Mamá, ¡hay un monstruo bajo la cama!
Un mercedes coupe dobló varias callejuelas de una ciudad ajetreada, en España. Pasó de largo un colegio concertado y la conductora hinchó sus pulmones como globos; Odiaba tener que aparcar el maldito coche, todos los santos días se tomaba un cuarto de hora en busca de un hueco donde encajarlo después de unas maniobras inhumanas, encima los autos "abandonados" de siempre seguían allí. Condujo hacia la parte trasera del colegio y estacionó en medio de la puerta de un garaje. <<Solo serán cinco minutos>>
Al fin vio llegar por el retrovisor a su pequeñajo, abrió la puerta y se acomodó a su lado. No iba a ser un buen momento.
-Cariño, te tengo que contar una noticia-empezó a explicarle.
-¡¿El qué?!-preguntó. Sus ojos brillaban frívolos e impacientes de alegría, no entendía de qué iba el asunto.
-Mira, Richard, a mamá le toca trabajar un par de semanitas por las tardes y no querrás quedarte solo, ¿no?
La mujer vio la desaprobación en la cara fruncida de su hijo a través del espejo y esperó una respuesta que nunca recibió. Richard le quitó la envoltura a un caramelo de fresa y se lo llevó a la boca.
-Bueno, he pensado que estarías genial con una amiga mía, se llama Rosario y va a ser tu niñera.
La cara del chaval se arrugó con asco, en su mente se dibujo la imagen de una señora pelirroja con una camiseta escotada y unos vaqueros apretados; otra solterona en sus cuarenta, desesperada por liarse con el primer hombre que ve. Pero no, cuando llegó el lunes y su madre lo llevó por última vez en coche, vio un cúmulo de sus pesadillas concentradas en carne y hueso. Rosario tenía la pinta de un ogro, sobrepasaba los cincuenta años y parecía un hombre. Su cuerpo era robusto y obeso.
El chico se quedó asomado desde la puerta entrecerrada de su habitación como si fuera un conejo desde su madriguera. Su madre le dio un golpecito en el hombro a la señora mientras se reían de una anécdota antes de que tuviera que irse a trabajar. La señora le echó un vistazo a la decoración del pasillo, seguido de unos armarios empotrados hasta encontrarse con los pequeños par de farolillos del niño. Ensanchó los labios y le mostró una sonrisa forzada propia de una psicópata de película. La melodía predeterminada de la alarma del teléfono interrumpió las risas.
-Me tengo que ir, seguro que os lo pasáis muy bien-deseó mientras se echó una mochila a la espalda.
-¡Claro que sí! Tengo experiencia con niños de otras amigas, el chiqui está en buenas manos.
Cuando la puerta se cerró tras la mujer, empezó el verdadero reto en la casa. Allí solo se escuchaban los pasos arrastrados de la anciana por el pasillo, se acercó sigilosa pero lenta a la puerta del niño, que veía todo desde la puerta y soltó otra sonrisa desfigurada. Se le veían las encías machacadas igual que la carne podrida que recorren los gusanos. Los dientes incisivos carecían de un aspecto decente; el niño sufría solo de ver las manchas marrón oscuro en ellos, los otros dientes tenían un color amarillento. La cuidadora pegó la cara a la puerta entreabierta y lo saludó:
-¡Hola!, Juan, nos lo pasaremos bien los dos, pero debes seguir mis normas, ¿vale, cariño?
-Yo no me llamo Juan-espetó la débil vocecita.
-Bueno, sí, como te llames, cariño- abrió la puerta de un empujón- comprenderás que yo ya estoy muy yaya, ¿no? tú y yo solo nos veremos durante dos semanas al mes. Cuando yo venga, estaré en el sofá viendo la tele y tú podrás hacer lo que quieras.
-Pero en la tele está mi consola- se quejó mientras inflaba sus mejillas y saltaba de rabia.
-Ni peros ni peras-acabó y le puso el dedo índice en los morros.
Los días resultaron arduos y cansinos con su presencia: si tenía hambre, que aguante hasta el día siguiente; Si estaba aburrido, que jugara con las cucarachas de la cocina (plaga que apareció al tiempo que la señora); Si le dolía la cabeza, que no se quejara porque si no, entonces sabría lo que es bueno. Una buena noche, sobre las ocho de la noche, el timbre sonó viviente en el recibidor, pulsado por un bendito repartidor de comida rápida. A lo mejor Rosario encargó algo para comer por ser la última semana que pasaría allí, pensó el muchachos con los ojos dilatados igual que los de un búho. Y así era, la mujer presionaba la caja de una pizza en su pecho mientras caminó de vuelta al salón seguida sin notar por el chico.
Se sentó y empezó a masticar el primer trozo, sin apartar la mirada perdida de Richard. En ese momento había desconectado del mundo y no se daba cuenta de nada, solo existía. Después salió de su trance y se sobresaltó al ver al niño frente a ella, tenía una manada de leones en el estómago. Le dio otro bocado a su porción sin cortarse y le preguntó:
-¿Ocurre algo, Juanito, digo Esteban, ay Ricky?
-Es Richard-corrigió de nuevo-¿no le sobraría algún trozo? Aunque sea pequeño, porfa-suplicó.
Ella miró en la caja desierta, solo le quedaba una porción. Le sonrió con amabilidad mientras le asentía. Cogió la caja y antes de ofrecérsela, se la acerco a la cara y escupió una flema llena de tropezones naranjas de lo que se había zampado la muy guarra. Al terminar con su obra de arte, entonces sí que se la tendió al niño, o mejor dicho se la estampó en toda la cara, restregando bien la plasta.
-¿Te gusta, Richard?
Otra buena tarde, la penúltima de la que estaba a cargo de él, decidió contarle un cuento. Llamó a Richard y lo sentó en su regazo, estaba temblando. Puso su mejor cara de abuelita que te cuenta un cuento antes de dormir y comenzó su relato:
-Cuenta la leyenda, que un monstruo pequeño y regordete, con los dientes afilados y los ojos rojos se pasea por las noches en la habitación de algunos niños.
-Es verdad, estaba en mi armario-dijo preocupado.
-Vaya, que raro, solo acecha en la habitación de los niños malos. Si se siguen portando mal en casa los próximos días, llega un momento en el que sale de debajo de tu cama y te devora. Desaparecerías para siempre-le susurra casi con ganas.
Llegó al fin el último día que tanto ansiaban la mujer y el chico, el último. Richard no tardó en darse cuenta de que algo le ocurría a ella, ya era la segunda vez que corría al baño a vomitar en el lavabo y dejarlo atrancado. Se escondió al fondo de su habitación, recostado contra la pared, en el suelo y gritó su nombre por auxilio. Sus ojos se iluminaron al verla entrar preocupada. Una bestia negra igual a la que describió la tiró al suelo y se golpeó la cabeza. El niño se abalanzó encima de ella y la apuñaló una vez con las tijeras en la tripa. Rosario chillaba de horror al ver a la criatura plantada a su lado.
-Tranquila, no te hará daño si has sido buena-culminó.
El monstruo de sus pesadillas acabó con su nuevo monstruo, la engulló desde los pies hasta la cabeza como una serpiente mientras dentro la señora pataleaba y tras unos minutos, los movimientos cesaron.
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