Morgue
Trabajé en la morgue por diez años. A diferencia de lo que la mayoría pueda pensar, es un lugar tranquilo y, más allá de uno que otro reflejo natural del cuerpo tras morir, no ocurre nada extraordinario.
O eso creí hasta que una noche, antes de hacer la autopsia a una mujer recién llegada, decidí salir por una taza de café. Siempre tuve la costumbre de hablarle a los cadáveres; con esa mujer no fue la excepción.
—Vuelvo en un momento, señorita —le susurré con una sonrisa.
—Te espero.
Me di la vuelta de inmediato, aterrado. La cabeza de la mujer estaba de lado. Me miraba directo a los ojos.
Quise creer que la mujer estaba viva, así que me dirigí con precaución hacia ella para consultar sus constantes fisiológicas. No respiraba. No tenía latidos. No estaba viva.
Me quedé unos segundos en shock, inmóvil, tratando de analizar lo que ocurría. La mano de la mujer sujetó mi brazo con fuerza, dejado una marca negra en él. La vi sonreír mientras decía:
—Te veo en el infierno.
Desde ese día renuncié a mi trabajo, pero no he vuelto a dormir tranquilo.
¿Te atreverías a trabajar en la Morgue?
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