7.- Miedo
Despertar en una cama fue extraño para André después de seis días durmiendo en un sillón, y despertar a las tres un cuarto de la madrugada aún más intrigante. Solo había logrado conciliar el sueño por un par de horas, pero se sentía fresco como una lechuga y repleto de energía.
Tenía los pies helados y la nariz como un hielo. Era el frío el que le desvelaba, pero no se sentía especialmente irritado con ello, le agradaba el frío matutino, más después de pasarse la infancia en climas tropicales pegajosos y agobiantes en los cuales despertar sudado era cosa de todos los días.
Dio un par de vueltas y se arropó con más cuidado, procurando quedar completamente cubierto, pero no logró volver a dormir. El sueño se le había escapado por completo y, según su experiencia, debería esperar hasta la noche siguiente para recuperarlo.
Era extraño, un mal familiar, nadie dormía demasiado. Su padre se podía pasar toda la noche escribiendo, dormir dos o tres horas y después continuar con las tareas del día. Su madre la misma historia. La arqueología le quitaba muchas horas de sueño y a pesar de que en sus últimos años luchaba con un cáncer terminal, era raro verla dormir, incluso después de la quimioterapia.
Suponía que era cuestión de herencia, insomnio genético, un mal que podría no ser tan malo. Con el tiempo se había acostumbrado a tener más tiempo, aunque de pequeño le hubiese gustado dormir un poco más, soñar tanto como todos.
Se estiró en la cama rindiéndose ante a vigilia y pensó en que haría hasta que despuntara la mañana. Moby Dick se le vino a la mente y de pronto la idea de avanzar algo en el libro le resultó asombrosamente atractiva.
Leía rápido, pero desde que llegara a ese pueblo infernal no había logrado completar más de un par de páginas. Ya fuera el sueño, el trabajo en la casa o Mariana, siempre algo le interrumpía y Moby Dick pasaba de inmediato a segundo plano.
Eso era lo bueno de los libros, siempre estaban ahí para ti sin importar cuanto los despreciases.
Abrió el tomo en la página número quince e inició su lectura, lo que le duró menos que un suspiro, a la tercera palabra un aire frío le sacó tiritones, y dos palabras después de eso escuchó pasos por el pasillo, una breve carrerilla.
Levantó la mirada intrigado por los ruidos fuera de su cuarto. Podía ser que el piso crujiera, o que hubiese quedado alguna ventana abierta, pero no podían ser pasos, no a las tres y tanto de la mañana.
Esperó un instante por si se repetía la situación sin conseguir escuchar algo.
Moby Dick retomó su importancia, por lo menos hasta que pasos apresurados cruzaron el pasillo acompañados de risas infantiles.
No, eso no era el piso crujiendo, eso era alguien en su casa.
Saltó de la cama sin preocuparse por marcar la página del libro y se colocó un par de calcetas. Solía dormir con la puerta cerrada desde pequeño, así que tuvo que abrirla antes de poder mirar el pasillo. Para variar estaba atascada, dura como una roca, como si nunca hubiese sido abierta antes, como si alguien la sujetara del otro lado.
-La que la pario.
Suspiró profundo justo antes de escuchar claramente como rasguñaban su puerta del otro lado. Soltó la manija por un segundo retrocedió medio paso.
La puerta se abrió sola.
Tragó saliva e intentó retener sus emociones lo que más pudo.
-Hay una explicación perfectamente lógica para esto...-cerró los ojos y se calmó-¡Y una mierda! ¿Quién anda ahí?
Asomó la mitad de su cuerpo al pasillo oscuro, sin divisar a nadie en las cercanías. Tampoco es que viera demasiado lejos, que no tuviera iris no significaba que su visión nocturna fuera la de un gato. Se paró a la mitad del camino hasta la habitación de Mariana y miró en dirección a la escalera y luego al otro lado.
No había absolutamente nadie más además de él.
Miró hacia la habitación de Mariana, ella tampoco estaba. Solo se encontraban un montón de sábanas arrugadas sobre una cama vieja.
Algo le daba mala espina, mejor dicho, todo con Mariana le daba mala espina. Era como dormir con el enemigo.
Quizás si estaba loca. Esquizofrénica y peligrosa. Quizás pensaba apuñalarlo mientras dormía.
Por cosas como esa era bueno dormir poco y tener el sueño liviano.
Se decidió por ir en su búsqueda, nadie que sale de su cama a las tres de la mañana puede andar metido en algo bueno.
La escalera crujió con el peso de André y retumbó por toda la casa con cierto dejo tétrico. Definitivamente esa mansión tenía algo, no necesariamente paranormal, pero si extraño.
André había vivido antes en una casa así, muchos atrás, en India.
Una casa cuidada por un hombre y su hijo menor.
También tenía un extraño aire, más frío que en otros sectores de Calcuta, sus ventanas crujían sin parar y las cosas se perdían constantemente. Ahí había perdido su cama, una mañana estaba en su habitación, unas horas más tarde estaba en el cuarto al final del pasillo.
Siempre había creído que era una broma de Shakti, o por lo menos eso le explicó su madre, el hijo del cuidador de la casa. Aún no entendía como un niño de siete años logró mover una cama antigua en una tarde, pero no se le ocurría ninguna explicación más lógica.
Al final esa casa era como cualquier otra, igual que esta.
Se restregó los ojos con cuidado de no moverse los contactos y revisó la sala y el comedor. Ambos seguían igual que la noche anterior, tan fríos como de costumbre.
Al entrar a la cocina notó de inmediato la puerta abierta y a Mariana sentada en el umbral con una taza caliente entre las manos.
La búsqueda había sido mucho más rápida de lo que esperaba, y con mucha menos acción.
Ella se volteó al escucharle entrar y saludó con un leve movimiento de cabeza. André alzó la mano y fue en busca de algo para beber. Se conformó con leche.
-¿Tampoco puedes dormir?-preguntó ella mientras se acurrucaba dentro de su chaqueta.
-Me ha despertado el frío ¿A ti?-omitió la parte de los rasguños y la puerta abriéndose repentinamente, prefería guardarse la parte inexplicable.
-Duermo poco en general, cualquier ruido, por suave que sea, me despierta. Mi cuerpo aún piensa que estoy en el bosque, se me pasará en unos días.
André se sentó junto a ella con la taza en mano. Frente a él se extendía el bosque y la noche, que con su escaza iluminación lo hacía lucir terrible. No podía imaginar vivir cinco años ahí, una semana, máximo un mes, pero cinco años le parecía una locura, más cuando tu único equipo de supervivencia consta de tus propias capacidades.
-No es tan malo...-comentó Mariana.
-¿Qué?
-Vivir ahí-respondió casi leyéndole la mente-. Mi padre era militar y me enseñó mucho de supervivencia. Además el bosque es muy agradecido. Provee comida y refugio todo el año. Agua limpia, lindos paisajes. Es cosa de adecuarse-sonrió sin quitarle la vista a las copas de los árboles.
André no pudo quitar la vista de ella.
-Habrá sido duro, tanto tiempo sola.
-No estaba sola-cerró la boca de inmediato y recalculó sus palabras-, no me sentí sola-untó su dedo en el té y comenzó a dibujar en las baldosas-. Hay un pequeño claro a unos nueve o diez kilómetros, ahí las aguas del rio se calman por completo y por lo menos en verano, cuando está despejado, el cielo nocturno y todas sus estrellas se reflejan como si fuera un espejo exacto.
Ahí estaba nuevamente, ese tinte salvaje y atrayente de siempre. El alma del bosque impregnada en su piel, el aroma a tierra mojada y madera escapándose de sus poros.
André no entendía que le cautivaba tanto en ella, no lograba dimensionarlo.
-Debe ser hermoso-agregó sin dejar de mirarla.
-Es como si pudieses escuchar todas las voces del universo. No, nunca estuve sola, es imposible sentirse sola en el bosque.
Sonrió con satisfacción y miró de vuelta a André. Algo en su forma de mirarla le puso incómoda. Era la negrura casi sin vida de su mirada, tan intensa que prometía engullirla en cualquier minuto. De cierta manera entendía que André fuera tan huraño, no muchos han de haber tenido el valor de acercarse a él.
Por un instante sintió algo de pena y se lo imaginó como un pequeño solitario. No estaba tan equivocada.
-Tú has de haberte sentido muy solo de pequeño-soltó sin explicar toda su línea de pensamiento.
André juntó las cejas y giró un poco la cabeza.
-¿Por qué lo dices?
-No lo sé, un presentimiento ¿Estoy en lo correcto?
-Sí, lo estás. Mis padres eran eternos viajeros. Mi mamá era arqueóloga y muy reconocida, la llamaban de muchos lugares distintos y mi padre la seguía para todas partes, su trabajo se lo permitía. Siempre he creído que no querían tener hijos, fui una sorpresa.
-Ha de haber sido duro.
-No, no tanto, éramos muy unidos, siempre los tres. Además conocí a mucha gente y pude hacer muchos amigos, aunque siempre terminaba mudándome. Soy experto en decir adiós.
André rio muy suave, como un suspiro, como cuando dices algo que te duele pero no quieres que otros lo noten.
Mariana lo tomó como el primer signo de debilidad de André, la primera prueba de que en el fondo también era humano, tanto como ella.
Apoyó su cabeza en el hombro de su acompañante y suspiró mientras el cielo se abría un poco y dejaba entrever un trozo del universo.
-Nunca estamos realmente solos, y nunca decimos adiós para siempre-susurró ella.
-A menos que alguien muera-completó él, sintiendo increíblemente agradable el peso de la cabeza de Mariana sobre su hombro.
-No estoy tan segura de eso-murmuró un poco antes de quedarse dormida en el hombro del dueño de dos ojos terribles.
Como a la una o dos de la tarde André entró al cuarto de Mariana para ver si seguía durmiendo. Unas horas antes había recordado que traía consigo un par de tapones para oídos y se los había prestado para intentar mejorar su descanso.
Por lo visto funcionaban de maravilla, Mariana dormía como un bebé. Ni la puerta, ni la casa crujiendo, ni una tormenta colosal-como la que había partido unos minutos antes-eran capaces de despertarla.
Le divirtió verla arropada hasta la nariz, con el pelo enmarañado por completo, por lo general siempre lucía a la defensiva. Trató de guardar esa imagen en su cabeza y cerró la puerta con cuidado.
La lluvia azotó las ventanas con furia y André casi temió que la tormenta se llevara parte de la casa. Era como estar de vuelta en el caribe, con sus vientos huracanados y aguaceros torrenciales, pero con un frío capaz de partirte los huesos.
Suspiró cansado un poco de todo y se dispuso a salir. Suponía que la única respuesta lógica a lo sucedido durante la madrugada era la existencia de otro habitante aparte de ellos, uno no muy deseado: ratones.
Había comprado veneno para ratas la primera vez que visitara el local de Claudia, pero prefería las trampas tipo jaula, de esa manera podía atraparlas y liberarlas lejos, en la naturaleza.
No sabía dónde podría encontrar algo como eso, pero no tenía ganas de detenerse por la tienda de la pelirroja y sus hijas locas. Debía haber algún otro lugar que vendiera de todo ¿Cierto?
Se fue caminando hasta el centro del pueblo a pesar de la lluvia, lo corto del camino no ameritaba que tomara el auto, conducir tres cuadras le parecía ridículo.
Se colocó un sombrero que había encontrado en el armario del primer piso y abrió uno de los paraguas. El viento probablemente lo voltearía, pero, si sobrevivía el viaje, sería suficiente.
Cerró bien las puertas y recorrió con calma la calle Bicentenario hasta encontrar la plaza principal. El pueblo parecía abandonado y se halló incapaz de preguntarle a algún otro ser vivo si existía una ferretería o algo por el estilo.
El agua continuó cayendo incesante mientras André se cuestionaba entre recorrer Santa Teresa o regresar con Claudia. La ventolera le mojó la espalda y optó por la respuesta más obvia, Claudia. Esa mujer se haría rica si seguía comprándole cosas.
Subió por un pasaje enano y terminó encontrando nuevamente la calle del local de abarrotes. No le tomó más de dos minutos hallar la puerta de siempre y hacer sonar la campanilla de la entrada. Cerró el paraguas y se quitó el sobrero, dejando ambos junto a la puerta. Nadie salió a recibirlo.
Era mejor así. De esa forma podría buscar lo que necesitaba sin la molesta preocupación de Claudia agobiándolo.
Se peinó el cabello hacia atrás y revisó las repisas en busca de trampas para ratones y quizás algo de grasa o aceite para las puertas. De paso cogió algunos víveres extra y unas pantuflas pequeñas de color neutro para Mariana. No encontró nada para las ratas, solo las trampas regulares que solían partir a los animalitos por la mitad.
Recorrió el lugar una última vez y se detuvo en el tercer pasillo, cuando divisó a una muchacha pelirroja justo al lado de los frutos secos.
-¿Silvia?-preguntó solo para cerciorarse. La chica no se volteó-¡Oye tú! ¿Podrías ayudarme?
La joven se giró entre sorprendida y asustada. No cabía duda de su parentesco con Claudia. El mismo cabello rojo crespo, la misma nariz pecosa, cara redondeada. Podría apostar que era su otra hija, la tal Ramona.
-¿Me hablas a mí?
-Sí, disculpa, te confundí con tu hermana.
-¿Mi hermana?
-Silvia es tu hermana ¿No?
-Sí, pero ¿Cómo lo sabes?
-El parecido sorprende-la chica se mantuvo a una distancia prudente, asustada por el extraño. Para trabajar en una tienda a André le sorprendió que fuese tan tímida- ¿Podrías ayudarme? Quisiera un par de trampas tipo jaula para ratones.
La chica se mantuvo callada y le miró de pies a cabeza, logró ponerle incómodo.
-No vendemos de ese tipo-soltó dejando entrever cierto dejo infantil. André calculó que tendría entre quince y diecisiete años-. Solo de las regulares. Están en el pasillo de al lado.
-No quiero de esas, son demasiado violentas, preferiría un método más inocuo-no entró en más explicaciones. La gente solía reírse de él cuando comentaba que prefería no hacerle daño a las plagas típicas, como las ratas o las cucarachas.
-Si ese es el caso debes ir a la tienda de Samuel, justo donde termina la calle. Ahí venden de todo para exterminar ratas.
-No quiero exterminar nada, solo quiero atraparlo y liberarlo en la naturaleza-la muchacha alzó una ceja.
-Sabes qué las ratas siempre vuelven ¿Cierto? Esa es la razón por la cual las matamos, para que no vuelvan.
-Prefiero mi método-comentó el rubio.
-Podrías conseguir un gato, son iguales de efectivos ahuyentando ratones... y por lo general no los cazan.
-Suena como una buena idea-zanjó André solo para no seguir conversando sobre ratas muertas-¿Podrías cobrarme esto entonces? No quiero perder más tiempo...
No le respondió, solo se dirigió hasta la caja. Él la siguió recordando los malos modales que caracterizaban a ese pueblo y se resignó a aceptar las costumbres medievales de su gente.
Puso todo sobre la mesada mientras la chiquilla observaba los objetos con cautela.
-¿No vas a marcarlos?
-Se ha ido la corriente, la tormenta ha botado un poste unas cuadras más arriba-no tocó nada y solo siguió mirando los productos mientras calculaba el total mentalmente-¿Eres el tipo nuevo? Mi madre no para de hablar sobre ti.
-Sí, lo soy-comenzaba a exasperarle la actitud de la niña, pero se contuvo, no deseaba pelear con adolescentes.
-Y vives en la casa embrujada...
-Sí, lo hago... ¿Y tú interrogas a todos los clientes con tanta propiedad?
-No, solo a ti-sonrió infantil y prosiguió-¿Y la casa está embrujada?
-No, y no quiero seguir hablando contigo ¿Puedes decirme cuánto es?
-Diez mil-contestó emocionada al terminar la cuenta, y agregó-. Eres raro.
-Gracias, es parte del encanto-dejó el billete sobre el mostrador, tomó las cosas y las metió en una bolsa-, tú no eres demasiado servicial.
-No me pagan-rio.
-Eso es bastante alentador, haces un pésimo trabajo de cualquier forma-ella rio nuevamente. De acuerdo, todos estaban completamente locos en ese pueblo-. Te hablo en serio niña, en cuanto vea a tu madre le diré que no debe dejarte a cargo de la...
Lanzó una mirada breve hacia las afueras de la tienda y vio, entre la lluvia y el vendaval, a aquella silueta con gabardina, observándolo desde el otro lado de la calle. Sus miradas se cruzaron y de inmediato el espía escapó calle abajo.
-No, no, no. No te vas a escapar esta vez.
Dejó de pronto la conversación y salió de la tienda con las bolsas a cuestas sin despedirse de su vendedora.
La silueta corrió por la vereda huyendo evidentemente de André. Solo eran ellos dos jugando al gato y al ratón.
Las bolsas le pesaron a Andy, y maldijo al notar que su acosador doblaba por la última calle, Bicentenario.
Le siguió de cerca, pero lo perdió inmediatamente después de doblar en la esquina. El hombre, o la mujer, con gabardina, había vuelto a desaparecer.
Revisó la calle con la mirada, en busca de alguna pista que lo guiara hasta aquella persona incógnita. Pero era como si se lo hubiese tragado la tierra. Bicentenario se encontraba tan desolada como la había dejado antes de irse.
¿Qué demonios estaba sucediendo? La gente no se esfumaba así como así sin dejar un rastro, No en un pueblo tan pequeño, menos en una calle completamente vacía.
Decidió entonces caminar hasta la casa suponiendo de antemano que la persona misteriosa de la gabardina tenía como objetivo acosarlo ¿Qué mejor lugar para hacerse humo que la casa de la persona a la cual hostigaba?
La lluvia y el viento continuaron su violenta danza y en cuanto llegó al portón se encontró nuevamente acompañado por un desconocido.
No era la persona en gabardina, no, era un tipo vestido en una especie de uniforme verde muy parecido al de la policía local.
Se acercó suspicaz, tratando de reconocer la silueta, sin llegar a lograrlo. El joven miraba la casa con suma concentración, como si intentara ver a través de sus paredes, como buscado algo o alguien, ignorante por completo de la tormenta que le empapaba el cuerpo.
-Buenas tardes-habló André- ¿Se le ofrece algo?
Era un chico muy joven, con unos veinte o veintidós años. Un poco más bajo que André, y también un poco menos macizo. Su cara le recordó a alguien conocido, pero no pudo contactar con la idea correcta y el parecido quedó en el misterio.
-Vengo por lo de Mariana.
André se tensó. Era la segunda vez que alguien venía a su casa preguntando por ella ¿Era qué en la comisaría no conversaban entre sí?
-Lo siento, ya hablé con dos de ustedes, no estoy seguro de lo que vi-se disculpó justo antes de abrir el portón-. Pero si tengo cualquier información nueva.
-Sé que Nana está allá dentro, no tiene que mentirme-el muchacho sonó más seguro de lo que a André le hubiese gustado.
Y para cuando sus miradas se encontraron Andy sintió en carne propia lo que era ser escrutado al punto de incomodar. Podría haber jurado que aquel mucho era capaz de ver su alma.
-No sé de qué me habla...
-Me asusté un poco con lo del cuerpo, pero me alegra saber que está acá.
Sonrió tímido y desvió la mirada. No estaba seguro de por qué él extraño daba cosas por sentado, pero no tenía ninguna gana de averiguarlo.
-Si no desaparece de mi propiedad de inmediato va a tener problemas con sus superiores, se lo aseguró-esgrimió usando el último recurso que le quedaba.
-Tranquilo viejo, no te preocupes, estoy de tu lado-el muchacho se metió las manos en los bolsillos e hizo sonar su cuello-. Gracias por cuidar de ella.
Se volteó lento y pausado, caminando como si no hubiese una tormenta inundando las calles. A André le pareció por lo bajo sospechoso, y temió que Mariana se encontrara en un aprieto en esos mismos instantes. Aun así no se movió de la entrada hasta que el tipo vestido de verde estuvo ya demasiado lejos.
Tragó saliva, cerró el portón y corrió a la casa como alma que lleva el diablo. Subió las escaleras en tres zancadas, atravesó el pasillo y abrió la puerta del cuarto de Mariana con una urgencia terrible.
Ella seguía ahí, durmiendo tan plácidamente como antes de que él se fuera. Nada había cambiado, nadie había estado ahí.
Se acercó un poco más tranquilo y se sentó al borde de la cama. El movimiento despertó a Mariana, quien abrió los ojos con pereza, mientras estiraba su columna.
Sonrió extasiada por la flojera y abrazó su almohada en forma de protesta.
André se sintió repentinamente tranquilo, la chica estaba bien, no había nada que temer ¿Desde cuándo le preocupaba tanto lo que le pasara? Era extraño y peligroso a la vez. No debía preocuparse por alguien que apenas conocía, más cuando desconfiaba de ella y sus motivos.
-Creo que te amo solo un poco por prestarme estos tapones-susurró quitándose un pequeña esponja del oído derecho-. Hacía años que no descansaba así.
Él la quedó mirando completamente hipnotizado por sus ojos bicolores ¿Qué ocultaba? ¿Qué era eso que la había empujado hacia un bosque completamente desolado?
-Puedes quedártelos si quieres.
-Gracias... ¿Qué sucede?-preguntó mientras se sentaba en la cama y se refregaba un ojo-Parece como si hubieses visto un fantasma-rio levemente.
-No ha sido un fantasma. Fue algo bastante terrenal-hizo una pausa tratando de computar lo sucedido, poniendo sus ideas en orden-he ido de compras y al regresar me he encontrado con alguien espiando la casa.
Mariana se tensó esperando escuchar súbitamente muy malas noticias.
-¿Era Manuel?
-No, no era él. Era un muchacho joven, policía diría yo. No me dijo su nombre, pero sabía que estabas aquí.
-¿Sabía?-no eran malas noticias, eran noticias terribles. La habían descubierto, debía escapar.
-Traté de despistarlo, pero él simplemente lo sabía.
-¿Cómo era? ¿Qué quería?-no tenía idea de quien podría ser ¿Quién aparte de Manuel podría tener algún interés en encontrarla?
-No tenía nada de especial, tan común como cualquier persona. Tampoco estoy seguro de que quería, pero según él estaba agradecido de que yo te "cuidara". Realmente estoy desconcertado con el asunto. Incluso te llamó de otra forma, Nana o algo así.
A Mariana se le detuvo el corazón y salió de la cama tan veloz, que en un pestañeó ya estaba en la escalera.
André trató de perseguirla pero la chica era años luz más rápida que él. Supuso que huiría, por eso cuando la vio abrir la puerta de la entrada y salir en pijama a la tormenta para aferrarse a los fierros del viejo portón, no pudo sentirse menos que completamente asombrado.
En todos esos días Mariana con suerte había asomado la nariz por las ventanas y de pronto y sin previo aviso salía al patio de enfrente con una soltura escalofriante.
La chica registró la vereda hasta el último centímetro buscando al tipo del que André hablaba. No podía ser cierto, no podía ser que se hubiera ido.
La calle estaba vacía. Solo quedaba la lluvia y el concreto. Todo calmo y solitario, como la vida misma de Mariana.
-¿Estás loca?-André corrió a su lado buscando a algún observador indeseable entre las ventanas de los vecinos-Creí que intentabas esconderte del mundo, no lo lograras saliendo a la intemperie de esta forma.
-Solo quiero verlo, solo déjame verlo.
-Se ha ido, se fue antes de que yo entrara a la casa.
-No puede irse, no...
Ella continuó buscando mientras André trataba a duras penas de ocultarla con su abrigo. Se repetía constantemente de que no debería preocuparle, que Mariana podía arreglárselas sola, que no era su problema, e inmediatamente después miraba su rostro desesperado, su ropa mojada y la desesperanza en sus ojos, y no podía hacer menos que rogarle porque entrara nuevamente a la casa.
No era responsable por esa mujer loca, pero sentía la necesidad de serlo.
-Mariana, por favor, vuelve.
Ella le miró confundida y él no supo si el agua que le surcaba la cara era lluvia o lágrimas. Era extraño pensar que Mariana era capaz de llorar, como si no estuviera hecha para aquella tarea tan humana.
Soltó los barrotes y se dejó guiar hasta la casa. Los brazos le colgaban inútiles a los costados y no levantaba la mirada del piso.
La lluvia parecía caer incesante especialmente sobre su cabeza.
Ya dentro André cerró la puerta y esperó que nadie los hubiera visto, sería realmente difícil despistar a la policía si habían más testigos. Mariana había sido estúpida, demasiado estúpida.
-¿Qué ha sido eso? ¡Has corrido como una loca!-le regañó ignorando por completo su estado catatónico.
-Solo quería verlo una vez, aunque fuera de lejos.
-¿A quién? ¿Quién era?
-Nicolás... solo él me llama Nana, mi hermano mayor Nicolás.
Se desprendió del agarre de André con violencia y desagrado, apartándolo por completo. Algo había cambiado en el cuarto, como si todas las energías negativas de la tierra se concentraran en el cuerpo de la chica.
-Es mejor así-comentó de pronto, aún mirando al piso-. Es mejor que nadie sepa que estoy acá.
-¿No me has escuchado? Él sabe que estás acá.
-Él no lo sabe, no tiene como saberlo. Soy la loca del bosque ¿Recuerdas? Llevo muerta casi cinco años-las palabras sonaron como veneno de la boca de una serpiente, como si Mariana odiara profundamente su condición de muerta.
André se irguió cuanto pudo y sacó ese vozarrón amenazador que había heredado de su padre.
-Dime la verdad ahora. Dime quien eres.
Ella lo miró con los ojos inundados en lágrimas. André se arrepintió de inmediato.
-¿Y si no lo hago me echaras a la calle?
-No lo dudes ni un segundo.
-Perfecto.
Ni siquiera se molestó en ir por las pocas pertenencias que había logrado juntar, simplemente se dirigió a la cocina y salió por la puerta de atrás.
Andrés maldijo y la siguió ¿Qué demonios le sucedía?
-Mariana-la llamó-¡Mariana! ¡Mariana escúchame!
No quería seguirla, no quería detenerla, pero sin embargo ahí estaba, nuevamente bajo la lluvia, tratando de detener un tifón andante.
Le tomó de la mano para pararla y ella se zafó con una violencia brutal. Una bestia más del bosque.
-Déjame, no te vuelva a acercar.
-Solo trata de ser racional por un minuto, solo inténtalo.
-¿Qué insinúas? ¿Qué estoy loca?
-Sí, no, no importa ¿Podrías tratar de hacerme entender? ¿Podrías explicarme que está sucediendo?
-¿Para qué? ¿Con qué objetivo?
-¡Para ayudarte!
-¿Ayudarme? ¿Por qué?-no tenía idea ¿Por qué esmerarse tanto por una desconocida?-llevo cinco años sola, y podrían pasar quince más sin que necesitara de tu ayuda ¿Por qué quieres ayudarme?
-No lo sé-respondió calmado, bajando la adrenalina y las revoluciones-. Quizás es porque es lo que he hecho toda la vida, velar por otras personas. Mi madre, mi padre...
-No te necesito, no necesito un salvador o un ángel guardián, y me ofende que creas que soy tan patética como para necesitar que un aparecido me salve...
Ese era el problema con Mariana o quizás era su virtud, era tan independiente que asustaba. Era tan fácil temer por su seguridad que sorprendía que siguiese viva.
-Lo siento, no pretendía ofenderte.
-Lo sé.
-No sucederá de nuevo-se peinó el cabello rubio hacia atrás y suspiró-¿Puedes ahora volver a la casa? No podría dormir esta noche si sé que estas allá a fuera con esta tormenta del demonio.
-Ese es tu problema. He pasado otros inviernos como este.
-Lo sé ¿Podrías hacerlo por mí? ¿Por mi paz mental?
Ella no él respondió, solo canceló su huida y regresó a la casa con la misma cantidad de furia contenida. Resopló aliviado, por lo menos la chica no se iría con la tormenta.
André se lanzó a la alfombra para poder quedar lo más cerca posible de la chimenea, de alguna forma inexplicable se había acostumbrado a estar en la sala y la idea de ir a su cuarto le resultaba fría e insípida. Las llamas le atraían y de paso calentaban su cuerpo, mucho mejor que un cuarto solitario y gélido.
Bebió un poco de whiskey directo de la botella que había encontrado en el sótano el día anterior después de la limpieza de Mariana, y saboreó el licor lentamente. No era el mejor de la historia, pero peor era nada.
La tormenta seguía azotando las ventanas con tanta o más fuerza que durante el día, pero de alguna manera mágica la ventolera le parecía más y más agradable conforme pasaban las horas.
Menudo día. Definitivamente se merecía un trago de lo que fuera.
Sacó su teléfono y colocó la primera lista de reproducción que encontró, necesitaba algo de música para armar un momento perfecto. No se vio defraudado, la primera canción en sonar fue How can you mend a broken heart, melodía especial para los días de lluvia.
Apoyó su espalda en el sillón y cerró los ojos. Cansado lo describía muy, muy poco.
Los pasos suaves de Mariana se acercaron hasta él y sintió como la chica se sentaba a su lado. No abrió los ojos, solo disfrutó de su compañía silenciosa lo que más pudo.
-¿Quedaba un poco? Creí que me lo había bebido todo con el pasar de los años.
-No, te has dejado un par de tragos.
-Maravilloso-le quitó la botella y se la empinó para sentir el alcohol quemarle la garganta.
-No es de los mejores.
-No, no lo es-respondió después de tragar-. Siento mucho lo de hoy en la tarde, a veces no me controlo.
La respiración calmada de la muchacha lo llevó al borde del sueño, como vagando entre la vigilia y la ensoñación.
-Pierde el cuidado. Tienes razón, no debería comportarme como el salvador de la tierra prometida. Apenas si nos conocemos.
-No, no. Solo querías ayudar y yo te he tratado como a una rata... por cierto, creo que tenemos ratas.
-Ya lo había notado, me encargaré en cuanto sea posible.
Ella rio suave. Como siempre asumía su culpa con una entereza admirable.
-¿Siempre lo tienes todo bajo control?
-Casi siempre, es una mala costumbre-sonrió ladino y la miró con misterio. Ella rodó los ojos.
-¿Puedo preguntarte algo? Pero es algo estúpido.
-¿El qué?
-¿De dónde eres?
-No lo entenderías-respondió con tono burlón, el whiskey comenzaba a relajarle los músculos y adormecerle el pensamiento.
-Que gracioso-gruñó ella-, solo intentaba que nos conociéramos un poco más. Yo soy de aquí, siempre he sido de aquí, pero tu acento no me suena a nada, como si no fueras del país.
A André le hizo gracia el comentario. No era la primera vez que se extrañaban de su acento, que básicamente no pertenecía a un lugar en especial.
-¿Quieres saber mi nacionalidad o de donde viene mi acento?
-¿No es lo mismo?
-No en mi caso. Soy de nacionalidad Egipcia, mi padre es paraguayo y mi madre aprendió español en México, supongo que mi acento es una mezcla de aquello.
Mariana rompió en carcajadas.
-No bromees ¿Eres egipcio?
-Sí, soy egipcio. Ahí nací, en una clínica del Cairo-Mariana volvió a soltar una carcajada y André le vio el chiste también.
-Debes ser el egipcio más rubio del planeta entonces.
-Sí, sí, ríete, total no eres la primera, ni serás la última. También tengo la nacionalidad paraguaya y la francesa de mis padres. Todo un trotamundos.
La música los acompaño mientras trataban de calmar sus risas. No estaba seguros de qué reían, quizás solo era una forma de distender un día tan duro, o quizás si era gracioso.
-Yo siempre he vivido acá, nunca he conocido más allá de los límites del bosque.
-¿Quieres hablar de ello?
-La verdad es que no-suspiró y apoyó la espalda en el sillón al igual que André-. No quiero hablar hoy, tal vez mañana. Cambiando de tema ¿Qué estamos escuchando exactamente?
André volvió desde su letargo al mundo de las personas consientes y puso atención a la canción que su teléfono reproducía. Había cambiado y él apenas se había percatado.
-Es una de Led Zeppelin, mejor la cambio.
-No, no. Me gusta, es muy... no sé cómo describirla.
-¿Hecha con la única finalidad de encamarte con alguien?-contestó André con tono monótono.
-¡Exacto! ¿Cómo supiste?
-Ya he tenido esta conversación antes, sin duda alguna Since i've been loving you, es la mejor canción si de crear ambiente se trata. Decisión unánime de una mesa de expertos.
Mariana disfrutó la música y se empapó un poco de ella, hipnotizada por aquella guitarra tan misteriosa y esa voz áspera.
-Bien, ya ha sido mucho, pondré otra-André tomó el teléfono pero ella se lo arrebató de las manos.
-La estoy escuchando.
-Yo ya me aburrí.
-Yo no.
-Vamos Mariana, devuélvemelo-se quejó, aunque sonaba con poco y nada de autoridad.
-¿Por qué? ¿A caso tienes miedo de crear ambiente conmigo?
Fue André quien se rio en ese momento. Conocía los poderes mágicos de esa melodía, pero se necesitaba mucho más que magia para crear ambiente con Mariana.
Aun así deseaba apagarla, no quería a Led Zeppelin cantándole al oído mientras conversaba de la vida con aquella mujer tan extraña.
-Ahora tú eres la graciosa.
-Demuéstrame lo contrario entonces. Sé un hombre y déjame escucharla tranquila-André rodó los ojos y se encogió de hombros-, y por favor no trates de seducirme.
-No sé cómo se te puede pasar siquiera por la cabeza.
-¿Crees que no me he dado cuenta como me miras? No soy tonta André.
¿De qué estaba hablando? No la miraba de ninguna manera especial. Más allá de observarla como se observaría una novedad de circo, Mariana le era completamente indiferente.
O por lo menos eso se repetía una y otra vez en ese preciso momento. Lo que Mariana decía era verdad, había algo tangible entre ellos, no era romántico, no era físico, y si André hubiese creído en algo más que la ciencia dura, le hubiese llamado "energía". Fuerza gravitatoria, acción y reacción.
Algo en su mirada que lo atrapaba, algo que no sabía si describir como bueno o malo, algo que no sabía si valía la pena ser descrito.
Ahora sí que la música le ponía nervioso ¿Es que esa canción no pensaba terminar?
-No te miró de ninguna manera.
-Ya quisieras. Pero entérate que no estoy interesada-sonrió con suficiencia sacando a André levemente de sus casillas.
-No sé qué tipo de películas pasan por esa cabecita tuya, pero...
-André, no nos mintamos ¿De acuerdo? A mí no me molesta, puedo vivir con ello-se giró un poco en dirección a su acompañante y apoyó la cabeza sobre su mano-, incluso me halaga un poco.
-Deja de soñar.
-¡Vamos! ¿Ahora vas a decir que no quieres besarme justo en este segundo?
Hasta que ella lo mencionó ni siquiera se le había pasado por la cabeza. No estaba en sus planes a futuro, no estaba dentro de los escenarios posibles, no era parte del paisaje. Hasta que lo mencionó.
Pero eso no significaba nada, él era hombre, sonaba Led Zeppelin y una chica con todas las de la ley insistía en hablar sobre intercambio de fluidos. Era completamente normal que comenzara a considerar la opción. Completa y absolutamente normal.
-No quiero besarte.
-¡Pero si te has tomado como tres años en decidir eso! No engañas a nadie.
Mariana no podía estar divirtiéndose más, sacar a André de su elemento era un deporte demasiado hermoso como para no practicarlo. Incomodarlo era como ver el lento hundimiento del Titanic. Tan estoico, tan dominante, y a la primera provocación perdiendo toda seguridad.
Sabía que entre ellos no había nada, pero ver a ese hombre sacar escusas desde el más sublime pánico era casi tan majestuoso como un cuadro de Da Vinci.
-De verdad no quiero besarte.
-Patrañas.
-Mariana, no voy a besarte-no estaba seguro si se lo estaba diciendo a ella o a sí mismo.
-Claro que no lo harás, aunque te mueres de ganas, pero te parezco tan imponente que te aterroriza siquiera rosarme. Al final todo es en gran parte culpa de tu cobardía.
No supo si lo que le impactó fue la guitarra en su mayor éxtasis o los labios de André sobre su boca, quizás no importaba de verdad, ambos producían la misma sensación.
Su cerebro no supo reaccionar, pero sus labios no perdieron el tiempo. Le besó de vuelta con las ganas con las que se besa después de cinco años en un bosque inhabitado. Cerró los ojos, abrió su boca y se dejó llevar por la música.
Podía asegurarlo ella también, Since i've been loving you estaba maldita, o bendita, según se le mirara.
André tuvo la corazonada de que debía detenerse, algo parecido a una verdad universal reclamando su cumplimiento, pero no estaba dispuesto a detener aquel beso, o mejor dicho, no tenía idea de cómo hacerlo.
No sabía que era eso que los unía de manera invisible, pero lo había encontrado y era real.
Un gruñido gutural se le escapó y supo de inmediato que las cosas se estaban saliendo completamente de control, así que solo retrocedió un par de centímetros y se humedeció los labios.
Esperó de inmediato la patada en la entrepierna, se la tenía muy bien merecida.
Mariana lo miró anonada, sin nada en la lengua para decir.
No era lo que se suponía debía suceder. No era, bajo ninguna circunstancia, lo que debía suceder.
-Se hace tarde, creo que me iré a la cama. Que descanses.
La chica se paró tensa como las cuerdas del piano y abandonó la habitación tan rápido como le dieron las piernas. Había jugado con fuego y se había quemado.
André no alcanzó siquiera a darle las buenas noches. Ella se había ido.
Tomó el teléfono y lo apagó, no quería volver a escuchar música jamás en su vida.
-Y la que te parió Led Zeppelin-gruñó-¡Y la que te parió!
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