Era de noche. Marie se encontraba en el baño con la llave del grifo abierta. Su madre le había pedido que se lavara el rostro antes de irse a dormir, porque el maquillaje que utilizaba podría dañarle la piel; era demasiado joven para empezar con arrugas. La muchacha cerró los ojos mientras el agua del lavabo se deslizaba por su cara, frotándola con el jabón para retirar el maquillaje y que sus poros respiraran.

Comenzó a hacer frío. El rechinar de las bisagras al moverse la puerta inundó toda la habitación, haciendo eco en las paredes.  Marie, todavía con los ojos cerrados llamó a su mamá, creyendo que había ido a vigilar que se aseara como le había pedido. Nadie respondió.

Marie se apresuró a retirarse el jabón de los ojos y, apenas lo hizo, se giró hacia la puerta; el rechinar no era porque se estaba abriendo, sino cerrando. La joven sintió una respiración fría cerca de su nuca, justo antes que la puerta se cerrara y la luz empezara a parpadear.

Lentamente giró la cabeza para ver sobre su hombro. Había una mano saliendo el espejo cuando la luz se apagó.