Capítulo Ocho
08.
Taylor Kim, a sus diecisiete años, había tenido más introspección que romances en su vida.
En la cena, sus padres conversaban del cambio de turno, apenas hacían caso a su presencia. Todo estaba normal de ese lado de la mesa, por el otro, tenía la mirada de Sean Grace sobre él y su plato a medio comer, pero no podía hacer nada para evadirla.
Se preguntó por un momento si su hermano le había dicho algo a sus padres sobre su «pequeño» episodio psicótico de la noche anterior. Seguramente no, sino, ellos habrían tocado el tema en algún momento, ¿cierto? Aunque, no eran el tipo de personas que se preocuparan por esas cosas, si les hubiera dicho, a lo mejor no habría hecho ninguna diferencia.
Sean Grace, por el contrario, tenía esa mirada de duda que detestaba. No quería que su hermano lo tratara diferente, ni que lo viera como a un tipo con problemas mentales o algo así. Taylor no era una de esas personas locas, ni estaba enfermo como para que Sean lo viera así, con lástima, o preocupación. Estaba bien, totalmente bien, solo fue un pequeño incidente aislado. Hasta le había ordenado su habitación. Sean Grace no ordenaba sus cosas y había limpiado las suyas. ¿Qué quería probar con eso?
Taylor también notaba extraño a su hermano a veces, pero eso nunca cambió la percepción que tenía de él. Era injusto que Sean estuviese sintiendo pena por él. Era el mismo de siempre y el Taylor de siempre era experto manteniendo el control.
Sus padres discutían sobre los turnos extras que estaban tomando porque el interés de la hipoteca había incrementado y eso aumentaba también el pago mensual. Ninguno de los dos hermanos opinaba mucho, Sean parecía estar esperando a que Taylor opinara al respecto y viceversa. Pero abrir la boca era comprometerse. Sus padres tenían la capacidad de hacerlos sentir culpables por tener un techo, si las cosas seguían tan mal como hasta ahora en cuestiones de dinero, comenzarían a culparlos de cada plato de comida. Hasta por haberlos llevado a ese país.
Ya había pasado antes. Esa experiencia le había enseñado a Taylor que nunca debía demostrar cuánto tenía de algo en realidad. Sus padres tenían un fondo común para su educación que él insistió en crear cuando tenía doce y había rechazado su primera oferta académica. Ellos no aportaban gran cosa a él, pero sí monitoreaban de vez en cuando los ahorros de Taylor que venían de sus premios, los trabajos que conseguía, entre otras cosas. Por supuesto que no lo hacían con preocupación de su futuro, lo asimiló cuando vio un par de retiros que no reconoció en la cartilla del banco. Mientras fuera menor de edad, ellos tenían total disposición para usar ese dinero.
Si la situación empeoraba o surgía un imprevisto, era lógico que todos sus ahorros cambiarían de destino. Es decir, lo hicieron cuando compraron el auto, lo hicieron cuando se le pasó la mano a su papá con las apuestas con sus compañeros de la fábrica y cuando su madre se sintió humillada por no dar suficiente diezmo en la iglesia, entonces, ¿por qué permanecerían intactos ante algo realmente preocupante?
Así que de todo el dinero que conseguía, una parte en efectivo se quedaba con él. Mientras no estuviera bancarizada de ninguna forma, nadie podría saber cuánto dinero tenía en realidad.
Su hermano ya tenía la suficiente edad para ser su propio adulto y recibir su salario en cheque como cualquier otro empleado del restaurante. Aunque, por si acaso, Taylor, su autoproclamado contador, había falsificado la firma de su padre en varios documentos para que las cláusulas de menores de veintiún años no le dieran problemas. Mientras ninguno se ablandara ante los problemas económicos de su casa, ni abriera la boca para ayudar, estarían cubiertos.
En lo que a sus padres concernía, Sean pagaría el recibo del agua y Taylor el de la energía eléctrica, porque era justo para lo que les alcanzaba con lo poco que ganaban.
En poco tiempo, ya todos se había levantado de la mesa y se habían quedado solos en casa. Al menos hoy no era una de esas noches en las que, de pronto, a sus padres le entraba el impulso de aparentar formar parte de sus vidas.
Taylor subió a su habitación; quiso cerrar la puerta para cambiarse, pero el seguro dio toda la vuelta. Lo intentó un par de veces y confirmó que estaba quebrado. Ahora la puerta no tenía ninguna clase de seguridad. Por supuesto, esa era la mirada extraña de Sean Grace.
Su hermano era un exagerado, Taylor estaba bien.
Se dio una ducha rápida para compensar que ya había gastado suficiente agua. Una ligera llovizna comenzó a caer, no había llovido con fuerza desde inicios de agosto y seguramente no lo haría hasta finales de abril, pero esa brisa levantaba un ligero vapor que llenaba el ambiente con un calor húmedo aún en la noche. Veía las pequeñas gotas de la ventana, se acercó a cerrarla y correr la cortina, pero estaba tan vieja que al tirar de ella se rasgó, dejando una rotura que se veía al batir la tela.
Vio el traje colgado en su perchero. Lo tocó con suavidad y una sonrisa escapó de él. No estaba en su control no alegrarse al pensar en April, el traje era de hecho el primer regalo que recibía en algún tiempo. No se quejaba de no recibir obsequios, más allá de un tema económico que no quisiera que le recriminasen después, sentía que nadie ponía la suficiente atención en sus gustos como para darle algo que sí hubiese deseado. No le gustaban los regalos comprados en cinco minutos y por compromiso, un regalo así era como sentir que no importaba lo suficiente.
Su cumpleaños estaba tan cerca de las fiestas de fin de año que había recibido más tazas navideñas de dulces de las que necesitaría. Estaban en el fondo de la alacena y las usaba de vez en cuando para su café, pero ni siquiera las sentía suyas, es decir, él no creía en la navidad y no le gustaban los colores escandalosos. La primera vez que recibió una de esas tenía como diez años, estaba feliz por al menos tener un regalo; pero con los años, el enojo que sentía se hacía más grande, era un rencor tan grande que reconoció como tal hasta que ayudó a sus padres a comprar un regalo para su hermano y él recibió la misma taza de siempre ese año. Entre la indignación y la rabia, terminó por resignarse, se había convencido de que eran puras banalidades sin sentido, que no le afectaban en lo absoluto. Solo le molestaba un poco. Un poco. Por muchos años.
Un regalo hecho para él era como si alguien lo viera. Como si lo descubrieran de entre la multitud de personas. Más que eso, cuando comenzó a vestirse con él y todo calzó a la perfección, sintió un nudo en su garganta formarse. No solo era suyo, sino justo a su medida, hecho exclusivamente para él. Esa cercanía que experimentó, le dio el impulso para terminar de asimilar un par de ideas que habían estado rondándole la cabeza desde hace un par de días.
Se acercó al escritorio para anotar sus conclusiones. Mientras buscaba las hojas donde había estado recopilando sus ideas, la puerta de la habitación se abrió poco a poco.
—¿Y esa ropa? —dijo Sean Grace, asomándose por la puerta de la habitación.
—Tengo que hacerla de maestro de ceremonias esta noche. Supongo que debo lucir formal.
—No sabía que irías a la feria. Pensé que lo odiabas, recuerdo oírte decir hace un año que era un circo para justificar los fondos que la escuela recibe.
—Pues sí. Pero supongo que la profesora nueva no piensa lo mismo.
—Eso imaginé, lo que no entiendo es por qué de pronto eres tan servicial.
—¿A eso viniste? ¿A juzgarme?
Sean entró por completo a la habitación.
—No, de hecho, venía a decirte que ya me iba a la escuela. Pero ya que veo que también irás, me veo en la obligación de preguntarte si vienes conmigo.
—No gracias. Me iré caminando.
—¿Con esa ropa? La arruinarás. —Sean lo vio de pies a cabeza— Y si vas formal, tienes que usar corbata.
—Formal-casual, le dicen.
—¿Esa idiotez qué? No, no, no. Aquí no hay cosas a medias. O vas formal o vas casual.
—Oye, qué te... —Taylor intentó objetar cuando su hermano caminó deliberadamente por su habitación hasta el closet para rebuscar en él.
—A ver, qué tenemos por aquí. ¡Ja! Sabía que tenías una corbata azul.
Taylor lo vio acercarse a él. Le trabó la corbata alrededor del cuello, pero le temblaron un poco las manos al acomodarla.
—No sabes hacer el nudo, ¿cierto?
—No. La verdad pensé que te moverías antes de que lo intentara.
Taylor negó con la cabeza, sacudió los hombros y acató sus órdenes, colocándose el mismo la corbata cerrando el último botón.
—Bien, ya estoy formal-formal. Ya te puedes ir.
—¿Y ahora? ¿Qué tienes que estás molesto conmigo?
—Pregúntale a mi puerta.
—Ay, por favor. La privacidad es un derecho, hermanito. Uno que se pierde cuando andas metido en cosas raras.
Taylor volteó a verlo con molestia antes de regresar a su escritorio para empaquetar sus documentos, entre ellos su discurso y otros papeles.
—¿Ya terminaste? Si solo vas a molestar, vete. No estoy de humor para tus cosas.
—Tú nunca estás de humor para nada. Eres un adolescente quejumbroso. Me caías mejor cuando eras pequeño.
—Eres dos años mayor, no me jodas.
—Me reconoces como tu superior, excelente.
—Sean, en serio, ya lárgate.
—No hasta que me digas que no estás enojado conmigo.
—Largo.
—Dilo.
Finalmente, Taylor se rindió.
—No estoy enojado contigo. Solo no quiero hablar, ¿de acuerdo? Y ahora mi espacio personal ya no es "personal". Aunque gracias por limpiar, supongo.
—Sobre lo de anoche...
—Dejaste en claro que no había que tocar ese asunto. Ahora estoy mejor, coincido con eso. Hagamos lo que siempre hacemos: finjamos demencia. Solo deja morir el tema, ¿sí?
—Me preocupas, Taylor. —Sean se quedó callado. Por un momento, Taylor podría jurar que vio sus labios temblar antes de seguir hablando—. No quiero que te involucres o hagas cosas de las que luego puedas arrepentirte. La gente es mala y traicionera. Sé que te crees muy listo y generalmente tienes razón, pero...
—¿Qué no lo entiendes? Olvídalo, se esfumó.
—¿Por qué eres así? ¡Estoy tratando de ayudar! Actúas como un...
—¡No sé! ¡No sé! ¡Mierda, no lo sé! No sé por qué soy así, Sean. Créeme, si lo supiera no estaríamos teniendo esta conversación, me habría arreglado la cabeza yo mismo hace años. ¡Perdón por perturbarte! ¿En serio piensas que es la primera vez que me siento así? O que paso por algo como esto. Mira, no espero que lo entiendas, ni quiera que lo hagas. ¿Cómo podrías? No entenderías ni la mitad.
«Sí, lo hago»
—¡Pues perdón por no ser tan peculiar ni tan inteligente como tú!, por no ser un alma incomprendida que carga tanto y tanto sufrimiento.
—Eres un idiota.
—Solo, por favor, déjame.
—Bien, pues a la mierda entonces.
—¡Ya vete!
Sean salió de la habitación y suspiró en el pasillo antes de volver a meter la cabeza por la puerta.
—¿Quieres que te lleve sí o no? —dijo. Taylor sonrió de lado al asentir—. Entonces andando.
Nunca podría deshacerse del alarmista este, ¿cierto? Bueno, al menos debía reconocer que aún con todo, a la distancia y en contra de sus deseos, el único que siempre lo había notado era su hermano.
✿ ✿ ✿
¿Qué es el amor a primera vista? Un segundo. Una mirada que no da espacio a preguntar por segundas opiniones, ni segundos encuentros. Nada más que la confirmación de un presentimiento que lleva años a la espera.
¿Existe, acaso, tal cosa como el «destino»? O es alguien que ve, o cree ver, en otro—que podría ser cualquier persona—algo que ha buscado en sí mismo y se aferra a la idea de haberlo encontrado.
Lee Sunhee era más que nada escéptica respecto a cualquier coincidencia. Su vida entera, desde su nacimiento, había estado planificada a la perfección. Con un pequeño ajuste de planes, considerando que no fue el primogénito varón que su padre esperaba, pero eso tenía arreglo. La habían instruido meticulosamente, académicamente, con clase y alta elegancia. Incluso su manera de sentarse y cómo voltear tenían cierta instrucción porque cualquier error tendría repercusiones, por mínimas que fueran, siempre las había.
La empresa familiar llevaba años creciendo y con el aumento de la industrialización en Corea, todo parecía que lo suyo iba en ascenso. Como en cualquier estrategia, era indispensable que ella se familiarizara con el extranjero si es que pretendía figurar como parte del negocio, aunque era por naturaleza inteligente y estratégica.
A inicios del año, sus padres la mandaron una temporada a una escuela en Fresno. El chofer la llevaba de su residencia de estudiantes a la escuela todos los días, sin falta, incluso un viernes en que su clase visitó la reserva natural de Yosemite, a ella la condujeron por aparte para no dañar su horario por algún contratiempo del transporte escolar.
En medio de la carretera entre ambos condados, vio un muchacho que corría con gran destreza entre la tierra mojada de la orilla. Apenas comenzaba a clarear cuando pasaron a su lado. Lo vio por un segundo y eso le bastó para pensar en él todo el día. Toda la semana. En la tarde y al cerrar los ojos.
Tanto era su afán por volver a verlo que pidió ir de nuevo a la reserva el siguiente sábado; frente a ella no hubo más que kilómetros de asfalto atravesando el montón de árboles de camino. Sin más remedio, entendió que debía aceptar con resignación la realidad. Lee Sunhee había conocido a su esposo a los siete años y se casaría con él a los veintiuno. No aspiraba de ninguna forma a concretar algo con el muchacho de la carretera, ni siquiera a hablarle o acercarse, él no era más que un segundo que no era parte de su tiempo. Quería mirarlo, aunque ese tipo de ensoñaciones no era propio de alguien como ella.
Creer en el destino con una vida de cronogramas y una rutina establecida era imposible, cualquier cosa ajena a esa planificación no sería parte de su vida. Aun así, pasando por la entrada al pueblo, cerca de la desviación de la carretera, ahí estaba de nuevo él. Corriendo. Huyendo de algo que quizá estaba solo en su mente.
Las diez veces que pasó por esa misma carretera, a la misma hora, lo vio ahí. Hasta él resultó parte de su rutina.
Al siguiente semestre, cuando supo que estarían en el mismo condado, la idea de cruzarse con él en algún momento le quitó algunos minutos de enfoque. El día en que llegó al pueblo luego del verano, logró verlo por un segundo en el que alcanzó a reconocerlo en la estación.
Esa mirada que él le devolvió se quedó con ella por mucho tiempo.
Incluso pasados los días, cuando ella caminaba por el centro con la esperanza de encontrarlo, mientras él la veía detrás del cristal de las ventanas del restaurante, las que lavaba a diario y coincidían con el regreso a casa de ella. A veces la encontraba leyendo en el café de enfrente cuando salía a tirar la basura. O la veía conversar con algún niño que le preguntaba sobre el perro de sus tutores. Entonces, él no sabía de dónde venía ni quién era, tampoco aspiraba a nada, aunque a veces, le gustaba imaginar que cruzaba la calle y la saludaba.
Imaginaron sus nombres y sonrisas hasta el día en que se tuvieron de frente.
Hasta que ella atravesó la puerta del local la tarde de junio que Sean Grace Kim salía temprano de su turno. Aunque lo golpeó en el rostro, el vaso con hielos que le puso sobre el moretón solucionó cualquier disputa que pudiera haber.
Si el destino era real y el amor a primera vista existía, eximiría a los humanos del resultado de sus propias decisiones.
Ese día, ella llegó tarde a casa. Por primera vez en toda su vida, algo se había salido de su cronograma. Eso debió ser un presagio de todo lo que se le saldría de las manos si no seguía todo acorde al plan. Su padre solía decirle que todo lo que no se hace con cuidado se paga, en el mejor de los casos, con dinero.
En un par de meses había experimentado la mitad de las cosas que le prohibieron mientras crecía. Ya había actuado, parecía que era el momento de comenzar a lidiar con las reacciones.
Esa noche, mientras terminaba de armar el proyecto de su pupilo, se debatía mentalmente en cómo explicarles a sus encargados que el chico que había estado ayudando a subir su promedio era el mismo al que habían visto salir de la casa hasta la que la siguieron la vez que Sunhee se escapó en la madrugada. Ahora tenía sus padres furiosos exigiéndole que regresara a su país.
Sean Grace había hecho un buen trabajo con el proyecto, pero, no lo quería cerca de ella en público. Él era impulsivo, no entendía las repercusiones, o al menos, no las veía a tiempo. Y aunque lo amaba, eso le dejaba mucho con que lidiar.
Sin querer había comenzado a prometerle cosas a Sean que no podía cumplir y si tenía que descartar a alguien para controlar la situación, él sería el primero.
—Oye, ¿estás bien? —dijo Sean cuando se acercó a su espacio en la feria.
—Sí, sí. ¿Por qué me lo preguntas?
—Porque te ves muy ansiosa, ¿tal vez? Y estás caminando de un lado al otro sin ir a ningún lado.
—No me hagas caso.
—Perdón por llegar tarde, esperé a Taylor para venir juntos.
—No importa. Te dije que estaba bien si no venías, puedo entregar esto sola.
—Ni siquiera es tu proyecto, no podía dejarte sola.
—De acuerdo, gracias.
Sean suspiró.
—Tenías razón. Sobre Taylor actuando extraño ayer —dijo Sean Grace. Sunhee al fin volteó a verlo—. Yo... llegué a casa y lo encontré...raro.
—¿Raro cómo?
—Solo que estaba en la bañera, no se movía, pensé que estaba inconsciente y...—Sean se pasó la mano por el cuello—. Es complicado. Pero creo que hay algo mal con él.
—Dios mío... ¿Llamaste a la ambulancia?
—¿No? —Sean no pareció entender su pronta aflicción.
—Persona con problemas emocionales se pone a sí misma en situación de riesgo. ¿No te suena? Eso pudo ser un intento de...
—No —interrumpió Sean Grace con dureza—. Ni siquiera lo insinúes. ¿Qué te ocurre? Es tu amigo.
—¡Es tu hermano! —reprendió Sunhee—. ¿Qué ocurre contigo? Que lo niegues no significa que no lo sepas. Que no lo notes. ¡Hasta yo puedo verlo! Taylor necesita ayuda.
Ambos se quedaron callados, Sunhee agitó la cabeza, tenía más problemas como para lidiar con otro más.
—Sí. Lo sé.
—Perdón, no quise meterme en tus temas familiares.
—Eres mi novia y te quedarás aquí. No creo que sea tan inapropiado que formes parte de.
—Sobre eso...
La chica volvió a darle la espalda, acomodando las cosas de su proyecto, se alejó un poco de él.
—No les dijiste, ¿cierto? —Sean la siguió por el cubículo—. Estoy aquí, no puedes ignorarme como si no estuviera a dos pasos de ti. No intento presionarte, pero si no quieres quedarte aquí y esto es pasajero, en serio, agradecería mucho que me lo dijeras.
—Sean, escucha. Lo intenté, ¿de acuerdo? Pero cuando mis padres llamaron yo no estaba en casa y mi tutora les dijo que yo estaba viéndome con alguien. Se pusieron a la defensiva. Le gritaron terrible, mi tutor se metió y les dijo que yo me sentía mal, que estaba—se quedó callada— estaba buscando la forma de quedarme y eso los enloqueció.
—Mierda —Sean intentó pensar mejor la situación, aunque tenía demasiadas cosas en mente—. Pero hay posibilidades aún. No sé, hay-hay buenas escuelas aquí, Taylor tiene toda la información, te aceptarán sin dudarlo.
—¿Y cómo lo pago?
—Una beca; media beca y lo solucionaremos.
—No seré elegible.
—¿¡Por qué!? ¡Eres tan buena como el resto del programa! La mitad de ellos no tienen tu perfil y se quedarán. Si es un tema migratorio, no sé. ¡Nos casamos! ¡Y ya! Te quedas.
—¿¡Puedes solo callarte!? Ya sé que ese era el plan, pero hay que adaptarnos a la situación. Yo no quiero ser aguafiestas, pero si no encuentro una solución en dos semanas, no sé qué pasará conmigo, ni siquiera es una cuestión de qué pasará con «nosotros» sabes.
—Claro... No es una cuestión de nosotros, porque hace rato que no lo hay. ¿No es así? Solo quiero ayudar, lo siento. No sé cómo ayudar.
—Solo deja de intentar. No hay nada más que hacer. Y por esta noche, o dejas de hablar de nosotros o te vas.
Sunhee creía ahora en el amor a primera vista, en el destino. Y a pesar de todo, sus padres tenían razón: ¿Cuándo había ayudado a alguien hacer algo por «amor»?
✿ ✿ ✿
La amistad viene de la similitud encontrada por casualidad. April Augustus no había tenido muchos amigos en su vida, así que no estaba en posición de mantenerse lejos de las personas que, voluntariamente, se acercaban a él con intensiones honestas.
Era la segunda vez que le pasaba este año, puede que ser una persona peculiar fuera el requisito para que otras personas peculiares vieran en él tales similitudes a pesar de todas las barreras que, con frecuencia, ponía alrededor de sus gustos y su vida.
—¿El idiota te dijo eso?
—¡Sí! ¿Puedes creerlo? Puede irse mucho a la mierda, ¿verdad? Es más, solo va porque el alcalde irá y quiere ir a lamer el suelo por donde camina. Se lo dije y ahora tengo el ojo hinchado.
Respecto a su interacción con otras personas, no había sido consciente de que, a veces, pasaba días enteros sin decir una sola palabra. Entre su casa en silencio y la nula relación con sus compañeros y maestros, sus días parecían un monólogo eterno lleno de objeciones y prejuicios que él mismo se aplaudía. ¿Quién más para contradecirlo? Sus ideas y conjeturas eran de absoluta relevancia, solo para sí mismo, claro. Pero, desde que había comenzado a compartirlas con Taylor, su juicio dejaba un espacio para las opiniones del chico. Sin querer, ahora tenía un espacio para escuchar su día y reflexionar sobre sus ocurrencias.
Sin él a su alrededor, su vida de siempre ahora parecía tediosa. Taylor, aún en su ausencia, le debatía firmemente esa idea a April de que le gustaba estar solo.
Y por desgracia, Taylor nunca se equivocaba. Le daba la razón en eso, tanto como para que el número de Óscar en el directorio telefónico de su casa le resultara útil cuando necesitó un amigo.
Su padre había llegado a casa un poco más temprano para advertirle que si no recibía un buen resultado de sus calificaciones en la noche de padres, estaría en terribles problemas. April, que no sabía recibir las reprimendas de su padre había terminado peleando con él antes de tiempo.
No entendía qué pretendía ese señor asistiendo a la escuela, de todas formas, nunca estaba en su casa, ni tenía idea de cómo le iba a April en sus clases. Lo único que sabía era que le mintió respecto a la existencia de un taller de carpintería y que April necesitaba refuerzos. Pero esa carta sobre su desempeño la habían enviado hacía unos dos años. Ahora sus notas eran más decentes. No gracias a su padre, por supuesto.
Cualquier otra persona lo hubiera juzgado, por fortuna, a la segunda vez que llamó para preguntar por Óscar en el bar, le pasaron el teléfono.
—Sí. Pero... No lo sé, yo diría las cosas con un poco más de cuidado. Algo de tacto. Dijiste que él te pagará la universidad, ¿cierto?
—Sí. Pero... —April se acomodó en el sillón, dio un vistazo a su alrededor para asegurarse de que su abuela no lo espiara—. Pero piensa que estudiaré Botánica o bioquímica. Quiere algo que aporte al negocio familiar. Es eso o contabilidad.
—No puede ser. Serías el peor contador de la historia.
—¿Verdad que sí? Claro, siempre está la opción de enlistarme y ser ¡un gran coronel!
—Es mejor que ser contador, supongo. —Hubo un pequeño silencio—. Tengo que dejarte. Debo alistarme para bajar al club.
—De acuerdo, tengo que irme la escuela pronto de todas formas.
—Suerte con tu proyecto.
—¡Suerte en el trabajo!
Oscar rio un poco a través de la línea, luego se cortó.
April vio en el reloj de la sala que casi eran las seis. Hablar con Óscar le había dejado una sensación extraña. Aunque no podía esperar algo diferente de él, de todos sus amigos, (tres menos uno si excluía a Sean Grace), Óscar era varios años mayor, los suficientes como para hablarle en ese tono algo condescendiente que identificaba fácilmente en las personas mayores.
No parecía ser el «adulto» más equilibrado del condado, pero algo debía saber que lo hacía más centrado que él, irónicamente, sabía que tenía los suficientes problemas como para no detenerse a divulgar los suyos.
Cargó en la camioneta los materiales para la exposición de su proyecto; se detuvo un par de veces en la acera para intentar ver hacia la casa de los Kim. La luz de la habitación de Taylor estaba encendida, a lo mejor necesitaba transporte o una opinión. Luego se montó, listo para marcharse, se quedó algunos minutos con los intermitentes encendidos para que, tal vez, Taylor notara su presencia. Pero no lo hizo.
No debería importarle. Aun cuando avanzó lentamente por frente a su casa, no se asomó por la ventana ni intentó alcanzarlo. Al cabo de un rato, April terminó por marcharse, parecía el acosador personal de Taylor, intentando encontrarlo, siguiéndolo por todos lados.
Por una parte, se mentalizó a alejarse de él. Si era necesario, fingir que no existía, que jamás existió para él más que como un personaje de relleno en su vida que los ilustradores calcarían una y otra vez con distintos colores de camisa al fondo de sus comics como lo había hecho con otras personas. Aunque seguía pensando en él, tenía problemas para ser cercano a alguien y su dura indiferencia lo obsesionaba, las ansias de confrontación lo carcomían. Le hacía pensar en esos dos impulsos contrapuestos: el deseo de evitar el dolor y la necesidad de afirmarse.
Quería entrar en lo profundo de la cabeza de Taylor y saber todo lo que pensaba sobre él. Ante ese imposible, se limitaba a buscar en su propia cabeza de dónde venía esa necesidad casi obscena de encararlo.
Él, que era experto evadiendo como su padre; buscaba el enfrentamiento como su madre. Lo encontraba curioso. Esa dualidad en sí mismo que le provocaba lo confundía como todo lo que estaba alrededor de Taylor, sentía que era su propia madre, siguiendo a su padre por toda la sala, lanzando reproches que él ignoraba como si fuera una pared de ladrillos. Lo raro es que estaba acostumbrado a él ser la pared.
No sabía qué era peor, darse cuenta de que tenía un poco de ambos o la posibilidad de que tuviera un poco más de alguno.
En la escuela, toda la entrada estaba animada con personas yendo y viniendo de sus autos y padres saludándose entre ellos con fuertes apretones que terminaban en abrazos, como si no fueran los mismos hombres que se conocían de toda la vida, que estudiaron juntos y trabajaban en las mismas cosas por haber crecido en ese pueblo.
Vio al equipo de beisbol caminar de un lado al otro cargando cosas para el entrenador; pero Sean Grace no estaba con ellos, tampoco le importaba. Era casi un reflejo reconocerlo entre el montón de uniformados bulliciosos que pasaban tirándole sus cosas. La puerta del gimnasio, que daba al estacionamiento, estaba abierta por completo. No le fue difícil llevar sus cosas para buscar su espacio de exposición. Aunque, por alguna razón, creyó que los paneles laterales de su stand estarían ya armados.
Los estands de enfrente ya estaban listos; no pudo disimular su cara de fastidio al ver a Sean Grace terminando de colocar las cosas para la exposición del curso de avanzados.
«Es un perro faldero. Por supuesto que estaría ahí» pensó April. Era obvio que el tipo ese necesitaba créditos extra, ¿por qué no podía ser un uniformado bullicioso normal e ir a mover mesas como el resto de sus amigotes? No, él tenía que estar ahí con ella.
Qué más daba, no era como si rezongar de Sean fuera a hacerlo correr para ayudar a April.
April pasó del compañero del estand de al lado y le quitó la escalera para llevársela al suyo.
—Esto es una mierda. En serio, ¿Cómo esperan que arme esta cosa yo solo?
—Pues... Es de tamaño estándar, no debería ser tan difícil.
—No me jodas, Salazar. Tú eres como cinco centímetros más alto que yo, revisa tus delirios, por favor.
Para presentar su proyecto, April había separado varias matas de fresa de su huerto en pequeñas macetas para decorar su estand y comparar con su mata de muestra. Cosió un montón de hojas a una vieja cortina para colgar entre los parales de su cubículo, además de varias tiras de luces para llamar la atención.
Sus lienzos de pinturas sobre las partes de las fresas y la estructura de la planta estaban colgados en los laterales, juntos a la pintura de la composición molecular de su color, su dulzura, madurez y aroma. No entendía del todo los símbolos, pero tenía que decir con seguridad las anotaciones que Taylor le había hecho sobre su trabajo.
Las fresas serían más rojas según su cantidad de antocianinas y su relación con su ph en un medio ácido. La auxina estimulaba el crecimiento de las raíces y controlaba el proceso de maduración. La idea de modificarlas, según Taylor, iba más a la idea de hacerlas más resistentes a enfermedades fúngicas para reducir el uso de pesticidas, lo que resultaría en mantener la inocuidad del alimento para los humanos.
April sí entendía su propio proyecto. Al menos las partes que Taylor le explicó... Químicos naturales= buenos = fresas muy ricas; fresas más resistentes= fresas sin pesticidas= fresas más saludables; entonces humanos comen más fresas ricas. Bueno, algo así.
Ya había ordenado su mesa con las muestras y algunos panfletos que había diseñado (su padre iba a matarlo cuando se diera cuenta de cuánto había gastado en la papelería fotocopiando sus dibujos). Estaba conforme, después de todo, sentía que había hecho un buen trabajo, veía hacia las mesas de sus compañeros y encontraba la suya igual o mejor que la de ellos, teniendo en cuenta que varios participantes eran estudiantes de cursos avanzados, sentía que era la primera vez que destacaría en algo.
Eran casi las siete, las personas del sonido habían terminado de conectar las bocinas, la actividad no tardaría en iniciar. Ahora ya solo debía esperar a que su profesora pasara a su lugar para revisar y se quitaría un gran peso de encima.
Vio su trabajo escrito sobre la mesa, en su carpeta, listo para entregar. Era lo menos colorido de toda su exposición, pero le sacó una sonrisa que no supo de dónde vino, si de la satisfacción de sentirse suficiente que pocas veces había experimentado en su vida o de la primera página, a máquina de escribir que su amigo Taylor había colocado cuando inició con su investigación. A lo mejor, ambas cosas se relacionaban, Taylor lo hacía sentir suficiente.
Taylor le hacía pensar que era lo bastante bueno para hacer cualquier cosa que deseara. Taylor tenía esa cualidad, veía potencial en las personas que ni ellas mismas entendían. April no lo entendía, más intuía que él, por alguna razón, tenía la costumbre de apostar por las causas perdidas. O es que estaba equivocado y aún había porqué luchar, porqué seguir. Algo, lo que sea que Taylor veía en él, tenía el ímpetu para sobresalir, era la chispa que necesitaba. Si era así, confirmaría que, solo necesitaba un poco de fe en sí mismo para ser mejor.
La fe que Taylor tenía en él.
«¡Jóvenes, estamos por comenzar!» dijo su profesora pasando por los cubículos para que todos estuvieran listos en sus puestos.
April se movió detrás de la mesa para conectar las luces de su exposición. La extensión de dio problemas para llegar hasta el enchufe, el cable tenía un nudo que no lograba desatar, tuvo que arrodillarse debajo de la mesa para tensarlo hasta que logró conectarlo. Las luces se encendieron al mismo tiempo que las bocinas del equipo por el golpe de prueba en el micrófono.
Detrás del mantel de su mesa, April reconoció unos zapatos que había comprado el día anterior. Quiso levantarse de pronto, aunque al primer intento solo logró golpearse la cabeza y mover sus matas de exhibición.
—¡Taylor! —llamó al ponerse de pie mientras se pasaba la mano por la cabeza, de nuevo, se encontró solo. El escurridizo ese ya se había esfumado.
¿Cuál era su maldito problema? Si quería castigarlo, listo. Ya lo había conseguido. Pero no podía evadirlo, así como así, April necesitaba oír los motivos saliendo de su boca para superar las cosas. Él era ese tipo de persona, no podía dejar todo a la deriva, inconcluso, necesitaba respuestas. Su evasión le hacía sentir como cuando era niño y su padre le hacía la ley del hielo.
¿Eso era todo? ¿Nunca tendría una explicación de Taylor? Él era cerrado a lo que sentía, igual a todos los hombres que conocía. No era justo que lo metiera en ese mismo grupo, pero como cualquier hombre, elegiría morir antes de responsabilizarse por sus acciones. Lo besa, lo compromete y luego lo ignora. Solo quería decirle que podía olvidarlo, no esperaba una disculpa, no esperaba que arreglara nada, porque April no veía nada errado en sus acciones.
Podría fingirse ofendido y asqueado como para rechazar a Taylor por siempre; pero no podía. April no podía negarse a las cosas que le movían, si acaso, un poco el piso. Era demasiado honesto consigo mismo y se mentiría si negara que Taylor tenía una parte de él entre sus manos, que se había colado en sus pensamientos poco a poco. Eso era motivo suficiente.
Una vez leyó que «la única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella». Si besarlo había librado a Taylor del anhelo de sentirlo, enhorabuena, no había culpa en ello. Ya no sería esclavo de la incertidumbre, ni lo carcomería el deseo impuro de probarlo. April conocía mejor que nadie esa sensación de angustia, de una espera que se vuelve penosa al necesitar probar a alguien.
Taylor consiguió para sí la libertad que April nunca supo cómo alcanzar.
«Buenas noches, estimados padres, amigos, que nos acompañan. Mi nombre es Taylor Kim y represento al área de ciencias exactas del programa de excelencia académica de la escuela impulsado por el ayuntamiento. En nombre de mis compañeros y las autoridades educativas, les doy la bienvenida a la noche de padres y maestros de la Preparatoria Distrital del condado Mariposa»
En algunos pueblos, la aparición de criaturas místicas y sobrehumanas eran parte del folclore que los lugareños habían transmitido de generación en generación. En especial, en pueblos o zonas boscosas cuya aura se prestaba para ese tipo de leyendas o historias fantásticas. La forma en que todas las personas en el gimnasio se quedaron estáticas cuando el orador en el escenario comenzó a hablar habría sido digna de documentar como registro de sucesos paranormales. ¿O habría sido mejor llamar a la iglesia? Tal aparición era algo sino supernatural, divino.
April, al igual que el resto de los asistentes, se quedó quieto viendo a Taylor sonreír frente al micrófono. Todo estaba iluminado, pero—por alguna razón—April sentía que había un reflector puesto hacia Taylor. Sus fantasías no solían incluir a tantas personas, uno que otro actor para darle rostro a sus escenarios ficticios, aunque reconocía que Taylor era perfecto para protagonizarlas. Su voz era idónea para narrar sus sueños en voz alta.
Había un grupo de chicas de secundaria frente a April que murmuraban entre ellas. April sonrió al verlas tan eufóricas por Taylor. Él era fascinante.
Los chicos de su curso también parecían estar cotilleando sobre él. Un poco de su ego se infló, por defecto, el Taylor serio era superior a todos los hombres del lugar; pero un Taylor carismático era insuperable. Las miradas juzgonas y envidiosas de los pretensiosos compañeros de Taylor le divirtieron a April, ni siquiera era parte de los expositores y ya los había opacado.
Era inevitable pensar que era encantador si parecía que todos respiraban al mismo tiempo para no desentonar con la perfección del muchacho. El mismo April se habría quedado pasmado si es que no lo conociera tan bien. Tenía un leve sonrojo que disimulaba con la seguridad de sus palabras, aunque en el fondo April sabía que debía estar aterrado, luchando con sus—apenas notorios— nervios. Él, que lo encontraba tan tierno, no caía doblegado, aunque en otros tiempos habría logrado paralizarlo.
Se relamió, su mesa se había quedado un poco revuelta por la sacudida que le dio. Se movió a organizarla, volviendo su vista a la carpeta de su trabajo escrito y sus folletos.
De entre la carpeta sobresalía una punta marrón que no vio antes, la jaló, era de un sobre de papel de estraza, como el que usaban para enviar documentos importantes. Lo tomó con ambas manos y regresó su vista hacia Taylor en el escenario.
«La ciencia mueve al mundo. Podemos verla, sentirla, vivirla. Está en el parpadeo y el mar. En la política y en el arte. Desde Leonardo hasta el mismo Shakespeare. La ciencia está en todo, sino es que todo es ciencia.»
Estaba sellado y perfectamente planchado. Iba a romperlo. Tenía que ser algo malo.
No. Mejor no. A lo mejor era de parte de la escuela y se perdería información importante. Pero ¿de cuándo acá le importaba tanto la escuela? Lo rompería sin importar el contenido. Sí. Sí. Sí. Aunque, solo Taylor se había acercado a la mesa. O al menos pasó frente a ella y la pulcritud del sobre encajaba con la de los trabajos de Taylor.
A la mierda.
Al terminar de hablar, la música de amenización comenzó a sonar tenue por todo el lugar. Los aplausos para Taylor llenaron el gimnasio. Bueno, a menos que fuera una orden de alejamiento, una amenaza de muerte o una carta de suicidio, no tenía sentido que April destruyera el sobre.
Se apresuró a abrirlo, tal como sospechó, era una sola hoja con la primera letra tachada.
A:
H:
No tengo precedentes para hacer esto. Debería estar terminando mi investigación o preparando mi discurso de apertura para mañana, pero estoy aquí, sentado frente a una hoja en blanco en la que me resisto a escribir tu nombre una y mil veces.
Shakespeare dijo que el amor era como la unión de dos mentes; dos almas; que no es amor el que cambia con la distancia sino el que se adapta a ella.
¿Es entonces posible que lo que siento por ti sea amor? Si no hago más que huir de ti, de tu imagen y tus manías. Te veo por doquier. Te encuentro sin buscarte porque algo de ti es idéntico a mí, aunque no puedo definir con certeza qué es o de dónde viene.
Mi alma resulta incomprensible para mi mente. Puede ser que la tuya sea la única que la entienda, ¿puedes verlo? Eres como el río que arrastra todo en su cauce sin detenerse a preguntar por daños. Yo, que he sido rígido y seco toda mi vida, siento el desgaste de mi voluntad cuando te escucho como si me tocaras. Me erosionas.
Veo en ti una parte de mí mismo que desata con euforia sus deseos. Me siento encadenado, igual que tú; me siento perdido, justo como tú. Somos prisioneros de nuestras mentes, pero si veo hacia tu cárcel, gozas de todo el sol que nunca se ha asomado por la mía. ¿Lo sientes también? El calor que enciende tus mejillas y el pasto verde entre tus dedos es el reflejo de ti. Soy yo, al borde, viéndote descansar en la tarde, mientras yo acepto mi propia ruina. Una pizca de calma que me contagia, que silencia mis pensamientos en medio del caos. Mi mente quedó cautivada por tu alma.
¿Es amor? Si no lo es, nunca he entendido nada.
La admiración que siento por ti es inmensurable, como la ternura que me inspiras.
Soy nuevo en esto.
-T.
Pd. Si te es menos penoso de asimilar, toma esto como un agradecimiento por el traje.
April se quedó mudo.
Una sonrisa se le escapó en medio de un exhale felicidad, mera incredulidad que no supo contener dentro de sí mismo. Sintió algo desbordarse. Era emoción, felicidad, si acaso, euforia. Resoplaba y daba pasos en el mismo lugar. Cubrió su boca con la mano y luego la pasó por su frente.
Nunca había salido con alguien que le gustara. Todas las personas con las que estuvo se acercaron a él primero, venían a su vida con una noción formada de sus gustos y su vida, convencidos de lo que creían sobre él. Pasaba de nuevo, pero era la primera vez que alguien se acercaba a lo que April consideraba como su verdadero yo.
Dudaba. Siempre dudaba. No conocía otra forma de querer que la profunda obsesión, que el deseo latente de adorar a alguien. Solo lo consiguió una vez y nadie logró igualar lo que él podía sentir como para devolvérselo. Dudó porque no había forma de haber recibido un intento de carta de alguien que, por mucho tiempo, le pareció insensible y ajeno. Esto era... ¿Eso era amor?
Una semana antes, Taylor le había regañado por no tener lista su propuesta de universidad. April le contó que estaba haciendo una reinterpretación de Shakespeare para presentar como obra teatral, si es que su maestra de arte terminaba de convencerse de dejarlo usar a sus estudiantes de primero como elenco. Pero la conversación era sosa. No fue ni extensa ni profunda, aunque April sí terminó explicando de más que era uno de sus autores favoritos, que justo en ese momento, tenía una ligera fijación con el escritor. Entendería que Taylor le hablase de las obras populares del autor, poseía un extenso conocimiento de la cultura. Primero la mención en su discurso y ahora esto. Le sorprendía encontrar un soneto en medio de una carta de principiante que podría corregirle.
Si fuera coincidencia que lo hubiera referenciado, April quedaría como un idiota al emocionarse ante tan diminuta muestra de atención. Pero se negaba. No podía creer en las casualidades viniendo de Taylor, que actuaba fiel a sus pensamientos y decidía sin retractarse. Taylor que era ante todo racional y consciente. Demasiado autoconsciente para su propio bien.
«El amor ve con la mente, no con la vista; por eso a Cupido ciego lo pintan», pensó April. Sonrió. ¿Taylor pensaba así de mucho en él? Tanto como para buscar sentirse cerca de April a través de sus cosas favoritas. Sin verlo. Sin asediarlo. Solo dejándolo correr por su mente. Aunque para alguien con demasiado cerebro, eso era el equivalente a dejarlo adueñarse por completo de él. Le había dado el poder para desconcentrarlo.
April encontraba inspiración en cientos de lugares. Hacía alegorías a gemas pensando en los ojos de múltiples extraños con los que cruzaba la vista, tenía una musa que nunca había volteado a verlo y sentía que nadie lo conocía, prefería permanecer oculto e incluso si se mostraba, lo que había en su interior sería ilegible para el mundo. Pero si era Taylor, el más irracional de los racionales como para fijarse en él, April era ahora, el más visto de los invisibles.
Levantó la vista hacia el podio. Detrás del graderío de la tarima, pudo ver a Taylor charlando con varios señores de aspecto recatado que de seguro se habían interesado al verlo inaugurar la feria. Les sonreía, aunque era obvio para April que estaba incómodo, que no sabía reaccionar cuando las personas se acercaban a él para halagarlo.
No podía ser coincidencia porque entonces Taylor sería un vacilante más, como el mismo April que desconfiaba de todos y objetaba de todo; era imposible. Taylor lo entendía como nadie. ¿Eso era amor? No lo sabía con exactitud de su parte, aunque para las dudas de Taylor, la respuesta era clara.
Como si hubiera tirado del cuello de su camisa, o sentido su mirada sobre él, Taylor volteó en su dirección. Su expresión cambió cuando lo encontró con esa hoja en las manos, April denotó su intención de acercarse a él y lo hizo inquietarse. Cortó la conversación con las personas que lo rodeaban de forma, aunque cortés, apresurada, volviendo su vista al estand de April un par de veces mientras se despedía.
Ah, no. Taylor no iba a evadirlo de nuevo.
—Oye, Salazar —dijo al compañero del estand de al lado—. Cuídame aquí un momento. ¿Quieres?
Seguía a Taylor con la vista caminando hacia las mesas del lado contrario, no supo si tuvo una respuesta del compañero, se apresuró a seguir a Taylor para no perderle la pista.
Se movía rápido, se mezclaba entre las personas, en contra del sentido del recorrido normal de la feria. Su altura y agilidad le ayudaban a evadirlas sin problemas, algunas se quedaban quietas al verlo pasar, como si estuvieran ante una aparición. Algo divino. April se chocaba con ellas de frente, trastabillando al mantener su vista e intentar coordinar sus pasos para llegar a él.
Cruzó por donde los proyectos de primero y de segundo, lo perdió entre el humo y una exposición de plásticos llena de burbujas, pero volvió a ubicarlo cerca de un proyecto de taxidermia. El saco se ajustaba espléndidamente a sus hombros, su cabello algo crecido se rizaba por su cuello. La temperatura de su cuerpo subía por su sola imagen, era más bello de lo que imaginó, sus fantasías eran pocas en comparación a lo que era Taylor en realidad.
No eran imaginaciones suyas, todos veían a Taylor. La gente a su alrededor se detenía a verlo, era obvio que seguían murmurando sobre su apariencia. April veía su espalda y entre tantas miradas que recibía, Taylor volteaba solo para verlo a él.
Su corazón temblaba. Lo sentía en la garganta, las orejas, en la punta de los dedos que punzaba por querer alcanzarlo.
«¡Taylor!» Lo llamó y en medio de un descuido, terminó chocando con una señora regordeta que le devolvió el empujón
—Oye tú, niño abusivo. ¡Fíjate por dónde caminas! —dijo y lo sujetó del brazo.
—Oiga, suélteme. No es mi culpa que usted abarque todo el camino.
—¡Ya no hay respeto! ¿Tú madre no te enseñó a respetar a las damas?
—No. Y dudo que lo haga porque ya se murió.
La profesora encargada de la feria—la nueva Sr. Douglas, porque April no se sabía su nombre—se acercó a ellos para intervenir.
—¿Qué pasa aquí?
—Empujé a la señora por accidente.
—¡Sufrí un atropello por parte de este pequeño insolente! ¿Qué hacen los niños de primaria corriendo por aquí de todas formas? ¡Pésima organización!
—Óigame, vieja loca. Estoy en último de prepa.
—¡Loca será tu abuela, muchachito descarado!
—¡Sí está loca, pero eso a usted qué le importa, amargada cara de sapo!
—¡Sr. Moon! —intervino la profesora hasta separarlos—. Señora, por favor ya suelte al muchacho. Él lo siente mucho. Discúlpenos por los inconvenientes.
—La verdad no —dijo y se ganó una mirada furibunda de la docente—. Bueno sí, ya. Lo siento. ¿Me dejan ir?
Entre rezongues y malas caras, al fin lo soltó, dejándole un pequeño empujón, pasó a su lado para seguir caminando.
—¿Estás bien? Me habría gustado defenderte más, la señora financia los proyectos extraescolares de la escuela.
—Alto. ¿Esa era la esposa el alcalde? Diablos, ahora entiendo lo de la amante cubana.
—¿La qué...?
—Ignóreme, estoy pensando en voz alta. —April dio un vistazo a su alrededor—. ¿Ha visto a Taylor Kim por aquí?
—Lo vi hace un rato con unos reclutadores. Él es tu amigo, ¿cierto?
April sonrió ampliamente.
—Sí. Somos amigos. Buenos amigos...
Había dos estands a los laterales, la única salida era la puerta que daba al corredor. April le sonrió de nuevo a su profesora antes de correr hacia afuera, a donde —el creía—Taylor había huido.
Lo habían molestado cien veces en esos corredores. Al igual que a Taylor.
El laboratorio estaba en el mismo pasillo que la entrada a tras bambalinas del auditorio. April se quedaba ahí por horas para que nadie viera lo solo que estaba. Ahora que hacía memoria, al salir de ahí, al dedicar tan solo un instante a ver hacia el laboratorio había encontrado a Taylor un par de veces.
Si no tenían una misma mente, ¿por qué la pared que los separaba en su soledad era la misma? Si no tenían una misma alma, ¿por qué lo buscaba desesperadamente por cada salón vacío?
Tan lejos. Tan cerca. Su soledad no era similar a la suya. Eran idénticas. Era la misma.
Se quedó parado en medio de un pasillo oscuro y vacío, recargando su espalda en unos casilleros.
Taylor estaba ahí. No solo en sus recuerdos o sus delirios. Hacía aparición en las cosas que amaba, en sus pasiones más profundas y sus deseos escondidos. Estaba en lo que odiaba y lo estremecía. Era un intruso que se había colado en su mente, que la desordenaba. Su habilidad para despertar sus más bajos impulsos era admirable. Todo en Taylor lo era.
«Si nos admiramos mutuamente. Lo veo. Si me deseas como yo a ti. Te siento. Si estás perdiendo la razón y yo la compostura, si antes de colapsar necesito probar de lo que exhalas y aspiras me temo, Taylor, es amor».
«Lo que sientes por mí es amor»
Escuchó el rechinido de una puerta abrirse, apenas alcanzó a ver que alguien intentó salir del baño al final del pasillo, pero nadie avanzó ni salió. Con que ahí estaba escondido el tontarrón ese.
April corrió hacia el baño y entró abruptamente, encontrándose con un silenció total; pero el interruptor de la luz encendida delataba que había alguien adentro.
—Jirafa de mierda, ¿por qué me estás ignorando? —gritó al entrar apenas pensando en la posibilidad de que fuera otra persona. Observó minuciosamente bajo las puertas hasta que encontró una sombra en el penúltimo cubículo, se paró frente a ella y gritó—: Abre la puerta o te juro que la tiro.
—Tú no puedes tirar la puerta...
—¡Ja! Sabía que estabas aquí —se burló tras escuchar la voz de su amigo, pero el baño se quedó de nuevo en silencio—. Taylor puto Kim, abre la puerta a la de tres o no respondo. Voy a contar. Uno... Dos... Dos y medio... ¡Tres!
April bufó, molesto cuando Taylor no cedió. Ni la puerta, que pateó con fuerza, aunque solo consiguió moverla y que le doliera la pierna.
Ofuscado, buscó en el espacio algo para apoyarse, solo encontró algunos artículos de limpieza, así que atravesó el palo de una escoba en el jalador de una puerta para atrancarla. Luego tomó el basurero vacío de otro cubículo y lo llenó de agua para lanzarlo contra la puerta de donde se escondía.
—¡Sales o te mojas! Vamos a hablar por las buenas o por las malas. Tú decides —gritó mientras volvía a llenarlo—. Taylor a la una, a las dos... —Cerró el grifo y se dispuso a lanzar el agua—. ¡A las...!
—¡Ya! !¡Lo siento! No sé por qué lo hice, en serio no quiero que pienses que soy un enfermo. No quise arruinar nuestra amistad.
April se quedó callado y bajó el bote, esa voz sonaba lastimera. Sonaba cortada. Vulnerable, tan opuesta a la que todos habían escuchado en el gimnasio. Esa era solo para él y aún vestido de gala, con otra sonrisa y cientos de aplausos, este era su Taylor.
—¿Estás llorando?
—No te enojes conmigo, no le digas a nadie. Te lo suplico. Me van a odiar. Van a matarme. No puedo. En serio. April. —Jadeó—. Haru. Perdóname. No quise...
—Taylor... —dijo ahora con tono calmado—. Abre la puerta. No estoy enojado.
—Siento que todos me ven. Lo hiciste... Abriste la boca. ¿¡Les dijiste algo?! ¿Alguien dijo algo?
—Niño tonto. Te ven porque luces muy guapo de traje y porque... casi quemaste la feria, tiraste unas cosas cuando te fuiste corriendo.
—¿¡En serio!?
April rio.
—No, baboso. No quemaste nada esta vez. Aunque lo del traje, eso sí es verdad, destaca tu porte natural. Hasta me estoy arrepintiendo de hacértelo, te ha dado demasiado poder sobre todos. Sobre mí.
—April, no quiero verte.
—Entonces quítate los lentes o abre la puerta con los ojos cerrados —bromeó, logrando sacarle una pequeña risa—. Venga, Taylor. No puedes huir de mí por siempre.
Hubo un silencio, un segundo en el que April se resignó a dejarlo en paz. Entonces, la puerta del cubículo se abrió, revelando a un muchacho con los ojos cristalizados apenado de verle.
—Lo siento —dijo Taylor—. No sé por qué me porto así. —Se quitó los anteojos para limpiarse las lágrimas con la manga del saco y volvió a colocarlos cuando aclaró su garganta. Se moría de la vergüenza.
—Esto —April sacó de su bolsillo la carta y se la mostró—. ¿Esto es verdad?
—Discúlpame, no pude pelear más contra eso.
April se grabó su mirada dolida. Sus labios estaban heridos y sus cejas fruncidas. Se veía desesperado. Algo loco, con el cabello revuelto, aunque en el fondo era el mismo Taylor de siempre.
Tan noble.
Tan deseable.
Le puso la mano en el pecho para que no saliera, en su lugar, avanzó para llegar hasta a él en el cubículo. Taylor parecía no entender nada, sumado al montón de cosas que no entendía últimamente.
—Yo no acepto disculpas, Taylor. Lo sabes. Me gustan las compensaciones— dijo April y pasó ambos brazos alrededor del cuello de Taylor.
Por una vez en su vida, quería sentir que lo amaban con la misma intensidad que él amaba a los demás. Entonces lo besó. Desesperado. Los pensamientos de él lo consumían. No podía con la tensión, si no cedía se quedaría sin aire, ya no podría tragar saliva y su corazón se detendría.
Taylor era el mismo en la mañana, en la noche. En el bosque. En sus sueños. Estático frente a él mientras temblaba al sentir sus pechos juntos con April batallando por alcanzarle el rostro. Lo había dominado, sentía desmoronarse. Quería arrodillársele.
—Haru... —murmuró contra sus labios, separándose apenas de él. —¿Esto...? ¿Qué significa esto?
—No que muy listo. ¿Eh? —resopló en medio de un jadeó, lo soltó por un segundo, deslizando sus manos por los hombros de Taylor, bajó por sus brazos para hacer que lo tomara de la cintura—. Tus manos aquí. No pienses. No pienses. Solo siénteme, ¿Sí? —Le dejó un beso pequeño antes de continuar—: Siénteme.
Su piel resultaba inútil para separarlos cuando se deseaban entre ellos. Si no tenían la misma alma, ¿por qué sus corazones coincidían? Al mismo latir. El mismo palpito.
El amor de Taylor era casi apetitoso para April. Quería masticarlo. Iba a devorarlo.
Se paró de puntillas sobre los zapatos de Taylor. Sus tenis blancos estaban ya sucios por tantas personas que lo habían pisado.
En tanto luchó por mantenerlo cerca, se sentía colgando hasta que Taylor se enderezó con él entre sus brazos, despegándole de estar de pie. Se agitó cuando sintió que lo alzaba apenas, pero no era suficiente.
Su necesidad quedó expuesta, demasiado entusiasmado, buscó sujetarse con fuerza alrededor de su cuello, venciendo su peso hacia atrás para no dejarle otra opción que terminar de cargarlo. Y cuando lo tuvo así, cuando el mentón de Taylor le tocó brevemente el cuello, le enredó las piernas en la cintura forzándolo a sujetarlo mejor.
Sí. Una mano de Taylor podía rodear poco más de la mitad de sus muslos sin problema. Él era tan inocente que apenas notaría lo que estaba logrando. Hacía frío en septiembre y su rostro estaba caliente, lo besaba suave, parecía que al ritmo de su respiración. En total oposición a las exigencias de April, que lo correspondía acelerado.
La espalda le topó en uno de los laterales del cubículo. April le sonrió a medio beso, pero Taylor tenía los ojos cerrados, era bello, con sus pestañas largas detrás de sus anteojos empañados. No podía verlo de otra forma aún si lo deseaba tanto. Era precioso. Era injusto que ese niño fuera tan lindo por dentro y tan deseable por fuera.
Qué pecado.
La puerta principal del baño resonó como si la hubieran empujado por fuera. Fue una vez y luego otra. Taylor lo bajó apenas se repitió el portazo. Estaba atónito, respiraba agitado.
Los recuerdos de sus momentos a solas le llegaron de golpe a April al verlo así, con los labios húmedos, el calor que experimentó la noche anterior pensando en él se extendió por todo su cuerpo. Le había arrugado la camisa, pero el saco seguía intacto... «Una excelente tela» pensó April viéndolo de pies a cabeza, pensando en sus pupilas dilatadas y grabando en su memoria su expresión de confusión para uso propio.
April exhaló para tranquilizarse antes de salir del cubículo.
—Cierra la puerta cuando yo salga —le dijo; pero se detuvo por un instante para volver hacia él y dejarle un travieso y corto beso que se quedó a media sonrisa—. Tengo que entregar mi proyecto... pero ¿Te veo al rato?
Taylor asintió.
April salió del cubículo y escuchó el seguro de la puerta. Taylor era tan obediente...
April negó con la cabeza. Destrabó la puerta y se encontró al intendente de limpieza, este le dio una mirada confusa que April evadió pasando de él hasta el corredor, en el que se quedó parado cuando la incredulidad de lo que hizo lo alcanzó y comenzó a reírse escandalosamente.
Si su amor le ardía, su pasión terminaría por derretirlo. Y eso, era lo que April había buscado su vida entera.
✿ ✿ ✿
Luego de un momento incómodo con el conserje y de lavarse la cara repetidamente Taylor salió del baño temiendo el fin de mundo, un cataclismo que habría destruido la ciudad. Una multitud enardecida que correría a atraparlo para llevarlo a la hoguera o la policía para encarcelarlo como si fuera la Inglaterra del mil ochocientos o el condado mariposa en un viernes normal.
Pero al salir, todo estaba en orden. La escuela seguía en perfecto estado. Los padres de familia caminando por el lugar sin darle mucha importancia, las señoras sonriéndole como siempre y en la feria, todo seguía como siempre.
El mundo no se había acabado por besar a un hombre.
Tampoco nadie debía saberlo.
Al entrar al gimnasio él era tan normal como el resto de las personas en el lugar. Incluso April actuaba con naturalidad ante todos. Era el mismo de siempre y lo suyo solo estaba entre ellos.
«La modificación es, entonces, transformación. Un impulso hacia la evolución. Si somos lo que comemos, ¿la modificación genética de los alimentos nos transforma en una clase superior de depredadores?, ¿da un paso en la evolución o nos hace esclavos biológicos de estos cambios?»
Taylor se acercó al espacio de la exposición de April, se cruzó de brazos mientras lo veía presentar su proyecto.
Puede que haya sido obra de su excelente retorica o de las fresas gratis que había para los oyentes, pero vaya que se había ganado la atención del público y de los evaluadores que le aplaudieron enfáticamente al terminar.
El grupo de evaluadores lo felicitó antes de moverse al siguiente proyecto. Taylor se quedó frente a él, sin saber cómo abordarlo, cómo iniciar una conversación cuando sentía que se desplomaría en cualquier momento antes de lograr acomodar sus ideas y todo lo que quería decirle.
April sonrió al verlo quieto.
—¿Se te olvidó cómo hablar? —se burló, recogiendo algunas de sus cosas. Le hacía gracia el nervioso Taylor que no dejaba de verlo. Aunque, para su mala suerte, Taylor había descubierto qué cosas hacer para descomponerlo.
—Estoy muy orgulloso de ti —dijo Taylor, con una sonrisa ligera que le quitó, poco a poco la de burla a April.
El frío erizó su piel, un viento helado que le recorría toda la espalda y le dejaba escalofríos en la nuca. Lo sentía en los brazos, en su pecho, por las mejillas rojas de April que lo veía hacía arriba por naturaleza.
La Sra. Simons tocó el hombro de Taylor, en un gesto que le invitaba a acompañarla mientras le extendía el sobre con los nombres de los alumnos con proyectos destacables.
De vuelta en el escenario, entre los aplausos y las despedidas, Taylor sintió, por primera vez, algo parecido al orgullo. No sentía esto como un pendiente menos, en esa agotadora persecución de su mente que vivía a diario, se sentía que merecía el reconocimiento.
Ayer, creyó merecer estar muerto. Hoy, sentía que era una de las mejores noches de su vida.
Vio a su hermano entre la multitud, que observaba atento a sus palabras y parecía coincidir con todo lo que decía. Su mirada de admiración llenaba mejor el espacio en su mente y corazón que si sus dos padres gritaran con orgullo su nombre.
De los altibajos podría rescatar esa necesidad de tacto que descubrió esa noche. No ser visto era lo mismo que morir. Si era cierto que había que desear estar muerto para sentirse vivo, tendría sentido que lo invisible que se sentía le quitara cada vez un poco menos de optimismo.
Hoy. Solo hoy, ante los ojos de todos, tenía fe.
Llamó a los escogidos; no pudo ocultar su sonrisa al ver el nombre de Haru en el tercer lugar. Y cuando lo dijo, su pecho se conmovió, cuando pronunció su nombre en voz alta frente a todos y su llamado resonó por todo el lugar sintió haberse declarado frente al mundo, aunque estaba en clave, como si mantuviera la discreción que buscaba, lo que sentía por él estaba oculto a plena vista, ante todos y ante nadie.
Solo entre ellos.
Pudo, incluso, ver al padre de Haru felicitarlo antes de que el chico subiera al escenario.
Así cerraron la noche en la escuela, con la patrocinadora del programa entregándole sus reconocimientos a los ganadores y un intercambio de sonrisas entre él y April que tenía implícita la emoción del momento y el agradecimiento mutuo. Puede que, para entonces, al tener a April a su lado Taylor no se haya percatado del cambio de expresión de su hermano. Poco importaba que todos lo vieran, ya no era solo el secreto de Taylor, sino el de ambos.
Incluso si alguien llegara a sospecharlo, podían argumentar ser buenos amigos, sin que eso fuera mentira. Sus carencias y sus aspiraciones habían encontrado en las del otro, tanta familiaridad, que construyeron un lenguaje para entenderse entre ellas, uno propio hecho de sus momentos, sus miedos y el afecto que sentían entre sí. ¿Acaso eso no era amistad? No podía ser nada menos.
Una vez todo acabó, apenas todos empezaron a salir se apresuraron a desarmar el stand, entre dos les llevó la mitad del tiempo de lo que le tomó a April solo organizarlo; apresurados por irse; antes de que alguien objetase, antes de que el hermano de Taylor apareciera para llevárselo o el padre de April lo reprendiera por las faltas de conducta que—seguramente—le habían dado los otros maestros.
Las noches de septiembre, con sus brisas chispeantes, interminables de un amanecer a otro, podían hacer sentir necesitado a cualquiera. Había en ellas una nostalgia que solo era posible experimentar con el cabello húmedo y si se había crecido en ese pueblo. Ambos tenían la misma historia; el mismo camino de regreso a casa.
Si esa noche, cuando April lo llevó de vuelta al vecindario, no se hubiera detenido frente a la casa de Taylor la decisión de quedarse con él no sería solo suya. April no quitó el seguro, aunque Taylor tampoco intentó abrir la puerta.
—¿Te quedas conmigo? No quiero estar solo —le preguntó April en voz baja. Taylor, con el corazón en la garganta, asintió viendo hacia su casa.
Nunca había estado enamorado antes. Pero, si tuviera que compararlo, lo haría con los dientes de león cerca del graderío de la casa de los Moon, las florecillas que el aire se llevaba y flotaban a merced de las corrientes que los llevarían tan alto y lejos como el viento las arrastrase.
O como las luciérnagas, que en grupo se colaban de la reserva del bosque a su jardín, gozando de la humedad en septiembre como si las noches de verano no hubiesen terminado hace rato. Algo tenues en medio de la penumbra, pero brillando de todas formas.
Eran ambos, entrando a casa de April, en silencio, a oscuras. Su pecho chocando con la espalda de April cuando se detuvo para retenerlo en medio de la sala. Esa sensación de calidez en su cuello al rodearlo, el instante en el que su cerebro ya le anticipaba que lo besarían, pero que su corazón aún no procesaba como real, aunque ante su tacto, su piel ya lo había aceptado.
—¿Haru? ¿Hijito eres tú?
La voz de la abuela de April los congeló a ambos. Taylor, por un segundo, sintió paralizarse y hasta desmoronar su mundo entero. Pero April se reincorporó sin dejar de abrazar a Taylor, contuvo la risa, lo sintió sonreír contra su pecho antes de responder a la anciana.
—Sí, abue. Soy yo.
—¿Y tu papá? ¿Te alcanzó en la escuela?
—Sí, pero lo perdí luego de una media hora —dijo April. Volteando hacia ella en la escalera. Se acercó para que no bajara más, instándola a que regresara a su habitación.
—¡Me va a oír cuando venga! No puede ser que te deje tirado de nuevo. ¡Yo lo mandé a apoyarte! ¿Cómo te fue, hijito?
A April se le salió una risita burlona.
—Todo salió muy bien al final...
—¿Ves que no tenías que llorar por eso? Te dije que te iría bien. Y tú, toda la semana lloriqueando en tu cuarto.
April carraspeó.
—Abuela. No mientas, yo no estaba llorando —masculló April—. Ya estás diciendo incoherencias, venga, vamos de regreso a tu cuarto. Se nota que te caes del sueño.
Taylor se había quedado quieto. Sin saber cómo reaccionar o si debía mover tan siquiera un dedo en tanto la discusión entre April y su abuela seguía. Al menos, parecía que no había sido tan grave, la señora estaba senil y un poco sorda, contaba con que tampoco viera muy bien en la oscuridad.
Al poco tiempo, April se asomó por el barandal de la escalera, chitó hacia él para que lo siguiera arriba.
Lo tomó del saco para arrastrarlo hasta su habitación. Apenas entró, April lo atrapó entre sus brazos.
—¿En qué estábamos? —murmuró April.
—¿No te dijo nada sobre mí? ¿Seguro que no me vio?
—A lo mejor sí, pero creyó que eras una lámpara —Taylor se separó para verlo, molesto, pero recibió un pequeño beso—. O un perchero —luego otro.
—Qué odioso eres —reprochó Taylor, mientras caminaba de espaldas, cediendo a la dirección de April cuando se sentó en su cama. Al fin, April en medio de sus piernas podía tener su rostro a la distancia correcta para besarlo como quería.
—Pero eso te gusta, por lo que entiendo —dijo, subiéndole los anteojos para que no le estorbaran más.
—¿Por qué estabas llorando anoche?
—Estaba pensando en ti.
—¿En mí? —April jadeó mientras asentía—. ¿Qué cosas pensabas de mí?
—Lo haces a propósito, ¿verdad? Preguntar cosas así sin procurar lo que se sobreentiende.
—Solo quería saber qué pensabas sobre mí. ¿Lo haces a menudo?
—Sí...
—Ya veo, me extrañaste.
—Mucho...
—Y seguro que no tiene nada que ver con el golpe que tienes en la cara.
April rio, alejándose apenas, se quitó la camisa sin previo aviso mientras se reía.
—Tengo muchos más golpes que ese, si tu duda es de dónde vienen, mi papá me usa de saco de boxeo y lo sabes, no es nada nuevo. Mírame. Tengo la marca de una pala de este lado.
La luz del mismo poste de siempre en el exterior apenas los dejaba verse entre ellos. Las marcas de sutura a la altura de las costillas de April llamaron la atención de Taylor, se quedó callado, recorriéndolo con la mirada el suficiente tiempo como para que April llegara a preguntarse si se había excedido.
Tal vez era cómo lo miraba, o la forma en que decía su nombre, puede que la manera en la que jugaba con él lo tuviera atrapado. Era la humanidad que no le gustaba reconocer en sí mismo lo que le gustaba de él. Tan humano, tan real. Con pasado y tanto por conocer que lo hacía disfrutar la incertidumbre que lo hacía sentir al pensar que siempre habría algo nuevo por descubrir de él.
—Tienes un hematoma con forma de Orión.
—Me estoy desnudando frente a ti ¿y me sales con eso? —dijo April.
—Perdón, es que no puedo dejar de verlo. Las tres suturas, aquí —tocó escasamente bajo su pezón—, quedaron como puntos ¿lo ves? Alnitak, Alnilam y Mintaka. Y el fondo entre azul y violeta, como una nebulosa. Es muy bonito.
April se quedó callado. Algo de lo que dijo pareció disuadirlo de lo que sea que estuviera pensando. Le sonrió antes de darle un beso en la mejilla que Taylor no entendió de dónde vino o qué significaba cuando luego le dio un golpe pequeño en la cabeza.
April se lanzó a la cama.
—Te odio tanto —le dijo—. Por cierto, me debes una disculpa.
—¿Por?
—Sigues las instrucciones de todo, todo el tiempo ¿y no pudiste hacerme caso a mí una vez? Te pusiste esa corbata horrenda. ¿Por qué? Solo eso quiero saber.
Taylor se acostó a su lado para molestarlo con la punta de la corbata en la cara. Pensó en decirle que la usó porque quería hacer feliz a su hermano, pero eso abriría la conversación al declive de su relación fraternal por él. En medio de su felicidad, recordó que anoche se quería morir.
—En caso de emergencia, por si algo salía mal y tenía que ahorcarme cuanto antes.
April le dio un pequeño empujón. Y jaló su cobija hacia él mientras se reía.
—Bien. Te perdono. Pero la próxima vez, yo mismo te daré un tiro si vuelves a usar mal uno de mis trajes.
Solo ahí, se soltó la corbata, luego se quitó el saco, lo dejó en el buró antes de zafarse un poco la camisa. Instinto o atracción, en tanto se reincorporó en la cama, April se recargó sobre él, Taylor lo envolvió hacia sí, sintiendo la tibia piel de su espalda al descubierto en sus antebrazos.
Taylor Kim, a sus diecisiete años, había tenido más introspección que romances en su vida. No estaba convencido de si esto lo era, pero al menos no tendría que sentir frío esa noche.
✿ ✿ ✿
Wolas.
No estaba muerto, estaba deprimido. (Cuándo no, lol q mal)
La soledad me ha pegado últimamente. Porque, me di cuenta—al menos asimilé— que soy alguien bastante solitario en general. Luego me comparé con las personas hegemónicos de tiktok y me sentí peor. Y es que, no sé, sentirme mal conmigo mismo solía hacerme escribir más y más rápido, pero ahora hasta escribir me dio complejo. Entonces tamos «pa'l tigre», dirían en mi pueblo.
Pero bueno, eso, síganme en IG @jayspace.x para más info de esta historia que es mi hijo actual.
Manténganse con vida. J.S.
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