5.- Pueblo chico, infierno grande
Y había un bosque, era de un color verde primaveral. Las mariposas se posaban en las flores y las pequeñas criaturas que lo habitaban se escabullían entre los matorrales. Todo era muy pacífico e incitaba a recostarse y meditar ¿Qué no encajaba que lo hacía sentir extraño? ¿Podría ser acaso ese riff de piano? ¿Por qué sonaba un piano en la mitad del bosque?
-André.
Miró sus pies. Allí una pequeña bestia le miraba con ojos cristalinos y giraba su cabeza a un costado de manera tierna.
-André está sonando...
La bestiecilla hablaba. Por algún motivo no le pareció extraño, si podía escuchar un piano entre los arboles ¿Por qué no hablarían los animales?
-¿Qué está sonando pequeña bestia del bosque?
Sintió un dolor creciente en el brazo el cual le obligó a abrir los ojos. Se encontró de nuevo en la casa que le había heredado su padre. Vio el cielo raso y un pequeño objeto negro acercarse a su rostro a velocidad vertiginosa. Le impactó directo en la cara, justo en hueso de la nariz.
Se sentó por el dolor y se agarró la cara con la mano.
-¿A quién mierda llamas pequeña bestiecilla del bosque, tarado?-miró de soslayo a Mariana quien seguía tan desvestida como siempre. Ella se cruzó de brazos y salió de la sala en dirección a la cocina.
-Definitivamente a ti no-masculló él para sí mismo-tú eres el gran monstruo de los matorrales.
Escuchó el piano nuevamente y notó que lo que oía era el tono de su celular. Mariana se lo había tirado a la cara y ahora reposaba entre los pliegues de la frazada que lo cubría.
Lo tomó molesto y contestó sin mirar.
-Aló-gruñó mientras se sobaba el puente de la nariz.
-Andy Panda ¿Cómo estás?
-Viejo, ya estoy lo bastante grande como para que me llames así.
-Lo siento... Andy Panda Grande ¿Cómo estás?
André maldijo. No le quitaría nunca la mala costumbre de apodarlo de maneras ridículas. "Andy Panda" no era el peor, pero, conforme pasaba los años, se volvía más y más extraño ser llamado de aquella forma tan empalagosa. Aunque "Andy Panda Grande" sonaba mucho más humillante.
-Estoy bien ¿Qué tal tú? ¿Cómo está Zambia, o Zimbawe, o Kenia, o donde sea que te encuentres?
-Estoy en Argentina ahora mismo, buscando la llave de repuesto de tu departamento en la macetaaaa... ¡Acá! Sí que la plantaste profundo. No te va a crecer una planta de llaves ¿Sabías?
-¿Por qué estás en mi departamento, viejo?-preguntó con cautela, quizás había escuchado mal, quizás aún estaba durmiendo.
-Bueno, quedé de encontrarme con un amigo acá en Buenos Aires, así que decidí pasar a quedarme unos días.
-No estoy en el país papá, estoy en la condenada casa que me heredaste cuando creías que te ibas a morir.
-¿Quién diría que una simple anemia sería tan molesta?-rio ligero, André pudo escuchar la puerta de su departamento abriéndose y el pitido agudo de la alarma antes de ser desactivada-¿Y cómo va la casa? ¿Es espeluznante, no?
-No he visto nada fuera de lo normal. Es solo una casa vieja en un pueblo repleto de seres sin modales. Con un poco de pintura y algo de suerte la venderé.
-Por favor, la gente al otro lado de la cordillera es adorable.
-No en este pueblo, parece.
-Te quejas por todo, pareces una mujer menopáusica, no recuerdo haberte criado tan amargado.
André puso los ojos en blanco y salió de su improvisada cama. Al mirar su reloj de pulcera este marcó las seis de la mañana. Era temprano hasta para él. Pensó de inmediato en Mariana y se preguntó si ella dormiría algo o solo se recostaría en el sillón hasta aburrirse. Nunca antes había conocido a alguien más madrugador que él, nunca jamás.
-¿Entonces no has visto nada raro en la casa?-inquirió Adrián con una entonación especial que a André le pareció, como menos, sospechosa.
-Nada, viejo, solo un montón de muebles antiguos y cuadros de muy mal gusto-pensó en el retrato de la salita del piano y se estremeció casi de inmediato. Era como si la imagen de aquellos ojos azules fuese a perseguirlo por el resto de su vida. O por lo menos durante su estancia en aquella casa.
-¿Nada paranormal? ¿Cosas que flotan? ¿Voces en cuartos vacíos?
-Nop, nada-«Solo una mujer medio loca que agradece las cosas con animales muertos» pensó, pero decidió no comentárselo a su padre. Adrián se emocionaba cada vez que su hijo le mencionaba a una mujer, aun cuando supiese de antemano que no había ningún tipo de sentimiento de por medio. Era un romántico empedernido y siempre soñó con aconsejar a su retoño en cuestiones de amor, luego tuvo a André y el sueño dejó de tener sentido.
-¿Seguro de que no has visto u oído nada que se pueda considerar fuera de lo...
-Viejo te estás poniendo pesado, te dejo. No rompas nada, y por el amor de dios ¡Saca el pelo de la rejilla de la tina después de que te bañes! Adiós.
Cortó de inmediato y dejó el teléfono a un costado.
Algo raro estaba sucediendo. Era como si su padre supiera lo mal que lo estaba pasando, como si estuviera al tanto que las puertas se trababan, los pisos crujían y las cosas desaparecían ¿Era acaso todo una mala broma de Adrián San Martin? No quería elogiar las capacidades planificadoras de su padre, pero era completamente capaz de organizar a un pueblo completo con tal de hacerle una jugarreta.
Amaba profundamente a su padre, pero a veces se preguntaba cómo era posible que un hombre hecho y derecho se comportara como un adolescente. También se preguntaba si el parricidio sería penado por la ley en todos los países del mundo, y se lo preguntaba con mucha frecuencia últimamente.
Estiró su cuerpo para sacudirse la poca pereza que aún le quedaba en los músculos y caminó hasta alcanzar la ventana. Descorrió la cortina y la luz brillante del término de la lluvia lo cegó.
Fuera, todo parecía calmo, y una bruma espesa se asentaba en las calles imposibilitando la visión más allá del portón.
Si al final de cuentas todo era una broma de su padre, tenía que admitir que los esfuerzos hechos eran increíbles. Esa era por lejos la casa más aterradora del planeta.
Terminó de arreglar las cortinas y fue directo a por sus lentes oscuros. A pesar de no ser un día soleado la luminosidad en el ambiente era realmente incómoda para su vista.
Se dirigió a la cocina, donde Mariana ya casi terminaba de preparar desayuno. Al parecer lo había adoptado como una tarea propia, y podía ser que André llegase a acostumbrarse. Era agradable despertar y tener comida lista, café caliente y alguien a quien hablarle, aun cuando sus puntos de vista divergieran tanto como los polos del planeta.
Él solo se sentó en el comedor de diario y ella le sirvió el café y un par de tostadas. También había adoptado la manía de servir los platos, y a los ojos de André era asombroso como alguien tan beligerante podía ser al mismo tiempo tan servicial.
-¡Wow! Tú ni siquiera en casa pierdes el estilo. Siento haberte golpeado-masculló, tomando asiento frente a él y mirando divertida los lentes de sol que llevaba puestos-me descontrolo un poco cuando me insultan ¿Has notado que estamos en invierno, cierto?
-Tengo problemas a la vista, y no estaba insultándote, estaba soñando, hablaba dormido-respondió seco, a lo que la chica bajó la cabeza y revolvió su té con ahínco.
Esa era otra característica asombrosa de Mariana, carecía del orgullo que André suponía debía poseer. Asumía sus errores con solemnidad y se disculpaba en cuanto entendía su fallo. No temía equivocarse y mucho menos remediarlo. Así mismo era de opiniones fuertes y defendía su punto mientras creyera que estaba en lo correcto.
-Mil disculpas, he exagerado-agregó, sin quitar los ojos de su desayuno.
-No hay problema... cambiando de tema ¿Has oído antes el nombre de Adrián San Martín?-preguntó antes de darle una mascada a su tostada.
Ella abrió los ojos como platos y sonrió tímidamente.
-Claro que sí, cientos de veces-las sospechas de André comenzaron a confirmarse. Su padre había metido mano en el asunto de la casa.
-¿Qué tipo de relación tienes con él?
-¿Relación?-preguntó confusa mientras alzaba una ceja-Yo no lo llamaría relación, digamos que soy su fan número uno, solo eso-soltó un risa avergonzada-adoro sus libros, mi favorito es "Viaje en bote para tres" aunque la saga de "Caminando al infierno" es espectacular a su manera ¿A qué viene la pregunta? ¿También te gusta?
No era la respuesta que André esperaba, y de todas las posibilidades era la que menos quería escuchar. Se suponía que ella debía aclarar todo el misterio de la casa con su respuesta, no enfrascarlo en una conversación interminable sobre el desempeño novelístico de Adrián.
Aunque de cierta manera se sorprendía, al parecer la crítica no exageraba cuando decía que su padre atravesaba fronteras y rompía barreras generacionales.
-Sí, me gusta un poco.
-¿Bromeas?-preguntó ella con emoción contenida-¿Cuál es tu favorito?
-"Doce cenas en Praga"-contestó él- y también "La muerte del crisantemo rojo".
-Ya veo, eres de ese tipo de personas-acotó Mariana, con una sonrisa de medio lado en el rostro. Rio para sí misma y untó un poco de mermelada en su pan.
-¿Qué se supone que significa eso?-inquirió molesto-¿Hay algún problema con mi elección?
-No, para nada, es solo que de todos los libros que ha escrito San Martín elegiste los únicos dos que solo transcurren en una ciudad, los únicos dos donde el principal muere, y los únicos dos donde aparece Alba, el personaje más odiado por los fanáticos. Supongo entonces que eres ese tipo de persona huraña y cerrada, que no le gusta la gente y que prefiere pasar sus tardes gruñendo en su habitación de lo mal que está la juventud hoy en día, en vez de salir y conocer el mundo. Por eso es que esos libros te gustan tanto, van con tu personalidad ¿Me equivoco?
Mariana no se equivocaba, y al mismo tiempo caía en un profundo error. La descripción se aplicaba bastante bien al comportamiento habitual de André, no podía negársele ese punto, aunque las razones por las cuales aquellos eran sus favoritos distaban demasiado de una simple compatibilidad de personalidades.
André supuso entonces que podía simplemente aceptar su derrota parcial y dejar que el tema terminase ahí, pero al mismo tiempo quería, bajo cualquier circunstancia, borrarle aquella sonrisa de suficiencia del rostro a Mariana. No era mal perdedor, pero Mariana lo sacaba de sus cabales tan rápido, que se le olvidaba como solía comportarse en ciertas situaciones.
-Te equivocas garrafalmente-siseó con calculada calma-. Esos libros son mis preferidos porque San Martín es mi padre y Alba está basada en mi madre, y solo en esos dos libros Alba y Javier están juntos. Por si no lo sabías Javier es el segundo nombre de mi padre, Adrián Javier San Martín Cuadras.
Mariana desencajó la mandíbula, tanto mental como físicamente, y quien rio con suficiencia al final fue André. Se levantó de su silla, despejando su puesto de tasas y platos, y lo dejó todo en el lavaplatos. Antes de salir de la habitación le dio una última mirada a Mariana.
-Y solo para que sepas-dijo mirándola por encima de los lentes-he visitado más de treinta países.
Se fue con aires triunfantes. Subió las escaleras y se metió a la ducha, con una sonrisa en la cara que solo el saberse ganador de la contienda podía lograr.
Pasó un buen rato en el baño reflexionando sobre su actitud, y veinte minutos más tarde se sentía tan culpable que no deseaba salir más del baño.
Él no era así, no hacía sentir tonta a la gente de manera gratuita. Podía pensar que Fulano y Mengano eran una ofensa a la evolución, pero no se los diría, simplemente evitaría tanto a Fulano como a Mengano, y si en algún momento llegasen a coincidir y ellos dijesen alguna barbaridad, él solo se limitaría a opinar sobre el tema sin ningún afán competitivo. André San Martín no se consideraba un sabelotodo y detestaba profundamente a todos quienes se creían dueños de la verdad.
Quizás por eso había explotado en sarcasmo con Mariana. Aunque eso no le justificaba, y la mejor prueba era que se sentía como un patán.
¿Por qué tendría la chica que saber que él era hijo de Adrián San Martín? No era su culpa, ella solo había hecho el análisis que cualquier fiel lector de su padre haría. Aquellos dos libros eran, por regla, los favoritos de la gente con trastornos psicóticos y maniacos depresivos.
Definitivamente era un idiota y debía disculparse antes de sentirse aun peor.
Salió del baño, con el pelo dorado peinado hacia atrás y los lentes de sol puestos. El aire estaba frío y seco a pesar de la neblina que rodeaba la casa, y las tablas del piso chillaban desesperadas a cada paso.
Por primera vez en mucho tiempo se sintió solo, no de la manera profunda y metafórica, sino en lo meramente físico. No sentía que le observaran, ni que vigilaran sus pasos, no tenía idea en que minuto se acostumbró a sentirse incómodo, pero en ese mismísimo instante no lo sentía.
Bajó la escalera de dos en dos y buscó a Mariana pero no la halló en la sala ni en la cocina ¿Podría haber escapado nuevamente? ¿Así de antipático se había comportado?
Encontró entonces un pequeño papel sobre el frutero de mimbre del comedor de diario.
Voy por leña. Mariana
Eso resolvía el misterio, pero en vista de que la chimenea aun ardía y que él había llenado el leñero el día anterior, solo quedaba pensar que la chica había buscado una excusa para desaparecer unas cuantas horas. Tampoco podía ir demasiado lejos, el bosque estaba repleto de policías y la niebla dificultaba la visión.
Suspiró. Le pediría disculpas en cuanto volviera.
Por lo pronto debía ocuparse de otro asunto que amenazaba con convertirse en un problema. La comida que había comprado hace tres días, y con la que esperaba sobrevivir la semana, se agotaba a velocidades vertiginosas debido a la inesperada aparición de la nueva inquilina.
Lo mejor era reabastecerse lo más pronto posible en el mercado más cercano, aun cuando eso significara contactar con los extraños habitantes de Santa Teresa.
En el pequeño supermercado que Claudia-la mujer de busto generoso y cabello rojo-poseía, podías encontrar prácticamente de todo. Desde comida y artículos para el hogar, hasta repuestos para autos e incluso ropa. Era el mercadito más grande por los alrededores y se habían aprovechado de ello para monopolizar casi cualquier cosa que fuese necesaria para la vida en la civilización.
André se paseó por entre los pasillos y buscó en ellos cosas indispensables y no perecibles. Arroz, fideos, alimentos enlatados y algo de atún para Mariana. Metió algunas frutas en una bolsa, vegetales y papas en otra. Compró dos kilos de pan, y varios frascos de mermeladas y manjar.
Al final encontró un pasillo con ropa de invierno y de inmediato pensó en renovar el triste ropero de su acompañante, pero desistió de inmediato, no podría comprar ropa de mujer sin levantar sospechas o parecer un completo desviado con algún tipo de macabro fetiche.
Alzó la cabeza un poco para mirar a Silvia y Claudia por sobre las estanterías. Ninguna le quitaba un ojo de encima, y al ver que las observaba la menor levantó su mano para saludarle.
Él la saludó de vuelta y regresó su atención a la ropa que tenía en frente. Iba a resultarle demasiado difícil tomar algo "prestado" si le ponían tanta atención.
Mariana tendría que seguir usando ropa que él le prestara o en su defecto pasearse semi desnuda. Ella no parecía molesta o incómoda ante la situación de cualquier forma.
Tuvo entonces una idea brillante y sonrió por su propia genialidad. Tomó toda clase de ropa, poleras, pantalones, ropa interior, calcetines y una chaqueta, revisó las prendas y las metió en un canasto, caminó hasta la caja confiado y dejó su compra completa frente a la registradora.
Solo estaba Silvia, su madre brillaba por su ausencia, y André supo que su plan tenía muchas más posibilidades de resultar.
La muchacha comenzó a marcar los alimentos con cara de ensoñación, lanzando un suspiro entre objeto y objeto. André intentó no sentirse incómodo, pero las intenciones de la chica eran en extremo obvias como para solo ignorarlas. Tamborileó con los dedos en el mostrador, esperando que el tiempo entre suspiro y suspiro pasara más rápido.
Los vivires se acabaron y vio como ella comenzó a marcar la ropa.
-Espesa la niebla por acá-comentó André, intentando parecer casual.
-Y esto no es nada, hay días que apenas ves más allá de tu nariz-respondió ella contenta, poniendo poca atención a su actual trabajo.
-El clima es muy sombrío.
-Sí...
-¡André, pero que gusto!-la voz aguda de Claudia hizo que se le erizaran los cabellos de la nuca-Ya nos preguntábamos cuando se te acabaría la comida, ya sabes, para verte de nuevo por aquí.
La mujer le guiñó un ojo mientras que su hija pestaño a una velocidad nunca antes vista en la raza humana.
-Claro, creo que vendré una vez por semana, y ahora estoy un poco apurado así que si pudieran...-Claudia miró a su hija y le dio un codazo.
-Vamos Silvi, chicotea esos caracoles-la chiquilla retomó la tarea rápidamente pero sin dejar de mirar a su nuevo cliente favorito. Claudia por su parte adelantó todo el trabajo de empaquetar la compra. Todo iba bien y de acuerdo al plan, hasta que Claudia vio la ropa-Guapo, soltero y además con buen gusto-comentó ella mientras alzaba una de las poleras que André trataba de comprar.
No sabía que era más perturbador, que lo elogiara de manera tan directa o que supiera que era soltero. Quizás no lo sabía, quizás solo tanteaba terreno. No le dio muchas vueltas al asunto y solo esperó paciente a que la mujer metiese la ropa a una bolsa, para poder por fin largarse.
-Pero André ¿Qué es esto?-dijo ella-esto es talla S, te has equivocado.
-No, no lo he hecho, soy talla S-respondió con su mejor sonrisa. Claramente no era S, como mínimo era L incluso podía llegar a XL en algunas marcas.
-Claro que no jovencito, créeme, se evaluar cuerpos masculinos y tú definitivamente eres una talla... grande.
«Podría decirle eso a mi papá, él aun insiste en llamarme Andy Panda» pensó André, pero se abstuvo de soltarlo, debía pensar en algo más ingenioso para confundir a la mujer.
Aunque no fue necesario.
La puerta de la tienda se abrió de improviso y con energía. Una mata de cabello cobre, crespo e indomable, entró con el aliento entrecortado, y lo único que André logró definir fue una bata blanca que traía sobre la ropa.
-¿Qué ha pasado? ¿Cuál es la emergencia?-la chica apenas si respiraba, los ojos verdes se le salían de las cuencas por la impresión y miraba de una lado a otro, como buscando un charco de sangre o a alguien decapitado.
Entró por completo en la tienda y André notó que llevaba consigo un maletín de primeros auxilios.
La chica era pecosa, delgada y tan pelirroja como la dueña del local, supuso que sería familiar de Claudia, algo como su hija o su sobrina.
-Carola, mi vida ¿Cómo estás?-dijo Claudia con alegría y una inmensa sonrisa.
-No es momento Mamá-respondió ella con la adrenalina golpeándole el pecho-han llamado al consultorio avisando que había un emergencia ¿Qué ha pasado?
-¿Emergencia? ¡Oh, claro! No pasa nada hija, he sido yo, le dije a la enfermera que quería hablar contigo, quizás ella no me entendió bien, no importa, cambiando de tema ¿Conociste ya a André? Es nuevo en el pueblo...
Él miró a Claudia con una ceja alzada. Conocía a mucha gente desinhibida pero esa mujer definitivamente no hacía ni el más mínimo esfuerzo por ocultar sus intenciones.
-Mamá...-masculló Carola, con un tonó que se dividía entre cordial y asesino serial.
-Es nuevo y soltero-agregó Claudia con voz misteriosa.
-¡Ay! Díganme que esto no está pasando.
André miró a Carola, la cual estaba roja como un tomate y se restregaba la frente con la mano. Miraba al suelo como tratando de ocultar su vergüenza.
De repente, ser llamado "Andy Panda", no le pareció tan terrible a André. Siempre cabía la posibilidad de haber tenido un padre sin filtro social, que intentara emparejarlo con cualquier extraño.
Hubo un distendido silencio, en el cual Claudia terminó de empacar la compra y Carola intentó recuperar la compostura. André se mantuvo al margen, tampoco había mucho que decir.
«Mira que yo también tengo un padre con problemas de contexto, al cual le encanta contar como fue que dejé los pañales, en lugares públicos y reuniones sociales» pensó decir André, pero se abstuvo, los problemas familiares de la dueña de la tienda no tenían nada que ver con él.
-¡Ay Carola! No seas mal educada, saluda por lo menos.
A la chica le volvió todo el rojo al rostro, pero esta vez no era vergüenza, era furia. Al parecer todo Santa Teresa se componía de mujeres constantemente furiosas.
-Mamá ¿Cómo se te ocurre ocupar la línea de emergencia para esto? Podría estar pasando algo de verdad en alguna parte y yo estoy acá, conociendo al nuevo soltero porque mi madre ¡Es una loca de patio!
-¡Carola! Si ya sabes que por acá no pasa nada, créeme, por un rato que te vayas no se partirá en mundo en dos.
-¡Santísima mierda, mamá! ¿Pero es que no comprendes que paso tanto tiempo en el consultorio para alejarme de ti? Estás loca, Ramona está loca, Silvia está loca-la más joven abrió la boca ofendida pero no dijo palabra, no se atrevía a contrariar a su hermana mayor-y al parecer yo también me estoy volviendo loca ¡Completamente! ¡Madre del señor! Que esto se pega más rápido que la varicela. Mantente lejos mamá ¡Te lo advierto!-gruñó como un perro rabioso y luego se volteó para marcharse-¡Que tengan un buen día!
Se despidió con un portazo que hizo vibrar las mamparas.
Menudo carácter.
-No le prestes atención, es solo una rabieta-terció Claudia-¿Mencioné antes que es doctora?
André salió de la tienda cargadísimo. En cada mano traía por lo bajo cuatro bolsas y algunas contenían tres o cuatro más dentro. Para la próxima vendría en auto, aun cuando le quedara tan cerca.
Decidió parase a comprar el diario en un pequeño quiosco y charló un par de minutos con el anciano dueño. Al parecer en Santa Teresa jamás pasaba algo emocionante. Era un pueblito tan pequeño, tan perdido entre las montañas de la cordillera de los Andes, tan austral, que era raro ver caras nuevas y en lo práctico todos se conocían.
«Pueblo chico, infierno grande» lo llamó el anciano y sonrió al mismo tiempo, como rememorando los grandes rumores, las grandes catástrofes.
André pensó en Mariana ¿Por qué habría corrido al bosque? ¿Por qué ocultarse?
Decidió pasarse por la comisaría un momento. Se suponía que él había sido víctima de una intromisión a su propia casa, suponía que debía mostrarse afectado, o por lo menos preocupado de que atraparan al vándalo.
Nuevamente se presentó en las puertas del lugar, cargado de bolsas y con la apariencia de un ama de casa muy preocupada. Los oficiales más cercanos a la puerta rieron y lanzaron alguna que otra broma de mal gusto, él optó por ignorarlas y está vez se dirigió directamente al escritorio de la única mujer.
Ella parecía no haberse movido de ahí en los últimos días. Tenía la misma cara de malas pulgas y seguía revisando afanosamente un par de papeles. André se sentó justo en frente y carraspeó.
-Tú de nuevo ¿Qué quieres?-no parecía emocionada de verlo, no parecía emocionarse con mucha regularidad.
Su padre solía decir que la gente que siente poco se arruga poco, como si su piel no se resintiera, debido al desuso. André supuso que ella debía de ser de ese tipo de personas. Tenía pocas arrugas, y las que tenía eran solo finas líneas.
-Quería saber si sabían algo de la persona que ha entrado a mi casa.
-¿Y que eres tú? ¿Acaso te han contratado como gestor de calidad de las fuerzas policiales?
-No...
-¿Se ha metido la chica nuevamente?
-No...
-¿Entonces qué demonios haces acá, chico?-definitivamente en la academia nadie enseñaba modales, o trato con las víctimas-Mira, si estás asustado, tranquilo, un muchacho fuerte como tú va a poder contra una chica-le guiñó un ojo derramando sarcasmo de una manera bastante elegante y André notó sendas ojeras bajo sus ojos. Era muy probable que no hubiese dormido nada en los últimos días. Al parecer estaba haciendo muy bien su trabajo, pero por alguna razón eso la descomponía.
-Solo quería saber... como me visitó el capitán ¿Cómo se llamaba? Salado, creo -ella le miró extrañada por una milésima de segundo, pero de inmediato volvió a lo suyo y fingió normalidad.
-Bien, estamos en ello. Cualquier cosa te avisaré.
André se levantó sin ánimos, nunca debió salir de su casa, la sociedad hoy en día estaba cada vez más decadente. Pensó en las palabras de Mariana. Definitivamente tendría que disculparse.
Tomó sus bolsas al tiempo que el radio de la mujer sonaba.
«Teniente Gonzales, Teniente Gonzales. Cambio.» Se escuchó por el aparato ¿Dónde había escuchado Gonzales antes?
-Acá Gonzales ¿Cuál es el problema? Cambio-dijo ella poniéndose el radio cerca de la boca sin sacar la atención de sus papeles.
«Teniente, la necesitamos acá en el área quince. Cambio»
-Estoy ocupada Guerra ¿Es urgente? Cambio.
«Es un código rojo Teniente, los perros hallaron algo, y no le va a gustar nada. Cambio.»
-En camino. Cambio y fuera-zanjó ella.
Ambos se dieron miradas significativas, pero ninguno supo lo que pensaba el otro.
-Que tenga un buen día Teniente.
-Lo mismo para usted, señor San Martín.
El alivio le llenó el cuerpo a André cuando vio a Mariana acuclillada junto al fuego de la sala secando madera. Ella se volteó al oírle y le saludó muy tranquila. Aparentemente lo que sea que hubiesen encontrado no tenía nada que ver con ella, ni con la casa.
¿Desde cuándo le preocupaba tanto lo que le sucediese a Mariana? Debía dejar de hacerlo, dejar de preocuparse, no era sano para nadie, aun cuando fuese costumbre. Solía preocuparse mucho de su padre, por lo menos desde que muriera su madre. Algo le decía que, si no vigilaba a Adrián de cerca terminaría muerto o amputado, más temprano que tarde. Mariana no era su padre, pero estaba metida en demasiados líos ¿Cómo no preocuparse?
-He traído más madera, se viene una tormenta de las buenas-dijo mientras volteaba los troncos.
Se fue directo a la cocina y dejó las bolsas sobre la mesa. Volvió a la sala solo con una bolsa en las manos y se la tendió por la espalda a Mariana, procuró no mirarla directamente y desviar la vista a algún lugar perdido en el techo del cuarto.
-He sido muy duro hoy en la mañana-dijo, como quien no quiere la cosa-, te traje algunas cosas útiles, nada de importancia. Por favor no mates un animal, un simple gracias está bien.
Ella rio ante el comentario y comenzó a inspeccionar el contenido de su regalo. Sonrió al ver la ropa y la acercó a su piel para frotarla contra su cara. André pensó que solo le faltaba empezar a ronronear.
-Gracias-respondió, con la cabeza hundida en la ropa nueva.
-No he podido comprar nada de mujer, hubiese sido sospechoso. Pero asa ropa es la talla más pequeña que encontré.
-Da igual, muchísimas gracias.
Subió corriendo en dirección al baño para cambiarse. André agradeció el gesto. Podría apostar que si fuera cosa de ella se cambiaría ahí mismo, en medio de la sala.
Subió tras ella, pero con la escoba y la pala en una mano, y un plumero en la otra. Dejó todo en la primera habitación y recorrió el pasillo abriendo las ventanas de las demás habitaciones. Casi todas, exceptuando el baño y el cuarto del piano, eran piezas para dormir. Algunas tenían solo una cama, otras podían llegar a tener hasta cinco camas, casi todas tenían un armario o una cómoda. Ninguna estaba decorada. Todas estaban sucias.
Abrió por último las ventanas del pasillo. El día se iba nublando conforme pasaban las horas así que ya no le era necesario llevar los lentes de sol. Debían ser entre las once o doce de la mañana, la niebla se volvía más y más espesa, el aire comenzaba a oler como leña quemada y no corría ni una pequeña brisa.
Trató de divisar la calzada de enfrente a la casa pero apenas si podía dibujar bien la forma del manzano plantado en su patio delantero.
Una figura pareció formarse entre la niebla. Llevaba gabardina, quizás un vestido. No, nadie llevaría vestido con ese frío ¿Era hombre? ¿Era mujer?
No importaba, André ya le había visto antes. La misma persona del día anterior. No la veía con claridad, pero lo sabía, estaba seguro.
Corrió escaleras abajo y cruzó la casa en solo un par de zancadas. Atravesó la entrada a toda prisa y se detuvo en medio de la calle, mirando a todas las direcciones, buscando a quien fuese que le observaba. Pero estaba solo nuevamente, el único ser humano en toda la calle. Miró a la casa sin entender que era lo que le sucedía. Era como bordear la locura.
En la ventana alguien le observaba, o eso creyó ver, para cuando se restregó los ojos ya no había nada. Decidió que se sacaría los lentes de contacto. Definitivamente algo malo tenía su vista.
Subió de vuelta al segundo piso. Ahí le esperaba Mariana, luciendo su nuevo conjunto, traía puesta una polera verde militar con mangas largas, un pantalón cargo, y calcetines gruesos de lana. Todo le quedaba algo grande, pero no lo suficiente como para cambiarlo por un XS.
-No he podido conseguirte zapatos-comentó luego de verla-eso sería más sospechoso.
-No importa, esto es suficiente. No hay tantos conejos en este bosque como para agradecértelo-rio ante su propia broma y se metió a uno de los cuartos-¿Barreremos todo?
André respondió que sí. El resto del día se lo pasaron limpiando.
Un poco antes de acostarse André revisó una caja que había encontrado dentro del armario de uno de los cuartos. Era lo único que demostraba que alguien hubiese habitado el segundo piso. A diferencia del primer piso-lleno de objetos de decoración, cuadros y alfombras-, el segundo parecía contener solamente camas y parcos muebles. Se sentía como si ambos lugares fuesen en sí casas diferentes.
La caja no era tan grande, estaba hecha de madera, parecía más bien un pequeño baúl que combinaba mejor con la decoración ostentosa del primer piso que la del segundo.
Contenía objetos personales. Un cepillo, un prendedor de mariposa, un diario sin nada escrito dentro, algunos libros en Alemán, un pañuelo bordado de flores con las iniciales H. F., y un set de diez fotografías en blanco y negro.
En todas aparecía una mujer, era preciosa, de cabello claro y sonrisa afable. André reconoció el abrigo que olía como su madre, puesto en sus hombros en un par de fotos.
La última contenía tres personas, la mujer, un caballero de bigote engominado y un chiquillo de mirada penetrante. La foto no tenía color, pero adivinó que aquellos ojos eran azules. Era el mismo chiquillo en el cuadro del cuarto del piano.
-Toma, muchas gracias...-Mariana le lanzó el teléfono y André lo recibió en el aire-... Andy Panda.
-Dime que no lo hizo-gruñó él desde su sillón.
-No lo hizo... Andy Candy.
-¿Qué demonios estaba pensando cuando creí que esto sería una buena idea?
-Tu padre es increíble-bramó ella con emoción contenida, se lanzó en el sillón y estiró el cuerpo-no es uno de esos escritores que se creen el ombligo del mundo, claro que no, resolvió todas mis dudas, incluso escuchó mi teoría de que Alba y Rosie son la misma persona ¡Dijo que estaba en lo correcto! ¿Lo sabías?
-Sí... Alba y Cora también son la misma.
-¿Cora? ¿Cora la de Tres tristes tigres? ¡Dios! Tu padre es un condenado genio ¡El mejor escritor del universo!
-No, no lo es-pero ella había dejado de escucharlo, se encontraba extasiada con la emoción de conocer a su autor favorito.
Guardó todo de nuevo en la caja, mientras Mariana revisaba superficialmente el periódico. Para ella todas la noticias eran nuevas, por cinco años se había abstraído por completo del mundo, no es que Santa Teresa hirviera en información de último minuto, pero era mejor que no saber absolutamente nada de la civilización por cinco años completos.
Si se pensaba de manera detenida era asombroso que no se hubiese vuelto loca. O Quizás ya lo estaba.
-¿Quién es él?-preguntó ella de improviso. André le prestó su atención y miró la fotografía en el periódico.
Era un chico, tenía el cabello castaño muy alborotado, los ojos grises y la mandíbula cuadrada. A esas alturas del partido muy pocas personas no habían visto su cara, era tan conocido como una celebridad.
Leyó el titular justo sobre la foto.
«SE SUSPENDE LA BUSQUEDA, FALTA DE INDICIOS CIERRA EL CASO»
-Así que han dejado de buscarlo-dijo André para sí.
-¿Quién es?
-Un chelista uruguayo, Pascal Cabrera o algo así. Se perdió en Londres hace como tres años, desapareció por completo, aun no logran encontrarlo. Han hecho unos operativos ridículos para rastrearlo por toda Europa, pero nada.
-Cuando alguien quiere perderse de verdad...-dejó la frase en el aire. André notó la nostalgia en el ambiente.
-Tienes razón, deberían comenzar a buscar en casas embrujadas.
Mariana sonrió pero sin ninguna gana, estaba absorta en los ojos del desaparecido. Quizás, en algún lejano lugar del planeta, había una persona que, al igual que ella, escapaba. Una persona que se sentía tan sola y desesperanzada. Le dedicó un largo minuto de silencio a ese tal Pascal Cabrera o algo así, y deseó que le encontraran algún día, cuando él estuviese listo.
-Buenas noches, André-dijo finalmente y se recostó a dormir.
Él respondió con la misma frase y abrió Moby Dick.
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