Por ti (Romance)
Se asomó al balcón, después de un rato de observar el ajetreo de las personas afuera, llevando paquetes de regalo, apuradas en llegar a su destino, Arianna comenzó a sentir frío. Eso y el que fuera la noche de navidad hizo que se abrazara a sí misma. No le gustaba la navidad. En realidad, le gustaban pocas cosas, diciembre y todo lo que implicaba no era una de ellas.
Suspiró con fuerza y comenzó a trenzar su largo y sedoso cabello negro, mirando por el balcón pensó en Rodrigo. Ese tonto no estaría allí con ella esa noche como solía hacer en esas festividades, molestándola infinitamente al tratar de sacarla de su ostracismo.
Se conocían hacía ya tres años, cuando comenzaron la universidad y desde entonces, él se había pegado a ella como un chicle, no la dejaba sola nunca. Por eso, en realidad trataba de convencerse que tenía que agradecer a Dios que Rodrigo se hubiera ido con todo su alboroto y su risa escandalosa que la despertaba temprano los fines de semana para arrastrarla por la ciudad, llevándola a sitios que según él eran entretenidos. Iban a algún café, al cine o al teatro. El año pasado, por esas mismas fechas, la llevó a ver "El Cascanueces".
A ella no le interesaba el ballet, ni la música clásica, pero Rodrigo insistió tanto, que dijo que sí solo para que ya no la fastidiara más. Esa noche llegaron al Teatro Teresa Carreño, elegantemente frío y se sentaron en una de las filas del centro de la sala. Fue inevitable para ella caer seducida por el encanto de la música en el foso de la orquesta y saltar sorprendida al escuchar los cañones del Rey Ratón. A su lado, Rodrigo la miraba con una sonrisa complacida.
Cuando salió el hada de azúcar, envuelta en tules y escarcha, girando ingrávida para suavemente atarse a los brazos del príncipe, Arianna ya no podía apartar la mirada de esos bailarines que se movían con tanta belleza y gracia. La música lo envolvía todo y Rodrigo a su lado la tomaba suavemente de la mano.
Arianna, en el fondo, muy, muy en el fondo, había albergado la posibilidad de ir con él nuevamente este año a ver ese hermoso ballet. Esa noche del año pasado, aprovechando lo concentrada que ella estaba viendo a la pequeña Clara, con su vestido vaporoso de organza flotar en el aire para caer en brazos del valiente Rey Cascanueces, Rodrigo se inclinó levemente sobre ella con el pretexto de ver mejor y de improviso la besó. Apenas fue un roce travieso de labios, pero Arianna se turbó profundamente. Él nunca antes la había besado. Volteó hacia él confundida, enojada y sorprendida. Sin saber que hacer, le dedicó un mohín de disgusto y un fuerte pellizco en su brazo, Rodrigo solo sonrió juguetón, pero no la volvió a besar.
«Sí, Rodrigo es muy molesto» pensó Arianna. Una lágrima resbaló silenciosa por la pálida mejilla y casi sin notarlo le siguieron muchas más. «Al final todos se van».
A sus veintiún años, Arianna no tenía nada. Sus padres habían muerto cuando era niña y hacía tres años falleció su abuela quien la había criado. Solo tenía ese departamento, un montón de libros que habían sido de su madre y su soledad. Eran los únicos fieles en su vida, porque, aunque Rodrigo, que era su amigo le prometió que jamás la abandonaría, terminó sucumbiendo a la fiebre migratoria que azotaba al país.
De todos modos, Rodrigo no era un solitario amargado como ella. Él era luz y alegría contagiosa, como el sol que calienta e ilumina todo lo que está cerca, incandescente. Por eso, ¿que podría ella decirle cuando le dijo que se iba del país? No trató de detenerlo, aunque le doliera no lo haría. A fin de cuenta, solo eran amigos, él no estaba obligado a nada. Fingiendo que no le importaba, endureció su corazón le dijo:
—Ya era hora. Por fin podré dormir todo el fin de semana como se debe.
El alzó las cejas, quizás dolido, quizás sorprendido y trató de abrazarla, pero ella como siempre no lo permitió. Tampoco le gustaban los abrazos.
Rodrigo se había ido la víspera de navidad sin siquiera recibir la calidez de su despedida. Ya no habría más teatro, ni hada de azúcar, ni cascanueces.
Decidida a amargarse la noche con alguna comedia romántica, vestida con su pijama de unicornios, encendió la televisión. Al rato sonó el timbre y Arianna creyó que se trataba del programa que veía, pero la insistencia en el toque la sacó de su error.
Cuando abrió la puerta casi se le cae la mandíbula de la impresión. Rodrigo con un grueso abrigo y una gran bolsa de papel con motivos navideños estaba frente a ella.
—¿Y no me abrazas mi amor? —preguntó él entrando al departamento.
—¿Qué haces aquí fastidioso, te botaron del avión por escandaloso? — dijo Arianna tratando de que no le temblara la voz, disimulando lo mejor que podía su emoción.
La risa estridente se dejó oír.
—Se me quedó algo aquí en Venezuela —fue su sencilla respuesta.
—¡Que torpe eres! ¿y por eso no te fuiste? Podía mandarte lo que se te quedó por MRW.
Mirándola de arriba abajo, una risita se le escapó a Rodrigo.
—Es navidad y solo ¿eso usarás? ¿No te dije que fueras a la fiesta de navidad de mi prima para que no estuvieras aquí sola?
Arianna bajó su mirada observando su pijama de unicornios descolorida.
—¿Y? Solo es una noche igual a otras. Además, sabes que no me gustan las fiestas.
Rodrigo negó con la cabeza. Arianna vio la bolsa de papel y preguntó:
—¿Qué traes allí?
Rodrigo bajó la mirada a la bolsa y caminando hacia la mesita del salón comenzó a sacar lo que había en ella. A pesar de su intento de parecer indiferente, los ojos de Arianna brillaban mientras Rodrigo le mostraba sus tesoros.
Afuera habían comenzado a estallar los fuegos artificiales, a través de los cristales del balcón se colaba el reflejo de las luces de colores. El corazón de Arianna latía con fuerza, algo parecido a la esperanza esparcía calidez a todo su ser, indicándole que seguía viva, que valía la pena estar allí.
—Chocolates, vino —y le guiñó un ojo —pan de jamón, torta negra...
—¡Sigues siendo un tonto! ¿Qué fue lo que se te quedó aquí? — lo interrumpió ella sintiendo su corazón latir con violencia y sin poderlo evitar más, dos lágrimas de felicidad rodaron hasta perderse en el piso de cerámica.
Rodrigo continuó sacando regalos de la bolsa, el último era un pequeño cascanueces. La miró a los ojos con toda la devoción de la que fue capaz, entregándole el muñeco de madera le contestó:
—Tú.
Y la jaló de la mano que sostenía el cascanueces para cerrarla en un abrazo infinito, para no darle oportunidad de escapar, posando sus labios sobre los de ella, cubriéndola con su compañía, demostrándole que siempre estaría allí para ella.
***El Cascanueces es mi ballet favorito. Navidad para mí es en parte ir a ver este ballet, así que les comparto un fragmento de este hermoso montaje por el Ballet Teresa Carreño de Venezuela.
https://youtu.be/HHiEBKi5qjI
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