Las alas


Soy una vieja miserable, perversa. No me gusta la gente y no me avergüenza decirlo en voz alta: ¡sí, la gente! ¡sí, miserable! ¡sí veinte veces treinta! Y en navidad menos. En navidad lo detesto todo, a todos. A papa Noel, el puto gordo Siberiano; a mi familia, con sus regalos envueltos en papel de celofán, sus charlas inanes y sus calcetines de rombos. A las luces, los centros comerciales, la música infernal campanillera; los villancicos simplones: hacia Belén va una burra rin-rin yo me remendaba-yo me remendé-yo me eché un remiendo-yo me lo quité ¡su puta madre con los remiendos! ¡un pico y una pala les daba yo a todos!

Lo que me gusta son las palomas. Todas las mañanas me asomo a la ventana y zlum zlum, les echo las sobras del día anterior. Acuden a veintenas con sus picos dorados. Los vecinos se quejan siempre. En navidad también. Y eso que dicen que si el espíritu navideño que si la bondad, pero se quejan igual. Yo creo que cuando muera me llevaran las palomas, como hacen las cigüeñas con los recién nacidos. Mientras tanto, las observo volar con envidia... ¡si pudiera volar con ellas! ¡si un día me despertara con alas en la espalda!... no serían blancas, como las de los ángeles, serían negras, o moradas, suaves, de terciopelo, y grandes, de sombra alargada y movimientos elegantes, como de culebra. Seguiría siendo una vieja desagradable, pero alada. ¡Poca broma!

En el colmado de debajo de mi piso ya venden mantecaos y turrones ¡putos tragones! A saber si no son del año pasado... y empezaron a adornar las calles. Hoy les he dicho a mis palomas que lo destrocen todo a picotazos, que arramblen con las bombillas y el cableado. Jajajá. Pero dispénsenme un minuto, el vecino de arriba ya está dando golpes en el piso: ¡plas, plas, plas!, cojo mi escoba y le respondo ¡pom, pom, pom! Cómo me rompa la lámpara de lágrimas subo y lo crujo. ¡Al cuerno con el viejo! En fin... esta mañana ha llamado mi hijo, hacía meses que no lo hacía. Hasta al aparato le ha costado dar el timbre, sonaba así, desentonado, a fuerza de desuso. Mi voz también sonaba desconchada y eso que hablo mucho con mis palomas. Les digo «chispi-chispi» y «pitas-pitas.» Casi le digo «chispi-chispi» también a mi hijo, suerte que he callado a tiempo. Será la costumbre. ¡Pom, pom, pom! ¡otra vez el viejo! ¡al infierno con él!

Mi hijo vive dos calles más abajo, pero no nos vemos mucho. No le gusto a su mujer ni ella a mí. Mis nietos me detestan, me hacen burlas. Yo también los detesto. Una vez les di para merendar bocadillo de vinagre. Jajajá. Soy una vieja perversa y me gusta. ¿Qué? ¿Tuercen ustedes la boca? ¡Ja! ¡Pues tanto mejor! Y les contaré algo más perverso aún. A veces, en la madrugada, me imagino el barrio entero ardiendo en llamas, a la gente corriendo por las aceras... a mi hijo también... ¿no es eso el colmo de la perversidad? Chispas doradas lo inundan todo como nieve caliente. Yo desplego mis alas y los miro desde arriba, rodeada de palomas negras, nocturnas...

Ahora que lo pienso tengo que engrasar la silla de ruedas, hace un ruido desagradable como de tren averiado. Antes lo hacía mi hijo, pero ya no viene nunca ¡tanto mejor! A lo que iba, que me disperso, me ha llamado para llevarme a su casa el día de navidad. Ni hablar. Que no voy. Así se lo he dicho. Dice que soy malvada ¡pues lo seré! Pero su casa no la piso. Su mujer lo tiene todo impoluto, le da miedo a una hasta sentarse en el sofá, no vaya a mancharse. ¿Qué con quién pasaré entonces la navidad? ¡Pues con las palomas! ¿Qué les parece mal? ¡Pues viento fresco!

Eso, que viento fresco. Pienso hacer una fiesta palomera en navidad que se recuerde en décadas ¡y que se fastidien los vecinos! Mirad cómo lo he dispuesto todo: en el alféizar he puesto unos cartones ¡toda la tarde recortando cartones de leche! Pero me ha quedado bonito, azulado, como las losas que tenía mi cocina cuando me casé, tiempo ha de ello. Todo para que estén cómodas mis palomas. Luego tengo encargadas veinte barras de pan de kilo para desmigar ¡pues no van ponerse orondas mis niñas! Para mí poca cosa, no como mucho y ese día quiero estar ligera. La ocasión lo requiere, ya veréis ya... luego de desmigarlo todo, llamaré a mis palomas: ¡chispi-chispi! ¡pitas-pitas! Y será entonces, con toda la navidad cayendo en mi ventana y las palomas aleteando sobre mi cabeza, dejando caer sus plumas grises como nieve embarrada, será entonces cuando (¡escuchad, escuchad!) me saldrán alas en la espalda: negras o moradas, tanto da, pero alas... enormes, plumíferas, esponjosas... (lo tengo todo planeado, no se piensen) ¡Au revoir, silla carcelera! ¡adieu, vecinos del demonio! ¡ah, volar, volar!

Qué bonita es Barcelona desde las alturas. La sagrada familia destaca en el cielo emplomado. Ojalá nevara. No importa. Me siento ligera como una niña de once años. Vista así, desde arriba, ya no parece tan fea la navidad. El corte inglés está iluminado. Quizá esté allí mi hijo comprando sus últimos regalos. Era tan guapo de niño. Alzaba sus manitas hacia mí cuando despertaba de la siesta, con una sonrisa...


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