Sus párpados comenzaron a pesarle, pestañeaba pesadamente. El pequeño terminó por dormirse sin saber el final, dejando a su padre pensando en la habitación. ¿Qué final inventaría para cuando su hijo despierte? ¡No se le había ocurrido!

Sólo tenía unas cuantas horas para pensar y escribir. Tomó un bolígrafo y comenzó a redactar ideas vagas en su libreta. ¿Terminar con muerte, alegría o aventura interminable? ¿Un final abierto? No. Tenía que ser inolvidable. Para cuando crezca, sea digno de que lo lea a sus nietos y demás descendencia.

Aquella habitación era la única prendida en la casa. No se escuchaba ruido alguno y la calle parecía deshabitada, aunque parecía que alguien más acompañaba esa noche al solitario hombre.

Rompía las hojas, las arrugaba y las tiraba a una esquina. Comenzaba a frustrarse.

De repente, pasó una idea loca y descomunal por su mente. La escribió rápidamente como un niño desesperado por jugar. Sí, este podría ser el final. Sólo necesito moldearlo; pensó.

Escribía y escribía, sin siquiera saber que a través de su ventana los personajes se reunían. Todos miraban ansiosos al padre.

Sólo quedaba esperar hasta mañana.