Capítulo Seis
06.
«Tiempo. Recursos. Estilo de vida. Si hay algo verdaderamente valioso es el tiempo. Como humanos, perdemos mucho tiempo haciendo tareas que nuestras máquinas aún no alcanzan a comprender. Entonces, ¿cómo optimizar el tiempo? ¿Cómo hacer que las distancias sean más cortas y los aparatos sean más eficientes? La fiebre de los celulares ha invadido cada rincón del mundo, incluso a pesar de su elevado costo.
No, eso no está bien planteado. Va de nuevo.
«Tener celos de mi hermano, ¿me convierte en un mal hermano? No debería meterme en sus cosas privadas y personales, pero me sorprende la facilidad que tiene para hacer cosas a las que le temo tanto. Me pide que me quede callado, pero sabe que yo jamás lo delataría. Entonces, ¿lo que realmente quiso pedirme es que no lo juzgue? Como lo hago justo ahora.»
Ese sábado por la mañana, mientras Taylor Kim vagando en su bicicleta, se debatía mentalmente sobre todas las cosas que lo tenían inquieto.
Por una parte, había avanzado muchísimo su investigación, pronto debía presentarla a la terna universitaria, pero estaba demasiado inseguro.
Nunca había necesitado tanta validación académica como en este momento y la única persona que lo podría aconsejar al respecto llevaba desaparecida un par de días. Echaba mucho de menos a su maestro, el Sr. Douglas. No pretendía menospreciar a sus padres o su hermano, pero ellos nunca entenderían la forma en la que su vida se estaba desordenando. No le darían una opinión sobre su trabajo, ni lo ayudarían a mejorarlo. Ni siquiera era una cuestión intelectual. Era ilógico esperar que sus padres hicieran observaciones técnicas de algo que él había estudiado por años. El caso es que a ellos no les importaba. Sus padres no tenían ningún interés particular en él como individuo.
Se sentía ajeno. Distante. Era como si hubiera un río caudaloso en medio que lo separaba de su familia, podía verlos, pero no cruzar porque el puente que los unía eran solo unas pocas piedras que sus padres colocaron a la orilla. Pasó muchos años, del otro lado, intentando construir el puente por sí mismo. Ahora entendía que, contrario a ello, había levantado un muro que lo mantenía lejos de ellos.
Hacía mucho tiempo había dejado de buscar apoyo en sus padres. Las palabras de aliento no existían en su casa. No saliendo de la boca de sus padres, al menos no para él. No había nada que lo reconfortara ante el miedo o la duda. Su familia siempre le había temido a lo desconocido y por desgracia, todo lo que había frente a Taylor, era terreno inexplorado.
Su soledad lo tenía un sábado a las once de la mañana bajando en bicicleta por el camino largo hasta el centro de la ciudad. No tenía un plan en específico. La biblioteca cerraba a medio día los fines de semana y no había muchos lugares en el pueblo en los que disfrutara estar. Pero no había leche en su casa, podía ir por un poco. No tenía nada que ver con eso que su maestro viviera a una calle del supermercado. No llevaba su investigación en la mochila por ninguna razón. No es como si pretendiera cruzarse con él en algún momento o aparecer, por error, en la puerta de su casa para pedirle su ayuda o solo para contarle que su parte complaciente —y la ausencia de su mentor— lo habían metido en un gran problema.
Ayer en la escuela, según su horario, les correspondían dos horas de laboratorio que asumió tendrían como tiempo libre por la ausencia de su maestro. Incluso había planificado ya lo que haría con este; pero el director entró y presentó a una nueva encargada de química. No suplente. Encargada de su grupo, como solía ser el Sr. Douglas.
Ella entró y pareció tener el control de todo desde el primer momento. Sus compañeros la recibieron interesados, pero él no pudo. Su presencia ahí tenía un trasfondo claro: su mentor no regresaría.
Estuvo en silencio durante toda la clase. Al firmar asistencia, sintió que la profesora se fijó más de lo usual en él. Eso era un problema, seguramente sabía el contexto de la vacante que ocupaba en su nuevo empleo y la consejera o el director le habían pedido mantenerlo vigilado.
La cautela hacia él era innecesaria, Taylor no volvería a involucrarse en las cosas personales de sus maestros. Haría lo que sabía mejor: fingir demencia. Sacar el puntaje más alto y mantener en duda cualquier cosa sobre él que los demás opinen o pretendan saber de él.
Ese era el plan hasta que, finalizando el periodo, ella lo alcanzó en el pasillo. Le hizo preguntas muy específicas de su vida que le hicieron sentir que hablaba con su expediente en mano. Lo felicitó efusivamente. Luego resaltó que encontraba curioso que fuera el único que no estaba inscrito en la feria como expositor. Él le dijo que su proyecto de admisión no le dejaba mucho tiempo libre, pero que disfrutaba la actividad, y eso la llevó a la parte de la que él no supo cómo zafarse:
«—¿Puedo pedirte tu ayuda con algo? Yo debería ser la maestra de ceremonias en la feria, pero aún no conozco al resto del plantel.
—Lo hará bien. Cruzo los dedos por usted —le respondió Taylor, dispuesto a irse, pero ella supo bien cómo detenerlo y apeló a la parte sentimental que se negaba a admitir que tenía.
—Esperaba que pudieras hacerlo tú. Revisé las notas del colega anterior, dicen que eres brillante.»
Ahora tenía una responsabilidad que no quería.
Este año, la única razón por la que pensaba asistir a la feria era ayudar a Haru con su proyecto. Ya lo tenía todo planeado y estaba profundamente orgulloso de los avances.
Aislaron una mata de fresa del huerto de la casa de los Moon para hacer el muestreo y pronto comenzarían con la parte visual del proyecto. Faltaba solo una semana para la noche de exposición y tenían que estar listos cuanto antes. Sonreía solo al recordar que Haru comenzó a pintar con acrílico algunos cuadros de fresas para decorar su «stand». Esa era la parte que más lo emocionaba. Y verlo feliz, hacía feliz a Taylor también.
Por mala suerte, de alguna forma, eso lo hacía recordar su otro problema: su hermano estaba enamorado.
Y eso no debería preocuparle tanto como para no fijarse en ese bache en la carretera que pasó sin cuidado e hizo que tambaleara. Al no mantener el equilibrio, metros más adelante, terminó en el suelo.
Se sentó a la orilla de la carretera un momento viendo su bicicleta tirada y el raspón en su brazo. Las cosas de su hermano no eran asunto suyo, pero... lo eran. En especial cuando lo hacían cuestionarse cosas sobre sí mismo. (O cuando podían meterlo en problemas)
«¿Has oído de los códigos de caballería?» le preguntó su hermano como si la respuesta no fuera obvia.
Un auto pasó a toda velocidad frente él, levantando algunas hojas secas, eso le recordó a Taylor que debía moverse de ahí si no quería terminar como mapache aplastado a media carretera. Al levantarse se sacudió el polvo de la ropa, después levantó su bicicleta, la cadena rota resaltó en cuanto la puso sobre sus ruedas.
Suspiró. Estaba adolorido y sin transporte. A lo mejor era la señal para que regresara a casa, pero estaba a mitad del trayecto, tendría muchísimo que caminar en cualquiera de los dos sentidos. Además, estaba huyendo de Sean.
No había alternativa. Caminaría hasta llegar al centro o a la casa de su maestro, lo que pasara antes. Sabía que no debería buscar al Sr. Douglas, estaba consciente y seguro que eso los metería en problemas a ambos, pero se estaba quedando sin opciones. No podía confiarle sus cosas a nadie, ni a sus padres, y al parecer, a su hermano tampoco.
Eso era una gran mierda. Le había guardado toda clase de secretos a Sean durante toda su vida. Sabía de lo que pasó en la estación de gas y el incidente con la iguana. De la receta de los calmantes y del tatuaje vergonzoso que no le enseñaba a nadie. Supo cuándo comenzó a fumar y de la primera vez que le gustó una chica. Taylor llevaba años guardando y protegiendo todo aquello que su hermano no quisiera que saliera a la luz. La sola acción de pedirle que guardara eso en secreto era como un insulto a su lealtad.
Sus padres habían salido de la ciudad por un par de días. Después del cansancio mental que le provocó tener a la policía interrogando y sin haber podido dormir nada pensando en la llamada que tuvo con April, al despertar ese jueves, Taylor reconoció que, tal vez, necesitaba un descanso. Uno corto.
Nadie lo estaba viendo. A nadie le importaría si faltaba por una vez a la escuela. Un rato. Solo medio día. Era todo lo que necesitaba para ordenar sus ideas: estar en silencio. Limpiar un poco la casa como usualmente hacía cuando se sentía abrumado porque eso le ayudaba a sentir que su cerebro estaba un poco más limpio.
Limpió todo el primer piso. Solo quería ser un buen hermano cuando entró a la habitación de Sean, no esperaba encontrar una mujer a medio vestir durmiendo en su cama. En especial si era su única amiga.
Se quedó estático un momento, el suficiente para que Sean, detrás de ella, lo notara entrar en pánico y cerrar la puerta de nuevo.
Creyó escuchar algo en la madrugada, cerca de la casa, pero no se imaginó que era dentro de la casa. Los recuerdos de lo que oyó y sus rostros se habían unido en su mente dejándolo un poco asqueado. También molesto.
¿Taylor no podía invitar a un amigo a cenar sin que se volviera una pelea, pero Sean metía gente para tirar en la madrugada y eso estaba bien? Si Taylor tuviera una noviecita de esas sería el fin del mundo. Sería reprochable e inmoral. Pero como era Sean todo bien.
Le importaba una mierda lo que Sean hiciera, le dolía un poco que fuera con ella porque, desde hacía como un año, su hermano tenía cierta reputación. Y ahora ella era un coleccionable más. Maldición, no. Ella es un ser humano y él estaba sacando su parte cerrada como si fuera uno de los viejos idiotas de la iglesia. Ese era su ego dolido hablando. Le hubiera gustado no verla así. De más. Sentía que le había faltado el respeto.
Todo era culpa de Sean, que dormía tranquilamente hasta las nueve de la mañana en día de escuela cuando estaba a unas dos inasistencias de perder el año escolar.
Una mierda. En serio. De todas las personas en el pueblo de las que ella pudo enamorarse, ¿por qué su hermano? Había cien hombres mejor posicionados a su alrededor. ¿Por qué no él? Taylor la habría tratado mucho mejor que eso. Tenía más que ofrecerle. Se repitió a sí mismo mil veces que estaba bien con que su hermano saliera con ella, pero era mentira. Siempre se mentía para evitar sentirse desplazado. Era autoprotección. Detestaba el deseo de llorar por rabia, le parecía primitivo e ilógico.
Después de que sus padres lucharon porque lo regresaran a clases regulares para que fuera igual a su hermano luchó por autoconvencerse, por creerse que la rivalidad entre ellos no existía. Pero era real, notoria y palpable. Ahora, visible.
Odiaba las comparaciones. Odiaba ser el segundo, en cualquier sentido, en cualquier lugar y en esa familia, tal cual, nació siendo el segundo. A veces, sentía que odiaba a Sean Grace.
Lo peor de todo es que cuando Sean entró a su habitación en la tarde, le preguntó eso, si conocía los códigos de caballería como si Taylor no hubiera atravesado su etapa de fanatismo medieval y tuviera bastante claro que jamás debía traicionar la lealtad de un aliado. Fue una excelente forma de recordarle que, al final del día, seguía siendo su hermano.
«—Sé lo que quieres decir. Descuida. Yo no vi nada.
—Gracias... Sé que no debería aclarar esto, pero... ya sabes. No le digas a nadie que nos viste. Ni a ella. El pudor la matará.
—No es asunto mío. A la otra ponle seguro a tu puerta.
—No creo que haya otra vez. Vino a despedirse. Se va casa, sus padres la quieren de vuelta en Corea —le dijo Sean, sus ojos estaban llorosos y su voz apagada. Taylor estaba sentado en su cama, Sean se sentó a su lado.
—No es tu primera novia de intercambio. ¿Por qué te sorprende? Deberías estar acostumbrado a eso. —No quería voltear a verlo porque lo compadecería. Tal vez debió decirle a su hermano que estaba enamorado de ella, a lo mejor eso habría ayudado o lo habría hecho sentir menos solo en su dolor—. Sabías que pasaría.
—Ya sé.
—¿Y entonces? —Sean le recargó la cabeza en el hombro.
—No quiero que se vaya.»
No podemos reprochar por lo que callamos. No podía acusar a su hermano de traidor si su propio silencio lo había sentenciado. Así como el hombro de su camisa mojada por el llanto disimulado de Sean lo terminó de doblegar. Sean nunca lloraba, no sabía fingir su llanto ni su verdadera risa. Le servía de consuelo saber que "lo suyo" era real, al menos, por parte de él.
A lo mejor, él no entendía el nivel de dolor que tal ausencia provocaría en su hermano. Aunque apreciaba a Sunhee y tuvo cierto interés en ella, para Taylor, su despedida no pasaba de un suceso triste y algo desalentador. Quizá era una cuestión de constancia y confidencia.
Quería animarlo. Pero no era lo suficiente valiente para animarse a preguntarle a su hermano sobre lo que sentía. Sean estaba igual de anestesiado que él, tampoco sabría responderle. Entendía que ser cercano a alguien era como llegar a un mundo nuevo, con tanto por aprender y por enseñar. Un viento suave y refrescante en medio de la rutina.
Su hermano nunca llevaba a mujeres a la casa, no les contaba de su familia ni de sus intereses más cercanos. No les prestaba su ropa. Sunhee, en cambio, sabía perfectamente quien era Taylor y él sabía a quién pertenecía el suéter que desentonaba con la vestimenta de ella.
Estaba acostumbrado a estar solo, para Taylor, compartir la comodidad de la soledad con alguien era un gran sacrificio. Sobre todo, compartir las pequeñas cosas que normalmente se irían al olvido si se quedan con uno mismo. Compartir lo insignificante. Eso era amor.
Su intento por comprender el enamoramiento de Sean se volvió lamentable de asimilar al encontrar las mismas características en el apunte más reciente de su libreta.
«No duermo, no como, no pienso si se trata de ti»
¿Cuántas crisis existenciales debía sufrir esa semana? Todas, al parecer.
Ya era bastante malo reconocer que sentía celos de su hermano. Pero darle cabida a aceptar la posibilidad de que le gustaba su amigo era... Terrible. En particular, porque no podía contárselo a nadie. Sean Grace lo crucificaría si le decía la verdad. No quería que le tuviera asco, así que sobrellevaría la incertidumbre él solo.
Por eso, había decidido enfocarse de lleno en su proyecto, y el proyecto de Haru, no porque fuera de él, sino por puro interés científico. La ciencia lo hacía dudar de todo, menos de sí mismo. No como esos problemas tontos emocionales que no aportaban nada a sus objetivos.
Mejor volvía a enfocarse en las cosas de la escuela. Si alguien no hubiera recaído, no habría aceptado a participar en la feria. ¡Si alguien hubiera asistido a su terapia de los jueves no tendría que caminar hasta su casa para buscarlo!
A juzgar por la afluencia vehicular, el centro ya debía estar concurrido. Punto a su favor, nadie lo notaría. Sabía que podía meterse en muchos problemas por acerarse a casa de su maestro, pero tal vez, lo único que necesitaba era una señal de que sus suposiciones eran correctas.
Una camioneta se asomó por la carretera; bajó de velocidad al pasar a su lado y se detuvo un par de metros adelante.
Taylor ladeó la cabeza, por el retrovisor pudo ver a un chico que lo saludó con una sonrisa. Una señal a sus suposiciones, pero ¿a cuáles? En serio debía aprender a especificar lo que quería.
—Ey, parece que necesitas ayuda —dijo April.
Septiembre tenía un poder extraño sobre Taylor. Lo hacía extrañar cosas que nunca tuvo y a personas que no conocía, un rostro familiar en medio de la carretera le alegró la mañana.
Corrió los metros que le faltaban, empujando su bicicleta hasta la camioneta para meterla al maletero. Luego rodeó por el lado del copiloto para subir.
El motor se encendió apenas cerró la puerta.
—¿Desde cuándo tienes auto?
—Desde anoche como a las siete. Mi padre se fue de la ciudad y eso me deja muchas libertades. —Vio de reojo a Taylor mientras se ponía el cinturón—. En caso de que te lo preguntes, sí, sí tengo licencia de conducir. Tranquilo.
—En realidad, me sorprende lo bien que tus pies alcanzan los pedales.
April frenó la camioneta de golpe.
—¿Dijiste algo? —le retó, con cara de pocos amigos. Taylor, aguantando la risa, negó con la cabeza, entonces, April avanzó de nuevo—. Eso creí. No me obligues a dejarte botado.
—No importa. Me habrías ahorrado un par de kilómetros.
—Soy vengativo. Sería capaz de regresar solo para dejarte en el mismo sitio en el que te encontré. —April pareció meditarlo—. Por cierto, ¿a dónde vas?
—Al centro. Tengo...cosas que hacer.
—Cosas como...
«Uhm. No buscar a un presunto dealer.»
—Comprar leche.
—¿Por qué lo dices tan serio?
—¿Por qué estás haciendo tantas preguntas?
April soltó una risa. Taylor no estaba acostumbrado a compartir sus fechorías.
—Oh. Ya. Ya entendí. No me meteré en tus planes secretos. ¿Sí? Mi "interrogatorio" era porque estoy ideando la forma de hacer algo y tu cara de «yo no fui» le viene como caída del cielo a lo que tengo en mente.
—Depende. ¿Ganaré algo?
—¿Podrías conformarte con recibir el aventón y algo de tragar para el almuerzo?
—No. Prefiero que tengas un favor en deuda conmigo. Digo, por si lo necesito más adelante.
—Qué aprovechado eres. —Lo vio indignado—. Acepto.
Tiempo. Recursos. Estilo de vida. Si hay algo verdaderamente valioso es el tiempo. Pero a Taylor no le molestaba perder el tiempo con él.
✿ ✿ ✿
—Tienes que estarme jodiendo.
—¿Qué? Tú eres más corrupto que yo. No me digas que nunca contrabandeaste algo.
—¡No así!
En el estacionamiento del hospital del condado, Taylor dudó de las actividades sabatinas de su amigo. April aparcó en uno de los espacios más alejados de la entrada principal, luego había sacado del baúl del auto una caja llena de pequeños paquetes y un rollo de cinta.
—Solo levanta los brazos, ¿quieres?
El hospital del condado no era lo suficiente grande para encargarse de todas las emergencias que se les presentaban, ni para dejar pasar a todas las personas que quisieran ingresar. April Moon era bastante conocido por todos los guardias de la puerta y todas las recepcionistas, así que, sin importar quién estuviera de turno, no lo dejarían pasar con sus cosas.
Taylor usaba una chaqueta impermeable, se la abrió para que April le pegara al torso la "mercancía", dejándolo tan envuelto como un paquete que enviaría por correo.
—¿Y qué se supone que tengo que decir? ¿Cuál es el plan? —preguntó. Al subirse el cierre de la chaqueta, que de por sí le quedaba floja como la mayoría de su ropa, el encargo de April quedó perfectamente disimulado.
—¿Plan?
—¿No tienes un plan? ¿Qué hago cuando me pregunten a qué vine?
—No sé. La verdad no había pensado tan a futuro. Déjame ver... ¿Traes libros en tu mochila? —Asintió. April lo meditó un momento—. Bien. Tu personaje, Taylor Kim, interpretado por Taylor Kim, es voluntario en la secundaria y viene a dejar guías de estudio a un paciente. Yo me encargo del resto. Cuando nos revisen, dale tu mochila.
—¿Voluntario de qué?
—Te explico al rato, muévete, que se nos pasará la hora de visitas. — April lo tomó de la muñeca para hacerlo caminar.
Lo último que April quería era que Taylor notara su familiaridad con el lugar y si lo hizo, eligió no comentar nada. Pasaron por la entrada sin levantar sospecha alguna de Junior (un guardia de turno que sí le agradaba).
Taylor era perfecto actuando ¿o es que su personaje no estaba tan lejos de su realidad? Le sacó un poco de conversación a la anciana recepcionista, que halagó su galantería; la misma vio feo a April y le registró los bolsillos del suéter y lo hizo quitarse los zapatos para revisarlo antes de que pudiera dar los datos del paciente al que visitaban. Después de tanto, les dieron sus pases de visitante y pudieron burlar, exitosamente, el primer anillo de seguridad del hospital.
—¿Vienes seguido? —dijo Taylor, mientras caminaba por el pasillo, siguiéndolo.
—No. Pero soy un viejo conocido.
—¿Por eso las enfermeras te miran tanto?
—No, eso es porque hace unos meses me atraparon entrando algunas cosas. Me tienen fichado desde entonces.
—¿Pediatría? —Taylor lo vio con una ceja alzada cuando reconoció el ala al que se dirigían. De niño, estuvo un par de veces ahí, aunque nunca pasó mucho tiempo. Él era más de terminar en urgencias.
—Haru Moon, más te vale no venir con tus regalos inapropiados esta vez —intervino un hombre detrás de ellos. Un médico al que April saludó calurosamente con la mano.
—Descuide, Doc. Ya aprendí la lección. —Le jaló un poco la bata—. Hoy solo pasaba a saludar.
—¿Amigo tuyo? —preguntó viendo a Taylor, su mirada resultó algo amenazante.
—Sí. Ayuda en la secundaria de tutor, lo traje para que pudiera ayudar a Masson a nivelarse, ya sabe, en la escuela.
—¡Excelente! Al fin haces algo de provecho. Me tengo que ir, pero siempre es bueno saber que estás bien. Diviértanse, chicos —dijo, antes de seguir caminando, no sin antes darle esa mirada a Taylor de nuevo.
—¿Es mi impresión o quiso intimidarme? —cuestionó Taylor, viéndolo alejarse.
—No le hagas caso al Doc. Es mi pediatra desde que nací. También le tocó atenderme en una situación difícil hace un par de años. Creo que eso lo ha sensibilizado, aún más, conmigo.
Taylor asintió. Al parecer era cierto que el rechazo de un padre atraía figuras paternas por todos lados. Entretanto, April empujó la puerta de la habitación frente a la que estaban.
—¿Se puede? —dijo, avanzando en ella tan pronto como encontró despierto a su amigo.
—¡Haru! ¡Sí viniste!
—Claro que sí, mi estimado adefesio. ¿Creíste que un par de enfermeras gruñonas me iban a impedir visitarte? No, señor.
—Te escuché, Moon —dijo la enfermera de turno, que terminaba de cambiar las sábanas.
April corrió hasta la cama del chico y se lanzó en ella, junto a él, despeinándolo un poco. Ambos estaban riendo, parecía que él paciente se resistía a los abrazos de April.
Taylor, por naturaleza reservado, se había recargado en la pared cerca de la puerta. Los veía con los brazos cruzados, con una sonrisa tonta, que brotó de él ante la imagen más bonita que había tenido de April en meses.
—¿Y ese quién es? —murmuró el chico hacia April, no lo suficiente bajo para pasar desapercibido por Taylor. Entonces, April lo llamó con la mano para que se aproximase.
—Taylor, él es Masson, uno de los seres más insufribles que conocerás en tu vida. Masson, Taylor.
Taylor jaló una de las sillas de visita y la colocó junto a la cama, para quedar cerca de ellos.
—Te queda media hora, Moon —dijo la enfermera, empujando su carrito hacia la salida.
—Margaret, amor. Encantado de verte, descuida. No tardaremos —April le sonrió y ella salió de la habitación con esa expresión de «más te vale» que todos le daban cuando lucía demasiado dócil como para fiarse de él.
Apenas ella cruzó la puerta, April se levantó de prisa, dando un brinco de la camilla para correr a cerrar la puerta con llave:
—Ya se fue, rápido, desempaca —le ordenó a Taylor. Apenas se abrió la chaqueta, April le arrancó la mercancía.
—¿¡Qué me trajiste!?
—¡Un montón de estos! —dijo, mostrándole la tira de chocolatinas y gomitas, el chico se mostró feliz, estirando sus brazos para recibirlas, pero April las alejó—. Te las daré con la condición de que...
—Coma solo un trozo al día —repuso Masson, con voz de hastío—, ¡ya sé! ¡Te prometo que lo haré!
—Bien, porque deben durarte al menos un mes.
April se arrodilló junto a la cama para pegar los dulces a la parte de abajo de esta con la misma cinta que usó antes.
Taylor se sorprendió ante la parte humana y consentidora de su amigo. Incluso él, que siempre alardeaba de no necesitar fraternizar con la gente, hacía algunas excepciones. Tiernas excepciones.
—Sí, ya te oí, anciano. ¿Me trajiste el nuevo volumen del comic?
—Eh... No he podido terminarlo, he estado muy ocupado.
—¡Pero van dos meses desde la última parte!
—¡Lo siento! No he terminado de colorear. Tengo mucha tarea. Culpa a este señor de aquí. —Señaló con el pulgar sobre su hombro a Taylor—. No me deja ni respirar para que suba mis calificaciones.
—Qué bueno. Porque eres retrasado, quise decir, estás retrasado.
—Despídete de tu amado Black Dog, lo voy a cancelar.
—¿Black Dog? ¿Como la canción? —intervino Taylor ahogando una risa—. ¿Qué es?
—Es una tontería.
—¡Es un cómic que Haru hace para mí! Ya vamos en el episodio treinta. Es buenísimo, se quedó en que el perro estaba escondido en una alcantarilla mientras su pata se regeneraba. Pero la picadura que le hizo la araña tenía ácido y el resto de su cuerpo la estaba rechazando.
—¿En serio? Suena genial.
—¡Lo es! Se quedó en la mejor parte porque...
—¿Podrías callarte? —regañó Haru—. No abrumes a mi camello. —Carraspeó—. Digo, a mi jirafa.
Taylor se fijó en el volumen uno del manga de «Astro Boy» en la mesa de noche del chico.
—¿Te gusta la ciencia ficción? —preguntó, abriendo su mochila para buscar algo al verlo asentir—. ¿Te gustan los superhéroes? Mira esto —entonces sacó varios libros de comics aún sellados y se los entregó—. Son nuevos, los compré hace unos días.
April no estaba seguro de qué estaba pasando, pero, de pronto, sus amigos estaban hablando en un lenguaje que él no manejaba: el de los nerds.
—¿¡Te gusta «X-Men»!? —dijo Masson, lleno de emoción viendo los cómics, Taylor asintió con una sonrisa.
—Sí. Bastante. Tengo muchos comics de ellos, pero solo porque me creo Xavier.
—¡Yo soy Logan! Ah, no espera. Uhm. No quiero ser un mutante. Mejor otra clase de personaje, seré un héroe como... ¡Hulk! No, mejor no. Logan es más guapo. Sí, mejor Logan.
—Bruce Banner es Doctor y científico. Yo elegiría a Hulk.
—Dios. Tienes razón —su rostro era como el de quien tiene una gran revelación—. ¿Y qué me dices de «Los cuatro fantásticos»? ¿Y «el hombre araña»? Espera, ¿¡Ya viste «Volver al futuro»? Y...
—Ya, ya. Todo lo que sea nerd y rarito le gusta. ¿de acuerdo? —interrumpió April.
—No seas idiota frente al niño.
—¡No soy un niño!
—Cierto, cierto. Mi error —se corrigió Taylor—, ni siquiera te pregunté. ¿Cuántos años tienes?
—Catorce.
—Vaya. Ahora entiendo lo de la secundaria... Bueno, Mason, te obsequio los cómics en compensación, lamento mucho dejarte sin comic por un rato, pero necesito que Haru se enfoque más o no entrará a la universidad.
April, al verlos conversar tranquilamente, caminó un poco por la habitación, con intenciones de echar un vistazo a las hojas de control de paciente de Masson.
No le gustó lo que vio.
—¿Entraste a la universidad?
—Sí. Estudiaré física. Y luego matemáticas. Y química. Tal vez tome alguna ingeniería para divertirme, eléctrica o mecánica. Algo como filosofía me vendría bien. Quiero conocer todas las ciencias que pueda; pero, de momento, la física teórica es el enfoque.
—Como el Doctor Reed Richards... —murmuró Mason, entre asombrado y pensativo.
A Taylor le hizo gracia su inocencia, verlo leer con emoción sus librillos nuevos le recordó un poco a sí mismo; pero hablar de la universidad, volvió a inquietarlo sobre su proyecto y el hecho de que estaba perdiendo tiempo valioso.
Taylor se levantó y caminó hacia April.
—Haru —llamó en voz baja—. Me tengo que ir.
Parecía algo perturbado y reaccionó apenas su cerebro terminó de asimilar, a lo lejos, la voz de Taylor, hablando de marcharse.
—Oye, no. ¿A dónde vas?
Taylor no supo qué más inventar.
—Voy a... comprar ropa.
—¿¡Ahora!? —murmuró gesticulando gritar.
—Eh... Sí.
—¿Para qué necesitas comprar ropa? O sea, sí, te hace falta un cambio de estilo; pero ¿por qué el repentino interés?
—Tengo que hacerla de maestro de ceremonias en la feria. Entre semana no tendré cabeza para ir de compras y no tengo ropa formal que no se vea vieja o esté quemada. —April parpadeó un par de veces, luego le dio un golpe en el brazo—. ¡Oye! ¿Eso por qué fue?
—¿¡Cuándo pensabas decirme que serás el presentador!?
—N-no sé. Lo supe apenas ayer.
—¿Comprar ropa en el centro era tu plan secreto? No inventes. Eso explica mucho. Pero ¡falta muy poco para la feria!
—Sí. El discurso y otras cosas me han tenido desconcentrado hoy. Entiendo la urgencia. Créeme.
—¿Y dices que no tienes traje? —Taylor negó. «¿Dios? ¿Eres tú dándome un nuevo modelo? Lo tomaré como un sí» Pensó April. —Olvida la tienda, no te vayas. Tengo exactamente lo que necesitas. Y si no, yo me encargo.
Era muy difícil que Taylor consiguiera escaparse para ir a buscar a su maestro cuando April se había autonombrado su compañero del día.
—No, no. No quiero molestarte.
—Dios mío, no. No sabes cuanto acabas de alegrarme el día. Voy a despedirme de Masson y vuelvo. ¿De acuerdo?
April no le dio tiempo a negarse. Su sonrisa y la emoción con la que brincó de regreso a la habitación impidieron que Taylor se moviera de lugar.
—¡Haru, tu amigo es súper genial! —dijo Masson apenas vio a April, acercándose a su cama.
—Te agradó mucho, no es así, maleducado de mierda. Siempre estás siendo insolente conmigo y hoy te portaste como todo un angelito.
—Es que a él sí lo respeto.
—¿¡Disculpa!? No valgo una mierda entonces.
—No lo entiendes. Me gustaría ser como él cuando sea mayor. Es listo, es apuesto, le gustan los comics y hasta juega béisbol. ¡Irá a la universidad! De seguro tiene una novia ultra guapa. Y será muy muy rico. Yo quiero eso.
April frunció el ceño. No sabía qué parte de eso lo inquietaba más. El hecho de que Masson hablara sobre ser mayor cuando llevaba demasiado tiempo en el hospital o que le diera a Taylor características adicionales.
—¿Te dijo lo del béisbol? Que no sea fanfarrón, no lo he visto jugar en años.
—No, no lo hizo. Pero es obvio, cuando vino a verte llevaba puesto su uniforme.
La sonrisa con la que April hablaba con su amigo se congeló. No le gustaba hacia donde iba esto.
—Cuando vino a...
—Sí. La otra vez, estabas todo ido cuando él vino a verte. Se quedó un rato esperando que despertaras. Pero la hora de visitas se acabó. Lo reconocí de entonces.
—¿Tuve visitas? —«Y nadie lo mencionó...»— ¿Por qué no me dijiste? —reprochó en un tono más pesado al que Masson respondió alzando una ceja.
—Relájate... No sabía que yo era tu secretario.
Volteó a ver a Taylor, esperándolo afuera de la habitación. Hace poco más de dos años que April estuvo hospitalizado. En ese tiempo, Taylor habría pasado perfectamente por su hermanito, con su baja estatura y su rostro infantil. Hoy, Taylor era un digno ejemplar de la familia Kim; alto y esbelto; tal cual su propio hermano cuando él tenía diecisiete.
Por supuesto. De ahí veía el parecido, la similitud que lo atormentaba. Sean Grace tenía misma edad de Taylor ahora cuando solía ser su amigo.
April carraspeó. No. No dejaría que Sean se metiera en su cabeza. Hoy no. Era un buen día.
—Lo siento. Estoy siendo un idiota. —Se acercó al chico y le despeinó el cabello, para terminar, dándole un pequeño golpe en la cabeza—. Te veo luego, baboso.
El chico lo vio con mala cara, procedió a ignorarlo para despedirse con la mano de Taylor a la distancia.
—¡Adiós, Taylor! —gritó hacia él, que se asomó por la puerta, sonriendo para Mason.
—A la otra traeré mis comics de Hulk para que puedas ver al primer Wolverine.
April tomó a Taylor del brazo con una mano y con la otra su mochila, jalando ambos para dirigir a Taylor hacia la salida.
—Ay sí, ahora muy amigos. Par de mataditos, ya podrán verse otro día.
Salieron de la habitación justo a tiempo para que la enfermera no los sacara cuando terminó el horario de visitas.
Los secretos de ambos y las cosas que los afligían, los hicieron caminar en silencio hasta la camioneta. Su misión resultó todo un éxito, así que el rostro serio que April mantuvo sacó a relucir su preocupación a simple vista.
April tenía amplia experiencia con la palabra «Uremia» e «hinchazón» en la misma frase.
Encendió el auto en silencio, como olvidando por un momento que había dejado entrar a otra persona en su espacio.
—Él no está mejorando, ¿cierto? —se atrevió a decir Taylor, rompiendo con la lista de escenarios que se repartían en la mente de April. Él mantenía la vista fija en el camino, se quedó callado demasiado tiempo para articular un simple «No»—. ¿Y lo sabe?
—Espero que no. Pero debe intuirlo.
—Eso creo, le gustan los superhéroes que, sanan más que rápido, que se regeneran.
—Era diabetes infantil cuando lo conocí. Ahora... es insuficiencia renal. Y no sé qué tanta cosa más.
Taylor volteó la cabeza hacia la ventana. No estaba seguro de si debieron haberle llevado todas esas cosas, pero no era su estilo ponerse moralista en momentos así.
—Es muy lindo que vayas a verlo.
—Nah. Lo hago porque el engendro ese me ganó una apuesta hace un tiempo. Soy como su esclavo. Sus padres son una mierda, no lo dejarían tener todas las cosas que le diste, mucho menos los dulces que yo le lleve. Y antes de que lo digas, sí sé que lo tuyo es menos grave que lo mío, pero... Es... Inhumano dejarlo desear tanto.
Taylor sonrió de lado, disimulando lo feliz que lo hacía haber descubierto algo (o alguien) que era sumamente importante para April.
—Ya veo. Te identificaste con él.
—Algo... Su papá es policía y su madre una ultra fanática religiosa, lo tienen abandonado ahí porque sienten que sería demasiado complicado cuidarlo en casa. Así que sí, tenemos nuestros puntos en común.
—No lo sé, al final... Creo que está mejor en el hospital donde hay equipo y todo para ayudarlo.
—Claro. Si se muere, que se muera solo, en una habitación de hospital, asustado, con frío, a cientos de kilómetros de su casa. —Subió su tono de voz y eso le caló a Taylor—. Yo cuidé a mi abuelo por dos años. Día y noche. Sin fallar, sin sentir que era "demasiado complicado". El mismo Masson les dijo que estaba bien si no lo visitaban tan seguido, pero ni siquiera han sido capaces de insistir en verlo. En lo que va del año solo han estado una vez en el hospital para verlo.
—Me da la impresión de que él tampoco quiere tenerlos cerca, sabes.
—Es obvio que lo dijo para que no se preocuparan. Si no van, ¿cómo sabrá que les importa? Con una vez, una sola visita, no es suficiente para demostrar que te quieren, ¿cierto? —murmuró la pregunta más para sí mismo que para Taylor, de pronto consciente de que estaba mezclando sus temas personales con los del chico.
—Depende de lo que sacrifiquen con estar ahí, creo. Es cuestión de prioridades.
—Pero es su hijo, dios mío. Ni siquiera entiendo cómo es que él está tan tranquilo con eso. Si alguien a quien amo estuviera así de enfermo, yo no podría quedarme de brazos cruzados. Ya lo viví. Sé que no puedo.
—Y eso también es un problema.
—¿¡El interés es un problema!? ¿¡El afecto te parece un maldito problema!?
Taylor se quedó callado, habían salido hacia la zona comercial. Conducir en carretera no tenía tantos factores simultáneos que cuidar como conducir en el centro del pueblo, donde los peatones caminaban indiscriminadamente y había que bajar la velocidad.
—Sí. En estos casos, el enfermo ya está sufriendo lo suficiente como para tener que lidiar con el sufrimiento de su familia también. Haru, ¿Y qué tal si no quiere ser una carga? No lo es, pero podría sentir que sí. Conoce mejor que nadie a sus padres; sabe lo que representa el dinero, la medicina, los reproches, la desesperanza, ¡la agonía! Los enfermos terminales son eso, muertos en vida. Pueden luchar, su familia pude dormirse día y noche a orillas de sus camas y rezar porque en algún momento algo mágico pase, pero es inútil. Es una pugna sin sentido en la que el enfermo sufre el doble.
—A lo mejor tienes razón, pero el egoísmo es ambivalente. Si te estuvieras muriendo, ¿es eso lo que querrías? ¿Quedarte solo? ¿Pasar los últimos meses de tu vida sin nadie que te acompañe?
—No se trata sobre mí.
—Querías meterte a opinar, entonces hazlo.
April volteó a verlo, indignado, recordando, en ráfaga, la sensación de la alfombra del cuarto de sus abuelos en la planta de sus pies y las veces que se despertó de madrugada con la cabeza recargada en el somier de la cama de ellos.
—Mi familia nunca ha estado al tanto de mí. No lo harían si estuviera muriendo. Y el llanto por mi ausencia, aunque hipócrita, es inevitable. Así que yo no me complicaría con esas cosas. Yo aceleraría el proceso.
—¿Qué? —dijo April, frunciendo el ceño.
Taylor, que veía hacia el frente, se percató de la mujer que cruzó por el paso peatonal.
—¡Haru!¡Cuidado! —gritó, alertando a April de mantener sus ojos en el camino.
Frenó de golpe y aunque logró detenerse a tiempo, se quedó pasmado ante el reproche de la mujer que le gritó: «¡Conduce bien, idiota!» Y siguió caminando, molesta.
April avanzó una calle más y se orilló a la izquierda saliendo del camino. Dejó sus manos sobre el volante, recargó la frente ahí mismo y exhaló, cansado. Profundamente abatido.
—Aún es un tema delicado para mí. ¿Comprendes? —dijo, sin voltear a ver a Taylor—. Sé que lo tuyo es pensar las cosas "con lógica", pero yo no puedo. He pasado por esto antes y quisiera tener resignación. Aunque lo cierto es que yo nunca me resigno. Nunca dejo de intentar cuando algo me importa.
Entonces, sintió la mano de Taylor en su espalda, palmeándola para reconfortarlo. Sí. Él no sabía hablar; pero era muy tierno intentando mostrar empatía. Al menos él no le diría alguna de las frases trilladas que llevaba oyendo desde niño respecto al cielo y a sus seres queridos cuidándolo desde el cielo.
—Yo siempre he sido antipático, no debí ser tan directo al respecto, no quería alterarte.
April volteó a verlo, sonriendo, aún recargado en el volante. Sus ojos estaban llorosos.
—Heriste mi corazón, Kim. Ahora tienes que compensarme.
—¿Cómo?
—¿Te pasas esta noche en mi casa? Si dices que no, no me dejarás más opción que secuestrarte desde ahora.
—Lo pensaré —dijo Taylor—. La verdad, no quiero estar en la mía.
Tras el breve momento de su casi colapso, Taylor mostrando emociones más complejas, causó su intriga de inmediato.
—¿Por qué?
—Ah... ¿Has notado que siempre que el equipo de la escuela juega, las porristas cargan un cartel que dice «Sean's Place»? Bueno, mi casa es, por completo el lugar de Sean Grace y eso ha sido más pesado que de costumbre. Además, mis padres han tenido un par de discusiones más serias. Es muy largo para contarlo.
April, que sabía perfectamente la clase de padres que eran los señores Kim y que conocía el hermetismo de Taylor, no pretendía que él fuera a contarle sus problemas. Sin embargo, lo hacía cuestionarse qué tanto había estado presente en esa clase de conflictos maritales. Hasta donde él recordaba, Sean solía esconder a su hermano en el ático cuando esas cosas pasaban.
Era posible que Taylor no recordara esos momentos como él, que apenas los estuviera asimilando, o en su defecto, los hubiera guardado para sí mismo todos estos años. Una vez, lo habían dejado en la puerta del Huerto de la casa de los Moon. April lo entretuvo por un rato hasta que Sean lo recogió un par de horas más tarde; él tenía como once, Sean tendría unos doce entonces y no fue hasta que tuvo diecisiete que le confesó a April que esa noche había encontrado a su padre con otra mujer, una que conocían de la iglesia. Si lo meditaba, Sean tenía el labio partido en su recuerdo.
April se recompuso en su asiento. El daño en Taylor parecía ser ese, el chico tenía una peculiar forma de padecer las cosas. April entendía su propio sufrimiento en cientos de formas y colores, Taylor por su parte, solo lo veía como polvo sobre muebles viejos que podía sacudir fácilmente. Eso era complejo, él no limpiaba, solo sacudía.
Al alzar la vista, se encontró con la última de las escenas que necesitaba en el día.
—Todo el pueblo es el lugar de Sean Grace, por lo que veo —dijo April.
Frente a ellos, Sean Grace Kim, con su uniforme de béisbol caminó apresurado por el cruce de la avenida para alcanzar a Sunhee que caminaba un par de metros más adelante. Al llegar hasta ella, la sorprendió y en el mismo acto, la atrajo hacia él, para darle un beso corto. Era simple, ¿no? Ella se merecía lo mejor del mundo. Incluso de Sean.
La pareja se quedó un par de segundos sobre la calle, sin llegar hasta la acera; April escuchó a Taylor suspirar, en un exhale fuerte que no era propio de él.
—¿Lo ves? —dijo Taylor—. A dónde quiera que vea, él será el centro de atención.
Sin pensarlo a detalle, April quitó su pie del freno solo lo suficiente para hacer al auto avanzar unos centímetros, seguido del acelerador y la bocina para asustarlos.
—¡Para eso está la acera! — gritó, acelerando de nuevo y quitando el freno de mano para, ahora sí, avanzar en serio.
Ellos caminaron de prisa para salir del camino. La ventana del copiloto estaba abajo y aunque Sean se aproximó un poco con intenciones de reñir, al ver a April y en especial, al reconocer a su hermano dentro de la camioneta, desistió de hacerlo.
«¿Taylor?» articuló, pero para entonces, el auto ya se había alejado.
En poco tiempo habían salido a la carretera. Pese a su arrebato, Taylor no le reclamó nada, en su lugar, soltó una risa que llevaba varios minutos conteniendo.
—¿Mejor? —se burló de April, cuya ira siempre le resultaba cómica.
—Mejor —dijo April, feliz de que ese tonto fuera menos regañón de lo que pensó.
La carretera nunca había sido tan amena como hasta ese otoño que recién comenzaba.
Hasta ese día, no había sido consciente de lo largo que era en realidad el cabello de Taylor hasta que lo vio despeinado por el viento que jugaba a su alrededor con ambas ventanas abajo.
Taylor le cuestionó a dónde iban cuando se salieron del camino que los llevaba a su casa. April no respondió, ya le había mostrado su escondite antes; pero de noche, no se podía apreciar con claridad todo el sendero de pinabetes que conducía hasta ahí.
Lo vio asomar la cabeza para sentir mejor el «aroma a navidad» que siempre había en esa reserva; desde el extravío de terracería hasta la planicie donde el aserradero se encontraba; y cuando llegaron, bajó del auto con su mochila al hombro esperando su autorización para seguirlo al interior.
La entrada estaba más limpia. Pensó que preguntaría por ello, pero Taylor no hablaba mucho, solo se detenía a ver de cerca las cosas y a palpar las texturas que le parecían interesantes. Lo hizo un par de veces, con las cortezas que encontraron al entrar al aserradero y el metal de la puerta de la bodega cuando estuvieron frente a ella.
—¡Wow! ¡Decoraste!
April sonrió ante su asombro; sí valió la pena el esfuerzo, había sorprendido a su amigo el desinteresado.
—¿Te gusta? —le preguntó, dando espacio para que pasara.
—Luce acogedor —se limitó a decir, viendo a su alrededor.
La última vez que Taylor estuvo en esa bodega fue para dejar el montón de cajas que April sacó de su habitación. Estaba sucio. No tenía más que un escritorio y un par de archivos metálicos oxidados.
Ahora tenía un sofá en una esquina y un camastro con una colchoneta en la otra, cubierto por un edredón de retazos de telas verdes y beige. De la ventana colgaban varios metros de chiffon morado que, clavados al marco, simulaban una cortina que dejaba entrar la luz a la perfección para iluminar la habitación sin necesidad de encender la bombilla del techo. Y el escritorio, ahora tenía una plancha de madera nueva, lisa y recién barnizada, con algunas medidas marcadas en ella, ideal para cortar. A Taylor no le sorprendería que April mismo lo hubiese construido.
Las paredes tenían fotografías de cosas aleatorias y uno que otro gato. También algunos posters y espejos.
Los archivos metálicos ya no tenían puertas, ni gavetas, sino dos barras metálicas que servían para colgar algunos ganchos de ropa, como una clase de armario improvisado, April se acercó ahí y sacó una camisa blanca.
—Esta de aquí la hice hace como seis meses en una clase de confección. Creo que te quedará un poco grande porque usé el patrón del instructor, pero eso se arregla fácil —dijo y se la extendió—. Ten, pruébatela. — Taylor la tomó.
—¿Pasas mucho tiempo aquí?
—Algo. Mi papá invita más seguido a sus amigos a nuestra casa. No me gusta estar ahí cuando están ellos, siempre me toca hacerla de mesero y como sus juntas se alargan, opté por esconderme aquí para dormir en paz, así que lo hice un poco más cómodo.
—No es que no me guste tu «cueva» de modas, pero, si no tenías dónde quedarte, pudiste ir a dormir a mi casa.
April bufó.
—Jesús, no. Ni siquiera tú quieres estar allá. Sería casi lo mismo. —Se dio cuenta de inmediato que sus palabras sonaron con demasiada ironía—. Digo, la idea es no molestar a nadie. No quiero tener que recurrir a alguien siempre que algo surge en mi vida.
Taylor dejó sus cosas en un taburete—que era medio tronco de palo blanco con un trozo de felpa y esponja pegado en la parte de arriba— y colgó su chaqueta en el respaldo de una vieja silla junto al escritorio. Se subió los anteojos para dejárselos en la cabeza mientras comenzaba a desabotonarse su propia camisa.
April no se enfocaba mucho en él mientras movía algunas cosas y buscaba unos alfileres para ajustarle la prenda.
—Lo dices por Sean, ¿cierto? —preguntó directo Taylor, obviando su intento de disimular que había hablado de más.
—¿Podemos fingir que no captaste mi comentario?
—No. Es más entretenido oírte intentar justificarlo. —Taylor se quitó la camisa, la dejó en el camastro para colocarse la otra. Mientras lo hacía, veía a April de espaldas, revolviendo cosas—. Es evidente que odias a Sean. Sé que no es asunto mío y que hay muchas razones para detestarlo, pero las tuyas me causan mucha curiosidad. Ya, deja de ser tan cerrado con ese tema y dime: ¿por qué odias a mi hermano?
April suspiró. No podría quitarse a este tipo de encima. ¿Para qué darle largas?
—Podría decírtelo. Pero el tema es, justamente, que eres su hermano. Lo quieres. Y no será grato oírme hablar mierda y media de él. Aunque digas que no te importa. Taylor, es mucho contexto, no pretendo pasar toda la tarde explicándote lo que lo hizo ser tan mal—encontró los alfileres en el fondo de su caja de herramientas y se volteó para encarar a Taylor, pero se detuvo en seco al verlo—amigo... —murmuró.
Llevaba un par de semanas jodiendo a Taylor con que su ropa ocultaba todo su potencial. Lo decía adrede para molestarlo abusando de sus complejos, sin saber nada exactamente, pero April nunca se equivocaba con esas cosas.
Taylor no lo veía, estaba concentrado colocándose los puños de la camisa de prueba, esta seguía abierta; desabotonada; con ambas partes delanteras cubriéndole a medias el pecho y su abdomen expuesto solo lo necesario para ganarse su atención. Su mirada fija en su vientre, a la altura del ombligo, en el camino de vellos que pasaban desapercibidos por el color de su piel y terminaban por esconderse en la cintura de su pantalón.
—Sí, lo entiendo. No dudo que haya hecho alguna idiotez. —El silencio de April llamó su atención y alzó la cabeza—. ¿Qué? —dijo al verlo quieto. Congelado.
April carraspeó. Reaccionando, se movió agitado y dejó sus cosas sobre "la mesa de trabajo", junto a sus cuadernos de notas.
—Lo siento, recordé de golpe que tenía que pasar por un encargo de mi abuela, pero lo olvidé y me distraje por un momento. — Soltó una risa nerviosa que ni él supo de donde vino. Taylor lo vio extrañado, pero pareció aceptar esa contestación, siguió cerrándose la camisa con normalidad y cuando la tuvo puesta (gracias a Dios), se acercó a él—. A ver, veamos qué tenemos aquí.
Le quedaba perfecta en los hombros y algo suelta de los costados; tenía los hombros rectos y la cintura, en contraste, reducida sin ser en extremo estrecha. Su cuerpo era fino. De un porte elegante donde incluso sin estar ajustada adecuadamente, la caída de la tela hacía un contraste precioso desde la altura de sus omóplatos hasta su cadera.
April le colocó la mano en la espalda y la deslizó por ella para ver el pliegue de la prenda, sin querer, respirando un poco más lento por la imagen mental de cómo se vería sin ella.
—Eh... ¿Todo bien? —dijo Taylor, de pronto tenso por el toque del intento de sastre detrás de él.
—Todo está de maravilla —respondió April.
Se acaloró ante el descubrimiento de un espécimen tan único como Taylor. Más que la atracción que descubrió sentía por él, su parte artística, se regocijó al encontrar al modelo perfecto para sus diseños.
No bastaba solo con arreglarle la camisa, ni alguno de los viejos trajes que tenía tirados por algún lugar del taller. Necesitaba hacerle unos nuevos. Una camisa de algodón blanca, pulcra como él, y un traje azul marino que resaltara su tono de piel, confeccionado en el casimir más costoso que pudiera conseguir. Específicamente para él, a la medida y con Taylor como inspiración.
April sentía pasión por todo lo que hacía. Sino ¿qué propósito tendría hacer algo sin entregar un poco de su visión al mundo?
Taylor se burló de él por su evasión tan clara a las interrogantes del chico. Pero era lo de menos, poco importaba lo que pensara de él mientras se dejara tomar medidas. La tarde avanzaba y April se encontró a sí mismo, con el metro alrededor de esa cadera, midiendo de rodillas a talones.
Cada centímetro de ese cuerpo era ideal para llevarlo hasta el estro.
April se arrodilló frente a él, sin querer marcando en la tela, posó sin cuidado su mano en el vientre de Taylor que luego de tensarse, retrocedió.
—¿Te...falta mucho? —dijo Taylor. A juzgar por el rostro rojo del chico, April se había excedido con su cercanía.
—Sí, sí —April se levantó y caminó a la mesa, en donde ya tenía abierto su cuaderno para llevar las medidas, para anotar la última—. Perdona, me he emocionado un poco. Quítate con cuidado la camisa para no tirar los alfileres que coloqué. Me servirá de muestra.
Taylor asintió y le obedeció, viéndolo despejar su espacio de trabajo.
April se negó a sí mismo voltear a verlo, sería muy sospechoso de su parte. No demostraría que se moría por velo sin camisa; en lugar de eso, tomó un par de los pliegos de papel de estraza que usaba para hacer moldes.
Aún no tenía muy claro el diseño, probablemente tendría que dibujarlo antes de comenzar. Sí. Eso era. Tenía que dibujar a Taylor. Urgentemente.
Revolvió sus cuadernos y los lápices que tenía metidos en una lata de sopa vacía, tomó uno y comenzó a trazar en él unas cuantas líneas que se le vinieron a la mente mientras terminaba de aterrizar sus ideas.
Taylor se acercó a él, ya usando su propia camisa, lo vio concentrado, no quiso interrumpirlo y la falta de atención en sus acciones le dieron pase libre a observar el lugar con un poco más de detalle.
Había frascos de vidrio con pintura de colores, algunos tenis rotos y varios cuadernos manchados de brillantina que hicieron sonreír a Taylor al recordarle un poco a las libretas que usaba como su bitácora de trabajo. Entre ellos, una carpeta con hojas que ya había visto antes llamó su atención.
La tomó y exhaló, alegre, al leer la primera página.
«Graceless (Heavenly)»
«Sin gracia (Celestial)»
—¿Tiene nombre? Era "Historia inútil" hasta donde yo recuerdo —dijo y April volteó a ver por un momento.
—Sí, es «Sin gracia (Celestial)», mi historia inútil.
Taylor lo revisó un poco mejor, la carpeta tenía muchas más hojas que la última vez.
Capítulo Uno: Un ángel en el pueblo
Capítulo Dos: Uno + uno es igual a pez
Recordaba ese fragmento, iba del granjero y el ángel en la playa, tras encontrar el faro. El ángel intentaba entender por qué el granjero no les temía a los reyes. Lo último que leyó fue su negativa a contarle y la noche que disfrutaron hablando frente al mar sin tener que esconderse.
Pasó a la siguiente hoja, esto era nuevo.
—¿Le agregaste otra parte a la historia y no me habías mostrado?
—Ay, nene. Le agregué tres partes más a la historia. Pero es pura basura, no sé, creo que me proyecté un poco y perdió el rumbo.
—¿Solo tres...? —dijo Taylor jugando con él. Su voz, volviéndose baja, hizo dudar a April, lo volteó a ver con pena, cada vez se sinceraba más con él y eso siempre era malo. Dudó, pero Taylor no era descortés, ni irrespetuoso, la sonrisa que le dio antes de ese—: ¿Puedo? —que le dijo con la carpeta abierta en la hoja más reciente para leerla lo sometió un poco.
Sus historias eran la parte más íntima y privada de sí mismo, por un momento, sintió como si él estuviera pidiéndole su consentimiento para tocarlo.
—Adelante —respondió a secas.
Sabía perfectamente que no debía mezclarse a sí mismo con su arte, que era un terrible error auto percibirse como lo mismo, pero, mostrarlo así a alguien más era como tener su cuerpo expuesto. No se movió de su lugar porque eso exhibiría que le importaba lo que los demás pensaban de su arte, que le importaba lo que Taylor pensaba de él.
Taylor se movió feliz hasta el camastro y se sentó a la orilla, lo notó acomodarse para poder leer mejor. Eso lo tranquilizó un poco. En el mejor de los casos, a Taylor no le importaría lo diferente que se sentía si entendía que ahí, en esas hojas, era el único lugar en el que podía ser libre.
➷➹➷➹➷➹➷➹➷➹➷➹
Capítulo Tres: El reino de los idiotas
Más allá del pueblo, después de los jardines de la casa de los Kharis, los ancianos de la corte real se reunían para juzgar al traidor entre sus sirvientes. Sentados desde sus tribunas, e iluminados por las antorchas de fuego alrededor, los tres vieron con desagrado al carcelero que los guardias empujaron al centro de la sala.
Las cadenas en los tobillos del carcelero en custodia lo hicieron caer de rodillas. Su rostro se llenó de polvo, rogaba por su perdón entre lágrimas, pero sus súplicas eran en vano.
—Vuestra única función en esta casa era mantener cerrada esa puerta y has fallado. ¿Quién ha sido tu cómplice? —dijo uno de los ancianos, el de la izquierda, que era el sacerdote del reino.
—Por favor, piedad. No he faltado a nada.
—Se te hizo una pregunta —dijo con gran voz el segundo de los ancianos, ahora el de la derecha, el consejero real—. ¿¡Has actuado solo!?
—¡Os juro! ¡Os juro por mi madre que yo no he abierto esa puerta!
El tercero de los tres ancianos alzó la vista hacia él cuando sus lamentos colmaron su paciencia. Hipnos Kharis, el rey, ya era muy viejo para compadecerse de los traidores.
—No hay excusas. Has fallado, ya no eres útil aquí —declaró. En ese mismo instante, uno de los guardias reales se acercó por su espalda, lo tomó de la cabeza y deslizó su espada por el cuello del carcelero, cortándole la garganta sin más.
—«Requiescat in pace» —dijo el sacerdote mientras los guardias sacaban el cuerpo de la mazmorra.
La guardia real de la casa de los Kharis se había fundado bajo tres preceptos:
1. La obediencia es más valiosa que la vida.
2. Lo que no se paga con gloria, se cobra con sangre.
3. No hay camino de regreso.
No había espacio para errores o descuidos. Y este era tan grande, que ponía en riesgo todo el legado que sus antepasados habían dejado en sus manos. Todo gobernante debe hacer sacrificios. Hipnos lo tenía claro.
—¿Está todo listo para la ceremonia? —preguntó al sacerdote cuando bajó de su tribuna.
—Así es, mi señor. La doncella llegará aquí dentro de poco. En la mañana se hará la unión ante Dios y ante el pueblo. En la tarde, coronaremos a su hijo.
La noche tenía una extraña quietud que llenaba los pasillos de la casa de los Kharis. Todos los sirvientes corrían con los preparativos y los guardias se atrincheraron en las afueras de la fortaleza.
Era posible que esa sensación de asedio que el rey Hipnos sentía proviniera de saber que era su última noche como soberano de esa tierra. Su familia estaba en deuda con los dioses, y temía que viniesen a reclamar lo suyo. Más que eso, lo sentía cerca.
De niño, siempre tuvo curiosidad de lo que había detrás de las puertas cerradas de la fortaleza. Kenzie, su padre, que había construido el pueblo con sus propias manos dejó a sus hijos la labor de preservar ese secreto a salvo, por ello, solo los varones coronados tenían la potestad de atravesar ese pasillo.
Él, que tenía seis hermanos, no tenía la potestad de entrar, jamás sería el rey; pero tenía un particular parecido con su madre, que Kenzie siempre resaltaba.
Un invierno enfermó y su padre, que lo amaba mucho, lo llevó detrás de las puertas de la fortaleza, rompiendo con sus propios mandatos. Lo dejó solo ahí, encerrado a oscuras, en una mazmorra que solo tenía una jaula. Hipnos creyó que lo hizo para dejarlo morir, pronto entendió que fue para que el ser que vivía atrapado dentro de esa jaula, lo tocara. Más solo estar en su presencia, todos sus dolores desaparecieron.
En la mañana, cuando pudo salir su padre le contó que mientras vagaba por el bosque y encontró esa cascada que protegía el pueblo, detrás de ella halló no solo el valle en el que se asentaron, sino, a un ser celestial que lo deslumbró.
Era poderoso, hacía llover con solo mover un dedo y la hierba crecía verde a su alrededor, pero estaba ciego, lo habían desterrado del cielo. Kenzie le ofreció ser sus ojos a cambio de su poder, prometió darle a uno de los suyos para que lo poseyera como si fuera su cuerpo, por eso, además de mucha fortuna y riqueza, le dio una gran descendencia. Pero no era suficiente.
Desesperado por ver y sentir como los mortales, el ser poseyó al rey porque no le bastaba tener a los hijos y se acostó con una de sus concubinas; de esa unión engendró a un ente que solo tenía de humano los tobillos, y que su cuerpo de fuego los mantenía llenos de llagas y quemaduras por la cercanía de las llamas cerca de su piel.
La unión entre humanos y desterrados era pagana y tan nefasta ante los ojos de Dios que él mismo bajó a reprenderlos. Kenzie pidió perdón, pero el ser se negaba a someterse ante Dios. No era la primera vez que uno de sus ángeles renegados se atrevía a desafiarlo, así que en lugar de exiliarlo debajo de los pies humanos como a otros, decidió extinguir la luz del ángel ciego para siempre, volviéndolo en semillas para que los campos siempre florecieran; pero su engendro no tenía parte ni en los cielos, ni en la tierra.
Dios lo vio herido y sentenciando a Kenzie, le dijo: «Cúralo. Nuestro hijo te bendecirá y cuidará de tu pueblo hasta que sus tobillos sanen».
El ángel, cuya luz envolvente quemaba las cosas a su alrededor y consumía a cualquiera que se acercara fue encadenado de los tobillos, con grilletes de acero en esa jaula, en el lugar que ahora Hipnos, al igual que su hermano mayor, debía proteger.
Después de eso, los hermanos de Hipnos fueron muriendo de uno a uno en poco tiempo y un día, cuando Hipnos fue lo suficiente mayor, ya no había nadie más que él para ser coronado. Esa noche, su padre se atravesó el estómago con su propia espada.
Se lo dijo alguna vez: quien tuviera a en sus manos al ángel no moriría, nada externo podría dañarlo. Así que la única forma de descansar era por mano propia.
Habían pasado doscientos años desde entonces.
Hipnos, a diferencia de su padre, se había beneficiado de ese pacto. No solo se sentía inmortal, había logrado que todo el pueblo los adorara como al mismísimo Dios. Ahora, mientras amanecía, subía hasta la habitación de su hijo y sentía sus piernas debilitarse.
La casa entera estaba en gran alarma, antes de que el pueblo notase que estaban desamparados. Pronto, todo lo que habían creado, estaría en peligro.
Tanato Kharis, a sus veinte años, le había dedicado su vida entera a la arquería.
Conocía a la perfección los protocolos reales, sabía bien que las ropas que los sastres le habían preparado eran tradicionales para matrimonio, aunque él estuviera más al pendiente de la formación de los arqueros. Afuera de su balcón, la guardia real se preparaba para la guerra, entretanto, él recitaba en voz alta los preceptos de la corona que había aprendido durante toda su vida. Antes de pelear, tenía que cumplir con el legado. Los ancianos no enviarán a la guerra a un noble sin descendencia. Eso era él, un Kharis era hijo del reino. Nada más.
«Dejadnos solos un momento» se escuchó por toda la habitación de Tanato. Y sus sirvientes corrieron a la puerta.
—¿Has preparado tus mapas? —dijo Hipnos, aún el rey, acercándose a su hijo.
—Sí, padre.
—¿Conoces la ruta?
—Sí, padre.
—Es probable que cuando regreses yo ya esté muerto. Así que no puede haber errores.
Nunca veía al rey a los ojos, pero decidió faltar a sus enseñanzas cuando lo encaró—: Padre, no debemos apresurarnos —dijo—. La guardia real sigue buscando, lo mejor es esperar.
—Mis entrañas se pudren a cada segundo; mientras más se aleja de aquí, más grande se vuelve la llaga en mi vientre. ¿No lo has entendido? Esa deidad es la responsable de cada leño y cada ladrillo en todo el reino. Sin ella, pronto todo se caerá en pedazos. Si no lo encuentran pronto, enfermaré ante todos. El pueblo no puede ver a su rey agonizar, el caos es peligroso.
—Pero padre...
—¿Qué le dirás a los aldeanos cuando la comida comience a escasear y las plagas se esparzan entre los callejones y las tabernas? Cuando los leprosos mueran en las calles y la pestilencia sea tan grande que tus ojos se llenen de lágrimas con solo acercarte al balcón. ¿Qué le dirás a todos cuando muera? ¡Hemos sacrificado demasiado para perderlo todo!
—Si el pueblo supiera que el mundo no se acaba detrás del risco, podríamos encontrar una cura para ti, si supieran que hay vida más allá de las montañas seríamos invencibles. Les enseñaremos a cazar, formaremos más guerreros. ¡Mejores exploradores!
El rey no aprobaba tal negativa. Además de todos los pactos, su hijo tenía uno particular con el reino, el mismo que tenía él: haré todo lo necesario para mantener al ángel en la tierra. Lo hizo jurarlo con su sangre cuando era un niño, siendo un hombre, no podía retractarse sin quedar como un cobarde.
—¿Qué pasa si un buey se enfrenta solo al mar, Tanato? —dijo viendo con dureza a su hijo.
—Muere arrastrado por las olas.
—Este pueblo necesita un líder. Te necesita. No son más que bestias ignorantes a merced de su propia concupiscencia. No saben lo que es mejor para ellos, pero nosotros sí.
—Lo mejor para ellos es...
—Lo mejor para ellos es tener un rey que no se cuestione los motivos. Naciste por una razón. La cicatriz que atraviesa la palma de tu mano es muestra del pacto que tienes con el reino. «Tomarás el lugar de tu padre, como tu padre tomó el del suyo; tus hijos tomarán tu lugar cuando tu espalda se doble y tus piernas estén rotas» Esta noche, hijo mío, no seré más el rey. Pero no confío en que tu juicio no se nuble por el hedonismo, así que seguirás todos los lineamientos. ¡Harás lo que haga falta para preservar este reino! Tu esposa no tardará en llegar. Le darás un hijo al reino antes de marcharte y traerás de regreso al ángel para que mantenga el bienestar del pueblo.
—Padre...
—No te oí recitando tus preceptos cuando entré. ¡Hazlo! Quiero escucharte.
A diferencia de su padre, quien esperó por años para ser el rey, Tanato era el mayor de sus hermanos, que eran apenas unos infantes. Así como al resto de mujeres en la casa, a su madre no se le permitía hablar con él. Jamás se le había permitido acercarse a las concubinas para que ninguna reclamara corona por linaje. Y la única muestra de afecto que conocía provenía de la carta de Los Enamorados de la baraja de tarot que tenía escondida en su habitación.
—Tomaré el lugar de mi padre, como mi padre tomó el del suyo; mis hijos tomarán mi lugar cuando mi espalda se doble y mis piernas estén rotas. Mi carne es momentánea, pero mi sangre y mi linaje serán veneradas cual deidades. Por la eternidad, hasta que la tierra se una con el cielo, la gloria es mi único destino. He nacido para ser adorado.
El rey le dio la espalda, caminando hacia la puerta, ordenó a los sirvientes que esperaban detrás de esta:
—Preparadle las ropas a vuestro señor —ordenó el rey.
Al salir el sol, la carroza de la casa de las doncellas entró por el puente levadizo. Desde el balcón, Tanato lo vio aparcar en la entrada y observó con recelo a la joven de mantos blancos y rostro cubierto que, con ayuda de los guardias de la entrada, descendió con gracia hasta entrar en el recinto.
Su boda era inminente, lo sabía. Era un sacrificio que debía hacer por su padre, por su pueblo. Pero su lectura de cartas nunca se había equivocado y de esa misma carroza, bajó otra mujer, vestida de rojo, cuyo rostro estaba descubierto y su cabello ondeaba con el viento. Ella, a diferencia de su esposa, alzó la vista, se detuvo a verlo por un momento antes de entrar. Su mirada, serena y sus labios, carmesí como sus vestidos.
Preguntó por ella a sus sirvientes, nunca la había visto y su presencia lo desconcentró de sus preceptos. Madame Beauté era una de las consejeras del rey. Había llegado de muy lejos, así que era de las pocas personas del lugar que sabía de la existencia de la vida en el exterior. Su labor era instruir a las niñas seleccionadas para ser queridas por los nobles. Y esta vez, venía a cumplir su labor de casamentera. Su edad era inexacta; porque su rostro era jovial y bello.
Como estaba escrito, en el altar, a Tanato se le presentó a su esposa, como a un obsequio costoso que nadie más que él vería, que nadie más conocería hasta que él lo decidiera. Se le entregó a la mujer más bella del reino; pero incluso tras comprobarlo, descubriéndole el rostro, esa pureza y rasgos cincelados, no se comparaban con la mujer detrás de ella, cuya astucia era evidente con tan solo mirarla.
Al caer la tarde, el sol se llevó consigo el reinado de Hipnos Kharis. E inició con la ovación de los aldeanos que clamaban desde el pueblo, viendo a sus nuevos reyes, saludar desde el balcón.
«Salve Rey Tanato, de la casa de los Kharis, bendito seas de entre todos los hombres. Dios te ponga a su diestra como lo hizo con tus antepasados»
➷➹➷➹➷➹➷➹➷➹➷➹
Taylor se había quedado callado, después de un rato de silencio, April se fijó en él, para confirmar que no se hubiese aburrido tanto como para quedarse dormido. Contrario a eso, lo encontró concentrado en su lectura.
Algo que le agradaba mucho a April de él, es que podía mantenerse cada uno en sus propios asuntos estando juntos.
Era el punto más alto de la tarde, la puesta de sol se acercaba y con ella, la curiosidad de April por saber su opinión se hizo presente. Su abuela le había enviado un termo con chocolate caliente para que pudiera merendar saliendo del hospital. En su casa el enseñaron que nunca comiera frente a nadie si no pretendía compartir de su comida, por fortuna, había suficiente para ambos.
Hizo una pausa de su tiempo de diseño y sacó un vaso de polietileno del paquete que guardaba en una de las gavetas del escritorio. Sirvió un poco de chocolate, entonces se acercó discretamente a Taylor, para averiguar por qué parte de la historia iba.
—Entonces... —dijo, extendiéndole el vaso a Taylor. Él lo tomó, agradecido, y le dio un trago—. ¿Qué leíste y qué entendiste?
—Bueno, Tanato ahora es el rey y tiene una esposa que no conoce. Una reina, pero creo que le gusta la casamentera. O solo es mi impresión, parece algo confundido al respecto. Creo que sus ideales, sus habilidades y sus intereses no concuerdan entre ellos.
—¿Como personaje? —dijo April, ahora inquieto. Pero Taylor sonrió contra su vasito con chocolate.
—Como hombre. Digo, empezando porque se siente parte de la guardia, y lo es de cierta forma, pero no es el soldado que quisiera ser porque nació siendo noble. Quería ser arquero, pero ser el rey es la única forma en que puede serlo. Luego está esto del tarot. Por lo que veo todo este mundo está construido con bases muy religiosas, son un pueblo muy acorde a Dios y el tarot es adivinación y eso es pecado. Obvio su padre no tiene ni idea de que Tanato lee las cartas. Resalto que, al parecer, él no quiere un pueblo ignorante y tampoco quiere casarse, solo lo hace porque le toca.
—Es un personaje complejo. Pero no te enfoques tanto en él, sino en lo que tiene que hacer. Su camino. Es la parte que creo que no termino de encajar del todo.
—Entendí que debe salir a buscar él mismo al ángel antes de que el pueblo colapse.
—Ajá. Y...
—Además necesita un hijo en caso de que muera.
—Porque...
—¿El ángel es quien ha estado manteniendo la salud de todos en la fortaleza y a los enemigos lejos del reino porque los Kharis son una farsa?
—Me estás preguntando o me estás diciendo. —Taylor carraspeó—. ¡Tendrías que estar seguro de lo que leíste! Estoy harto, dejaré la historia ahí, no se entiende una mierda.
April negó con la cabeza y regresó a su lugar de trabajo.
—¡Dame chance de analizar! Podría darte una opinión vacía y halagarte sin fundamentos, pero creo que valorarías más que te dijera exactamente las impresiones que tuve. ¿No?
April asintió.
—Bien... Lo siento. No estoy acostumbrado a tener lectores.
—Lo sé y me alegra ser el primero. Es una obra inédita y exclusiva. Hace que me sienta importante.
April se avergonzó. Sus mejillas se pusieron un poco rojas por las palabras tontas de su bobalicón de cabecera.
Era extraño ver a Taylor leer sin sus anteojos, quiso preguntarle por qué no había vuelto a colocárselos, si no le afectaba al leer, pero su imagen le provocó un sentimiento parecido a tener un dejavú. Tal vez lo fue.
No era la misma situación, pero no tuvo valor para corregir a Taylor y decirle que no era la primera persona que había leído sus novelas. Aunque, al antecesor, por su mala visión, era el mismo April quien solía leérselas.
—Considérate el presidente de mi club de fans. Son tú, Mason y alguna de mis otras personalidades —dijo, arreglando sus patrones de papel.
Taylor no le contestó, se había quedado serio de nuevo. April pensó que estaba leyendo, hasta que se dio cuenta de que sostenía una fotografía que se había colado entre las hojas de la carpeta y la veía con cuidado.
—¿En serio no vas a contarme? —dijo Taylor, volteando hacia él. Esa expresión cansada, preocupada, que tenía cuando lo encontró en la mañana, apareció de nuevo en su rostro. La fotografía era de Sean Grace, recostado entre la hierba con April debajo de él intentando hacer que se levantara.
April se pasó la mano por la nuca. Un hombre que niega tener secretos es un hombre mentiroso.
—Mi abuelo tomó esa foto. Estaba en el álbum que hice de él, debió caerse de ahí. Ese día fuimos a la reserva y Sean vino con nosotros. Cada vez que me veía acostado o sentado por ahí, se dejaba caer sobre mí con todo su peso porque sabía que yo no podría moverlo. Era una de las muchas cosas que hacía solo para fastidiarme. —Taylor lo observó, esperando que continuase—: no sé qué esperas que te diga. Éramos amigos. Soy raro y él logró encajar en lugares en los que yo nunca pude. No disfruto la popularidad de la misma forma que él y tampoco soy bienvenido en ella. Eso hizo que nos distanciáramos y ya. Eso es todo.
—¿Eso es todo o es eso, a grandes rasgos?
—Mira, no me gusta hablar de eso. Ya pasó, además, creo que fue lo mejor. Hace tiempo que no lo conozco y está bien. La gente cambia. Aunque yo no necesito hacerlo para sentirme superior. Ni disfruto rodearme de idiotas que rebajen a todo el mundo solo porque sí. Él tampoco... Pero lo hace. Lo permite y eso lo hace igual de idiota que ellos.
—Hace rato, con lo de la bocina, me pareció más personal que eso. —Los celos encontrados por su hermano estaban afectando a Taylor más de lo que creía. Puede que los celos que siempre sintió por ellos, cuando lo mantenían lejos de «lo suyo», le estuvieran calando de nuevo, ahora, especialmente por el apego peculiar que sentía por April.
—Ah, no. Eso es porque tu hermano no tiene respeto por los lugares públicos. Se estaba tragando a la chica, a media calle, que se busquen un cuarto o algo, pero que no me interrumpan la avenida —dijo riendo, eso hizo reír a Taylor también.
—No tenías que casi arrollarlo por eso. Solo era un beso de despedida. No exageres. Ni siquiera yo me escandalizaría y eso que... —Taylor se quedó callado antes de hablar de más, las confidencias de su hermano no eran más que eso. Suyas.
—¿Eso que...? Ah, ya veo lo que pasa, No me digas que estás celando a Sunhee. —April soltó una carcajada, Taylor lo empujó, aunque sus acusaciones eran tontas, no estaban del todo erradas—. ¡Es verdad! Había olvidado que se te cae la baba por ella.
—No te burles.
—No puedo evitarlo. Es muy irónico.
— Es la primera chica interesante y bonita que no espanté. ¿Qué creíste que pasaría?
—Pero es... Es la novia de Grace. Dios, cuando digo que ustedes son parecidos no esperaba que también coincidieran en gustos. ¿Pretendes compartir esposa con él también? Y luego compartirán hijos. No puedes vivir de las sobras de tu hermano por siempre, ¿o sí? Tay. Reflexiona, hombre. Serían el esposo y el otro esposo raro que venía con él.
—Eres un idiota —dijo Taylor, volviendo su vista a la historia. April suspiró, no le gustó esa expresión molesta que Taylor tuvo de pronto. Él había dejado de estar renuente a April y no quería sentir que lo rechazaba, que le era ajeno.
El sol de la tarde, que se colaba por las rendijas de las ventanas, alumbraba a Taylor por la espalda. Parecía que la luz se reflejaba en el espejo a su costado, o en las varillas de sus anteojos; fue tanto el brillo que, por un momento, April pensó que era Taylor quien hacía resplandecer la bodega entera.
El humor pesado de April no siempre era bien recibido por él. Taylor era «transparente». Eso lo hacía diferente a las personas con las que, con frecuencia, congeniaba. Taylor era como un cristal; duro al tacto y frágil al golpe; a veces, húmedo por la calidez de su interior y lo frío de su rostro. Un prisma de cristal que deja que la luz juegue y se esparza, que toque cada rincón de la casa a través de él.
Y cuando esa luz tocaba a April, lo hacía sentir calmado. Suave. Colorido.
April dejó el metro sobre el maniquí y se acercó a Taylor de nuevo, ahora buscando llamar su atención. Se sentó frente a él, casi al extremo del colchón. Al notarlo tan hosco, se vio en la necesidad de tomar acciones desesperadas, entonces tapó con su mano la carpeta abierta para que su propia historia le devolviera la atención que le estaba quitando.
Taylor alzó la vista.
—Ya, de acuerdo, lo siento. Perdón, a veces olvido que burlarte no te hace tanta gracia como a mí.
—Olvídalo, cambiemos de tema.
—No sé qué de todo lo que dije te tocó la fibra sensible, pero anímate, aún hay muchas chicas bonitas y listas dispuestas a romperte el corazón. Aunque no apostaría tanto por Sunhee, le gusta tu hermano, eso me hace dudar de su inteligencia. ¿De acuerdo? No le pongas mucho caso a eso.
Como cosa rara, Taylor suspiró por segunda vez en la tarde.
—Tú lo dijiste, es mi hermano, ese es el problema. Después de que la vimos llegar al pueblo, a inicios del verano, imaginé cómo sería encontrarme con ella, acercarme, lo hice durante casi un mes. Esperé, y cuando volví a verla el primer día de escuela lo hice, pero no tenía caso, porque yo había perdido desde antes que nos conociéramos. Sean solo se presentó frente a ella y ya, ni siquiera se esforzó, dudo que haya sentido al menos una fracción de la angustia que yo sentí pensando en qué decir. Buscando el momento adecuado. Es como si él tuviera algún súper poder que no entiendo.
April lo observó con cuidado. Sus cejas fruncidas y sus labios rectos, sus ojos entrecerrados por la indignación. Oh. Le gustaba tanto ver a Taylor enojado.
Una parte de los escenarios ficticios de April era correcta. Tal cual, recapitulando, Sean acompañó a Taylor a la estación cuando se fue a Boston el verano pasado y mientras esperaban el autobús, ambos observaron que, a uno de los taxis subía una chica de cabello negro y grandes ojos oscuros que volteó en dirección a ellos. Los hermanos se quedaron atónitos con su mirada, pero ella no veía a ninguno, sino al letrero con la palabra freeway detrás de ellos. Sus cabezas tapaban algunas letras y en medio de ambos solo se alcanzaba a leer: «ew» en letras grandes. Eso le hizo gracia a ella y sonrió para sí misma. Sin fijarse en sus rostros; pero cautivando a ambos accidentalmente con su sonrisa.
April agitó la cabeza.
—No es que quiera defender a tu hermano, sabes que me encanta hablar mal de él y me limito solo por ti, pero una relación es una cosa de dos personas. ¿Sabes? Ella se fijó en él.
Sí, a lo mejor, cuando su tutor cerró la puerta del taxi con ella abordo, Sunhee regresó la vista hacia el letrero y se fijó por primera vez en que el chico frente a este le sonreía. Se topó con Sean viéndola, con esa sonrisa leve suya que provoca imitarla y justo antes de que el auto comenzara a avanzar, ella le sonrió de vuelta.
—Su personalidad me saca mucha ventaja, no tienes idea de la cantidad de oportunidades que he desperdiciado por no ser como mi hermano. Todas las personas que se han llevado una imagen de mí como «raro» o «arrogante» solo porque no sé cómo acercarme a ellos. Soy demasiado listo para parecer siempre un tarado. Quiero hablar con ellos. Pero no sé cómo involucrarme naturalmente en la conversación y no, no...
—Ey...—intervino April cuando Taylor comenzó a hablar más rápido, puso su mano en la rodilla para detenerlo y dijo—: suenas muy inseguro para ser alguien que se ofreció a ser maestro de ceremonia.
—En primer lugar, no me ofrecí. En segundo, no es lo mismo. No me molestan los escenarios, no me molesta transmitir algo, me gusta enseñar y-y ¡ayudar! Soy excelente dando discursos, dando clases, discutiendo... Pero el uno a uno, no es mi fuerte.
—Y en tercero, cállate. No hagas que sienta pena ajena por ti.
—Genial. Ahora le doy pena a mis amigos.
—Sí, algo. Eres un poco rarito— se burló April, acercándose un poco sobre el colchón, el rostro pensativo del chico se suavizó cuando le encontró la mirada—. Pero es la parte sacrificada de ser auténtico. No se ve mucho de eso por aquí. En un pueblo como este, conservar tu particularidad es un acto de valentía. Una valentía que tu hermano nunca tuvo. Piensa en eso.
Sus palabras certeras hicieron dudar a Taylor de «eso» que no quería cuestionar y April no quería explicar.
—¿Cómo lo sabes? —dijo casi con miedo de que lo evadiera de nuevo. Pero April no vaciló ni por un segundo.
—¿Cómo no saberlo? Para mí es evidente que tu hermano es como un camaleón. Es capaz de cambiarse a sí mismo con tal de «pertenecer». El Sean que amas no es el Sean que aman los demás, y en especial, no es el Sean que conoces desde siempre. —Taylor intentó hablar—. Ni se te ocurra negarlo, lo sabes mejor que nadie. Tay, tú eres interesante y divertido. A veces sí un poco, muy, castrante sabelotodo, pero ese eres tú. Su personalidad idiota no te "saca ventaja", eres bastante tierno, de hecho, diría que eres tú quien tiene todo a su favor.
—Sí, claro.
—Taylor, él tiene muchas cualidades que elige esconder para ser aceptado. Pero tú... si tú dejaras de avergonzarte por las tuyas, más que solo aceptarte, todos te adorarían.
—¿Intentas insultarme o halagarme? —dijo Taylor, volviendo a sonreír débilmente.
—No lo hagas incómodo. No sé ni qué estoy diciendo. El punto es que no te frustres por eso, mírame a mí, elijo ser huraño todos los días y la verdad, entre más tiempo pasa, menos me importa lo que la gente del pueblo piensa de mí. Antes salía bastante con chicas, ahora ya no estoy para planes sociales, eso les jode mucho. Tal vez eso te pase también, que las chicas del condado no están en sintonía contigo. Date tiempo.
«Sí... Las chicas del condado» pensó Taylor.
—Eso suena a lo que dicen las madres para negar que son la única mujer en el mundo que ama a su hijo.
—La verdad no sé, mi madre nunca me quiso tanto.
—La mía tampoco.
Ambos se vieron por un segundo cuando su sinceridad, lejos de incomodar al otro, les hizo gracia. Soltaron una carcajada al unísono en medio de la que April negó, al menos compartían lo de mofarse de sus propios traumas, eso era nuevo y reconfortante. De tanto reírse, a April le dolió el estómago y, abrazándose a sí mismo, terminó por sentarse con las piernas cruzadas en la cama, arrugando algunas hojas de su historia y tocando la pierna de Taylor con la suya al acomodarse.
—¡Ya! Suficiente. En vista de que no tengo mamá, mi abuela me odia, mi ex también me odia y me fue terrible en mi última cita, tampoco deberías hacerme mucho caso sobre mujeres.
Al sentirlo tan cómodo con él, esa sensación que asediaba a Taylor apareció de nuevo, acelerando su pulso. Sus ojos estaban dilatados de pronto y aunque intentaba mantenerse en calma, había notado con extremo detalle la forma y piel herida en los labios April.
—¿Qué calificarías como "terrible"? —dijo Taylor.
April divagó recordando, apenado, con mirada evasiva y su rostro rojo.
—Ella tenía muy claros sus objetivos maritales conmigo. Sabes. Lo que es bueno, pero mi meta no era tan a corto plazo como la suya. Me besó muy ansiosa esa vez, pero no fue el tipo de emoción que me gusta. Sé que quería que avanzáramos, te juro que intenté seguir, pero me manoseó raro bajo la mesa, me ganó la incomodidad y me escapé por la ventana del baño del restaurante. Fui un idiota que le contó a su abuela y ella le dijo a todo mundo en su grupo de oración.
—¿Por qué le contaste a tu abuela?
—¿Aún no lo notas? Soy Mr. Simpatía y ninguno de mis cien amigos estaba disponible para escucharme. —Suspiró —. No sé, me sentía mal y quería desahogarme con alguien, supongo. Pero esa vieja chismosa fue una mala elección. Unos días después encontré a la chica en la iglesia y su padre me vio feo. Muy tenso todo.
Taylor sonrió.
—El padre no tomó bien que su retoño resultara muy precoz por lo que veo.
—Sí, pero no es culpa mía. Soy un casto hombre de casa, jamás me prestaría a algo como eso—se burló, fingiéndose ofendido—. Ahora que lo pienso, ¿crees que los religiosos se casan muy jóvenes para poder tirar sin culpa? Te lo dejo como tema de investigación.
—Sí, mientras tanto Jesús es toda la protección que necesitan.
April sonrió. El toque de soberbia despreocupada en sus palabras, en medio de lo dulce que era, le gustaba mucho. Tragó un poco de saliva involuntariamente por el sutil doble sentido que, viniendo de Taylor, lo sorprendió.
A veces olvidaba que Taylor ya no era el niño callado al que le robaba sus ahorros.
—¿Qué hay de ti? —se animó a preguntar, no le molestaría saber un par de detalles de la vida personal del chico, aunque sea por morbo, en el fondo con mucha curiosidad de los detalles sucios—. ¿Qué tal tu última cita?
—Uhm, ni siquiera hablamos la gran cosa.
—Uy, qué modesto. ¿Qué más?
—Nada más. Primera y única cita en completo silencio.
—¿Nada? No te creo. ¿Nada de nada?
—Nada, literalmente, nada.
—Ya, pero... entonces. Qué hay de asuntos casuales, ¿algún beso malo? —April ladeó la cabeza—. Sí has besado a alguien antes, ¿cierto? —Taylor exhaló sin responderle—. Espera, déjame procesar, entonces ¿no has besado a nadie aún? ¿nunca te besaste con alguien solo porque sí? No me jodas, ¿de verdad? ¿Ni por error? ¿¡Cómo es posible!?
—¿¡Por qué lo haces tan grande!? No es un crimen no haber besado a nadie.
—Eres un tipo guapo de metro ochenta que huele bien. No es un crimen, es un desperdicio.
—Que conste que no ha sido porque no quiera, ¿de acuerdo? Es más, un tema de logística —comenzó a hablar un poco más rápido. Se le notaba intranquilo—. No veo las señales a tiempo. No quiero incomodar, no sé cuándo empezar. Quiero creer que sé qué hacer, pero la verdad es que no estoy seguro sobre cómo reaccionar. O cuánto debe durar, o dónde poner las manos, es confuso. Y para cuando logro asimilarlo, el momento ya pasó.
—Qué tierno.
—Vete a la mierda.
—Lo siento. ¿Te digo la verdad? Me haces gracia. Te agobias mucho por algo sencillo, que es puro instinto. Deja que tus impulsos te guíen. Sin pensar. Tu cerebro siempre jugará en tu contra, pero tu cuerpo te dirá cuánto y cuándo, es como cambiar de velocidad mientras conduces. Dicen que la tensión siempre es mutua. Y creo que es verdad, tú sabes más de ciencia que yo, corrígeme, el provocar sensaciones en las personas ni siquiera es algo social, es algo natural, hormonal, incluso. Lo sientes aquí.
April se tocó el abdomen, a la altura del estómago, se apretó un poco la camisa e intentó no ponerse nervioso al sentir la mirada de Taylor sobre su mano. Esa misma mirada regresó de golpe a su rostro y lo hizo sonreír para ocultar que lo había inquietado.
—Es fácil decirlo, pero es más complejo. Tú, por ejemplo, me tienes en desorden químico. Cortisol y dopamina altos —dijo, pensativo, aunque April no entendió lo que quiso decir, la mirada de Taylor vagó lento por su rostro de un modo que le agitó la respiración—. Pero hacerlo es algo completamente diferente...
April notó que dudaba, intentó verlo a los ojos para tratar de descifrar sus acciones, pero no pudo sostenerle la mirada por mucho tiempo. Sus ojos eran brillantes; almendrados en color y forma; bonitos por naturaleza. Denotaban algo de inocencia a pesar de la astucia que lo caracterizaba. April era la víctima, esos ojos marearían a cualquiera.
Se impacientó por la leve inclinación del chico hacia él y el pequeño silencio que se formó cuando se quedó sin palabras. La dualidad de su mirada le quitaba el aliento o en el peor de los casos, lo hacía parlotear cosas de las que se arrepentiría más tarde. No quería ridiculizarse, Taylor era la primera persona con la capacidad de dejarlo mudo.
Si fuera una de las chicas con las que salía, la habría besado hace rato; pero Taylor estaba lejos de ser una de ellas. No podría hacerlo. Sus labios estaban mojados; su mandíbula se tensó un poco, era pronunciada y fina, su piel parecía un poco áspera, como si apenas supiera afeitarse o lo hiciera constantemente.
Sus ensoñaciones con hombres nunca habían pasado a más que eso. Eran simples alucinaciones en las que se perdía de vez en cuando. Muy seguido. Por un momento creyó percibir que Taylor estaba un poco más cerca, ¿o era él quien se estaba acercando? Taylor no se había colocado el último botón de la camisa al volver a vestirse y sus clavículas estaban expuestas. Era estúpido que el recuerdo de su pecho se le cruzara por la mente al sentirlo cercano. Estaba perdido al ser consciente de lo mucho que lo deseaba.
—Si le dices cosas como esa a las mujeres es natural que pasen de ti antes de intentarlo. Hablas demasiado, sabiondo. No conseguirás ni un beso por lástima así.
Taylor resopló.
—Sí, ya entendí, soy insoportable. Por eso nunca se han interesado en mí. No tienes que remarcarlo aún más. —Taylor se removió. Sus anteojos se le deslizaron entre el cabello, amenazando con caerse; April intentó tomarlos, pero él se tensó y le apartó la mano.
—¿Por qué tan agresivo? Solo estoy jugando contigo. No seas llorón. No es tan importante.
—Haru... Tengo cosas que hacer. Es mejor que me vaya. — Él no era evasivo, no huía de sus errores, no se escondía como April solía hacer siempre; aun así, tomó su mochila del taburete y se levantó.
—No. Espera. Taylor, vamos. Lo que digo es que es solo un beso. No hace falta un plan. ¡No es para tanto! Hasta el asno de tu hermano puede. —April no sabía ser atento. El menosprecio en su voz golpeaba a todos incluso cuando no pretendía hacerlo—. ¿En serio te enojaste solo por eso?
—¡Sí! No... —Resopló—. No sé. No he tenido el mejor de los días. Estoy mentalmente agotado y esta conversación no está ayudándome.
—Taylor.
—Te veo mañana. —Tomó su chaqueta de la silla. April se levantó para persuadirlo, en un intento por detenerlo, casi chocó con su pecho al encontrarse de frente; Taylor lo esquivó, pasando de él en busca de la puerta. Su respiración agitada lo desconcertó. Fue como si no lo conociera, al menos no del todo.
April alcanzó a sujetar a Taylor por la manga de la camisa; fuerte; el tirón lo hizo regresar un poco. Taylor, por instinto tomó su muñeca para hacer que lo soltara y lo vio como perdido. Consumido.
—Lo que quise decir es que no pierdas la cabeza por eso. —April habló lento, disimulando que le temía a su rechazo, sin entender que su voz le aceleraba el pulso al desesperado frente a él—. Si quieres algo «solo hazlo».
A Taylor nunca le gustó sentir que lo subestimaban.
La voz de April se quedó en el aire junto con su aliento, perdido en medio de un exhale, tan pronto como Taylor lo jaló del brazo hacia él. No previó el momento en que lo sujetó del rostro hasta que sintió sus labios, tocándole, en un roce fugaz; rápido; como si tuviera miedo.
Era suave. Sus labios estaban lo suficiente entreabiertos para sentir su saliva, Taylor sabía al chocolate caliente que tanto le gustaba desde niño. El calor de la respiración contra su mejilla, sumado a la de su mano, con la que le sujetaba apenas el mentón, lo hicieron temblar. Querían derretirlo.
Enseguida, sin distancia, su brazo quedó atrapado contra el pecho de Taylor, retenido por su mano. Era impreciso decir que se aproximó con un paso o si se alzó en la punta de sus pies para alcanzarlo. Sentirse inmovilizado le provocó un hormigueó por todo el cuerpo que casi lo hace jadear por un beso lento, de unos labios que se movían inciertos.
La impresión apenas logró desvanecerse. No tuvo ni tiempo de cerrar los ojos para imitar a Taylor, cuando estaba por hacerlo, él lo soltó de golpe, alejándose, dejándolo tembloroso, con los labios mojados y el corazón latiendo con fuerza.
Al separarse, April sintió que estaba respirando de nuevo. Su pecho subía y bajaba notoriamente. Se había agitado. Se quedó quieto, perplejo, pasando la vista del rostro a la garganta del asustado chico para notarlo tragar y a sus ojos llenarse de lágrimas.
—¿Eres...? —murmuró April, viéndolo de arriba a abajo, retrocedió.
La impresión hizo a April sentarse lento en el camastro. Las mil cosas que Taylor nunca diría se le atoraron todas en la garganta. Intentó decir algo, lo que sea, pero no pudo. Finalmente renunció a la intención de justificarse y se marchó, sin siquiera despedirse.
April no se atrevió a seguirlo, ¿cómo podría detenerlo si se le habían pegado sus mañas? Nunca lo culparía por huir, entendía mejor que nadie la necesidad de «desaparecer» para evitar cualquier cuestionamiento.
Tenía el pulso acelerado. Un hombre lo había besado y le gustó. Esa era la confirmación al dilema moral que le quitaba el sueño desde niño. Era doloroso saberlo.
Se sintió abrumado, confundido, sin querer comenzó a llorar en silencio.
La sospecha siempre estuvo. No quería comprobarlo. Ya no le interesaba saberlo. No ahora. No muchos años después de haber guardado ese sentimiento en lo más profundo de sus secretos.
Ahora que conocía tal sensación, esta lo envolvía, encendía su rostro y lo arrastraba sin reserva alguna, como si afirmara que se dejaría morir en brazos de ese hombre si fuera preciso.
Desearlo después de probarlo era una mala broma porque aun siendo tan divino, se sentía incompleto. La calidez que le provocó se quedó en él y se transformaba de a poco en un fuego que más que solo calentarlo, le quemaba. Porque al final del día, eso que intentaba ignorar logró resonar en su memoria.
No le había pasado antes al besar a otras personas, a lo mejor, no había encontrado ni una similitud entre ellas y sus dudas. No lo habría encontrado ni aunque quisiera, ni aunque buscó hasta el cansancio.
Habían pasado seis años desde la primera vez que se lo cuestionó.
La noche en que se quedó en vela viendo dormir a Sean, sintiéndolo tan cerca despertó en su cuerpo un deseo que hasta ese momento parecía inexistente. El tiempo lo había hecho olvidarse del empeño que puso en convencerse de que la idea de besar a Sean no le atraía.
Si hubiera seguido sus propios consejos y se hubiera acercado solo un poco más, no habría pasado tanto tiempo imaginando cómo sabían sus labios. Habría arruinado su amistad desde mucho antes y sus sentimientos por él no habrían crecido. Pues, aunque no lo besó, soñó con eso todas las noches desde que lo intentó.
Se lo cuestionó una y otra vez a su lado, en la calle, en la escuela, en la iglesia con los ojos abiertos durante la oración.
Tenía el estómago revuelto. Sin querer, Taylor le había tocado esa herida que todos los días se negaba a aceptar que seguía abierta, el espacio vivo y sangrante que dejaron sus sentimientos por Sean cuando los arrancó de su pecho. O lo intentó, al menos. Ni en ese momento, ni después de él, dejaba de padecer la angustia de recordarlo.
La duda lo protegía. Entonces era un niño avergonzado; ahora se sabía un hombre que creció pensando en las manos de Sean, en sus brazos cuando lo rodeaban y la silueta de su espalda en camiseta.
Era inútil intentar negarlo: estaba enamorado de Sean desde los trece. El deseo de besarlo lo había acompañado durante casi la mitad de su vida y lo hacía sentir miserable.
Peor aún, una parte de él quería negar lo que había pasado. Intentaba excusarse con alguien que ya no existía en su vida. ¿A quién le debía tanta lealtad si llevaba mucho tiempo solo? Disfrutarlo lo hacía sentir culpable, infiel; traicionero; quería pedir perdón, justificarse y alegar que él no quiso, que fue contra su voluntad. Solo cosa de Taylor, que verlo medirse el traje no le erizó ni un poco la piel. No podía alegar que era un beso robado si, en el fondo, parecía que había rogado por ello.
El dilema había cambiado por su culpa. Ya no podía argumentar que era algo de una sola vez. De un solo hombre. Ni quería hacerlo.
Rescataba confirmar que era diferente porque, con un poco más de tiempo, le habría correspondido el beso a Taylor con más de lo que hubiera podido manejar.
Y a la larga, a lo mejor fue Dios protegiendo a Taylor, porque si hubiera alcanzado a cerrar los ojos, no habría dudado ni por un segundo en pensar en su hermano, en dejar que sus fantasías se cumplieran desmedidamente a través de su cuerpo, al menos en la cabeza de April.
Su corazón revoloteaba, pero no de amor.
Porque había besado a un hombre al que no amaba. Y supo tal cual imaginó sabría él que sí.
Se dejó caer de espaldas en el camastro. Sus pensamientos iban y venían, del tormento a la satisfacción, sin detenerse. Estaba llorando y comenzó a reírse de sí mismo. ¿Dos de dos hermanos? Tenía que ser una broma.
En especial, ¿por qué Taylor? Más que un reproche, era una duda legítima. Taylor era la promesa de la familia Kim, era todo lo bueno que había en los hombres. El único que valía la pena en ese pueblo. Era demasiado dulce y puro como para haber logrado sonrojarlo así.
April se limpió las lágrimas con la manga de su suéter. Nunca se había desubicado tanto por un beso. Aunque claro, no era cualquier beso, era el primero de un tipo habilidoso que era excelente en todo lo que hacía.
Tal cual, lo había dejado necesitado. Doblegado ante sus dotes. Qué talento para meterse en su cabeza tenía.
—Nada mal, nene—se burló April, con el rostro rojo, tapándose el rostro con ambas manos—. Nada mal.
Al menos estaba seguro de algo: ya no tenía que preocuparse por ser «raro» frente a Taylor.
Sí, el siguiente cap tiene la escena del suéter amarillo y April.
¡Feliz agosto!
Manténganse con vida. J.S.
Síganme en IG: jayspace.x
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top