la primera vez que decía algo que, en lugar de sorprenderla, le confundía.
—Creo que el ritmo de vida que llevas puede ser muy agotador para cualquiera, en especial para alguien tan joven como tú. Me parece que necesitas tomarte un respiro.
—Es como siempre he sido. No puedo detenerme o cambiarlo. No creo que sea algo malo. La verdad es que ese no es el problema. Soy autoexigente. Lo sé y lo acepto. Pero últimamente me siento peor que antes. Solo que antes no sentía nada. Es mucho y me desenfoca. Me pierdo en eso. ¿Me explico?
—Trata de ponerlo en palabras simples: ¿hay algo que te preocupe?
—No puedo usar palabras más simples. Ni siquiera sé qué es. Cómo explico algo que no entiendo.
—Eso es lo que te perturba, ¿cierto? No entenderlo.
«Solo hazlo»
—Sí —dijo con una sonrisa hacia abajo que en nada coincidía con la ambigüedad con la que hablaba.
—Hasta el momento nunca tuvimos un conflicto de este tipo con algo, entonces, ¿es con alguien? —dijo y él le quitó la mirada—. ¿Qué fue lo que pasó que es tan malo?
—Es largo de explicar. Creo que arruiné la única oportunidad que tenía de sentirme normal. No me gusta involucrarme con las personas porque no suelen llevarme el paso mentalmente y más que sentirme orgulloso de eso, es agotador, porque a ellos no les afectan la mitad de las cosas que a mí sí. Quiero entender el mundo de la misma forma que los demás, sentirlo igual, creí que no podía, eso me resignó por algún tiempo, pero...
—Alguien —dijo y Taylor terminó de encontrar las palabras adecuadas para asimilar lo que sentía.
—Conocí a alguien como yo. A la deriva a su manera igual que yo. Una persona particular. Me intrigó tanto que me extralimité, lo arruiné y no puedo dejar de pensar en eso. Lo recuerdo día, noche, una y otra vez hasta tener náuseas desde que decidí alejarme.
—¿Hablaste con ella sobre lo que pasó? —Taylor negó—. Honestamente, por cómo te conozco, no creo que hayas hecho algo imperdonable para el resto, solo para ti.
—Ella... —Taylor sonrió cansado—. No, pero esto no es sobre ella. Es sobre mí, supongo. Me acostumbré a su presencia. Ahora que no está, me doy cuenta de que siempre me he sentido un poco solo. Diferente.
La puerta de la oficina se abrió de pronto.
—¡Hellen! ¿Ya estás lista? Nos ganarán el estacionamiento del pollo frito —enseguida, el director entró y se quedó callado al ver a Taylor—. Perdonen, no sabía que estaban en una sesión, volveré al rato.
—¡No! No... Ya estábamos terminando, señor.
Taylor se levantó de pronto. El espacio de valentía que se abrió por un momento se cerró. La Dra. intentó detenerlo al verle tomar sus cosas, sin éxito, se quedó con la palabra en la boca. «Tengan buen día» dijo, dejando a los dos mayores confundidos entre sí.
El timbre del final de la tarde lo sorprendió en el pasillo, los jueves eran su día más aburrido. Tenía dos cursos en la mañana y uno al final de la tarde, en medio de eso, no hacía más que vagar por ahí. Ese día ni siquiera tuvo la clase del final, todos iban con prisas para terminar de organizar la noche de padres de mañana. Si fuera más cercano a su hermano, le pediría un aventón a casa para no tener que pasar su día entero solo, pero no era el caso, no tenía ni la más mínima idea de dónde estaba Sean Grace.
Aún era extraño. Taylor consideraba a Sean Grace su amigo, pero al parecer, Taylor era solo su hermano. Estaba obligado social y biológicamente a quererlo. Eso lo tenía sin cuidado, en algún momento, ambos se irían de casa y tendrían vidas completamente opuestas, no se verían y, con el paso del tiempo, olvidarían llamarse. Puede que pensar en eso lo haría admitir que extrañaría, al menos, una pizca a Sean. Pero no podía permitirse sentir más de la reciprocidad que veía.
Sean no era su amigo. No era alguien que lo buscara para salir o que disfrutara acompañarlo, era alguien que tenía los mismos lugares en común y, aun así, ya no se esforzaba por coincidir con él. Puede que eso contribuyera a su repentino sentimiento de soledad.
Septiembre era niebla. Podía verla desde la ventana del segundo piso de la escuela, cayendo entre los árboles. El otoño comenzó y Taylor se la pasaba buscando un motivo para sus aflicciones. Si es que lo había, ni siquiera podía argumentar que algo malo pasaba en su vida, tenía todo lo que necesitaba para vivir y eso habría sido suficiente en algún otro momento.
Las aves y las mariposas comenzaron a migrar hacia otras partes más calurosas del estado; les tenía envidia; incluso si se parase bajo el sol más fuerte, no sentía calentar ninguna parte de su cuerpo.
Escuchó el sonido de un «flash» a la distancia; volteó a ver y recibió a hora la luz de la cámara apuntando en su dirección.
Y ahí estaba ella.
Con sus ojos entrecerrados y el cabello estorbándole para ver. April esbozó una sonrisa que le detuvo por un instante la respiración, aunque su presencia le cerraba poco a poco la garganta.
—Oye, Taylor. ¿Dónde estabas?
La idea de quedarse en el rollo de su cámara lo perturbó, las cosas que no sabía afrentar le obligaron a dar un paso hacia atrás. Todo lo que quiso decirle se perdió de su pecho a sus labios.
No quería tener que responder por su rostro, por sus acciones o su existencia. No podía manejar lo que había en su exterior, a su alrededor, apenas podía controlar lo que pensaba.
Las personas no entendían a Taylor. Él mismo Taylor tampoco lo hacía.
Y esa cámara en manos de la única persona que le había importado algo en mucho tiempo terminaron por romper el poco control que tenía sobre sus pensamientos de sí mismo.
—¡Taylor, espera!
La voz de April que lo llamaba para detenerlo se quedó distante. ¿Había huido? Taylor era muchas cosas, pero nunca cobarde. No le temía a April, sino a la idea que tuviera sobre él, ¿tal vez? Hizo una lista de al menos veinte cosas que saldrían mal si se atrevía a verlo a la cara, a confrontarlo.
Es probable que April lo haya seguido un par de metros desde la entrada de la escuela hasta la acera. Si no, sería solo su voz atormentándolo cuando se echó a correr.
«¡Tengo algo para ti!»
El pueblo comenzaba a cambiar de colores. Incluso los árboles sabían cuándo debían pasar de una estación a otra. Era perfecto. Exacto. Hasta los árboles congeniaban mejor con su entorno que Taylor.
Se veía en el reflejo de los autos. Parecía que no se conocía a sí mismo. No sabía en qué momento dejó de ser Taylor porque no conocía las cosas que lo hacían ser él. Tenía todo su informe listo sobre su escritorio y no quería entregarlo porque sería como dejar ir la última cosa que conocía bien de sí.
Entró a su casa, hasta su habitación y se vio al espejo con decepción.
Necesitaba un solo motivo. Una razón. La había buscado toda su vida, pero no podría verla ni aunque la tuviera frente a él. Si la enfrentaba la haría real y estaba cansado de preguntarse:
«¿Por qué soy así?»
✿ ✿ ✿
Toda la semana.
Toda la maldita semana.
Taylor se la había pasado evitándolo toda la estúpida asquerosa maldita semana.
April se había raspado el codo, discutido con su padre varias veces, terminado su trabajo para la feria de ciencias, hasta había revelado sus fotos y no tuvo acercamiento alguno de Taylor. Sabía que debía ser abrumador, pero ¿cuánto tiempo necesitaba para reponerse de lo que pasó entre ellos?
No había motivo para sentirse avergonzado ante April. Él podía fingir a la perfección que nada había sucedido. Aún tenía una pizca de nobleza en sí mismo para elegir callar por no dañar más la integridad de Taylor. (O la suya).
Se besaron. Nadie tenía que saberlo. Lo besó y no había motivo para que alguien se enterase.
No fue una semana.
Fueron cinco días que parecían veinte. Días en los que había echado de menos a Taylor. Ese bobalicón tenía algo en él que era magnético, un carisma peculiar que hacía de su compañía disfrutable, aunque eso no era suficiente. La falta que le hizo podría deberse a la infinidad de líneas rectas que imaginaba cuando pensaba en él. Lo supuso cuando lo dibujó de memoria usando el traje que tenía pensado para él. Lo confirmó cuando reveló un mes entero de fotografías y Taylor aparecía desprevenido en la mayoría de ellas.
Su perfil era tan natural. Marcó con una regla en una fotografía todos los ángulos que encontró en su rostro. En lugar de arruinarla, le dio un valor inigualable a aquella imagen e hizo de ella la muestra irreprochable de la singularidad en Taylor.
Si no lo hubiera visto crecer, hasta llegaría a pensar que él mismo se había inventado a Taylor, con todas las características que admiraba en alguien. Pensaría que estaba loco por no lograr sacarlo de su cabeza.
Ocupó el tiempo que no pasó con él en terminar el traje que le ofreció para su presentación. La presentación sería mañana y April ya comenzaba a inquietarse más de lo debido porque no había tenido oportunidad de probarle el traje a Taylor.
No es que dudase de sus habilidades de confección o para tomar medidas, sino, estaba insatisfecho de la experiencia. La sentía inconclusa. Parte del placer de crear algo nuevo estaba en el tallaje de sus prendas, de nada le servía tener su mejor creación en años en el perchero cuando el dueño de la pieza estaba tan cerca de él.
Necesitaba encontrar la forma de llegar a él. Taylor era muy inaccesible cuando se lo proponía.
Debería admitir que, ligeramente, le gustaba Taylor, al menos un poco. Algo tenía su atención doblegada hacia él. Había descubierto el porte que naturalmente poseía, solo necesitaba darle un pequeño impulso. Ese traje probaría que Taylor Kim ya no era ni de cerca el niño extraño con el que aún lo asociaban.
Ya estaba listo todo. Casi todo. Le faltaban un par de zapatos adecuados, dudaba que Taylor tuviera uno y lo último que necesitaba era que toda el aura con el que fantaseaba develar a Taylor se viera estropeada por sus tenis amarillos o unos zapatos negros. Si el chico no estuviera huyendo de él, en este momento estaría cortándole el cabello.
Ahora, en jueves, al salir de la escuela aprovechó sus responsabilidades familiares para sus propias diligencias. Pasó por la tienda recogiendo las compras que su abuela dejó encargadas y terminó frente al estante de una zapatería intentando calcular la talla de Taylor.
Sus pies eran más grandes que los suyos, si pensaba en los zapatos de Sean, tal vez le atinaría, aunque Taylor seguramente no tendría pies tan anchos como los de un atleta. Un empeine más delgado en pies más largos. Pasaba de los cuarenta, seguro, ¿cuánto más? Si se equivocaba sería culpa del marica de Taylor por no acompañarlo a comprar.
Tomó unos zapatos Oxford marrones de una de las últimas repisas, en un pueblo forestal, a los guardabosques no les interesaba ese tipo de calzado, por fino que fuera siempre estaba en descuento. Aun así, los observó para asegurarse de que no estuvieran dañados.
Entre los estantes, notó que lo observaban. Se movió un poco en el pasillo, pero al hacerlo tuvo de frente a quien lo veía, doblando por la esquina del estante.
Era un joven, poco más alto que él, de piel tostada y oscuro cabello rizado. Vestía ropa común, a lo mejor era algún cliente del aserradero, por lo que no entendió del todo la mirada cómplice que le regaló o su cercanía tan repentina.
—¿Te conozco de algún lugar? —dijo, confrontándolo.
—De ninguno bueno. —Sonrió—. Eres Abril. ¿Cierto?
No pudo evadirlo. Nunca usaba su nombre y que alguien lo abordase con él despertó su curiosidad.
—Es April... De hecho.
—Abril, April. Es exactamente lo mismo.
—Y tú eres... Perdón, pero, no te recuerdo.
—Descuida, no esperaba que me reconocieras. Luzco muy diferente a la última vez que nos vimos. ¿Qué tal tu vida en prisión? —dijo sonriendo.
Con ese gesto y sus ojos entre cerrados, al fin April terminó de asimilar quién era. Se acaloró un poco cuando el hombre frente a él terminó de coincidir con la imagen mental de la mujer con la que compartió celda la noche que pasó en prisión.
—Eres tú. Eres... Ahora sí que debo disculparme, no te... Wow. Perdón, es que, siento que eres otra persona.
—Lo soy. Al menos de día —bromeó—. Esta ropa aburrida es el camuflaje perfecto. Me hace lucir «normal».
April sonrió.
—Hola, Óscar, el normal.
—Hola, Abril, con buena memoria.
Su abuelo decía que la gente problemática atraía a sus iguales. Esa era la razón por la que April parecía atraer problemas a dónde iba. Pero este joven estaba lejos de parecerlo. Ahora no iba despeinado, se había cortado el cabello para pasar desapercibido, los rulos pequeños que aún conservaba eran apenas notorios. Además de tener una mirada profunda que no le inspiraba la misma desconfianza que antes.
La chaqueta y su escasa barba lo hacían pasar por un hombre cualquiera del pueblo. Aunque, a juzgar por la expresión cansada, April diría que ni su rostro barbado, ni el del maquillaje corrido cuando lo conoció eran su verdadero rostro. La unión de ambos lo era.
—Te hacía en Nueva York desde hace rato —dijo April.
—Sí... Bueno. Los planes cambiaron un poco. Es difícil cruzar el país solo.
—¿Y tu amigo?
—Randall y yo... nos separamos. Él intentó volver a casa de sus padres. —Volteó hacia otro lado—. Lo mataron dos cuadras antes de llegar.
April se detuvo en seco.
—¿Qué dijiste?
—Sí. Lo que oíste. Es lamentable... Pero, no es un caso particular, ¿sabes? Era un chico negro y afeminado en un barrio peligroso. Le dije que se quedara conmigo, él no me escuchó. Lo que más reciento de todo es que no era más que un chico. Ahí donde lo viste todo grandote y mal encarado, apenas tenía veinte.
April lo vio con curiosidad.
—¿Cuántos tienes tú? —se animó a preguntar.
—Los suficientes para tener antecedentes... Tengo veintitrés.
—Eres solo unos años mayor que yo. —Pareció interesado—. Cumplí diecinueve este año.
—¿Lo juras? —April asintió—. No recuerdo en dónde estaba cuando cumplí diecinueve.
—¿Qué pasó con tu familia?
—Respuesta difícil.
—Lo siento, no es de mi incumbencia.
—Difícil, no secreta. Mi familia me desconoció así que, supongo que no tengo familia. Siempre vivimos en casas de alquiler, la última vez que regresé a buscarlos, ya no estaban y nunca supe dónde encontrarlo.
—Parece que la has pasado mal.
—Un poco. Sorprendentemente sí terminé la escuela, podría tener un trabajo decente, algún día, aunque eso implicaría vestirme así por siempre.
—No es tan malo... Creo. Eso te ayudaría a empezar de nuevo, podrías quedarte como luces hoy.
—No existe un empezar de nuevo para la gente como yo, Abril. Una vez que tocas el borde entre ambas cosas, este deja de existir. Puede que sea feliz siendo el hombre que mis padres criaron, pero a veces, solo a veces me pregunto por ella. No todo el tiempo, solo cuando la veo en el espejo, cuando la encuentro en mi reflejo, aunque seamos muy diferentes. Creo que somos la misma persona. Porque no sé si alguna vez he dejado de ser él o si alguna vez he sido ella.
April se quedó estático. Algo encajó en su mente y eso le causó escalofríos.
—Yo he pasado una gran parte de mi vida sin saber hacia dónde voy. Creo que no saber el quién soy debe ser... desgarrador. Aún así, siempre he creído que somos lo que pretendemos ignorar de nosotros mismos.
—Incluso en el vestido más hermoso, de la tienda más cara; con el cabello más largo y el perfume más dulce seguirían viéndome como él. Aunque cambiara mi nombre y mi voz, no sería la chica que hace que todos se queden callados. A la que llaman «señorita» a simple vista cuando entra en algún lugar, a la que se le ajusta la ropa que desea porque se hizo pensado en un cuerpo que no es el mío.
—Dices eso porque no has encontrado una tienda que tenga buena ropa. Y no lo harás, al menos no en este pueblo, hasta hace poco no había más que un par de locales rancios que parecía que fotocopiaban las prendas más horrendas para vestir a todo el pueblo.
—Lo entiendes... —afirmó, con extrañeza en su rostro.
—Si sirve de consuelo, la noche que te conocí, no supe qué eras. Bueno, aún no lo sé. ¿Qué eres?
—Admito qué no lo sé. No lo sé. No sé quién o qué soy. Ni qué quiero, ni a dónde voy.
—Ya veo. Eres Óscar, solo Óscar.
April lo veía con curiosidad. Esa persona tenía un conflicto que apenas entendía y con el que se sentía plenamente identificado. Le vio sonreír, su mirada evidenció que había comprendido, sin querer, algo muy complejo. Óscar tomó una bocanada de aire con la que disimuló que se sintió a gusto con April, era el tipo de persona que inspiraba una inmensa confianza.
—¿Esos zapatos no son un poco grandes para ti? —dijo Óscar, refiriéndose al calzado elegante que tenía April sobre el taburete.
—No me gusta probarme los zapatos de las tiendas. Estoy comprando al cálculo...
—Te quedarían si midieras como un metro ochenta o algo así —lo dijo con ironía, considerando que ni él ni April eran lo suficiente altos para llenarlos. Pero la sonrisa nada burlona de April delató que no eran para él.
—Eso no es un hecho, es más como un dicho de abuela. Pero lo tomaré en cuenta.
Óscar retrocedió para marcharse, viéndolo de lejos, le dijo:
—Si algún día vas cerca de «West Hollywood», búscame. Me gusta hablar contigo.
—¿¡Vives en Los Ángeles!? —Óscar sonrió apenas. Ojalá fuera el lugar que el chico creyó.
—El club West Hollywood, en la carretera saliendo del Condado —se corrigió—. Fue bueno verte.
—Lo mismo digo.
Se despidió con un ligero movimiento de mano. Había pasado un largo tiempo desde la última vez que hizo un amigo, dio un par de pasos, más el temor de no volver a toparse con alguien que no lo rechazara, hizo a Óscar regresar hacia April.
—Dame tu brazo —le dijo y en cuanto se lo extendió, le bajó un poco la manga para dejarle escrito un número de teléfono en la piel, usando un viejo labial rosa brillante que llevaba en el bolsillo de su chaqueta—. Es del club, espero que no se borre antes de que vuelva a saber de ti.
April, confundido, observó su muñeca distrayéndose de los pasos hacia atrás de Óscar cuando murmuró una despedida y se alejó. No lo detuvo, no hizo más que bajarse la manga del suéter con mucho cuidado y ver hacia la puerta de la tienda cuando esta se cerró.
Vaya. Ese sí que era un tipo muy extraño.
✿ ✿ ✿
Después de terminar con sus quehaceres oficiales, regresó a casa antes de que su abuela notara que aprovechaba el tiempo para escaparse un rato.
Aparcó frente a su casa; comenzó a bajar sus encargos, llevó con éxito casi todas las bolsas hasta que escuchó un rasgue seguido de varias cosas bajando por sus piernas.
Una de sus bolsas de compra se rompió. Maldijo equilibrando las restantes y se apresuró a dejarlas en el interior de la casa. De reojo alcanzó a ver a aún transeúnte que se detuvo para recoger las cosas que rodaron por la cera.
April volvió hacia la entrada, su expresión se endureció al ver a el jabón para platos en los pies de Sean Grace Kim.
—Yo puedo, gracias —dijo, apresurándose para recoger eso y otros insumos.
—Descuida, no me robaré tu crema de belleza. —Sean sonrió, aludiendo al gran frasco de crema que sostenía.
April se la rebató de las manos.
—Es de mi abuela, ¿de acuerdo? De todas formas, ¿a ti qué?
—Qué genio el de algunas personas... —Sean resopló, aunque la camioneta abierta y el chico batallando con sus cosas le llamó la atención—. Moon —dijo viendo sobre sus hombros—, ¿Taylor no estaba contigo?
—Sí mira, lo tengo aquí en mi bolsillo. —Sean no pareció entender su sarcasmo—. ¿Ves a Taylor por aquí? No. No sé dónde está, no lo he visto en un par de días.
—Oh. Ya veo. Hoy salió algo temprano de la escuela y tuve un presentimiento extraño.
—¿Por qué asumiste que estaría conmigo?
—¿No es tu nuevo amigo? Lo traes de arriba abajo por todo el pueblo.
—¿Te importa? Es muy agradable, de hecho. No sé porqué tardé tanto tiempo en convivir con él. Oh, espera, sí lo sé.
Sean Grace bufó.
—Sí, me importa, él es influenciable y tú no eres la mejor opción para ser su amigo.
—¿Tiene opciones? Por favor. Saca al chico de tu bolsa de canguro, Grace. Ya no puedes decidir con quién habla o deja de hacerlo.
—Solo me preocupó que sus compañeros lo hayan notado más raro que de costumbre en clase.
—Tu noviecita hizo un comentario de Taylor y asumiste que algo estaba mal con él. ¿Y dices que él es influenciable?
— Yo también lo he sentido inquieto. Ella solo se preocupó por él.
—Ah, entonces sí fue ella quien anduvo de chismosa. No me sorprende.
—Me voy antes de enojarme por alguien que no vale la pena. Solo espero que no tengas que ver con eso.
—¿¡Y qué se supone que es «eso»!? Deja tu delirio de perseguidor conmigo. Yo no tengo nada que ver con las cosas de tu hermano, chance solo se está hartando de ti y quiere partirte la cara, en cuyo caso, con gusto puedo darle razones para que lo considere mejor y lo haga.
Sean Grace rodó los ojos en medio de un suspiro. Era inútil discutir con él, siempre encontraría la forma de perturbarlo. Pasó a su lado para seguir su camino.
—¡Vete a la mierda, fenómeno! —gritó mientras se alejaba.
—¡Allá te veo, cretino! —respondió April.
Sean, de espaldas, le mostró el dedo de en medio al alejarse, hasta que llegó y entró a su casa.
April se quedó en la acera recogiendo sus cosas. La ventana de Taylor se veía desde la calle, la luz estaba encendida, habría sido un buen momento para ir a buscarlo de no ser porque su gorila estaba ahí.
En la casa de los Kim, Sean revisó que la cocina estuviera limpia y la ropa aseada, corrió a su habitación para dejar sus cosas. Tenía planes para la noche y Sunhee debería estarlo esperando. Se apresuró a ducharse. Le llamó la atención que la presión del agua fuera tan leve, seguramente la estaba usando el único que se mantenía en casa a esa hora.
Se vistió y fue a corroborar que todo estuviera en orden con su hermano, por inercia.
En la habitación de Taylor, sus zapatos estaban por el piso, igual que su mochila y se escuchaba el sonido de la regadera. Por un momento pensó en molestarlo, pero el reloj marcaba las 18:00 y tiempo con Sunhee era algo que se le agotaba. Dejó entrecerrada la puerta antes de bajar y sacar el auto.
Hablar con April siempre le dejaba un mal sabor de boca.
A ambos.
April tenía su plato de comida frente a él y no podía tocar nada, solo lo veía. Escuchó el motor ruidoso de ese auto pasar por su calle. Conocía muy bien ese sonido, pero no podía asegurar que se tratara de Sean saliendo de su casa a esa hora.
Tal vez iba al trabajo.
O a entrenar.
O era el señor Kim yendo por la cena.
No quería concluir que se iba de cita, o de fiesta porque no pararía de imaginar lo mucho que se divertiría sin él. Lo feliz que era su vida sin él, con su rostro y su novia perfectos. Novia casi perfecta. La chica no duraría. Lo intuía. Por mucho que Sean Grace se ilusionara con ella, no parecía ser el modelo de mujer que elige a tipos como Sean, que carecía de clase y cultura, con un apellido común y más deudas que talentos heredados.
Sí. Independiente de lo que sintiera o no por él, Sean Grace era una promesa. Algo que esperar que se cumpliera, no tenía nada seguro. Eso era lo cansado de él. Cargar con las ilusiones de Sean era demasiado pesado para cualquiera. Lo fue para él.
Afortunadamente—para April—ya no era lo único que ocupaba su mente. Se levantó de la mesa luego de obligarse a tragar un par de bocados, se animó a llamar a Taylor a su casa; pero el teléfono sonó y sonó sin obtener alguna respuesta. Toda la maldita semana y Taylor no se dignó a hablar con él.
Vio el número de teléfono bajó su manga, dudó, pero terminó por anotarlo en la libreta arriesgándose a haber escrito mal algún dígito por lo corrido que estaba cuando lo leyó.
Subió a su habitación, no sin antes tomar la crema que su abuela le confirmó sí era para él. Solo quería aclarar algunas cosas con Taylor.
Nada más.
Él tampoco sabía qué decirle, solo lo intentaría.
Se decidió a ducharse antes de dormir, puso la radio, pero todas las canciones le recordaban a Taylor, por alguna razón. No diría que correría a sus brazos y le declararía un amor profundo. No le era indiferente. Eso era todo.
No era indiferente a sus ojos. Ni a sus manos o su intelecto. Le gustaban sus desvaríos de aventurero, poco o más que el olor de su cabello.
Veía la espuma correrle por los pies y se acordó que Taylor le dijo que el jabón hace burbujas por su composición molecular. No recordaba cómo funcionaba eso, pero sí las burbujas del parque que explotaron contra sus anteojos cuando se lo explicó.
O el agua caliente en su espalda. No era más que agua común con moléculas chocando entre ellas hasta alcanzar la temperatura exacta. Todo vibraba, todo estaba en movimiento, aunque él no lo notara. Taylor le enseñó eso.
Salió del baño solo con la toalla enrollada en su cintura y caminó hasta su armario para tomar un pijama.
Se jactó un poco mentalmente. Aún pensaba en esa tarde en el aserradero. Taylor tenía menos pudor de lo que imaginó. Pero era extraño, no llegaba a ser exhibicionista de ninguna forma. Se quitó la camisa como si nada frente a él y no se avergonzó ni por un segundo como ahora. Apenas notó que le hizo tragar saliva y sonrojarse cuando lo tomó por sorpresa con su torso descubierto.
Taylor le recordaba un poco a las carátulas de los videos de aeróbicos de su abuela, donde había hombres bronceados y esbeltos como aspiración del cuerpo soñado, tan bien formado... Quería entrar en su habitación y agarrar todos sus chalecos feos con una tijera para dejarlos vueltos retazos. Si estuviera en sus manos, April obligaría a Taylor a usar su ropa solo para tener esa vista privilegiada cada que se cruzara de brazos y su pecho se marcase con los botones de la camisa luchando por no ceder.
Sería el objeto de atención de todo el mundo. Alguno que otro menos inculto haría algún comentario desubicado; y cuando las personas dijeran cosas estúpidas, Taylor alzaría una ceja para verlos con desagrado, de brazos cruzados, listo para refutar viéndolos por encima de sus anteojos.
Empañarle los anteojos a Taylor no sonaba mal. ¿Taylor lo atraía de esa forma? Su rostro estaba ganando madurez, pero por ahora, era un verdadero Adonis.
April agitó la cabeza.
No le gustaba Taylor. Al menos no de gustar-gustar. Solo era alguien bien parecido y lo reconocía, también olía bien. Tan bien.
Incluso tras ducharse seguía sintiendo el aroma de Taylor, como si estuviera cerca de él. Su olor. Su presencia tenía notas de cedro y cálamo, o tal vez era ciprés. Pero no podía estar seguro. Siempre descubría una nota olfativa nueva cuando estaba cerca de él.
Hurgó entre su ropa para sacar una de sus franelas para dormir, pero se detuvo cuando encontró la sudadera amarilla que le había robado a Taylor la noche que lo curó. La tocó lentamente; era como si lo hubiese llamado con el pensamiento. Sonrió un poco, palpando lo suave de la tela, todo lo que venía de él era suave. Terso.
Tan terso como lucía la piel de su abdomen. No era de los chicos que hacían ejercicio como parte de su rutina, gozaba de privilegios divinos. Incluso sin esfuerzo, su musculatura se marcaba; solo lo necesario, lo justo; para que April se perdiera en la pregunta de si su vientre habría de sentirse rígido o blando al tocarlo intencionalmente. Hasta ahora solo tenía una respuesta parcial a tal duda.
Una gota de su cabello se le resbaló por la espalda, haciendo que la arqueara de pronto.
Tomó su ropa interior y la lanzó a la cama antes de tomar la sudadera del armario.
El estéreo seguía encendido; se colocó la sudadera sin usar una camisa debajo, le gustaba la sensación de esa tela en contacto directo contra su pecho.
Era gracioso; la costura de los hombros le quedaba caída de sus propios hombros, y las mangas eran tan largas que cubrían sus manos incluso con los dedos extendidos.
A diferencia del suyo, el cuerpo de Taylor tenía líneas largas y rectas que gozaba ver. Algunos meses atrás había visto a Taylor usar esa sudadera en los días que debían hacer educación física, aunque ni entraba a la clase. Pensar que ese mismo suéter le quedaba tan ajustado a su dueño le hizo perder un poco la compostura
Caminó hasta la cama y se sentó en ella; el resorte inferior le cubría hasta la mitad de los muslos, esta se detuvo un poco por la toalla que aún tenía alrededor de su cintura.
Se secó las piernas. Quitó la toalla para terminar de vestirse, más la sensación de la franela directo en su piel no solo se sentía bien en su pecho, también lo hacía en su cadera y vientre. Tanto como para llevarlo a deslizar una mano por sobre su abdomen, pasando por su vientre hasta posarla en su pierna derecha.
No había nada de malo en admitir que tal vez, solo tal vez, Taylor Kim le parecía más que solo "bien parecido".
Sus dedos eran largos y sus manos siempre estaban frías. Las cosas que esas manos podrían hacerle sentir si le tocara los muslos. Era placentero solo de imaginar en lo encantador que sería; suave como él era, lento como su forma de hablar. Apretó su pierna, perdido en la certeza con la que descubrió que no le molestaría tener el pulgar de Taylor jugueteando por sus muslos hasta llegar a su ingle como él en ese momento.
Entonces se dejó llevar por sus ensoñaciones, imitando la imagen mental que tuvo del chico llegando hasta su miembro para tocarlo apenas, como si supiera que April no poseía toda la paciencia de la que alardeaba.
Oh, Taylor.
Taylor... Tan ingenuo. Tanto cerebro y en el fondo, demasiada inocencia para su propio bien. Con esa sonrisa y esos hombros merecía ser corrompido. Taylor lo había besado y ahora estaba seguro de que sabía a pureza con un toque dulce.
Oh.
El calor comenzó a subir; se agitó un poco cuando recargó su cuerpo contra las almohadas en la cabecera de su cama, a medias, enredando sin querer sus pies en la toalla húmeda que se quedó colgando cuando dobló las piernas.
Las fotos que le había sacado despejaron sus dudas. La cintura, los brazos... Esos brazos podrían levantarlo sin problema alguno. Había conseguido inmovilizarlo con una sola mano, sin forzarlo, sin agredirlo; pero si quisiera hacerlo... April no se negaría.
Cerró los ojos, las imágenes con las que en su imaginación reconstruía a Taylor se quedaban cortas al llegar a su ombligo, nunca había visto más allá y el misterio le hizo jadear mientras sentía su erección comenzar a crecer.
Pensar que Taylor huyó luego de un pequeño beso hizo subir su temperatura corporal lo suficiente como para que se animara a extender el brazo al buró junto a la cama. Intentó alcanzar el bote de crema corporal, a tientas, e hizo que cayera entre sus cobijas hasta que terminó cerca de su cadera.
Se quejó sin proponérselo. El aplicador le dio problemas para untar su mano izquierda de producto, pero era lo de menos. Deslizó su mano por su miembro ya endurecido para llenarlo de crema, aspirando por la boca sin despegar los dientes.
Su abuela no tenía idea del favor que le hizo al darle esa crema de jalea real. «Úsala para tus cicatrices», le dijo, pero había usado decenas de cremas y no había mejoría.
Sí, claro. Úsala para intentar borrar esas marcas o para pensar en uno de los modelos de esas revistas que te gustan, esos de los comerciales de perfume en los que piensas cuando te tocas a ti mismo en la ducha, cuyos labios son tan carnosos que se verían perfectos alrededor de tu amigo llevándoselo a la boca una y otra vez.
O mejor aún, úsala mientras piensas en el chico confundido.
Era casi seguro que ese niño se estaba enamorando de él. O al menos, lo que Taylor creía era «enamorarse» de alguien. Si se lo preguntara ni siquiera tendría una respuesta concreta porque no tendría contra qué comparar la sensación y Taylor era de los que dudaba, no había prejuicio, sino una notoria necesidad de experimentarlo todo y hasta el momento apenas estaba poniendo a prueba sus impulsos.
Entonces, ¿era posible que Taylor gustara de él? De esa forma. Física. Vergonzosamente. Lo suficiente para dejarse explorar sin reservas.
¿Estaba enloqueciendo?
Sus labios eran finos, se veían muy bien cuando se relamía después de comer, pero se verían mejor si los usara con más descaro. Si los usara para besarle la entrepierna o los viera articular en protesta diciéndole que no temblara. (No aún) Sentirlos contra el cuello y el mentón.
Aumentó la velocidad con la que se acariciaba. Su mano subiendo y bajando, jalando su propio miembro no era suficiente. Necesitaba a Taylor tomándole de la cintura y dejándole marcas rojas de sus manos en la piel.
Incluso le hacía pensar a qué se animaría. Su exnovia pareció disfrutarlo bastante, aunque la golpeó por accidente no quería que se detuviera; pero Taylor no era como ellos. ¿A qué estaría dispuesto él?
¿Gemirá tan ronco como habla?
Era por mucho más alto que él y aun así parecía que April podía dominarlo para hacer(le) exactamente lo que quisiera.
Era fácil hacerlo ceder. Pero su presencia era fuerte. Tenía el contraste perfecto entre lo profundo y lo suave, como el cardamomo. Aunque a veces, le recordaba vagamente a las almendras; a un aroma aterciopelado, sensual, como el aroma a sándalo. Taylor olía tan masculino, que parecía que el sudor de April y el de la crema, se perdía, se estaba mezclando con el olor del suéter. Lo envolvía.
O solo lo imaginaba.
Había lavado el suéter muchas veces ya, no había forma de que el olor permaneciera. Lo usó por primera vez la noche que Taylor lo encontró, la misma que se quitó la ropa mojada frente a él como si nada. Con un poco más de descaro, no habría volteado el rostro para evitar verlo cambiarse frente al espejo detrás de él. Ahora no dejaba de imaginar que lo besaba a la fuerza y lo empujaba contra ese espejo.
Ese «crack» que resonó en su cabeza lo hizo jadear cuando tuvo que cambiar de mano si quería llegar hasta el final.
Se mordió la lengua para no gemir en alto; pero en medio de su fantasía hubo algo que no encajó con todo lo demás.
—Taylor. Ah. Tay...Ah... Taylor eres tan bueno —murmuró con los ojos cerrados.
Taylor nunca le haría daño. Pensar en él siendo agresivo lo confundió, lo llevó a imaginar que estaba sobre él, que lo besaba, y su barba de un par de días le raspaba las mejillas. Su cabello castaño se rizaba con el sudor, algunos de sus mechones le caían por la frente, unos pegándose a ella y otros interrumpiendo la vista de April.
Y en un momento, en el que se imaginó a Taylor separándose de él para verlo desde arriba, su mente lo llevó a imaginar que sonreía con saña, diciendo:
«¿Este es el reemplazo que encontraste? Vaya... Veo que las cosas han cambiado un poco desde la última vez que recurriste a mí»
Taylor nunca hablaría así, pero...
Entonces, su imagen mental se distorsionó y terminó imaginando a Sean Grace, viéndolo desde arriba. Sus músculos y piel firme al descubierto.
«¿Fue en navidad? No, no. Fue en el último partido cuando la lluvia me mojó el uniforme en el juego. Pensabas en mí y gemiste tan alto provechando que no había nadie en casa... ¿Ahora piensas en él? Eres un mojigato»
Abrió los ojos de golpe; pero su excitación no acabó, fue confuso. Sus propias fantasías lo estaban celando y le gustó. Se pasó la mano por el cuello, como si estuvieran por ahorcarlo.
Tragó saliva y cerró los ojos lentamente.
No negaría que se había quedado despierto un par de veces pensando en Sean así, que sentir que lo abrazaba por la espalda cuando empezó su pubertad le despertó tantas cosas de las que no podía escapar si disfrutaba tanto cuando las pensaba.
La presencia de Sean Grace lo volvió loco por mucho tiempo. Se imaginaba así mismo pasando las manos por los hombros de Sean. A veces, soñaba que lo acorralaba o que lo cargaba y para no caerse se aferraba a él, rasguñándole esa espalda tan ancha y fornida. Si lo recordaba así de deseable a sus quince, a sus casi veinte, debía ser todo un deleite.
Sean no era delicado. Era territorial. Esa era la idea que tenía de él, que él no se tentaría el alma antes de reclamarlo como su propiedad. Sean jamás se quedaría callado al estar celoso. No podía, era incapaz de contenerse y eso siempre le puso mucho.
¿O sí? Se quedaría callado y estaría molesto todo el día. Sean lo tomaría de las muñecas y las juntaría con una sola de sus manos para reclamarle.
Los chicos Kim eran los hermanos más excéntricos y problemáticos de todo el condado. Pero al parecer también eran los más buenos del pueblo. Con esos hombros... Aunque eran tan diferentes en personalidad, ambos tenían un atractriz que hacía imposible no voltear a verlos. Y desearlos. Necesitarlos.
Taylor era fresco como el viento de otoño. Acogedor. Tanto que un pequeño beso bastó para desatar en April un sin fin de sensaciones que lo hicieron temblar. Sus ojos lo paralizaban. Esa sonrisa suya tenía la facultad de irrumpir en la mente de cualquiera.
Taylor era cálido, como recibir la luz del sol en septiembre. Pero su hermano era fuerte; sofocante; como el sol a mitad del verano.
Sean era fuego.
Sean Grace lo consumía con una sola mirada.
Antes bien, sabiendo que Sean jamás lo vería de esa forma, pensar que lo tocaba con desespero le hizo jadear fuerte; áspero; era la mano de Sean la que lo masturbaba sin cuidado.
Si Sean supiera que su hermanito le había robado un beso de seguro enloquecería. ¿Contra quién? No importaba. Ver a Sean Grace enojado siempre le ponía mucho.
—Grace...
April cerró los ojos mientras lo imaginaba viéndolo desde arriba con enojo.
Al voltear la cabeza hacia un costado, pensó en la mirada de Taylor, esa en particular que siempre lo ponía nervioso; fija; recorriendo su cuerpo mientras lo deseaba. Si Taylor estuviera ahí le tomaría del rostro, como lo hizo al besarlo, sus manos le acariciarían la mejilla y le quitaría el cabello húmedo de los ojos solo para asegurarse de que April lo viera tocándose a sí mismo.
Eran deseos encontrados.
Siempre había sido demasiado ambicioso, lo reconocía, pero el deseo de tenerlos a ambos no era codicia, era solo lo que se merecía.
«¿Por qué sigues pensando él? ¿Eh? Si ambos sabemos que estás volviéndote loco por mí» imaginó decir a Taylor, a su lado, con esa expresión de superioridad que era tan propia de él. Sí, eso encajaba mejor con él, un poco de arrogancia mientras lo obligaba a verlo. «No olvides que él puede tocarte bien, pero yo podría hacerlo mejor»
April tiró de la manga del borde de la sudadera cuando el líquido comenzó a escurrir por sus manos. A este punto, ya estaba convencido que el aroma de la colonia de Taylor se había impregnado en algún lado porque no había forma de estar imaginando eso también. Bastaba con casi escucharlo reírse de su rostro rojo y sus piernas apretadas.
«¿Lo ves? Ni siquiera tengo que esforzarme para que me desees. Para que me pienses. Para que te desubiques. Sean no es nadie a mi lado. Y estás de suerte, podrías tenerme a mí»
El señor los hizo hermanos porque habría sido demasiado peligroso para el mundo si hubiera sólo uno de ellos. Era insano que existieran hombres así. Si fueran una sola persona, los gobiernos colapsarían, la economía ya no tendría sentido y habría una fila de kilómetros para un beso.
En la mente de April, el imaginar que tenía a Sean sobre él masturbándolo con odio se complementó con imaginar que besaba a Taylor que a su lado sonreía contra sus labios y se burlaba de los arrebatos de su hermano.
No pudo evitar imaginarse con ambos al mismo tiempo.
Tocándolo.
Diciéndole que era suyo, peleando con el otro porque a ninguno le gustaba compartir, pero debían congeniar entre ellos si querían tenerlo. O matarse a golpes para conseguirlo, lo que fuera más fácil.
Si fueran una sola persona April se habría arrodillado desde el día en que escuchó por primera vez el apellido Kim.
Si fueran una misma persona April hubiera encontrado un nuevo dios.
Su vientre se tensó y las gotas de semen brotaron de él, se acarició por la punta de su mientras tomaba aire por la boca cuando encontró el momento de liberación.
—¡Hijo, tu padre llegó! —gritó su abuela desde la cocina—. ¡Ven a saludarlo!
April abrió los ojos de golpe. Tenía el cabello alborotado y el rostro completamente sonrosado.
Su respiración era irregular.
Volteó hacia la puerta y notó que ni siquiera tenía llave. Luego se burló un poco.
Bueno. Al menos la crema sí servía para algo.
✿ ✿ ✿
Sean Grace tenía un mal presentimiento.
No sobre algo o alguien en particular. Solo estaba ahí. Una sensación extraña que lo acompañaba desde hacía unos meses. Veía números que se repetían por todos lados, incluso se encontraba con animales muertos en la calle. En la mañana vio una mariposa con las alas rotas caerse a sus pies. ¿Una ruptura?
Un par de días atrás llegó a ver la carta del colgado salida de entre el viejo maso de cartas que guardaba en su casillero de los vestidores. Lo inquietó un poco luego de que uno de sus jugadores se rompiera la nariz en el entrenamiento, faltaba muy poco para el próximo juego.
Parecían malos augurios.
No creía en esas cosas. No del todo. Su padre lo golpearía si confesaba alguna vez haberse interesado en ellas, entre la fe de sus padres y la lógica de su hermano, no había mucha cabida a que tomase seriamente esas apariciones.
Sin embargo, el ambiente era denso. Entre Sunhee siendo evasiva con él después de lo que pasó a inicio de septiembre, hasta Taylor con sus actitudes raras. Sus padres habían coincidido en sus turnos de trabajo el último mes, así que no los veía mucho; no era nuevo, pero aún eso era extraño. En diez años sus horarios nunca se habían cruzado para dejarlos ausentes al mismo tiempo.
Incluso el auto le falló un poco esta mañana, por eso se animó a sacarlo hasta la tarde, aunque ahora no le dio ningún problema.
Al volver a casa Sean revisó que la cocina estuviera limpia y la ropa aseada, corrió a su habitación para dejar sus cosas. Al subir, encendió la luz del corredor. El sonido de la regadera en medio del silencio de la casa le causó escalofríos. ¿No había vivido esto en la tarde?
La puerta de la habitación de su hermano estaba entreabierta, justo como él mismo la había dejado al salir de ella. Entró; los zapatos tirados seguían ahí, las cortinas aún estaban abiertas y la única diferencia era que el reloj en la cómoda de su hermano había cambiado de las 18:00 a las 00:18, como si se tratara de su propia mente jugándole una mala broma, parecía que Taylor no había salido de la ducha en todo ese tiempo.
Abrió la puerta del baño, ni siquiera podía argumentar que se trataba de un baño en la tina para que le tomase tanto tiempo, el agua corría y corría, podía escucharlo irse por el drenaje. Su intuición se transformó en miedo.
—¿Taylor? ¿Sigues ahí? —llamó—. ¿Estás bien?
Al no tener una respuesta, caminó al interior del baño hasta la bañera. La silueta de su hermano sentado bajo la regadera lo frenó por un segundo de correr la cortina. El espejo sobre el lavabo reflejó el pequeño espacio entre la cortina y la pared en el que se alcanzaba a ver una manga de la camisa blanca de su hermano pegada a su brazo.
Por instinto, se apresuró a querer abrir la cortina. Pero ahora la voz de Taylor lo detuvo.
—No lo haría si fuera tú —dijo, su voz ahogada y lastimera, perturbó lo suficiente a Sean para que retrocediera.
—¿Por qué estás bañándote con ropa?
—Ahorro tiempo de lavandería así, gran idea ¿no crees?
—No te hagas el payaso. Llevas ahí mucho tiempo. ¿A qué hora llegaste a casa? —Taylor no respondió—. Taylor no me obligues a abrir la cortina.
—A las seis.
Las seis. Las seis. Llevaba un rato ahí cuando entró la primera vez.
—Pasa de medianoche. ¿Lo sabes?
—Solo lo supongo.
—Estás mal.
—No.
—No estaba preguntándotelo. Hace frío y el agua debe estar helada, Taylor.
—Salgo en un rato.
—No. Sales ahora —demandó—. No me gusta esto. ¿Me oyes? ¡Sal ahora!
La confianza que se tenían era excesiva. Nunca existió pudor entre ellos. En cualquier otro momento de sus vidas habría abierto la cortina sin más solo para molestarlo, a lo mejor, lo encontraría duchándose como siempre y Taylor lo sacaría a empujones del baño por interrumpir su privacidad. Sean era temperamental y algo acelerado, al sentirse desesperado, se convenció de sacarlo de ahí, más algo lo detenía: tenía miedo de lo que encontraría, porque estaba seguro de que no sabría enfrentarse a la situación.
Sean Grace no sabía interpretar todo lo que él mismo sentía. ¿Entender a su hermano? No podía. Al fin, después de tanto tiempo, al sonido de la regadera se le sumó el de los sollozos de Taylor. Eran los mismos jadeos que había dejado de escuchar hacía tantos años, la misma respiración agitada, temblorosa, pero ahora, además sonaba grave. Claro estaba que no era el mismo Taylor que corría hacia él vuelto en lágrimas buscando que lo consolara. No era un niño, era un hombre, y como cualquier hombre, parecía que había aprendido a alejarse cuando algo le dolía. Quizá era por instinto que lloraba donde nadie pudiera verlo.
—¿Por qué no puedes solo irte? —sollozó Taylor—. ¿Por qué no puedes solo dejarme en paz y ya? Sean... No quiero verte. No quiero ver a nadie.
Sabía cómo curarle los raspones cuando se caía, pero ¿cómo arreglaba lo que sea que se hubiese roto dentro de él?
Bien. Esto no tenía por qué ser diferente. Podía comenzar "limpiando el área".
Se entrometió pasando su brazo más allá de la cortina, hasta alcanzar la perilla del grifo y la cerró. Escuchó un quejido de Taylor cuando el agua se detuvo.
—Tranquilo. No tienes que verme —dijo, recargándose en la pared junto al lavabo y deslizándose poco a poco, hasta terminar sentado en el suelo—. Pero tampoco lograrás que me vaya si eso es lo que pretendes.
A esa altura, cuando el viento movió suavemente la cortina, logró verlo mejor. Era cierto que estaba completamente vestido, se abrazaba las piernas contra el pecho, tenía la cabeza apoyada en sus rodillas, dejando que el agua le corriera por la nuca.
—No tienes que hacer esto. En serio, estaré bien. Me duele la cabeza y creí que ayudaría a enfriarla.
—Eso te pasa por pensar demasiado. Te dije que te relajaras un poco. Finalmente, se te fundió el cerebro.
—Es un alivio que tú no tengas que preocuparte por eso. ¿No te parece?
—Sí, creo que sí. Espera. ¿Me dijiste idiota?
—No... —Taylor soltó una pequeña risa que tranquilizó un poco a Sean.
—Te la perdono por esta vez solo porque estas hecho sopa. Y creo que tu mente también lo está. ¿Qué te pasó?
—¿Ahora eres terapeuta? Vaya. No sabía.
—¿Podrías dejar de ser un creído soberbio de mierda? Sí, ni en un millón de años seré la mitad de lo inteligente que tú, pero eso no te sirve de nada si a la primera idiotez que te pasa te pones así. Taylor, no sé cómo ayudarte, pero algo tengo que hacer.
—No. No "tienes" que hacer nada. Aprecio que lo intentes, ¿sí? Pero no estás obligado a escucharme, ni a entenderme. Nadie más que yo podría entenderlo. Lo que sea que esté mal, está mal dentro de mí, ¿lo captas? Soy mi propio problema y así ha sido siempre. Lo solucionaré.
—Haciendo berrinche como siempre. Vaya que no has crecido tanto como creí —se burló Sean. Su risa causó justo la reacción que buscaba cuando Taylor abrió la cortina para verlo con molestia—. Tienes razón, hombre, no tengo que ayudarte. Quiero hacerlo —dijo, ahora viéndolo fijamente. La pose a la defensiva que Taylor adoptó por unos segundos se suavizó al encontrarlo sentado tan cerca.
Verlo ahí, pálido y mojado, con el cabello en la frente le confirmó que estaba en lo cierto. Le recordó a cuando Coco, su perro, aún vivía y Taylor lo ayudaba a bañarlo. Eran los mismos ojos llorosos como en las veces que engañó a Taylor para que se cayera entre el jabón en esa misma bañera.
—A lo mejor estoy exagerando un poco. Descuida. —Suspiró—. No sé dónde tengo la cabeza últimamente.
—¿Ahora sí me dirás por qué pasaste unas seis horas en la ducha? Te acabaste el agua del condado.
—Las primeras dos estuve pensando. Luego me dormí. No sé qué pretendía, yo, creo que me estaba autocastigando o algo así.
—Creí que te habían hecho daño, ahora me intriga más que hayas hecho algo por lo que crees que mereces un castigo.
Hubo un silencio largo y profundo que solo se rompió ante un suspiro de Taylor. Se pasó las manos por el cabello y luego por el rostro, podría ser que quería llorar de nuevo, pero no se lo permitiría si alguien lo veía, optó por una sonrisa que en nada coincidía con sus cejas alzadas y nariz roja.
Lo asustó un poco. A medias lograba reconocer en su semblante los restos del que fue el rostro infantil de Taylor, oculto entre los rasgos maduros que apenas comenzaba a notar. Era él. Pero no era el mismo. Los años se lo llevan todo y hasta que vio el dolor en sus ojos entendió que incluso se habían llevado a su hermanito.
Sean Grace no recordaba desde hace cuánto no tenía en sí mismo eso que, al parecer, Taylor había perdido.
—Sean. ¿Qué haces con un terrible secreto cuando deja de serlo?
—¿Ser terrible?
—Secreto.
—No lo sé. Lo afrontas, supongo. En general, tener secretos es complicado. Todo lo que no puedas decir libremente lo es. Lo oculto se pudre. Es como guardar carne en un cajón.
—¿Entonces es algo malo?
Sean dudó.
—No necesariamente. Depende mucho de lo que ocultes. Todos lo hacemos, escondemos cosas, a veces, lo hacemos por un bien común. Si dejó de ser secreto, vele el lado bueno, al menos ya no tendrás que vivir con eso en tu interior.
—Pero tendré que vivir con ello en el exterior y no quiero.
—Taylor... Hay cosas que solo no puedes ocultar. Es como una vasija rota, en algún momento el agua comenzará a salir por las grietas. Si son graves, no puedes obviarlas por mucho tiempo.
—¿Y si no quiero? Puedo evitarlo, puedo contenerlo. No quiero ser más raro de lo que ya soy. No, no, no quiero ser una excepción a la regla en esto. No quiero ser diferente. No puedo. No más.
—Taylor ¿De qué estás hablando? —Frunció el ceño—. ¿Qué hiciste, Taylor? ¿Taylor...?
Sean conocía esa mirada. Había experimentado ese temor en carne propia y no le gustaba a dónde iba esta conversación.
—¿En serio quieres saber?
«¿Quiero saberlo?»
—Sí. — «No...»
—Hace unos días... Besé a alguien.
—Y estás confundido —intentó decir Sean, pero Taylor continuó:
—Siendo honesto, es lo opuesto. Ahora entiendo muchas cosas.
Sean se levantó rápido. Su pronta evasión fue como un golpe que causó una pequeña fisura en el corazón de Taylor.
—Entiendo. —Se movió tan acelerado que su pie se resbaló por la alfombra y chocó con una estantería tirando algunos productos de higiene—. Si lo tienes más claro. No hay razón para quedarte aquí.
—Sean.
—Algo tan común como eso no debería tenerte a mitad de la noche deseando morirte. Sé un hombre y olvídate de eso.
—Sean yo...
No lo dejó objetar. Sin tenerle más consideraciones, lo tomó de los brazos para alzarlo y hacer que se levantara. Tomó una de sus toallas para envolverlo y casi a rastras, lo hizo salir de la bañera.
—No sé en qué cosas andes, pero no dejarás que esas ideas se metan en tu cabeza. ¿Entendido?
—El problema no es dejar que entren, es que siempre han estado ahí.
—No más. —Lo tomó del rostro con ambas manos—. No más. Estás a la una de la mañana de un viernes, en pleno otoño, empapado y temblando del frío por algo que no vale la pena discutir. ¿Lo entiendes? Te vas a cambiar, nos vamos a dormir y no hablaremos más del tema. ¿Estamos?
—Pero...
—Dije ¿estamos?
—Bien —murmuró Taylor. Solo así, Sean lo soltó para salir del baño hasta la habitación.
Tras un fuerte suspiro, Sean se dejó caer en la cama de su hermano. Entre abatido y consternado.
—Las cosas que me haces pasar, niño. Date prisa. ¿Quieres?
—¿No te vas? —preguntó Taylor aferrándose a su toalla.
—¿Y dejarte solo para que hagas alguna tontería? Ni lo sueñes. Rápido, anda, el cansancio me está matando. No te veré, si es lo que te preocupa —dijo y se tapó el rostro con una almohada.
Taylor sonrió. Sean lo escuchaba caminar por la habitación, mientras él hacía su mayor esfuerzo por mantenerse sereno. No quería perturbarlo más, no pretendía reprocharle. Eran nada más que él y sus miedos peleando en su cabeza, pero Sean, a diferencia de Taylor, se había acostumbrado a sentir esa clase de miedo. Eso, más que solo cobardía, era para Sean autopreservación, aunque eso lo hacía estar siempre aterrado. Profunda y completamente aterrado.
Sean Grace sintió el colchón hundirse junto a él, entonces se descubrió el rostro y encontró la habitación a oscuras. Taylor se había acomodado a su lado, eso lo instó a quitarse los zapatos y a incorporarse entre las sábanas de la cama.
Estaban juntos; callados; después de un tiempo ninguno de los dos había conseguido dormir. Puede que algo entre ellos hubiese cambiado, aunque no podían afirmar qué era.
—Sean —llamó Taylor de pronto—. ¿Recuerdas la película del otro día? La de «Star Wars». En la boda de Leia y Han Solo, cuando dije que me moría de celos por ella.
—Sí.
—No era por, si no de ella. —Sean apretó los ojos, parecía inevitable escucharlo—: creo que estaba viéndolo a él.
Sean no le respondió.
Era una terrible noticia para ambos.
Taylor se convenció de que su hermano no lo entendería, aunque era, en efecto, la persona precisa para hacerlo. Si se atreviera a mostrarle lo parecidos que eran tendría que contarle una larga historia entre él y su vecino que destruiría el respeto que Taylor sentía por Sean.
No quería explicarle que esas historias siempre terminaban mal. Al menos lo había sacado de la ducha antes de que se le ocurriera algo peor, Sean aún recordaba el techo de su habitación cuando intentó morirse. No lo consiguió, aunque era un alivio, no le gustaría que Taylor tuviese que cargar con un hermano muerto. Su castigo parecía ser en vida que sus desvaríos fueran culpa de la misma persona debía ser karma para Sean mismo.
Ninguno de los dos deseaba quererlo, aunque siendo honesto, los dos habían soñado alguna vez con April.
A la mañana siguiente, desayunaron en silencio. Salieron de casa igual. Aunque se encontraron un par de veces en el pasillo de la escuela apenas se miraban.
Taylor estaba bien cuando no sentía nada; ahora parecía que se había quedado si esperanza. Ahora que había puesto en duda todo lo que creía de sí mismo sentía que le faltaba la mitad de algo. Se expuso frente a su hermano y ahora podía incluso perderlo a él.
Sean le ordenó que lo esperara al terminar el día para que no regresara solo a casa, se quedó terminando de organizar su informe en el laboratorio porque decía ceder en algo para no estallar, al menos dejaría que su profesora lo asesorara.
Se lo entregó, ella aceptó feliz; pero como siempre, lo detuvo con sus cuestionamientos de sus cosas personales. El señor Douglas no hacía eso, él no le hacía preguntas sobre su vida ni por cortesía.
—¿Listo para esta noche? —preguntó por la presentación.
—Algo nervioso, pero sí. —Tomó su mochila y tras colgársela en el hombro, avanzó apenas. La voz de su mentora lo detuvo.
—No olvides tu ropa.
—¿Mi qué?
—Tu ropa. La que dejaste colgada en la bodega de suministros.
Taylor regresó sobre sus pasos hasta el pequeño almacén donde pasaba más tiempo del que le gustaba admitir encontrando una percha colgada de uno de los estantes, que sujetaba un traje azul marino y en la repisa junto a él, algo envuelto en papel de seda blanco sobre unos zapatos marrones.
Pasó su mano por la solapa del saco, se sorprendió al sentir un trozo de cartón en uno de los bolsillos interiores. Rebuscando en ellos, se encontró con la tarjeta de presentación del dueño del regalo, envuelta en una hoja de cuaderno:
«Hecho especialmente para ti» -A.A.
(Pd. No se te ocurra plancharlo de nuevo, lo dañarás) (Si no te quedan los zapatos es tu culpa por huir de mí) (Se usa sin corbata y con el primer botón abierto por el tipo de evento) (Usar calcetines oscuros)
Se guardó la tarjeta en el bolsillo de la camisa y arrugó la hoja que la envolvía para tirarla. Entonces notó que tenía marcas de tinta, al fijarse más de cerca en ella, encontró escrito en el reverso:
Te imagino. He pasado días enteros imaginándote. Buscándote entre adoquín y grava. Corrí en los senderos del bosque siguiendo el sonido del viento. Persiguiéndote. Tu voz que a escondidas me llama, grita con tal fuerza que, aun a la distancia, alcanzo a oírte susurrar mi nombre. Te escucho entre la tempestad, en el silencio de la noche y en lo profundo de mi mente. Sospecho que te he inventado, de otra forma, tu imagen no sería tan precisa en mis fantasías. Tú, el más dócil de mis arrebatos. Te deseo tanto que me siento al acecho. Me angustia la espera de ti y tu incierto regreso. Hasta entonces, te imagino.
Taylor sonrió.
Como un universo recién creado, en repentina expansión desde el calor y lo denso. No había mucho que pudiera hacer para frenar la aparición de algo que, en su interior, ya existía. Era un cataclismo anunciado.
—Sí. Soy un nuevo yo. Tú me has inventado.
Ya volví. :)
Espero y les guste mucho esta historia.
No olviden seguirme en IG para ver más datos interesantes. @jayspace.x
Pd. Dejen de intentar evangelizar a April en los comentarios, la historia tiene advertencia de blasfemias, obvio habrá muchas. Todos los personajes tienen derecho a explorar sus creencias como quieran (Y sorpresa, no son personas reales :DDDDD)
Me gusta mucho el siguiente cap. Para disfrutar del romance de Taylor y April, como fandom, fingiremos demencia colectiva hasta que pase lo que tenga que pasar.
Manténganse con vida. J.
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