6.- Delirium

La mañana no podía ser más lenta. Desde que André saliera de la cama hasta la hora del almuerzo parecía que el tiempo no pasase para nada. La luz entraba de la misma manera monótona y cansina, el polvo se levantaba de la misma forma pausada y parsimoniosa y el aire se mantenía quieto sin ninguna intención de crear la más mínima brisa. Hasta la casa rechinaba menos de lo normal, dando la impresión de estar detenidos en el tiempo.

Comenzaba a pensar que sería el mismo día para siempre. Había vivido tantas emociones en tan poco tiempo, que un día común y corriente comenzaba a ser aburrido.

«Mala señal», pensó André «recuerda que a ti te gusta la calma, recuérdalo».

Bostezó y se desperezó antes de bajar hasta el segundo piso. Aun no decidía que hacer con las camas de la tercera planta y tampoco tenía idea de por qué estaban ahí, solo sabía que si quería venderla tendría que deshacerse de ellas. No era buena publicidad tener muchas camas tamaño niño pequeño en el ático, y André era experto en publicitar casas.

Bajó con lentitud digna del día, cerró algunas ventanas sin mayores motivos e hizo una revisión rápida de los cuartos que ya estaban listos.

Por último se detuvo frente al cuarto del piano y solo por retar al destino miró a través de la mirilla.

Se le detuvo el corazón, le subió la bilis a la boca y la frente se le cubrió de una fina capa de sudor frio. Había un ojo azul brillante que le miraba del otro lado.

No supo reaccionar y simplemente se quedó ahí, petrificado, mirando a través de la puerta mientras se repetía mentalmente que esto no podía estar pasando, que lo estaba imaginando o que aún dormía, pero, en el fondo, sabía que no era así. Había un ojo azul profundo del otro lado de la puerta, y le miraba sin siquiera pestañear.

Salió de su parálisis momentánea y retrocedió con más fuerza y torpeza de las que lo caracterizaban. Se fue de culo al suelo y aporreó la cabeza contra la muralla de en frente. Aún no recordaba cómo era el proceso para llevar aire a sus pulmones pero tampoco estaba demasiado preocupado por ello. Su máxima inquietud era saber si lo que veía era real. No podía serlo, simplemente no podía.

El ojo azul desapareció y la manija de la puerta inició una leve e incesante vibración, como si intentara girar pero no tuviese la fuerza necesaria para lograrlo.

Una voz dentro de la cabeza de André le gritó que corriera por su vida, sudó más profusamente y palideció al grado de mimetizarse con las paredes. Había algo dentro de esa habitación, algo que vendría por él.

La manija giró, la puerta se abrió y de detrás de ella apareció la figura maciza y corpórea de Mariana.

—Jodido pedazo de porquería. Es la tercera vez que me deja atrapada—dirigió su mirada hasta la silueta temblorosa de André y se extrañó de verlo tirado en el suelo, blanco como la cal y con la consistencia de una jalea—Y a ti ¿Qué te sucede?

Él trató de hablar, pero no le salían las palabras. Alzó la mano y señaló la puerta intentando invocar la idea del ojo azul en su mente. Lo había visto, realmente lo había hecho. No era un alucinación, no eran ideas delirantes, no, el ojo azul le había mirado a través de la puerta.

—Lo... lo... lo vi—tartamudeó sintiendo la boca seca y arenosa—un ojo azul.

Mariana enarcó la ceja y le dedico una mirada confundida.

—¿Te refieres a esto?—tomó en su mano el cuadro del cuarto del piano, aquel donde aparecía el rostro y los ojos azules de un muchacho muy joven—Lo he sacado para poder limpiar las telas de araña. Incluso lo he dejado apoyado en la manilla para que no se cayera. Creí que no te molestaría que lo tomara, es solo un cuadro viejo y mohoso. Lo regresaré a su lugar antes que sufras otro ataque de nervios ¿Vale?

Ella le dio la espalda y, con el cuadro en la mano, caminó hasta la pared y lo colgó. Luego se fue como si nada quejándose de lo histérico que era André en todo ámbito, y de lo mucho que parecía un niño pequeño al cual le han tomado sus juguetes.

«A puesto que es hijo único» pensó antes de irse a la cocina.

André por su parte relajó los hombros y mantuvo la mirada perdida por un rato. Esperó a que su cerebro volviera a funcionar de manera lógica y recordó repentinamente como era que se respiraba. Tragó toda la saliva que pudo y se secó la frente con la manga de la camisa. La adrenalina se mantenía en niveles altos pero descendía de a poco.

Estaba enloqueciendo, todo por culpa de aquella casa maldita.

Al cabo de unos minutos se levantó y decidió entrar al cuarto del piano. No podía ser que él, André San Martín, quien había entrado en casas embrujadas como si fuera un paseo dominical, se sintiera temeroso de un simple cuadro. No podía ser. Pero es que se veía tan real, tan vivido.

Inspeccionó el lugar detenidamente. Estaban las partituras, algunos caballos de madera sobre un mueble, el cuadro en la pared y el piano negro.

Abrió la tapa y tocó algunas teclas. No era experto pero su oído le decía que estaba afinado. Pasó la mano por sobre la cubierta reluciente y miró las cuerdas. La sensación de ser observado le erizó la nuca y se volteó para enfrentar la mirada severa del muchacho del cuadro.

Era un cuadro muy realista, demasiado para su gusto, podías ver perfectamente definidos sus cabellos rubio ceniza, notabas la sequedad  de sus labios y las delineadas ojeras amoratadas bajo sus ojos.

Le pareció extraño que se viese tan enfermo, nadie pintaría el retrato de una persona estando enferma, por lo general se hacía cuando la persona estaba sana y llena de vida. Cuando mejor se veían.

«Quizás nunca se vio mejor que esto», pensó.

Otro escalofrió le recorrió la espalda y decidió que era momento de seguir con su día. Lo que había visto a través de la mirilla era solo el cuadro, nada más.

Probablemente era lo mismo que habían visto todos antes de él, la pintura apoyada en la puerta, pero ¿Cómo había llegado ahí? ¿Cómo?

Bajó hasta el primer piso y entró a la cocina. Mariana ya estaba cocinando animosamente y los olores de las verduras, los condimentos y el aceite llenaba el espacio y abrían el apetito.

—Haremos el tercer piso por la tarde.

—¿El tercero? Pero si no está tan sucio—alegó ella de inmediato.

—No es para limpiarlo, es para sacar esas horrendas camas, hacen que la casa parezca el escondite de un pedófilo psicópata.

Mariana palideció de inmediato y soltó el cuchillo.

—No puedes hacer eso, no puedes sacar las camas.

—Claro que puedo, esta es mi casa, y si planeo venderla...

—¡Venderla! ¡No puedes venderla!

La cara se le había enrojecido y mantenía los puños apretados, Mariana se había transformado de un segundo a otro. Se dio cuenta sola de que había sobre reaccionado y calmó sus ánimos por el bien del almuerzo. André le miro suspicaz y se acercó a ella con paso gatuno.

Algo en Mariana comenzaba a darle mala espina. No es que hubiese hecho algo específicamente sospechoso, pero, por algún motivo, su actitud de servicio le parecía cada día más extraña.

—¿Por qué tanto alboroto?—preguntó a pocos centímetros de su cara—¿Qué hay con la casa?

—Nada, nada—respondió rápidamente ella—le tengo mucho cariño, solo eso, si la vendes ya no tendré donde ocultarme. El bosque es muy frio en invierno.

André se acercó aún más, hasta quedar a su altura, casi nariz con nariz.

—Entonces deberías empezar a pensar en reaparecer ¿O es que piensas vivir en el bosque el resto de tu vida?—entrecerró los ojos. Mariana intentó alejarse un poco, pero detrás de ella estaban los muebles de la cocina. No le molestaba la cercanía con André, pero lo que si la intimidaba eran sus enorme y negros ojos escrutándola.

—Yo... no...

Tres golpes firmes en la puerta los sacaron de la tensión del momento. Ambos se miraron confundidos y caminaron hasta la puerta de la entrada.

—¿Esperas a alguien?—inquirió la chica.

—No conozco a nadie aquí, quizás sea la policía.

Mariana se alertó de inmediato y corrió directo al armario de los abrigos cerrando la puerta desde adentro. André observó la puerta cerrada con una ceja alzada, mientras pensaba en lo loca que estaba su socia de limpieza.

Tres golpes nuevamente y no le quedó más que ir a abrir, no quería socializar demasiado con los pueblerinos, pero  tampoco se trataba de ser un ogro mal humorado. Fuese quien fuese no podía quitarle más de un par de minutos.

Al abrir, la persona que había tocado a la puerta ya se iba. Reconoció el cabello rojo brillante de Claudia y suspiró con pesar, ni en la comodidad de su casa se libraba de esa mujer.

—Hola ¿Qué necesitas?

La persona se volteó, revelando que no era Claudia la que tocaba, sino la mayor de sus hijas, Carola. Ella se sobresaltó al verle y buscó algo rápido que decir pero nada le sonaba lo suficientemente lógico así que solo se arropó en su abrigo marrón.

—Hola—sonrió y notó que no tenía nada más en su cabeza. Maldijo el no haber gestionado un plan.

—¿Qué sucede?—preguntó André desde la puerta.

—Nada, no, este... no.

Guardaron silencio y André se preguntó si aquello era real. Quizás nada era realmente real, sino un extraño sueño. Quizás había sufrido un accidente y estaba en coma en algún hospital. Probablemente fuera eso. 

—Tocaste a mi puerta, algo debes necesitar—agregó, no sin un dejo de malestar.

—No, o sea sí—se restregó la cara con las manos e hizo un último orden mental—solo quería disculparme, no por mí, bueno, un poco por mí y todo lo demás por mi madre. Verás, ella está completamente loca y no sabe lo que hace. Solo... disculpa, sé que parece que estoy loca pero... yo solo... este pueblo... no. Por favor, acepta una disculpa de mi parte en nombre de toda mi familia ¿De acuerdo?

—Claro, no hay problema.

—Y también venía a invitarte a almorzar, algo ligero, por acá cerca. Eres nuevo y debes estar algo perdido.

—Yo...

—Sé que has ido varias veces a comprar donde mi madre y no quiero que su influencia te haga pensar que estamos todos locos.

«Tarde», quiso decir André, «no solo pienso que están todos locos, sino que además creo fehacientemente que es contagioso».

—Estoy...

—¿Estás con alguien?

—¡NO!—vociferó con fuerza asustando un poco a Carola—Estoy solo, completamente solo, nadie más acá conmigo.

«Muy bien André, trata de no sonar sospechoso», pensó sarcástico.

—¿Pasa algo?

—¡No! Nada, voy por mi bufanda y mi abrigo—cerró de un portazo y apoyó la espalda contra la puerta—. Este sería un momento maravilloso para salir del coma.

Pero no sucedió nada y se vio obligado a ir en busca de sus cosas.

Abrió la puerta del armario, ahí estaba Mariana sentada en el piso abrazada a sus piernas. La miró con reproche y bufó.

—Saldré un momento, una chica que no conozco me acaba de invitar a almorzar solo para que no crea que está loca ¿Puedes creerlo?

—Suena lógico, se llama cortesía—contestó Mariana desde el suelo. André le cerró la puerta en la cara.

—No sé para qué me molesto, eres una de ellos—Mariana salió del armario y lo siguió hasta la puerta, observándolo penetrantemente—. No le he dicho nada sobre ti, y no pienso hacerlo tampoco.

—Gracias—suspiró aliviada—. Suerte en tu cita ¿Quién es?

—Una de las hijas de la mujer de la tienda ¡Y no es una cita! Según tú es cortesía.

—Si es Silvia, créeme, no es cortesía—agregó entre risitas la chica— ¿Ella no es algo joven para ti?

—No es ella, es su hermana.

—¿Ramona?

—Tampoco.

—¡Oh! Carola ¡Pff! En ese caso si es cortesía. Pásalo bien. Yo me hago cargo del barco.

—Desmantela las camas del tercer piso—ordenó mientras tomaba sus lentes de sol.

—De acuerdo, limpiaré el sótano.

—Las camas...

—De acuerdo, el sótano. Entendí a la primera. Ahora vete que se te hace tarde.

André abrió la puerta y se encontró cara a cara con Carola quien le miraba extrañada.

—¿Con quién hablabas?

Él miró rápidamente a Mariana a su lado, escondida detrás de la gruesa puerta de madera, y maquinó alguna excusa.

—Con dios—respondió, para luego juntar las manos—... y cuídame en mi camino al almuerzo, amén ¿Vamos?

—¿Eres muy religioso?—preguntó Carola, e inmediatamente después fijó su mirada en la mesita de la  entrada, repleta de santitos y rosarios.

—No son míos... venían con la casa—se adelantó él.

Mariana intentó con todas sus fuerzas contener una risa y André tosió para ayudarla. De cualquier forma ¿Por qué la estaba ayudando? Debería entregarla a los leones, ahí, en ese preciso instante.

—¿Por dónde es?—él cerró la puerta, y a sus espaldas sonó algo muy parecido a una carcajada camuflada.

—¿Qué fue eso?—preguntó Carola.

—Esta casa rechina mucho, es una molestia—dio tres golpes fuertes en la madera de la puerta—¡Una verdadera molestia!

—Claro, bien ¿Has probado la comida local?—se alejaron caminando lentamente.

Mariana corrió desde la puerta hasta una de las ventanas y observó como la pareja cruzaba el patio delantero y luego desaparecía tras la reja de la entrada.

Suspiró, con el corazón latiéndole a mil, y corrió hasta el tercer piso. Tenía cosas importantes de las cuales ocuparse, cosas muy importantes. 

André caminó junto a Carola por la vereda de la calle bicentenario—antiguamente llamada medianoche—en silencio y pensando la extraña reacción de Mariana hacia la venta. Era solo una casa ¿Para qué tanto alboroto? La cara se le había transformado por completo y el color se le había escapado de la piel. El cambio fue tan inmediato que hasta asustó un poco a André, al punto de dudar si deshacerse de ella o no.

Entendía que quizás la relación entre Mariana y la casa era profunda.

Él nunca tuvo ese tipo de relación con algo material, las casas donde vivió, y sus cosas en general, siempre fueron posesiones transitorias carentes de un valor sentimental. Su padre también tenía esa característica, no conservaba las cosas por demasiado tiempo—a excepción de las pertenencias de su madre y los objetos "embrujados"—nada en la casa de Adrián tenía más de dos años de antigüedad.

Podía ser que debido a esas circunstancias no empatizara por completo con la situación de Mariana, aun así seguía sintiendo que esa casa era solo eso, una casa, y que por lo tanto no debería armarse tanto jaleo respecto a su venta.

—Así que viste a Mariana.

Las palabras de Carola cayeron como un balde de agua fría por su espalda, pero trató de mantener la compostura y lo logró a medias.

—¿Qué?—preguntó disimulando su turbación.

—La loca del bosque... escuché que viste a una mujer dentro de tu casa el día en que llegaste. No sé cómo a nadie se le ocurrió buscar ahí adentro, es el lugar más lógico.

—Tu madre me habló algo sobre eso—comentó él suspicaz—incluso me mostró fotos, pero no podría asegurar que era ella.

—No hay muchas opciones de cualquier modo, no ha desaparecido mucha gente en este pueblo, solo una persona.

Carola miró directamente el suelo que caminaba y suspiró. André no era de los más intuitivos pero supo entonces que algo andaba mal y que la intenciones con la cuales la chica lo había invitado a almorzar no eran del todo sinceras.

—Lamento no poder ayudarte, estaba muy oscuro esa noche.

—No importa, solo dime, la mujer a la que viste ¿Tenía algo distintivo en la cara?

—No lo sé, no vi nada especial ¿Hay alguna razón en particular por la que me estás preguntando esto?

La chica se irguió de inmediato y apuró levemente el paso, miró a ambos lados antes de cruzar una de las calles principales y señaló un pequeño local al final de la calle.

—Ahí es, hacen la mejor comida casera del pueblo. Vamos.

Ella avanzó con extrema rapidez y André tuvo que apurar su paso al doble para alcanzarla. Era escurridiza, tanto en lo físico como en la conversación.

Luego de casi perseguirla por una cuadra completa la alcanzó en la entrada del restaurant. Era una casa pequeña, con algunas mesas afuera y plantas por toda la entrada. En la puerta de vidrio colgaba un pequeño letrero en el que se leía abierto, y dentro una mujer entrada en años corría de un lado para el otro cargando platos repletos de comida caliente.

André entró detrás de Carola, limpió sus pies antes de pisar el suelo de madera y se maravilló con la infinidad de miniaturas en loza que tenía el lugar. Tazas, cocinas, animales, casas y hasta personas, todas colocadas en repisas dispuestas en las paredes del restaurant.

Carola saludó a la mujer que atendía y lo guio hasta una mesa para dos oculta tras un pilar.

Él sentó sin quitarle atención a los adornos y solo se desconcentró cuando la mujer se acercó a pedir su orden.

—Tráenos dos platos del día Rosita ¿Serías tan amable?

—Todo para mi doctora favorita ¿Quién te acompaña?—la señora escrutó superficialmente a André y sonrió con candidez—no lo había visto antes.

—Es nuevo en el pueblo, se ha mudado a la casa de la calle bicentenario.

—¡La casa embrujada!—vociferó ella juntando las manos.

Ni siquiera era necesario dar el número de casa para que la gente reconociera de lo que se estaba hablando, porque de todas las casas que se encontraban en la calle bicentenario la única deshabitada era la 767.

—Sí, la casa embrujada—esgrimió André con condescendencia—¿Cuál es el plato del día?

—Porotos con riendas.

—Y eso... ¿Lleva carne?

—Sí.

—¿Tiene algo que no tenga carne?

—Lechuga... si quieres le puedo poner un huevo.

La señora parecía molesta, como si las opciones alimenticias del hombre ofendieran sus más antiguas creencias.

—¿Y ese consomé de verdura tan sabroso que tienes? ¿Y el guiso de zapallo?—preguntó Carola en un intento de recomponer el honor carnívoro de la mujer.

—No hay guiso, pero sí consomé ¿Te apetece eso?—inquirió Rosa con los brazos cruzados.

—Consomé suena excelente—respondió André.

Se fue de la mesa con la barbilla bien en alto y se metió en la cocina. Él se quedó mirándola un rato. Ahora si podía asegurarlo, todos estaban locos.

—Disculpa los modos de Rosita, no le gusta nada que no coma carne.

—¿Nada que no coma carne? ¿No le gustan las vacas acaso?

—Teniendo en cuenta que se las come... quizás es algo personal.

A André no le hizo gracia el chiste y Carola lo notó. Cerró la boca de inmediato y utilizó sus energías en cosas más productivas que entretener a su acompañante, como doblar su servilleta y cambiar de lado sus cubiertos.

—Eres zurda—ella se sobresaltó.

—Sí, sí, suelen ponerme los cubiertos al revés así que los reordeno siempre—agregó ella sorprendida de lo observador que era.

André analizó un par de segundos la situación, estaba sentado frente a una chica que no conocía, en un pueblo en el cual llevaba solo seis días, donde habitaba gente vegetarianofobica y muy mal educada.

Algo olía raro.

No podía precisar que era, tampoco sabía hasta qué punto su padre habría metido mano, pero le quedaba claro que lo sobrenatural sobraba y que siendo metódico podría resolver todas sus dudas, como siempre.

Y, llámenlo suerte o no, justo frente a él tenía a un chica capaz de ayudarlo a desenredar el nudo por su parte más próxima, Mariana.

—¿Tú la conocías?

—¿A quién?—preguntó Carola dando un respingo, se había concentrado demasiado en sus cubiertos.

—La chica... ¿Loca del bosque?

—Mariana... sí, bueno, no éramos cercanas, no tanto. Jugábamos juntas de pequeñas, fuimos juntas a la escuela. Nada más—bajó la mirada y a André le pareció que la perdía entre recuerdos.

—Ha de haber sido muy conocida por aquí, todo el mundo me pregunta por ella—mintió un poco.

—Sí, bueno, su padre era él capitán de la policía, además, cuando dejas a alguien en el altar te haces famosa supongo.

—¿En el altar?

—Justo el día de la boda—sonrió sin quererlo y suspiró—nadie se lo vio venir. Estaban muy enamorados, aunque...

—¿Aunque?—André intentó sacarla de su repentino mutismo.

—No, nada, no me siento cómoda hablando de la vida de otros.

La mujer llamada Rosa apareció con dos platos humeantes, puso uno frente a Carola y otro frente a él, les preguntó si deseaban algo más y si estaban bien. Ambos asintieron y ella se retiró.

—Tampoco es como si ella fuese a volver—comentó él tratando de sacarle algo más a la joven—, desapareció hace cuánto ¿Tres años? ¿Cuatro? Ya ni recuerdo cuanto me dijo tu madre.

Carola cuchareó su plato, absorta en el color amarillento de la comida y se mordió el labio. Alzó la vista y le dedicó una mirada significativa a André.

—No he sido completamente honesta contigo hoy—reveló, aun cuando para André aquello no era una sorpresa—, mis intenciones para invitarte a almorzar son otras—acercó su mano a la de él y la aprisionó con sus dedos—voy a ser completamente sincera contigo ahora, espero que tú también lo seas, y también espero discreción.

André frunció el ceño pero lo relajó de inmediato, no deseaba asustarla, no aún.

—Como verás no hay una fila eterna de personas esperando interactuar conmigo—comentó para distender el ambiente—eso significa pocas oportunidades para ser indiscreto.

—Bien—asintió solemne y soltó la mano de André—. Yo soy la doctora de este pueblo, y ayer llegó a mi consultorio un paquete del cuerpo de policía. Resulta que, debido a tu encuentro cercano con ese ladrón, han estado revisando el bosque los últimos días, y eso, sumado a un par de aluviones por la lluvia, los llevó a encontrar algo...

—¿Algo como...?

—Algo como un cuerpo—soltó con una frialdad sobrecogedora—. No soy una experta en el tema y los restos no son más que huesos, pero podría asegurar que es una mujer joven—hizo un silencio y buscó las palabras adecuadas para explicar su petición—. André, necesito que me confirmes que fue a Mariana a la que viste esa noche, necesito que lo hagas, sino lo único que podré pensar es que lo que tengo guardado son sus restos.

Él creyó que la chica rompería a llorar, los ojos se le hicieron agua y el labio le tembló imperceptiblemente, pero se contuvo en el último momento y volvió a la normalidad.

—Lo siento—pronunció André sintiéndose levemente mal—no puedo ayudarte.

El mundo se desmoronó para Carola y la pena se impregnó en su mirada ensombreciéndola.

—Bien...—jugó con su plato sin llegar a probar bocado, de pronto había perdido todo el apetito.

—Creo que tampoco fuiste muy sincera respecto a tu relación con ella.

 —No, claro que no lo fui, ella era mi mejor amiga y de repente desaparece y cinco años después su cuerpo está en una bolsa esperando ser llevado a un servicio médico legal—se tapó la cara con una mano y dejó caer la cuchara.

—Yo lo sient...

—¡Ella no estaba tan loca! No como dice la gente—se quejó mostrándole a André su cara surcada por un par de lágrimas amargas—. Sufría de esquizofrenia, solo eso ¡Es tratable!

—Alguien de la policía me comentó que era peligrosa y...

—¿Quién te dijo tamaña imbecilidad?—gruñó al tiempo que se erguía por completo y lo enfrentaba—Ha de haber sido ese estúpido de Manuel, nunca superó que ella lo abandonara, él nunca la entendió. Mariana estaba muy enferma, deliraba, a veces su mente se iba a lugares que nosotros no entendíamos, pero nunca le hubiese hecho daño a alguien ¡Nunca!

André la observó llorar entre quejidos y rabietas, podría haber jurado que Carola de verdad extrañaba a su amiga más que nada en este mundo, y recién en ese instante lograba comprender que ya no la vería más, que toda aquella historia de la loca del bosque se había terminado, y con ella se había llevado toda la esperanza de volver a verla. Mariana efectivamente estaba muerta.

Con un solo pero, no estaba muerta, estaba en la casa de André viva y coleando.

—Siento mucho derrumbarme de esta forma—se excusó—, es solo que no me creo que esté muerta. Quizás cuánto tiempo lleva enterrada sola allá en la montaña. Ella no estaba bien y nosotros la empujamos a que hiciese una vida normal, a que se casara con ese estúpido. Llevaba muy poco tiempo en tratamiento, debimos esperar...

Se le quebró la voz y rompió en llanto.

«Perfecto» pensó André «uno de los tópicos en los que mejor me desenvuelvo: Consolar seres humanos»

A pesar de haber tenido contactos cercanos con la muerte a André no se le daba bien la parte de contención emocional. No recordaba haber llorado para la muerte de su madre, la verdad no recordaba haber sentido algo. Su madre llevaba mucho tiempo muriéndose para cuando dejó de respirar, y a parte de un abrazo infinito de su padre solo quedaba un lejano recuerdo de ese día.

Él, parado frente el cuarto de su madre, tocando la puerta sin recibir respuesta. La puerta abierta y un cuarto vacío, una cama impecablemente estirada, nada de cortinas, nada de pertenencias. Su padre a su lado, arrodillándose para abrazarle.

«Ella ya no está»

«No, Andy, ya no»

Eso era todo lo que su mente mantenía en la memoria. Ni siquiera lograba hacer contacto con la pena que había sentido en el momento. Nada.

Así que ayudar a Carola no estaba dentro de sus posibilidades. O quizás sí.

—Ella, ella está...

—Muerta, lo sé—se limpió los mocos y las lágrimas con una servilleta—. Pero a lo mejor así debían ser las cosas, ella estaba muy mal. A veces la encontrábamos murmurando que quería ser libre, u observando el bosque desde su ventana como si perteneciera allí.

»Hubo días enteros en los que nos ignoraba, miraba al vacío como hipnotizada. Otros simplemente se abstraía en sus cosas. Ese es un signo clásico de la esquizofrenia, el interesarse en cultos, como la religión o las sectas...

—¿En que se interesó ella?

—El ocultismo—confesó, con una sonrisa extraña, entre cansada y alegre—. Leía sobre brujas, sobre magia negra... todo lo que se podía conseguir en un pueblo como este.

Ahora le hacía mucho sentido a André que Mariana fuera tan fanática de su padre, ambos estaba igual de enfermos.

—La llamaban "La loca" y después de su desaparición comenzaron a llamarla "La loca del bosque". La gente es muy cruel a veces, sobre todo con quienes nos quedamos esperando que algún día volviera.

Ella se abstuvo de llorar de nuevo, juntó sus fuerzas y pestañeó rápido. Se recompuso por completo y sin necesidad de que André hiciese algo.

—No sé qué decir—confesó él.

—Nada, no es necesario, lamento haberte traído hasta acá solo para que vieras como me sobrepasaba la situación.

—Claro, no hay problema.

Ella sonrió y el asintió.

Algo comenzaba a oler completamente rancio.

Claramente Mariana estaba completamente loca, pero no como Carola la describía, no del tipo que mira las murallas perdida en el tiempo espacio, sino del tipo temperamental y socialmente inadaptada.

¿Qué era? ¿Qué la obligaba a esconderse de las personas que lloraban su muerte?

Decidió no decir nada más, guardarse los comentarios, mantener el secreto solo un poco más. Tenía ese extraño presentimiento de que todo se unía por un delgado hilo. Mariana, Carola, su padre y él mismo. Un fino cabello que conectaba todo.

No era una persona de presentimientos, pero, por primera vez en su vida, se dejó creer.

No había duda, se estaba volviendo loco.

Cuando llegó de vuelta a la casa supo de inmediato que algo andaba mal. Como una extraña picazón en la piel, aire caliente inundándole los pulmones, sabor a barro y hojas en la boca.

Caminó hasta la cocina y se detuvo frente a la puerta abierta del sótano. Un ruido de trajín lo obligó a bajar con poco ajetreo y mucha cautela.

Pronto encontró a Mariana recolectando tarros oxidados en una esquina. Lucía sumamente concentrada en su trabajo, absorta en la tarea de revisar su contenido y luego desecharlos.

Había algo en ella, algo que a André le atraía sin siquiera darse cuenta. Algo en su mirada bicolor, una pincelada salvaje, como si llevase el bosque perpetuamente en los ojos. El misterio de la oscuridad y la fiereza de las bestias.

Siempre acompañándola, aun estando encerrada en el sótano, clasificando tarros.

Trató de quitar su atención de ella y terminó de descender haciendo el mayor ruido posible. No quería que creyera que la observara, no quería que notara que se había quedado mirándola.

—Creí pedirte que arreglaras el tercer piso.

—El sótano necesita más ayuda en este momento—contestó ella sin mirarlo, como sabiendo de antemano que era él, que estaba ahí.

—Vas a decirme ahora mismo que está sucediendo.

Ella se volteó con la sorpresa pintada en la cara.

—¿Sucediendo?

—¿Por qué no quieres limpiar el tercer piso?

—¡Oye! No soy tu criada...

De tres zancadas quedaron frente a frente. Él la tomó de un brazo y clavó toda la inclemencia que poseía su mirada en la de Mariana.

—No te atrevas a intentar engañarme.

La energía indómita de la joven se disolvió en el aire, quedando solo la imagen tosca de la chica.

—Tranquilo, no pasa nada—dijo, pero André no estuvo completamente seguro que le hablara a él.

Era como si sus palabras le atravesaran, como si le hablara a su subconsciente. Increíblemente, aquello si lo calmó.

—Solo quiero entender...

—¿Qué?

—¿Qué eres?

—Una fugitiva, una que no ha hecho nada malo—decía la verdad. André lo sabía, nadie podía mentir de esa forma. No mirándote a los ojos como ella lo hacía—. Y no quiero limpiar el tercer piso porque los últimos cinco años he dormido, comido y prácticamente vivido ahí. Es el único lugar seguro que me queda en este mundo, por favor no me lo quites.

Se escapó de entre sus manos y corrió escaleras arriba. Nuevamente huía, quizás era lo único que sabía hacer.

André se sintió repentinamente fuera de lugar, como si el equivocado fuese él y no la chica. Mariana tenía ese efecto, de hacerle sentir un extraño hasta para el mismo.

La boca volvió a saberle como a barro y la espalda le sudó frío. Miró a sus espaldas, pero no vio nada importante, nada que explicara su repentina carne de gallina o esa necesidad innegable de salir corriendo.

Se mantuvo en el cuarto observando un par de minutos, solo para probarse a sí mismo que no existía nada capaz de amedrentarlo, y tal como suponía nada extraordinario llegó a concretarse.

Subió las escaleras cansado, revisó una vez más y al final apagó la luz.

A eso de las nueve dejó de intentar hablar con Mariana. No había hecho un gran esfuerzo, pero por lo menos se paseaba por el pasillo sin motivo alguno con tal de encontrársela.

Habían decidido en conjunto mudase a los cuartos del segundo piso. Ella había tomado el que estaba junto al baño y él la que estaba frente a esa. Pero desde que subiera del sótano que no asomaba la nariz fuera del cuarto.

André no sabía si estaba enojada o simplemente deprimida. Apostaba a la primera opción.

Aun así, y habiendo desechado la opción de hablar con ella esa noche, seguía recostado sobre la cama mirando la puerta de la chica como todo un centinela.

Quería disculparse, no sabía por qué exactamente, pero quería hacerlo. O quizás no era eso, quizás solo quería obtener alguna respuesta, hablar con alguien, hablar con ella.

Moby Dick reposaba abierto sobre su pecho, en la misma página en que lo había dejado el día anterior, mientras que sus ojos no se despegaban de la manija del otro lado del pasillo.

Era caso perdido, el mutismo era absoluto.

La perilla vibró y levantó de inmediato su libro y comenzó a leer las primeras palabras de cualquier párrafo al azar, y solo cuando escuchó el rechinar de las bisagras alzó la vista.

Mariana no parecía especialmente turbada o enojada, lucía tan normal como siempre.

—Esa sí que fue una siesta larga—comentó él para romper el hielo.

—No dormía, necesitaba pensar—ella cerró la puerta y apoyó su espalda en la madera.

—¿Sacaste alguna conclusión?

—Sí, todo está mejor ahora—sonrió cansada.

—Bien. Sobre lo que pasó en el sótano...

—No, no digas nada, esta es tu casa y yo he abusado de tu hospitalidad. Creo que he sido muy grosera. Gracias, por todo.

—No tienes nada que agradecer—le corrigió André—, me es agradable tener alguien con quien conversar.

Sabía que mentía, y a decir verdad no tenía idea de por qué lo estaba haciendo. Pero se sintió mejor persona al hacerlo, era lo correcto.

Ella asintió y se dispuso a bajar en busca de algo para comer. André la vio desaparecer de su rango de visión y de pronto se encontró a si mismo parado en el marco deteniéndola en su descenso.

—¿Por qué huiste?—preguntó sin ningún preámbulo. Ella se detuvo en el primer peldaño pero no le miró—Carola dijo que estabas loca, pero tú no estás loca ¿Por qué huiste entonces?

—No lo vas a entender—respondió.

—¿Cómo sabes?

—Porque eres de ese tipo de personas.

—¿Qué tipo de personas?

—De esas que no ven lo que está a su alrededor, ni lo que está bajo sus narices—la oscuridad del bosque si hizo presente, las tinieblas atrapadas en los ojos de Mariana se liberaron hasta casi tocarlo. Fue solo un instante, una mirada, pero lo tenía completamente bajo su control. Tragó saliva. De pronto todo volvió a la normalidad. Aquella fuerza magnética se había ido tan rápido como había llegado—. Iba a cometer un terrible error, necesitaba escapar. No estoy orgullosa, pero no tenía otra vía de escape.

Él asintió y ella se alejó.

Supo reconocer que era lo que le pasaba a Mariana. No estaba deprimida, no estaba enojada.

Rota, eso era lo que le pasaba.

Por dentro Mariana estaba completamente destruida.

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