Muerte en el probador, un cuento.


─¿Tiene la talla 46?

La dependienta ─esbelta, nívea, melena rubia con mechas, toda ella rodeada de un halo de impecabilidad─ apenas me mira.

─No.

─¿Y la 44? A veces me entra, según el fabricante sabe...

─Sección de señora en la cuarta planta.

Cuarta planta. Allá voy. Miro con nostalgia los gráciles maniquíes primaverales. Tonos pastel, rosa palo, azul verdemar, pañuelos anudados al descuido, parece que de un momento a otro vayan a lanzar una carcajada al aire desde sus bocas rígidas o echar una carrera hasta la playa, como en las películas.

Las escaleras mecánicas chirrían alegremente, con sus eslabones en movimiento, subiendo, subiendo, subiendo... a la cuarta planta. Sección de señora. Mi sección. Mi lugar. Echo un último vistazo a la planta joven; miro a derecha e izquierda. Nadie. Ni una dependienta, ni una clienta, solo los maniquíes posando, haciéndome guiños de complicidad.

¿Y si me quedara? ¿Y por qué no? Eso, ¿por qué no quedarme?

Total, que me quedo, que me ha dado un arrebato de rebeldía. Cómo no me ve nadie me atrevo a coger una prenda y me meto en el probador. ¡Qué alegre falda floreada! Esto no lo tienen en la sección de señora. Y tiene goma, nada de cremalleras. ¡Ajajá, me vale! Me dan ganas de llamar a la rubia dependienta y gritarle: mira, mira, me vale ¿ves? Y tirar de la goma como en los mercadillos. Ajajá. Y es que desde que he visto ese anuncio en la tele, con todas esas tiazas de traje rosa, no pienso en otra cosa que lanzarme a la calle de punta en blanco. Pues, ea, ahora a por la blusa, que no se diga. ¡Y qué blusas! Oye, parece que le hablan a una ¡Cómo susurran!

Cojo una acampanada, por aquello de las tallas y ¡bingo! ¡me vale! Estoy en racha, hoy no me para nadie, ya pueden venir veinte dependientas juntas. Entonces, mientras sostengo entre mis manos ambas prendas que, susurrantes, cantan su canción de primavera, me vengo arriba. ¿Y por qué no? Así que la chaquetilla la elijo con cremallera, nada de elásticos, que estoy en racha. Cremallera se ha dicho. Y de piel, de moderna, de esas que brillan al sol. Ya verás cuando me vea mi cuñada, se le va a caer la cara de la envidia. No veo la hora de que llegue el domingo ¡Verás que vermut!

Lo cierto es que la chaqueta me aprieta, pero esta es de las que ceden. Tira, tira, que el género es bueno. Uf, qué calor. ¡Y qué bonito color! Rosa chicle. Pues sí que hace calor. Chica, qué mareo, se me cayó la primavera encima del cogote. Mejor me siento. Miro a mi alrededor: mi bolso, desgastado, marrón, tristísimo, cuelga del perchero, lanzando sus últimos ecos de canción invernal. En esto que me parece escuchar voces, cada vez más cercanas. Me quedo quieta y aparto los pies de la puerta, no me vayan a mandar a la planta de señora, con lo que estoy disfrutando. Escucho atenta: sí, no hay duda, es la dependienta de antes hablando con otra de su gremio ¿me habrán seguido? Dicen: «¿otra vez?» frufrú de telas «la 46, tía, ¿eso existe?» cloc, cloc, tacones que van y vienen.

Nada, yo a lo mío. ¡Qué mareo! Agarro en un puño mis flamantes prendas y me las llevo al corazón. Cierro los ojos. Me vienen ganas de reír y me río, a carcajadas. ¿Se habrán ido ya? Mira que es grande esto... Abro los ojos ¿se ha movido la puerta? ¡Cuántos colores! ¡y cómo cantan! ¡qué sofoco tengo hoy! Un grito. ¿He sido yo...?

─¡Señora! ¿Está usted bien?

Vaivenes; contornos de gelatina; flores que flotan; pañuelos que se agitan bajo el sol. Mamá, que me caso; hipotecas; niños jugando en la playa; golpes; pitidos; el cielo abierto; ¿se puede morir de ilusión?; exámenes; aulas; recortables; velos de novia y un coche azul alejándose. Explosión de colores y luego oscuridad...

─¡Señora, abra por dios!

Silencio. Niebla. Aleteo de mariposas. Ya es primavera.


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