Capítulo O2: El dragón y su tesoro
⚡Importante: En esta historia se tocan muchos temas políticos, de revolución, de conquista y guerras. Nada de lo aquí escrito refleja mi opinión sobre absolutamente nada, ni ningún deseo personal sobre los países que llegaré a mencionar en esta historia, todo es desde la opinión de Harry, y si alguno de estos temas te incomoda, no leas la historia. Besitos. <3
Capítulo 2:
EL DRAGÓN Y SU TESORO
2 de agosto de 1997
Sábado
Hoy es el segundo día que estoy encerrado en mi habitación, porque al parecer muchos miembros de La Familia no están de acuerdo con el plan que inteligentemente tracé, y papá y mamá —y Albus— temen que si salgo alguien pueda hacerme daño. Un pensamiento muy extraño, teniendo en cuenta que ellos son los que más daño me hacen siempre; no haciéndome sangrar, sé que eso lo hacen por mi bien, sino al arrebatarme las cosas que... más aprecio. Una mascota, un juguete, un libro y... Daisy.
Si ella estuviera aquí, esto no sería un encierro, pero desde que me sacaron 'del armario', no me dejan salir ni me dan respuestas a las preguntas que hago sobre dónde está. La manta roja que tiene su olor me cubre y me da cierta seguridad en el frío de esta mañana, pero no puede calmar lo congelada que está mi alma al no saber si está bien. No quiero que vuelva a entrar por esa puerta llevada en brazos inconsciente porque volvió a fallar sus ejercicios. No quiero que la hagan más fuerte... para eso estoy yo.
La única ventana del lugar muestra una imagen de un bosque que hace años supe que era falsa, pero el deseo de recorrerlo aún sigue latente como el primer día. Gracias a ella pude ver por mis propios ojos en vez de por los libros, que el cielo es azul y que existen árboles más altos que esta casa, y que a veces hay algo llamado lluvia que moja todo el paisaje. Hace tiempo me pregunté si se sentiría como una ducha, pero ya no hago preguntas que sé que nunca responderán.
A no ser que tengan que ver con Daisy, porque nunca me cansaré de cuestionar por su seguridad.
—¿Puedes... decirme algo, por favor?—mi voz se siente ajena a mí al no utilizarla durante tanto tiempo.—Solo tengo que saber que está bien, por favor—susurro en la cama de mi hermana, envuelto en su olor y alejado de la puerta de acero, pero sé que me escucha.
En lugar de hablar, me pasa una bandeja con el desayuno por un agujero al final de la puerta y con eso me silencio. A La Familia no le gusta que hable e intento acatarlo siempre, pero mi hermana también siempre será mi excepción. Ella es la única con la que hablo, la única en la que confío y la única que comparte mi sentir: que por muy agradecidos que estemos con papá y mamá por mantenernos a salvo, a veces es... asfixiante. No hemos visto a otras personas de nuestra edad; todos son adultos que van de un sitio a otro por toda la casa, con sus espaldas encorvadas y mirando al suelo, como si llevaran el peso del mundo en sus hombros y eso los estuviera matando.
Sé que no sirve de nada morirme de hambre, pero mi garganta se cierra al tan solo pensar en comer, así que intento pensar en alguna cosa que no duela. Necesito creer en el futuro próximo donde me convertiré en el héroe al que estoy destinado, y mi hermana —y el resto— serán libres de ese monstruo. Necesito imaginar un futuro feliz y sin miedo. Necesito respi...
—¡Harry, estoy aquí!—alguien grita, pero parece estar muy lejos de mí. Extrañamente, siento algo alrededor de mí cuerpo que me aprieta fuertemente.—Respira, hermano, respira. Estoy aquí.
La habitación, que se había oscurecido sin darme cuenta, empieza a iluminarse (¿tal vez fueron mis ojos que se cerraron?) y la presión que sentía en mi pecho es reemplazada por un agarre feroz. Una voz me susurra palabras de amor que no entiendo, y estos brazos que parecen sujetar mi alma hecha pedazos... ¡Daisy! Con una profunda exhalación vuelvo a respirar (¿cuándo dejé de hacerlo?) y la rodeo con mis brazos como un náufrago que encontró su salvavidas. No sé si soy yo quien tiembla o es ella, pero decido ignorarlo junto con el resto de cosas que no seamos nosotros dos.
Suspiro por última vez y decido salir del escondite que es su cuello. Al agarrar sus mejillas me fijo en mis manos temblorosas que ella acaricia con una triste sonrisa. Cuento sus pecas, que van desde el puente de su nariz y se despliegan como la más bella mariposa por el resto de su cara. Sus manos, cinco dedos en cada una, están tan frías como siempre. Ella está bien, nada ha cambiado. Le doy un beso en la frente que la hace reír, aunque reír es lo último que yo quiero ahora mismo. Ella está bien, está aquí conmigo.
Fijándome en su ropa, ya no lleva el vestido del otro día y en su lugar viste unos pantalones marrones gastados, una camiseta verde al que se le ha ido el color y unas botas manchadas de tierra... Ah, sí, debe haber ido al huerto de arriba, la mejor zona de toda la casa por toda la tranquilidad que hay; allí es donde suele ir para pensar, recargarse y estar a solas con las plantas y verduras.
Quería estar a solas. Alejada de mí. Nadie la retuvo ni la castigaron por abrazarme en mi cumpleaños... Bien. Prefiero que me odie a que la castiguen por amarme.
—¿Terminásteis?—habló la voz del tío Sirius con destellos de humor desde la puerta, ahora abierta.—Por muy enternecedor que sea esto, tenemos que irnos, Harry.
Daisy me abraza aún más fuerte y me siento absurdamente patético. Soy el hermano mayor, quien debe protegerla y hacerla sentir segura, pero al final del día ella es quien recoge mis pedazos rotos.
Intento levantarme para enfrentar mi destino, pero mi hermana me retiene en sus brazos y habla tan rápido que me cuesta entenderla.—No sé cuál es tu idea, pero confío en ti, Harry, siempre confiaré en ti. Hablaremos después. Sé fuerte, mi dragón.
Mis ojos verdes se conectan con los marrones. Un mechón de su pelo cae por su cara y se lo coloco detrás de la oreja con una caricia; ante esto, a Daisy extrañamente se le cristalizan los ojos del llanto que quiere dejar salir, pero antes de que eso pase le susurro:—Nos vemos ahora, mi flor—y me levanto hacia Sirius, cuya usual sonrisa depredadora esta vez es más débil.
La madera cruje de manera estridente bajo mis pies, como si con cada sonido me estuviera advirtiendo de no dar un siguiente paso. Como todo, lo ignoro para rodearme con la Oclumancia y plantar mis emociones en mi jardín mental. Sea el motivo que sea por el que tío Sirius está aquí, no será para algo agradable, así que es mejor siempre ir esperando lo peor para que después no duela tanto.
Cuando cruzo la puerta, puedo ver que el guardia está vez era el tío Alastor, que no parece muy feliz en el puesto, y cuyo ojo mágico siempre me ha seguido desde que era pequeño. Sirius le da un asentimiento y le pide que la vuelva a cerrar, esta vez con otro prisionero dentro: mi hermana.
—Vamos, Harry, no pongas esa cara—me dice el tío Sirius mientras me aprieta el hombro que sigue sin cicatrizar. No respondo y aguanto el dolor y el ansia de querer quitar su brazo encima de mí, que es una burda parodia de una mano amable.
Su pelo largo y rebelde es todo lo contrario al mío, corto y liso, y se mueve con desaprobación ante mi silencio, por lo que me contento con mirar al frente y teorizar hacia dónde vamos esta vez. Puede ser la arena de duelo, o simplemente me atacará en cualquier localización de la casa, para que en un futuro sepa defenderme en cualquier entorno y usar los objetos de alrededor a mi favor. No sería la primera vez que me hechiza por la espalda mientras caminamos, así que me quedo a su lado sin importar su ceño fruncido y su mano que a ratos me aprieta un poco más, y aguanto las ganas de huir.
Bajamos varias escaleras y cruzamos por tantos pasillos que ya no sé dónde estoy. Por esta zona de la casa no hay casi ninguna persona, algo bastante inusual porque siempre están todos los pisos abarrotados de gente. Aprieto con fuerza mi varita cuando Sirius frena de repente, y frente a nosotros se encuentra una puerta doble de marfil negro que parece absorber la luz, con intrincados dibujos de estrellas y constelaciones en su superficie.
—No te preocupes, chico—habla mirando a la puerta cuando al fin me libera de su apretado agarre y logro no alejarme de él. En su mirada al mirarme hay una capa de tristeza que no entiendo.—No estamos aquí para luchar, sino para todo lo contrario. Bienvenido al infierno en la tierra: la biblioteca Black.
Con gran dramatismo, abre la puerta de par en par. Una ola de magia y polvo se abre paso y me da directamente en la cara, como si me estuviera abrazando felizmente después de haber sido liberado tras tanto tiempo encerrado. Es reconfortante y entiendo el sentimiento, así que dejo que la magia me cubra y sigo al tío Sirius adentro, que me ve con extrañeza.
—La magia te acepta... Bueno, sí, supongo que es normal, teniendo en cuenta...—sacude la cabeza y deja de hablar. Sus rasgos vuelven a ser los juguetones de siempre y me señala una mesa con varias sillas a su alrededor. Al ver mi desconfianza a darle la espalda, exclama:—¡Vamos, chico, siéntate! Solo vamos a hablar, lo prometo.
Supongo que para calmarme, se sienta él primero y cruza las manos sobre su barbilla, burlándose de mí. No puedo dejar que vea aún más debilidad, así que me siento lentamente en la silla de enfrente para quedar cara a cara. El tío Sirius podría atacarme en cualquier momento, porque su promesa, y la de cualquiera, no vale nada en la guerra.
—Bien, pequeño, esto me gusta tanto como a ti, créeme, pero Albus me ha ordenado que te explique un poco... todo, en general, lo que nos va a llevar un buen tiempo.
Me quedo en silencio mientras en mi interior juego con una de las margaritas en mi jardín mental, pensando si este es algún tipo de nuevo entrenamiento: relajarme con una falsa sensación de seguridad y cuando esté desprevenido, atacarme. Si ese es el caso, no se lo pienso poner fácil. Pero mientras tanto me limito a escuchar y observar.
Y ciertamente, el gran lugar en el que me encuentro es digno de ser contemplado. Ambos estamos sentados alrededor de una pequeña mesa en medio de un inmenso mar de libros y estanterías antiguas que parecen tocar el techo; un techo tan alto que hasta un gigante podría pasearse por aquí, sino fuera por las —en mi opinión—demasiado grandes y voluptuosas lámparas de araña. Desde donde estoy, ni siquiera puedo vislumbrar el final de este lugar, como el círculo del infinito destinado a volverte loco. Al bajar la cabeza a mis pies, noto que en el suelo hay pequeños mosaicos de estrellas que creo que están hechos de vidrio, ya que me puedo ver reflejado en ellos.
Pero pensándolo bien, teniendo en cuenta el ancho de esta casa, tener dentro una biblioteca de estas proporciones no debería ser posible. Pero mi Familia me ha enseñado que el decir que algo es imposible, es solo una excusa para rendirte rápido. Y eso es algo que yo nunca haré, así que levanto la cabeza y me vuelvo a conectar con lo que dice el tío Sirius.
—... e verdad, Harry, no creo que este plan tuyo del harem resulte bien, al ser tan... tú. Tú eres frío, callado. Parece que no tienes alma, ¡y ey! A mí me encanta porque te temerán con tan solo ver tus ojos. Pero él no va a querer a alguien así—sacude la cabeza con exasperación, como si yo fuera un niño pequeño y no el depredador que soy.— Pero bueno, mi tarea es ayudarte y explicarte el que será tu nuevo mundo, y eso haré.
Desestimo todo lo que dice sobre mi apariencia y el terror que dan mis ojos verdes vacíos y apagados. Pero lo del nuevo mundo... Eso me interesa. Así que suelto, con mi voz más fría mientras en mi mente cuento los pétalos de una margarita:—Tío, ¿a qué te refieres con 'explicarme el nuevo mundo'? Es decir, he leído muchos libros y creo que pued...
—Absolutamente no—me calla tajantemente.—Ya no estaba de acuerdo con la idea de mantenerte aquí en cautiverio, y cuando nació Daisy me opuse aún más pero...—en su rostro veo tensión y seriedad—Harry, no estás preparado para lo que te espera fuera de estas paredes, por muchos libros que hayas leído. Y tengo que explicártelo, porque si no lo hago y llegas al harem, te comerán vivo.
No hay cambios en mi expresión facial, pero la flor con la que jugaba muere en mis manos y el jardín cálido y brillante empieza a enfriarse.
—¿Pero qué...? ¿Qué es lo que me enseñarás que yo no sepa ya?—Porque después de obligarme a leer tantos libros, tantas peleas físicas y mágicas, no puedo sentirme más preparado para la misión que ahora.
—Sobre las personas, Harry. A hablar apropiadamente, las reglas sociales que cualquier sangre pura—esas últimas palabras parece escupirlas—debería saber. Y te contaré lo que sé del harem del Rey y sobre su Selección. Te daré tácticas de seducción que en mi juvent...
—¡No! No, no—niego con la cabeza, necesitando que se entienda mi mensaje al máximo.—No quiero seducirle, agh, solo necesito entrar en su corte. Nada más. No pienso hacer nada, nada, con él.
—Chico, no lo entiendes. El Rey no te aceptará en su harem si no le pareces interesante. Todo esto es por tu seguri...—no pienso escuchar esto. No ideé todo este plan para que el tío Sirius me diga cómo debo actuar, así que empiezo a levantarme, esperando que el guardia me deje pasar a mi habitación.—Y también por la seguridad de Daisy.
Mi cuerpo se frena antes de que mi mente pueda procesar lo que dijo. Esto es una trampa, tiene que serlo, pero una en la que caeré con gusto por ella.—¿Y de qué modo escucharte mantendría segura a Daisy?
Sirius sonríe con desdén y con sus ojos me señala la silla en la que, reticente, me vuelvo a sentar.—Porque, querido Harry...—susurra apoyándose en la mesa, como si me estuviera contando un secreto que le hace particular gracia.—Ambos sabemos que cuando tú te vayas de aquí, no te irás solo.
En mi mente empieza a llover, y la tierra, allí donde guardo todo de mí, tiembla levemente. Solo me fijo en las flores y cuento pétalos en mi mente. No pienses, no reacciones. En una margarita violeta hay treinta y cuatro pétalos, treinta y cuatro, treinta y cuatro. No reacciones, no pienses, no sientas.
—Y ni los libros ni la magia la protegerán en ese pozo de acromántulas ávidas de sangre. Solo el poder lo hará—continúa el tío Sirius en respuesta a mi silencio.—Y para tenerlo allí dentro, necesitas ganarte el favor del Rey.
El suelo en mi mente deja de temblar y el sol empieza a salir. Eso es: en el poco tiempo que esté ahí hasta matarlo, tendré que ganarme la confianza del monstruo para obtener el máximo poder posible, porque si Daisy viene conmigo como tengo planeado, lo último que necesitaré serán ojos desconfiados sobre mí observando cada uno de mis pasos.
En los libros nunca leí cómo funcionan las cosas en un harem ni cómo se suelen comportar los miembros de uno, pero imagino que el mayor de los peligros ahí dentro es el Rey. Un Rey del que me desharé, pero solo si llego hasta él.
Este es mi turno de proteger a mi hermana, para que no necesite volver a protegerla jamás.
—Ya estás tardando en empezar, tío.
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Ya pasaron varias horas y la cálida luz de la amplia ventana de la biblioteca me dice que ya es por la tarde, y aún así, sigue habiendo muchas cosas que sigo sin entender.
—Entonces... ¿Me estás diciendo que en el harem solo hay personas despiadadas y hambrientas de la atención del Rey, y que son capaces de hasta dañar a otras concubinas y concubinos si sienten que su poder disminuye por su culpa?—increpo con extrañeza. En las fotos que he podido ver a lo largo de los años sobre el harem, parecen personas muy unidas y civilizadas.
—Necesito que...—resopla frustrado—Necesito que entiendas en qué te estás queriendo meter. No son personas normales, Harry. No son solo gente malvada, son seres únicos. Cómo mínimo, sé que uno es un nigromante, y que otra concubina tiene sangre de dragón en sus venas. Son únicos, chico. Y tú no eres especial... en ese sentido—no tengo tiempo para sentirme ofendido, por mucho que sepa que es verdad, porque Sirius sigue hablando.—Y si por un milagro pasas las pruebas y Él te encuentra lo suficientemente interesante como para aceptarte en el harem, en cuanto las concubinas y concubinos se den cuenta de tu normalidad, te matarán si antes no lo hace el Rey.
—Soy un Potter, Sirius—intento hacer que entienda.—Hijo de padres fugitivos en contra del monarca y de los que todos piensan que han muerto. No saben que ellos viven ni que yo existo, así que creo que me encontrará bastante interesante—finalizo con un suspiro, cansado.
En estas horas siento que no he aprendido nada nuevo, simplemente porque nada de lo que dice tiene sentido. ¿De verdad habría miles de participantes queriendo formar parte del harem, solo en Gran Bretaña? ¿Había palacios enteros para concubinas de cada jerarquía? ¿Parte de la prueba para La Selección sería un examen escrito? ¿Sobre qué? ¿Leyes? Yo no tengo ni idea de eso. Y es que cada vez que Sirius abre la boca, me doy cuenta de todo lo que desconozco. Más pensamientos sobre que esto fue una mala idea se abren paso en mi mente, pero les cierro la puerta. No es momento de dudar, sino de actuar.
Porque si hay algo que me enseñó mi padre, es que hay que mantener a tus enemigos a tu lado para que sea más fácil darles una puñalada mortal. Y si fallo... si fallo solo volveré con el orgullo herido y seguiré el plan original como todos parecen preferir.
Pero no voy a fallar, así que intento tranquilizarme y pensar en el presente.—Pero tío Sirius, ¿cómo sabes cuáles serán las pruebas? Por lo que investigué, no son de dominio público—intento recabar información, en vano, según la expresión que pasó por el rostro del hombre durante unos segundos.
—Un familiar estuvo en el harem y... me enviaba cartas sobre su experiencia antes de que... todo estallara y nos confináramos en esta casa—explica, costándole decir cada palabra, como si fuera un esfuerzo hercúleo el pronunciarlas. Me mira y parece tranquilizarse.—Lo primero, chico, es pasar la Selección. Nos quedan solo cuatro días, el siete te irás de aquí y con suerte solo volverás para cuando ese esté muerto... así que a trabajar.
Después de cinco minutos en los que Sirius me permitió comer algo, al ver que casi me desmayo encima del libro que estaba leyendo, volvió a la carga, esta vez no con contenido teórico, sino práctico —por mucho que me prometió que no lo haría—, hechizando las estanterías para que me persiguieran hasta que descubriera cómo neutralizarlas. Según él, debía estar preparado para cualquier prueba, desde una física hasta una mágica. Pero a medida que los gritos emocionados de Sirius iban en aumento cada vez que rompía parte de esas estanterías, la duda sobre si esto era más para su propio entretenimiento que para ayudarme a pasar la Selección, crecía.
Harto de ser un simple objeto del que reírse, sacudo mi miedo y cuando estoy preparado para dar todo de mi pobre núcleo mágico para terminar con esto, lo que simula ser una simple piedra vuela por el aire, impacta en las estanterías y las hace pedazos, hasta que solo quedan hilos de madera y papel en el suelo: una montaña de conocimiento e historia destruida. Mi niño interior, aquel que los libros eran sus únicos amigos, llora.
Mi yo adulto solo asiente hacia mi madre, que con una de sus runas terminó con esto por mí.
—Sirius, hace años que eres un adulto, compórtate, por Circe—exclama mamá desde la puerta de la biblioteca.—¿Encantar las estanterías, en serio? Te creía más maduro. ¿Qué más habéis estado haciendo?
Incluso desde aquí puedo ver su ceño fruncido y el disgusto marcado en su rostro y postura, de brazos cruzados, en un increíble contraste con su vestido blanco vaporoso que la asemeja a un ángel terrenal.
—Lily, cálmate—Sirius levanta las manos en gesto apaciguador.—Como el abnegado tío que soy, le he estado ejercitando para que pase las pruebas sin problemas y...
—¿Solo eso?—increpa mamá. Los tatuajes de runas en sus brazos parecen brillar a medida que su enfado crece.—¿Así que has hecho lo mismo que haces siempre con Harry? ¡Necesita estudios, conocimiento sobre la cultura, no batallitas estúpidas!
Odio que hablen de mí como si yo no estuviera presente. Quiero decirles que estoy aquí, que puedo hablar... pero sé que realmente no tengo voto. Eso es algo que me ganaré cuando les traiga la cabeza del Rey.
—¿De verdad, Lily? De entre todas las personas, ¿tú me vas a criticar por cómo entreno al chico?—dice furioso Sirius, acercándose a la entrada donde está mamá.—¿Te recuerdo de quién es la culpa por la que Harry no sabe absolutamente nada de ahí fuera? ¿De su mundo?
—Sirius, eso no...—mamá me mira, como si ahora recordase que sigo allí, escuchando todo. Su normal actitud segura parece flaquear.—Solo vine a llevarme a Ha...
—¿De quién es la culpa de que estemos en esta casa, en esta prisión, eh?—ataca Sirius sin compasión.—Todo no es más que una estúpida mentira, el solo hecho de que esta biblioteca esté aquí es un ejemplo de...
—¡Ya basta!—grita mamá. Es un sonido tan fuerte que parece hacer temblar la habitación. Sus ojos verdes llenos de vida me miran.—Harry, es hora de la cena, vamos.
Siento que estoy haciendo algo mal sin darme cuenta mientras camino hacia mamá. Me duele el pecho cuanto más me alejo, y cuando cruzo la puerta, es como si me hubieran arrancado algo directamente del pecho. Niego con la cabeza, tratando de enfocarme. No importa, me han arrebatado tantas cosas, que esto —lo que sea que es— no es importante.
—Vamos, la tía Molly te ha preparado tu comida favorita: ¡Pastel de cordero!—dice emocionada mamá mientras me clava sus uñas en el hombro. Cierro los ojos y aguanto las ganas de gritar: Gritar porque odio el pastel de cordero y mi madre no lo sabe, o por el aún persistente dolor en el hombro. No me decido por cuál.
Para intentar alejar el dolor físico —y mental—, intento hacer algo útil y recolectar información mientras nos movemos por los pasillos.—Mamá, ¿a qué se refería el tío Sirius con que todo es mentira?
Ella sigue mirando al frente, su sonrisa desaparece y por un momento creo que no va a responder. Mis sospechas no se cumplen cuando, después de saludar al tío Elphias, que siempre me mira con una sospecha que sigo sin entender, mamá susurra, mientras subimos los cientos de escaleras:—Harry, mi niño... Ya sabes que tu padre y yo, al igual que todos tus tíos y tías, no somos bienvenidos fuera de esta casa. Por eso creamos este lugar: una fortaleza que físicamente está en Londres, pero que realmente no está en ninguna parte.
Intento interpretar lo que dice con la magia teórica que he llegado a leer, pero no recuerdo nada que se le parezca. A mi izquierda, un cuadro de una chica empieza a cantar y mamá resopla frustrada, caminando más rápido en consecuencia para alejarse del estruendo. Intento preguntarle a qué se refiere, pero mamá, como siempre, es más rápida que yo.
—Verás, cielo. Tú no te acuerdas, y doy gracias a Godric por ello, pero eran tiempos muy oscuros, nuestros amigos o nos traicionaban o morían, y tu padre no se veía capaz de alejarse del país. No paraba de decir que huir era de cobardes—mamá puso una cara extraña al decir eso.—Así que con ayuda de Albus y lo que es ahora La Familia, creamos capa tras capa de este lugar, añadiendo habitaciones donde antes no había nada, y cada una de ellas pertenecía a distintos lugares del país y de muchos otros, y así... Usamos esta casa como base y mira, nadie nos ha encontrado. Por eso parece que a veces no tiene fin, por eso está aquí la biblioteca de los Black, y por eso Sirius dijo que esta casa es una mentira.
Mamá me termina de explicar justo cuando llegamos a la puerta del comedor. Aún sigo sin tener muchas cosas claras, pero sí tengo más seguridad. Tantas personas con tanto talento que lucharon y crearon este espacio para que pudiéramos vivir lejos de un mundo tan oscuro...
—Mamá—sus cejas se levantan en sorpresa al dirigirme a ella, y su brazo que antes iba a abrir la puerta, vuelve a bajar.—Gracias. Por todo lo que has hecho por mí, por protegerme y cuidarme. Gracias.
—Oh, no mi niño, no digas... Yo no...
Como un acto de impulsividad, extiende sus brazos y me abraza. Tengo su pelo en mi cara, su olor a rosas que me resulta desconocido me atrapa, y su tacto amable desbloquea recuerdos de una niñez que no me permito recordar. No soy capaz de moverme. No sé ni si respiro. No sé cómo me mantengo en pie. Y no sé por qué siento tantas ganas de llorar.
—Nunca.—susurra en mi oído con voz feroz, sus brazos apretándome más la espalda a medida que habla.—Nunca me des las gracias por eso. Ni a nadie de aquí. Nunca.
No respondo —aunque dudo que hubiera podido hablar— y mamá se aleja brevemente para, ahora, sostener mi cara con sus manos. La forma en que sus pupilas no paran de moverse por mi rostro es bastante extraña. Tal vez esta sea una de las pocas veces que me está viendo como su hijo, y no como un arma, desde que tengo diez años.
A cambio, dejo que acaricie mis mejillas y, al verla, todos saben de dónde sacó el físico Daisy. Mamá no tiene pecas, pero su blanca tez y pelo ondulado de color rojo, es practicamente igual. Aunque ahora mismo, donde hay más parecido es en cómo me miran. Ahora mamá me observa con una mirada... ¿dulce? ¿triste? No sé cómo interpretarla, pero sí sé que es igual a cómo me mira Daisy cuando me despierto de una pesadilla.
Con miedo a perderme.
—¿Lily? ¿Pasa algo?—pregunta papá acercándose a nosotros, y por culpa de su vestimenta completamente negra, pareció como si hubiera salido de las mismísimas sombras. Mamá se separa de mí rápidamente, y por mi mente pasa el estupido pensamiento de que ojalá papá hubiera tardado más en aparecer.—Ya están casi todos dentro, ¿qué hacéis aquí fuera?
Solo mira a mamá mientras habla. Es algo normal, conmigo solo lo hace cuando peleamos o se enfada conmigo. Supongo que por eso papá es mi oponente favorito: es la única manera que tengo para hablar con él.
—Oh, solo estábamos hablando un momento, sobre la Selección que es dentro de poco y las posibles pruebas.—responde mamá sin problemas.
Despega sus ojos de ella y frunce el ceño. Ah, aún sigue sin gustarle la idea.
Mientras el resto de tíos y tías van entrando a la habitación, y mamá y papá parecen comunicarse por Legeremancia, noto a mi hermana detrás de nuestro padre, como la sombra en la que le han obligado a estar desde siempre. Pero mis padres parecen olvidar que si dejas una flor a oscuras, está destinada a marchitarse. Y no pienso dejar que le pase eso.
—Vamos—habla papá, con el ceño más fruncido que antes, mientras mamá, en vez de la sonrisa superior que suele poner cuando gana una discusión, tiene todo su rostro marcado por la tristeza.
No importa, no tiene que ver conmigo, así que me centro en intentar que las personas no me toquen mientras entramos al inmenso comedor, donde toda la Familia se reúne con la excusa de cenar. Como de costumbre, algunos me miran fijamente mientras otros deciden ignorarme deliberadamente. No los culpo por lo último, porque yo también los ignoro a ellos.
La luz de las velas en lo alto y las grandes antorchas a los lados no dan la suficiente luz para ver el rostro de mi hermana, que intenta ponerse a mi lado pero papá no la deja. Sinceramente no sé por qué aún lo intenta, porque desde que recuerdo, nuestra pequeña familia es un rombo: yo soy la punta, la cara visible y quien recibe las críticas, mi hermana es la otra punta, invisible, alejada de todos —de mí—, y nuestros padres son las barreras que nos separan, solo hasta la noche, que es cuando caen.
Así son todas las comidas, el único evento donde estamos los cuatro juntos sin peleas de por medio, para desfilar en rombo hasta llegar a la alta mesa del fondo de la habitación, donde solo nosotros y Albus tenemos permitido sentarnos.
Así que en estos días que me quedan hasta que me tenga que ir, quiero intentar memorizar todo el entorno, toda esta casa en la que tengo tantos recuerdos. Fueron estas mismas piedras gastadas que rodean el comedor las que me vieron llorar tras mi primer ejercicio, y fueron las tres largas mesas de madera oscura las que me refugiaron cuando me escondía de mi padre por no poder aguantar más los hechizos. Son las personas con los mismos ojos que me observan ahora, los que siempre giraban la cabeza cuando les pedía ayuda. Es este mismo olor de comida caliente del que hace años me privaban... Y las mismas conversaciones a gritos que se sienten como Cruciatus en mi cabeza.
—¡Sí! Mi familia está ahora en España, a ver si consiguen sacarlos de su neutralidad—por si no había quedado claro, continúa.—¡A nuestro favor, por supuesto!
—¡Pues anda que Suiza! Mamá dice que es imposible hablar con ellos. ¡No sé cómo no pueden ver el error de no apoyarnos!
Niego con la cabeza e intento caminar más rápido para sentarme de una vez, pero una mano firme me mantiene en armonía y me impide ir a destiempo. Cierto, tenemos que caminar lentamente por entre las mesas y sonreír y asentir con la cabeza a todos los que nos miren. A veces... odio tanta perfección.
Es todo una coreografía que bailamos todas las noches y mañanas, y llega un punto en el que tus pies sangran y quieres huir del escenario, pero los espectadores que no paran de observar tus movimientos te retienen, y si no lo hacen ellos, tus compañeros de baile lo harán. Y estoy tan harto pero a la vez tan agradecido. Porque yo lo pasé mal, pero lo que debieron vivir el resto ahí fuera... no me lo quiero ni imaginar.
Así que dejo de pensar y sonrío —este es uno de los pocos momentos donde lo tengo permitido— cuando llegamos a la tarima que eleva nuestra mesa y mamá y papá gritan el mismo discurso de siempre: mucha esperanza, la era de oscuridad pronto caerá, muchas palabras más de por medio, para finalizar gritando:—¡Somos una Familia! ¡Siempre unidos!
En cuanto me siento, mi plato ya está lleno de comida, y las conversaciones a mi alrededor se hacen aún más altas. Mis padres a mis lados dedican los primeros diez minutos a observar a La Familia y a mirarse entre ellos como siempre; Albus, en la esquina de la mesa, alejado de nosotros, hace lo mismo; y Daisy, al lado de papá, me dirige una sonrisa triste, niega con la cabeza y después empieza a comer.
Ella sabe que este plato no me gusta, y con eso ya me siento mejor, más fuerte. Alguien aquí me conoce, y por ese alguien es por quien voy a luchar.
Mientras intento tragar un bocado de la comida, veo a la tía Molly dejar al tío Arthur comiendo solo en su mesa para acercarse a nosotros con varios elfos domésticos a sus lados. Ella es la única que tiene permitido hacer nuestra comida, y suele venir a hablar un poco con papá y mamá. Nunca la entenderé, pero su brillante sonrisa y entusiasmo es tan contagioso, que interiormente agradezco su presencia.
Empieza a hablar con mamá mientras le sirve su zumo, sobre uno de sus hijos, Perry o Percy, y lo triste que está por él. Mamá le apoya una mano en el brazo y le da palabras de aliento.
Yo también quiero que mamá me aliente...
—¡Mi hija está en la India!—siguen los gritos alrededor del comedor—Mi dulce Dora está batallando para conseguir aliados y hacerles ver el error de seguir apoyando a ese hombre.
—Pues nuestro Ron, ¡que tiene tu edad, Harry!—exclama la tía Molly sirviéndome zumo de calabaza. Su rostro gris se llena de luz cuando habla de sus hijos y por un ingenuo momento me permito creer que el de mamá también lo hace.—Él pone en peligro su vida intentando recopilar información en Londres y alrededores. ¡Y Bill intenta hacer cambiar de opinión a los duendes sobre apoyar la economía de ese bárbaro! Pero ya sabes cómo son, a ellos solo les importa el dinero y las ganancias.
—No, en realidad no sé cómo son—mamá y papá giran la cabeza al unísono para observarme, y en sus ojos veo todo el castigo que necesito.—Perdón, se me escapó, no quería...
La tía Molly abre la boca, para reñirme o no, nunca lo sabré, porque en ese momento una voz pasa por encima de las demás, como una flecha envenenada dirigida a mí e imposible de parar por muchos obstáculos que tenga en medio.
—¡Exacto! Todos aquí ponemos nuestra vida en peligro todos los días, al igual que nuestras familias, y mientras tanto, nuestro supuesto salvador se queda aquí, protegido por todos y sin saber nada de lo que pasa fuera de aquí.
—¡Fabian! ¿Cómo te atreves?—exclama la tía Molly. Un gran enfado tiñe sus rasgos y deja con un golpe la jarra de zumo.—¡Pide disculpas ahora mis...!
—¡No!—otro grito la interrumpe, esta vez del tío Gideon, que también se ha puesto de pie. Noto cómo papá y mamá se mueven nerviosos en sus asientos.—Ya nos hemos callado bastante, hermana. Hemos hecho todo lo que nos dijeron, año tras año, pero cuando falta tan poco para hacer el Gran Plan, ¡ese niño decide que no!
—¿Entonces por qué hemos estado peleado tanto?—sigue el tío Fabian. Su barba pelirroja no es suficiente para esconder la mueca de sus labios cuando me mira.—¡Ahora, de la nada, hay otro plan! ¡Y todo depende de este niño, que supuestamente nos va a salvar a todos! Lo siento mucho, Dumbledore, pero necesitamos más pruebas a parte de tu palabra.
Hay tanta tensión que no sé ni cómo puedo respirar. Papá y mamá también se pusieron de pie, con posturas orgullosas y preparados por si surge una pelea física. Me giro a ver a Daisy, que ya estaba observándome con el ceño fruncido. Con sus ojos me señala hacia los tíos, pero niego con la cabeza. No creo que sea necesario que lo haga... eso espero.
—En eso tienen algo de razón, Albus—habla la tía Dorcas. Su postura solo grita calma, pero su voz, aunque no tiene enfado alguno, posee el mismo tono de amonestación.—Hemos puesto a todas nuestras familias y amigos trabajando para ti, para ese niño, buscando sitios imposibles de encontrar por todo el mundo. Y ahora todo... ha cambiado de repente. Nos merecemos una explicación, Albus, una explicación de verdad.
Estoy rodeado en este inmenso comedor de personas que me miran y me juzgan, y por mi mente pasa el pensamiento de que si todas las familias son como la mía, no entiendo cómo todos protegen con tanta ferocidad a las suyas.
El tío Albus, con toda la calma que le caracteriza, se limpia la boca con una servilleta y procede a levantarse para ponerse entre mis padres, detrás de mi silla. Mi cara va hacia mi hermana como un acto reflejo, y lo que veo en su rostro me da más miedo que las tres personas que me rodean.
No tengo tiempo de decirle que no con la cabeza, porque en cuanto el tío Albus empieza a hablar, no soy capaz de mantener la cabeza erguida y observo mis manos... ¿Desde cuándo están temblando?
—Mis queridos amigos, por favor, un poco de calma.—Su voz llega a todos los rincones del comedor. Me lo puedo imaginar levantando las manos en gesto apaciguador, siempre lo hace.—Entiendo vuestra preocupación, por supuesto, y os merecéis una explicación que esté a la altura de vuestra lealtad inquebrantable. El hecho es que nuestro Harry ideó un buen plan que podría acelerar las cosas y hacer que nuestra liberación, ocurra años antes de lo que pasaría con el Gran Plan, el cual, debo añadir, siempre estará ahí por si este falla. Así que creo que, en vez de reclamos, lo que Harry se merece son elogios, ¿no creéis?
'NO' es lo que piensan todos. Lo siento por los susurros que se empiezan a esparcir por el lugar, y aunque no logro descifrar ninguno desde aquí, sé que ninguno debe ser positivo.
—Además—vuelve a hablar el tío Albus, silenciando a todos al instante. Por su tono, siento que está sonriendo mientras habla, y ahora mismo agradezco que esté detrás de mí para no poder mirarle.—Sí, todos tenéis a vuestra propia familia, pero no olvidéis por qué estáis aquí, vuestro verdadero propósito.—Escondo mis manos debajo de mis muslos para parar el temblor, aunque creo que a este punto todo mi cuerpo tiembla.—Yo creo, y corregirme si me equivoco, que el destino del mundo es más importante que las lealtades personales. Por eso somos una Familia, amigos míos, para que no os ceguéis completamente por las relaciones sanguíneas. Porque aquí están quienes estarán con vosotros hasta el final y os protegerán las espaldas en cada lucha. Esos somos nosotros, La Familia que traerá luz a este mundo lleno de oscuridad. ¿Estáis de acuerdo?
Los gritos no tardan en escucharse, esta vez de júbilo, y cada persona vuelve a sentarse con la tranquilidad tejiendo su mente, pensando que ya está todo arreglado.
Y mi cuerpo y mente intranquila solo quieren que alguien también los arregle. Pero cuando poco a poco consigo levantar la cabeza, lograr girarla a la izquierda y ver el rostro enfadado de Daisy junto con su vaso roto y el líquido naranja del recipiente manchando su camiseta, me doy cuenta que hay algo más importante, alguien más importante, que necesita más tranquilidad que yo.
Aunque por mucho que me desborde la ansiedad y el sentimiento de querer correr hacia ella me llene, lo único que soy capaz de hacer es hundirme en mi asiento, intentar enterrar las anteriores conversaciones en mi mente y pensar con resignación en que ojalá no me hubieran sacado de mi habitación.
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Mis deseos son concedidos en cierta medida cuando, una hora después, tanto mi hermana como yo volvemos a nuestra celda. La oscuridad nos recibe y las tablas de madera cantan mientras entramos. Mientras caminábamos hacia aquí no pude decirle nada, pero ahora que estamos solos...
—Daisy, flor, ¿qué pasa?—le digo con suavidad, sentándome en mi cama sin querer invadir su espacio. Ella me devuelve la mirada desde su cama, pero se queda en silencio.—¿He hecho algo malo? Si es así, yo...
—¿Cuál es tu plan?—me interrumpe, y en su voz noto una desesperación que no debería estar dirigida a mí. ¿Yo le causé este dolor?—¿Piensas dejarme aquí sola con mamá y papá? Yo te quiero mucho, Harry, y quiero que conozcas a muchas personas allí fuera y seas feliz, pero no... tengo miedo. No quiero quedarme aquí sola, Harry, no sé cómo...
—No—incapaz de contenerme, me levanto para arrodillarme ante ella y coger sus manos. Necesito que entienda lo en serio que digo esto.—Conoceremos a gente, Daisy. Los dos. Nunca, en ningún momento, pensé en irme de aquí sin ti.
Sus ya de por sí grandes ojos, se abren aún más por la sorpresa. Por la luz de la luna que entra por la ventana, se nota cómo se muerde el labio. Le sonrío, y eso —incomprensiblemente— parece calmarla.
—Harry, de verdad... ¿quieres que yo vaya allí? ¿No será peligroso?—sus manos aprietan las mías con fuerza y en consecuencia las aprieto igual, con una firmeza que refleja mi seguridad en el plan.
—Sí, pero no tanto como si te quedas aquí sola, ya lo sabes—le respondo.—Allí estaremos juntos, como siempre, ¡y podrás celebrar tu cumpleaños con más personas! Un cumpleaños sin peleas ni sangre. ¡Y seguro que podrás ver caballos reales!
Su cuerpo parece iluminarse ante mis palabras y el abrazo que me da es suficiente para cerrar todas mis heridas momentáneamente. Le devuelvo el abrazo y le acaricio el pelo con cariño. Ella se merece lo mejor. Se merece todo.
—El jueves nos tenemos que ir a la capital para la Selección—le susurro al oído. Se tensa un instante, pero después me aprieta con más fuerza, diciéndome en silencio que siga.—y según lo que investigué, los candidatos pueden llevar a una sirvienta de confianza con ellos. Esa vas a ser tú, Daisy.
Asiente y continúo en voz baja, porque no quiero que nadie nos escuche y no creo que mi núcleo mágico aguante realizar algún hechizo ahora mismo.—Mañana por la noche conseguiré la capa de invisibilidad de papá, para que así puedas esconderte en ella el jueves después de desayunar y meterte en el carruaje antes que yo. Es fácil, ¿a que sí?
Mi hermana se separa de mí, y es obvio que no está muy convencida por la mueca que tiene. Es comprensible, muchas cosas pueden salir mal, pero la recompensa lo vale.
—Flor, no va a pasar nada—aún arrodillado le toco las rodillas e intento tranquilizarla.—Esto puede ser duro, pero no se van a dar cuenta que no estás hasta un tiempo, y en cuanto lleguemos allí les explicaremos la situación en una carta, pero ya será muy tarde para ir a por ti, así que... sí, flor, todo va a ir bien.
—¿Me lo prometes?—sus palabras salen temblorosas, y me odio aún más por ello.
Porque no. No puedo hacerlo. Todo puede pasar, tantas cosas impredecibles... Pero si al hacerlo consigo sepultar el miedo que la inunda, entonces...
—Te lo prometo, Daisy. Vamos a estar bien, ya lo verás.
De ella sale un suspiro tan fuerte que parece que se va a quedar sin aire. Pone su frente contra la mía y dejamos que el silencio diga todo por nosotros. Los 'Gracias' 'Te quiero' 'No sé qué haría sin ti' vuelan por la habitación y por la mirada que me da, sé que recibió los mensajes, igual que yo los suyos.
Y mientras la oscuridad nos abraza, por muy cruel que sea romper este momento, necesito hablar con ella de algo más. Algo urgente.
—Daisy, por cierto, lo que pasó en la cena...
—Oh—se aleja para mirarme de frente y sonríe suavemente.—No fue nada, Harry, de verdad.
—Oh, sí que fue algo, y lo sabes—su sonrisa se desvanece, pero eso no me impide seguir.—Rompiste el vaso, Daisy, y vi tu cara. Estabas...
Se abraza a sí misma y por mucho que quiero abrazarla y decirle que no pasa nada, sí pasa algo. Algo grave.
—Harry, e-es que estaba tan enfadada, y tenía tanto miedo porque no sabía si me ibas a dejar que yo... solo me salió—explica titubeante.
—Pero sabes que no puede volver a pasar, ¿verdad? Si llegara a suceder en el palacio y el monstruo se enterara, no quiero ni pensar en qué...
No quiero pensarlo, pero no puedo parar de hacerlo. Miles de escenarios aterradores nacen en mi cabeza, y ese peligro no me parece ni la mitad de terrorífico como el dejarla aquí sola. No, no puede quedarse sola, no puede...—Harry, respira. ¡Harry!
—Te protegeré—digo con esfuerzo. ¿Otra vez me quedé sin aire? Daisy parece preocupada mientras suelta su mano que tenía apoyada donde tengo el corazón. Ya no me pregunto cuando la puso ahí.—Sabes que siempre te protegeré, ¿verdad?
Ella pone los ojos en blanco y deja escapar una risa sin humor, y esta vez es ella quien me acaricia el pelo, y mientras lo hace no la veo como la niña que es, sino como alguien mayor. Como la adulta increíble en la que se convertirá, y un orgullo me invade. No puedo esperar a verla crecer, la he cuidado lo mejor que pude...—Por supuesto que sí, Harry. Tú eres mi dragón protector.
—Y tú eres mi mayor tesoro, flor.
Nos miramos sonriendo, con todos los secretos entre nosotros danzando en el aire y todas las frases hechas creadas que siempre significan el mismo 'te quiero'.
Después de este día, lo último que quiero es soltar sus manos y dejar de ver su cara llena de vida, aunque el deseo de acostarme en cama y que el sueño me transporte a un mundo donde no exista el dolor, es palpable en todo mi cuerpo cansado.
Pero alguien más toma la decisión por mí cuando se abre la puerta, y cómo tal, cada uno debe estar acostado en su cama, así que ni siquiera pude desearle buenas noches antes de correr y taparme con las sábanas en la cama de enfrente.
La luz que entra por la puerta hace contraposición con las personas que la abrieron. Ah, son papá y mamá.
Espera, son papá y mamá. ¿Qué hacen aquí? ¿Vendrán para unos ejercicios sorpresas? Con pánico me giro hacia Daisy, que ya me estaba mirando con el mismo miedo reflejado en su rostro.
—Oh, bien, aún estáis despiertos—dice mamá, ahora abriendo la puerta por completo.—¿Cómo estáis? Sé que la cena de hoy fue un poco... singular, pero espero, esperamos—se gira hacia papá,—que no os haya afectado.
Ninguno de los dos responde, pero eso no parece molestar a mamá. Entra completamente a la habitación con papá detrás de ella, con su rostro serio habitual que parece romperse al ver a Daisy, que le regala una pequeña sonrisa y se sienta en su cama, mientras mamá se sienta en la mía.
Tengo tantas preguntas y tanto miedo de decirlas...
Ahora tanto papá como mamá me miran, y en mi interior me río porque estarán viendo a un adulto encogido en su cama y agarrando las sábanas con fuerza. Este es el adulto que soy por las noches y que intento no ser por el día. 'Intento' es la palabra clave.
—Harry—empieza mamá,—sé que estos días vas a estar muy ocupado aprendiendo cosas nuevas, pero antes de que te vayas, tu padre y yo queremos contarte una última historia, como las que te decía antes de dormir, ¿te acuerdas?—intento que no se note mi asombro al verla tan abierta y hasta sonriente, y asiento.
Papá se levanta con un resoplido y se pone detrás de mamá, sentándose lentamente también en mi cama, casi con miedo a tocar mi pierna por encima del edredón. Como si tuviera alguna enfermedad, como si fuera algo asqueroso...
—Daisy, cielo, tal vez también quieres escucharla. ¿Por qué no...?
Mi hermana no la deja terminar y corre hacia mi cama antes de que papá y mamá cambien de opinión, y se acuesta a mi lado. No me hace falta ni mirarla para saber que está completamente extasiada. Así, ambos acostados y con nuestros padres sentados en la cama, parecemos la estampa familiar perfecta de todos los libros de cuentos de hadas, donde todos son felices para siempre. Pero Daisy todavía no descubrió que las hadas son seres crueles y rastreros, y que los finales felices son la verdadera fantasía de esos cuentos.
—Hoy os hablaremos de un antiguo amigo llamado Peter Pettigrew—dice papá con la vista fija en Daisy. Su voz contiene un toque de emoción que no sé interpretar.—Nos hicimos amigos, al igual que con el tío Sirius, en Hogwarts, esa escuela de la que tanto os hemos hablado.
—Nosotros...—mamá agarra la mano de papá con fuerza y cierra los ojos.—Ni vuestro padre ni yo pudimos vivir tranquilos nunca. Cuando nacimos, en 1960, mientras la familia de vuestro padre luchaba en el mundo mágico contra las ideas de Slytherin, mi familia en el mundo muggle intentaba—se estremece—sobrevivir, solo sobrevivir.
—Las cosas con mis padres estaban muy tensas, con tanta guerra a nuestro alrededor—recuerda en voz alta papá.—Por eso cuando entré a Hogwarts se sintió tan maravilloso. Estaba alejado de la política, hice amigos, conocí a vuestra madre—aprieta los labios y parece no querer volver a abrirlos, pero al final lo consigue.—Y cuando Albus nos contactó y empezamos a reclutar gente, nuestros amigos nos apoyaron, por supuesto. Entre ellos Pettigrew.
—Sí—sigue mamá, acariciando la mano de papá con cariño.—Y cuando tú, Harry, naciste en la Mansión Potter, fue un momento maravilloso, pero también fue el día en que supimos que Peter estaba pasando información a Slytherin. Y vuestro padre—se ríe, recordando esos días mientras habla.—Decidió que en vez de encararlo, le daríamos información errónea, exactamente una información sobre una ubicación y que terminó matando a miles de los soldados de Slytherin. Según nuestras fuentes, Slytherin lo torturó durante horas antes de matarlo.
Daisy tiene la boca completamente abierta, papá la tiene tan cerrada que parece que no tiene labios, y la de mamá enseña una sonrisa tan amplia que me pregunto si esto acaso no es un sueño. O pesadilla.
No, en mis pesadillas no existen las sonrisas, por muy escalofriantes que sean.
—La Orden no perdona a los traidores—finaliza la historia papá con una voz que solo podía ser descrita como tétrica.—Y La Familia tampoco.
—Y dentro de unos días, Harry, nos vas a honrar a todos—continuó mamá. La luz del pasillo les da a los dos un aura falsamente angelical. Siento a Daisy apretarme la mano debajo de la sábana y le devuelvo el apretón con fuerza.—El jueves será el principio del cambio. El fin de Slytherin y el comienzo de un nuevo mundo. Pero para llegar a eso tendrás que enfrentarte a un lugar extraño y hostil para ti, cariño—se dirige a mí directamente—pero confiamos en ti. Toda La Familia lo hace.
El shock y el miedo me recorren. No sé qué pensar, solo que tengo que hacer bien esta misión. Por ellos, que vivieron con la guerra desde que nacieron, que aún siguen luchando por hacer lo correcto, y sobre todo por mi hermana.
Mamá nos desea buenas noches, papá la sigue por detrás, cierran la puerta y nos dejan a Daisy y a mí hiperventilando en la pequeña habitación.
Quiero guardar bajo tierra toda esa conversación, olvidarla para no tener que pensar en ella. Lo único que me mantiene en calma es el peso de Daisy a mi lado y el escuchar su respiración.
—Eres el agua que me da vida, lo sabes, ¿verdad?—rompo el silencio, porque quiero que lo tenga grabado en su memoria. Que no se le olvida nunca.
Daisy entiende el mensaje, así que recita en susurros:—Y tú eres la tierra que me mantiene firme, hermano, espero que también lo sepas.
Pasado un rato, con el mundo de los sueños escurriéndose entre mis manos, mi hermanita vuelve a hablar.
—¿Harry?
—¿Sí, Daisy?—respondo en el mismo tono bajo que ella.
—Que los Dioses protejan tus sueños.
Suelto un suspiro en el que imbuyo todo mi cariño, le doy un beso en la frente y aunque yo no creo en esas cosas, le respondo:—Que los Dioses también protejan tus sueños, flor.
Así, mientras Daisy me abraza y usa mi pecho como almohada, solo soy capaz de pensar que cualquier lugar que no sea esta habitación o los brazos de Daisy, será extraño para mí. Porque sin importar dónde esté o con qué me encuentre ahí fuera, sé que mi mundo seguirá siendo igual de pequeño, porque se reduce solo a dos personas: a quien protegeré hasta el final, y a quien destruiré aunque eso sea lo último que haga.
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7 de agosto de 1997
Jueves
Creo que debe haber habido algún tipo de error. Esto no puede ser para mí. Simplemente no.
—¿Ya lo viste?—pregunta mi hermana al entrar por la puerta. Su emoción es palpable.—¡Es tan precioso, Harry, qué envidia!
—¿Lo quieres? Es todo tuyo.—le respondo, encantado con la oportunidad de deshacerme de eso.
Daisy chasquea la lengua en desaprobación.—No, Harry, es tuyo y te va a quedar genial. ¡Y hace juego con tus ojos!
—Es que...—dudo, pero no me puedo ver con eso, es que no.—Mira, ¿qué tal si uso yo la capa de invisibilidad, tú te haces pasar por mí, podríamos taparte la cara o...?
—¡Harry, ya!—cruza los brazos y echa la vista al techo.—Es solo un traje, por los Dioses, no te va a pasar nada por llevarlo.
Vuelvo a mirar la ropa que está postrada encima de mi cama y aprieto mis labios.—Es... demasiado. Yo no uso ropa así. No me gusta.
—Claro que no—afirma mi hermana sonriente. Su alegría ya está empezando a ser un poco irritante.—Porque tú no tienes gusto para la ropa, hermano.
Jadeo, muy ofendido. Con una mano en mi pecho, digo:—¿Perdona? Pero si yo... ¡oye vuelve!—exclamo cuando se aleja corriendo tras agarrar su bolso, donde decidimos guardar la capa de papá y nuestras pocas posesiones que no podemos dejar atrás.
—¡Nos vemos en el carruaje!—grita, y lo último que veo de ella es su pelo rebelde doblando la esquina del pasillo.
Menos mal que hoy toda La Familia está abajo y es imposible que la hayan escuchado, pero ahora lo importante es... suspiro al girarme lentamente a mi nuevo enemigo: ese traje verde y gris. Sé que no es cualquier ropa, es el uniforme de todos los hombres que se presentan a la Selección, pero es que...
No, Harry, unos trozos de tela no te vencerán.
Después de muchos gritos y algún llanto, me miro al espejo y quiero volver a dormirme bajo las sábanas. Sin posibilidad de despertar. Eternamente si puede ser. Es que Merlín, qué vergüenza.
Son unos pantalones largos verde enebro, que se ven muy inocentes y bonitos, pero que son una máquina de tortura en potencia por lo ajustados que son; el ponérmelos sin magia se ha convertido en uno de mis mayores logros. La chaqueta de estilo americana, del mismo color, está siendo mi hechizo protego ante el Bombarda mental que es la camiseta, o blusa, o cosa horrorosa gris.
¡Es transparente! Bueno, ¡casi transparente! Se ve todo mi torso y las pequeñas cicatrices que tengo, y al pasar la mano por la tela, si es que se le puede llamar así, es tan frágil y rugosa. No, me voy a abrochar la chaqueta, no creo que nadie me diga nada. Llevarla puesta ya me parece demasiado.
La chaqueta solo se puede abrochar hasta mitad del pecho, pero algo es algo. En mi almohada hay unos pendientes con una piedra esmeralda, igual que mis ojos, en el centro. Eso no forma parte del uniforme, así que no pienso ponérmelos —ni siquiera tengo los agujeros en las orejas, por Circe—, pero como tal vez a Daisy le gusten, decido guardarlos en el bolsillo.
Exhalo aire para darme valor y salgo de la habitación que ha sido testigo de todas mis pesadillas; no me giro a mirarla, porque la volveré a ver cuando vuelva triunfante: todos me respetarán y cerraré la habitación para siempre, para después crear una nueva, una mucho más grande para Daisy y para mí, y que solo esté llena de recuerdos felices.
Mientras voy bajando las escaleras—la verdad es que las botas grises son muy cómodas, lo mejor del uniforme sin duda—, las voces de La Familia se hacen más fuertes y con ellas mi ansiedad. Pero cuando llego al vestíbulo, me recibe el silencio. Ruedo los ojos en mi jardín mental; qué típico.
Creo que todos están aquí, y todos me miran. Incluso los cuadros en lo alto lo hacen, y por un momento me replanteo dejarlo. Está el otro plan, puedo dar marcha atrás, ¡y seguro que hasta se alegrarían! Pero en cuanto noto cómo algo, alguien, que es casualmente invisible, roza mi mano, la determinación me invade.
Por ella. Por un mundo mejor... pero sobre todo para que ella sea parte de ese mundo.
—¡Harry! Pero qué guapo estás—dice mi madre, tras salir de la muchedumbre de tíos y tías.—Hoy es el día, ¿cómo te sientes?
Le doy una sonrisa temblorosa como respuesta y parece enternecerse, porque me abraza por los hombros y me obliga a avanzar dentro de este círculo que las personas crearon alrededor de nosotros.
Nos quedamos allí esperando. ¿A qué? No lo sé. A papá seguro que no, que apareció hace unos segundos, vestido de negro y con el ceño más fruncido que de costumbre. Yo a Daisy tampoco, porque la noto a mi lado con su energía nerviosa, esperando que abran la puerta para poder entrar al carruaje.
Una puerta que nunca vimos abierta.
—Ah, ya estáis todos aquí—habla el tío Albus desde lejos. Las personas empiezan a hacerle espacio para que llegue a nosotros.—Bueno, hay gente que dice que un mago nunca llega tarde, sino que el resto llega demasiado temprano, ¿no es así?
Algunas personas se ríen, pero no le veo la gracia. En el reloj de pared veo que ya son más de las diez, ya vamos tarde. Si voy a hacer esto, quiero hacerlo bien, y llegar tarde no es la mejor impresión.
Albus sonríe hacia mí y va directamente a la puerta que da hacia fuera. Agradezco que no me pregunte nada, y la curiosidad por saber se enciende en mí cuando saca su varita y empieza a moverla en distintas direcciones.
—Está alterando las runas—dice mamá a mi lado. Sigo mirando al tío Albus, pero la escucho atentamente.—Está usando la aritmancia para cambiar las runas en su medida exacta y que la puerta se abra en el sitio que quiere.
Cuando voy a hacerle una pregunta, el sonido de la puerta abriéndose me distrae. Voy a salir fuera. Al exterior. ¿Por qué de pensarlo me entran tantas ganas de llorar?
Mamá me da un abrazo completo, me dice palabras que no escucho porque solo me puedo fijar en el verde que hay fuera. Hierba corta, de un verde precioso porque es real, no como el de las ventanas o fotografías. Y azul, un azul precioso en lo alto con varias nubes que de repente tengo la urgencia de intentar tocar.
Mientras camino hacia la salida, logro escuchar varios 'buena suerte' y 'confiamos en ti', pero lo que más retumba en mis oídos es lo que me dice Albus antes de dejarme salir:—Haz lo que tengas que hacer por el nuevo mundo, por La Familia.
Asiento, con la garganta dolorida de palabras no dichas.
En frente hay un carruaje verde y plateado, ya con la puerta abierta llamándome, con la insignia de una serpiente en el centro, que es tirada por pegasos con el pelaje más blanco que vi. Pestañeo en incredulidad, porque ¿pegasos? Según creía quedaban muy pocos originarios en Gran Bretaña... Ah, claro, como el monstruo conquistó Francia en 1968 después de la batalla de la Sang D'argent, estos pegasos deben ser de allí. Pobrecitos, tan lejos de su casa por culpa de ese ser perverso... igual que yo en breve.
Espera, un pensamiento preocupante me atraviesa, tocar la hierba no me hará daño, ¿verdad? No, tengo botas y en los libros no decían que fuese peligrosa, seguro que no pasa nada, pero por si acaso...
Doy un paso fuera lentamente, luego otro y de repente tengo todo mi cuerpo fuera de casa.—¡Oh!—no puedo evitar exclamar.
Hace viento, y frío, pero mi interior nunca había estado más caliente. Quiero tocar la hierba con las manos, arrastrarme por la tierra y bailar, pero eso tendrá que esperar.
Con tristeza, me doy cuenta que he salido de una celda para meterme en otra, pero por eso mismo quiero aprovechar estos segundos, en medio de mi pasado y futuro, y respirar el efímero presente.
Y para darle tiempo a Daisy a meterse dentro.
—¡Harry, espera!—alguien grita detrás de mí.
Es el tío Sirius, que viene corriendo con algo en la mano. Cuando llega hacia mí, me sonríe y veo un brillo en sus ojos que es totalmente desconocido en su rostro.—¿Acaso pensabas que no me iba a despedir de ti?
Sería cruel decirle que ni siquiera me acordé de él, así que no digo nada, esperando que haga a lo que vino.
El tío Sirius niega y me tiende el objeto que tiene con él. Es un libro.—Quiero que tengas esto antes de que te vayas. Para que mantengas los pies en la tierra, por decirlo así—fue bajando el tono de voz a medida que hablaba, casi con vergüenza.—Lo escribió un muggle, pero lo encontré muy... educativo.
Rapidamente me pone en las manos un libro de color verde esmeralda, bastante gastado, con pequeños dibujos dorados a los lados, y en medio el título "Madame Bovary" en grande. No entiendo de qué me va a servir en mi misión un libro muggle, a no ser que le de al monstruo en la cabeza con él, pero asiento en fingido agradecimiento.
—Ah, gracias, tío.
Espero a que se vaya para poder entrar. Seguro que Daisy ya está dentro, pero el tío Sirius parece reticente a irse.
—Sigue a tu corazón, chico—dice pasados unos segundos con una mueca, mientras vuelve dentro de casa.—Porque me enfadaré si es de otra manera.
Esas son las palabras más bonitas que me ha dicho, y no tengo tiempo de saborearlas como se deben. Sin sentir mi cuerpo como mío, entro al carruaje —que es igual de verde por dentro, estoy empezando a notar una obsesión— me siento y cuando la puerta se cierra, vuelvo a respirar.
—¡Harry!
—¡Ah!—grito, asustado por Daisy, que salió de la capa de papá. Ella está sentada enfrente de mí, con una sonrisa que le llega de oreja a oreja y apretando su bolso fuertemente.—Me asustaste, flor.—intento que en mi voz haya recriminación, pero solo hay alivio.
Aquí empieza todo. Estoy tan asustado, pero tengo tantas ganas de ver el mundo por muy oscuro que sea, porque al final yo y La Familia lo iluminaremos.
—Pero Harry, ¿viste esos pegasos? Por los Dioses, eran preciosos. Aunque yo quiero ver caballos muggles, pero los pegasos también tienen su encanto, ¿no crees?—sigue hablando mi hermana, para soltar un grito en cuanto empezamos a volar.—¡Aaahh! ¡Harry mira, mira, son todos tan pequeñitos desde aquí! Es como si les hubieran lanzado un hechizo reductor a todos.
Levanto una ceja ante su comparación, pero permanezco callado. Es antinatural no tocar tierra firme, y no me está gustando esta sensación de tambaleo.
Mientras veo pasar el cielo y las nubes que me privaron desde pequeño, a través de las ventanas del carruaje, y escucho a Daisy de fondo jadear emocionada por unos pájaros, recuerdo el libro de Sirius y lo abro con curiosidad... Y ahora mis ojos no pueden ver más que la frase escrita con una letra muy pulcra y refinada en la primera página del libro, debajo del título: "Es imposible escapar de uno mismo"
Suspiro y me reclino en el asiento. Qué gran verdad.
No sé cómo empezará este libro, pero al mirar a Daisy, su felicidad y alegría contagiosa, solo puedo pensar con orgullo que mi historia, sé con certeza que empezará y terminará con ella.
Había una vez un dragón que quería proteger su preciado tesoro...
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NOTA:
¿La dependencia emocional? La inventaron Harry y Daisy, pero bueno, ¿quién puede culparlos?
Os confieso que al principio pensé que este iba a ser un capítulo mucho más corto que el anterior, pero Harry no paró de hacer cosas en este capítulo, lol. ¡ALERTA! Harry es el narrador menos confiable del mundo, tenerlo en cuenta.
Aunque es un capítulo introductorio a la vida de Harry y a su mundo (¡dejé muchas pistas para el futuro! amo) y al siguiente capítulo, espero que no os haya aburrido. Harry tiene poca presencia y poca voz, pero eso irá cambiando, jasjaj.
EL SIGUIENTE CAPÍTULO es La Selección y estoy muy emocionada con ella, y SOLO con las IDEAS del capítulo escribí tres páginas, así que esperarlo porque está fuerte ¿creéis que será todo como lo que le dijo Sirius? ¿Entrará Harry y captará el interés del Rey en cuanto lo vea? Mi pobre niño, no sabe lo que le espera...
PREGUNTA: El siguiente capítulo va a ser bastante largo, ¿será mejor que lo divida en dos? Dudoo
(en serio, es increíble lo bien que queda esta canción con el capítulo, la letra refleja tan bien a Harry en este momento...)
https://youtu.be/XWH6cM0Rduc
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