Capítulo 5
Stanley Maddox veía todo su futuro comprometido. Nunca antes tuvo que confesar sus aficiones más perversas a nadie y ahora, por la jugada de Brenda, debía buscar el respaldo adecuado. ¿En quién podía confiar lo suficiente para mostrarse tal cual era? Su mujer quedaba completamente descartada de la lista. Estaba demasiado bien posicionada y relacionada con las personas sueñas más influyentes. Ese fue uno de los principales motivos que le llevaron a iniciar una relación con ella para terminar casándose con ella. Antes de su matrimonio con Siobhan no era nada más que un publicista con aires de grandeza.
A sus veinticinco años y con la titulación de publicidad terminada se posicionó como el mejor alumno de la facultad y las calificaciones más altas. Ello le abrió puertas para trabajar en cualquiera de las empresas del sur. Todas se morían por trabajar con el celébre estudiante y futura promesa en el mundo del marketing y de la publicidad. Tenía la cabeza repleta de ideas y proyectos con los que hacerse un hueco en el mundo de la publicidad, pero ninguno de ellos se asemejaba con las líneas de trabajo de ninguna de las empresas que pujaban por tenerlo en su plantilla. Tuvo muy claro desde un principio que la única manera de llevarlos a cabo era hacerlo de forma autónoma. A pesar de su juventud y su falta de experiencia no lo veía un impedimento, pues siempre tuvo el valor para envalentonarse en aventuras de ese tipo. Si que sabía perfectamente que lo que iba a necesitar era una cartera de clientes solventes con los que poder trabajar. La única manera de poder hacer era conseguir mnoverse en las esferas dónde se movían esas personas. Para ello necesitaba un billete de entrada a ese mundo, y para él ese billete tenía nombre: Siobhan Evans.
A pesar de que era más pequeña que él era la candidata idónea. Su padre era dueño de unas vastas extensiones de tierra dedicadas al ganado y a la agricultura. Gracias a su carácter fuerte y predominante, sus precios competitivos y su agresividad empresarial se había hecho dueño de prácticamente toda Birmigham y Hunstville. Esto hizo que se convirtiera en uno de los empresarios más poderosos y adinerados del estado. Hecho que su hija pequeña aprovechó para hacerse un lugar en la escala social. Ella era una niña bien sin ninguna preocupación que pasaba todo su tiempo en actos y eventos sociales codeándose con las personas más influyentes de la sociedad sureña. El paso más difícil y que requirió de toda su habilidad y carisma fue acercarse a ella y hacer que se interesara por él. No era nada fácil acercase a alguien que siempre estaba rodeada de personas. Tuvo que hacer un acto de humildad superior a sus fuerzas al aceptar un trabajo muy por debajo de sus aspiraciones como recadero de la familia Evans. Si algo tenía presente Stanley es que nunca olvidaría la primera vez que conoció al señor Evans. El porte, distinción, soberbia y desprecio por la clase trabajadora es lo que él ansiaba obtener para su futuro y para sí mismo. Así que aquella primera toma de contacto la tomó como un aprendizaje, un tutoría de cómo tendría que ser después para hacerse su lugar en el mundo.
Desde un principio lo trataron como un cero a la izquierda pues ninguno le saludaba y cuando estaba con ellos en alguna de las habitaciones le ignoraban como si no existiera, ni tan solo el servicio le dirigía la palabra. Acercarse a la hija adinerada le iba a costar mucho más de lo que creía. Durante más de un año únicamente hacía recados al padre que ya le permitían moverse por aquel mundo que tanto anhelaba y del que deseaba formar parte. En cada uno de los repartos o gestiones que hacía para el señor Evans lo aprovechaba para observar al milímetro los diferentes negocios de socios, proveedores o clientes viendo como podría acercarse a ellos y empezar a entablar negocios con ellos. Pero no hacía más que observar pues tenía cierto reparo en hablar con ellos directamente. Temía que si se dirigía a ellos sin el permiso o la autorización del que en aquellos momentos era su capataz pudiera perder el empleo y con ello la única vía rápida que había encontrado de acercarse a ese precioso mundo.
Casi al finalizar el primer año de su trabajo por fin le llegó su primera oportunidad de acercamiento. En el mueble de la entrada de la casa, entre el montón de anotaciones con recados que debía hacer para ese mismo día encontró una escrita a mano con una caligrafía completamente diferente a las otras notas. Era una letra fina, ligada, muy pulcra, escrita seguramente con pluma. Le pedían que fuera a recoger un vestido que el ama de llaves había dejado en la tintorería. Hizo todos los recados con diligencia y rapidez dejando el del vestido para el último momento. De ese modo podría tener la oportunidad de entregarlo en mano y poder ver quién era el autor de la nota y quién por tanto le solicitaba el encargo. Algo en su fuero interno, en las entrañas le decía que era de la pequeña Siobhan pero hasta que no lo viera en persona no podía dar nada por confirmado. Al entrar en la tintorería por un momento tuvo la necesidad de preguntar quién era la dueña del vestido pero no se atrevió, pues le pareció indecoroso. A pesar de que en el comercio estaban en conocimiento de que iba a ser él quien lo recogiera, nunca le habían visto antes, no le conocían y creyó que si formulaba alguna pregunta indebida no le harían la entrega.
Al llegar a la casa fue el ama de llaves quien le abrió y esa fue la primera vez que le dirigió la palabra, después de un año de trabajo sin haberle hablado nunca, ofreciéndose a llevar ella mismo el vestido. Declino la proposición amablemente y con una habilidad sorprendente dejó en el despacho del señor Evans los sobres pertinentes y subió las escaleras hasta el piso superior, dónde se encontraban las habitaciones para entregar el vestido. Se quedó de pie durante unos segundos en el distribuidor dudando en que estancia debería dejarlo. A su izquierda, se abrió una puerta por la que apareció la señora Evans quien le indicó que el vestido era para su hija.
- Llama antes de entrar, odia mucho que lo hagan sin avisar - con esas palabras su espíritu se llenó de una gran gozo. Iba a ser la primera vez que la vería en persona y debía pensar muy bien como jugar sus cartas pues con esa primera oportunidad debía conseguir que le aceptara tenerlo a su lado y no que lo alejara.
Con sumo cuidado llamó a la puerta y esperó a que la voz al otro lado le respondiera. Al hacerlo abrió la puerta empujándola con la palma de la mano que le quedaba libre y entonces la vio de espaldas a él, de pie en medio de la habitación haciendo unos estiramientos gimnásticos.
La visión que tuvo ante él le dejó unos segundos sin respiración. Una figura un poco más alta que la su madre, esbelta a pesar de que insinuaba algunas curvas propias de las. mujeres sureñas, y con una larga melena rubia que le llegaba hasta la cintura. Inmediatamente él agachó la cabeza en señal de sumisión pues estaba convencido de que la hija seria igual de altanera que sus progenitores, más que nada por la educación que había recibido.
- Puedes dejar el vestido sobre la cama - Stanley permaneció de pie esperando algo más, una palabra de agradecimiento o algo, pero sabía que no iba a llegar. Empezó a retroceder sobre sus propios pasos y en ese preciso momento ella se giró. Tal y como pensaba en la mirada de la muchacha había una soberbia y una prepotencia, e incluso en una primera impresión se podía decir que cierto desprecio por las personas inferiores a ella. Se acercó al vestido y con delicadeza, como si fuese a romperlo solo con tocarlo. Fue justo en ese momento en que sus miradas se cruzaron por primera vez y la única sincera fue la de ella, pues Stanley no estaba dejando de interpretar un papel para obtener algo. Siobhan lo vio inocente, vulnerable y se dio cuenta de que escondía algo que el resto de los sirvientes de su padre no tenían -. Es para la fiesta benéfica que mi madre ha organizado este fin de semana -. Durante unos segundos Stanley permaneció mudo a la espera de que ella dijese algo más. Al no hacerlo no terminaba de entender porqué compartía con él esa información -. Necesitaría un acompañante, ¿sabes?
No era posible que hubiera sido tan fácil acercarse a ella. ¿Seria posible que ya con esa simple invitación hubiese conseguido entrar en el círculo social de la pequeña Siobhan? Estaba muy bien que la muchacha tuviera intención de invitarlo a la gala benéfica organizada por la familia, pero como toda buena familia sureña y de tradición nada se podía dar por bueno si no tenía la autorización del padre. Aunque a nivel laboral nunca pudieron tener ninguna queja de él, en lo que se refería a personalmente era un mundo completamente diferente. Para el señor Evans él era prácticamente invisible y por el comportamiento y la actitud que observó en ese año, si algo estaba claro es que ella era la protegida y consentida de su padre. Aquello iba a dificultar cualquier probabilidad de que aceptase, pues estaba convencido de que el padre vería como enemigo a cualquiera que se acercase a la niñita de sus ojos.
Aún quedaban unos días para el fin de semana y Siobhan aseguró que obtendría la aprobación de su padre y eso era algo que Stanley ansiaba más que nada, pues era el primer paso importante en su plan para convertirse en un publicista de éxito. Estuvo expectante y a la espera de ver cualquier variación en el comportamiento de alguno de los integrante de la casa hacia él pero todo se mantuvo igual que siempre, sin ningún cambio.
Conforme iban pasando los días él continuó haciendo su trabajo con la misma eficacia y presteza que lo marcaron hasta el momento presente y por el que no recibió nunca ninguna queja, a menos que hubiera llegado a sus oídos. Fue el viernes por la tarde, poco antes de que terminara en que se dio un imprevisto que pese haber estado atento a todos los movimientos no pudo prever que sucedería, al menos no de esa forma. Poco antes de terminar el señor Evans, su capataz le pidió que vez terminara de ordenarle el correo para la semana siguiente como había hecho todos los viernes que no se marchara que era importante que hablase con él. Así lo hizo, una vez colocó la última carta encima del escritorio en el montón correspondiente permaneció de pie, completamente inmóvil con la vista fija hacia la puerta del despacho.
- Llevas mucho tiempo trabajando para nosotros. Cómo hablas sido consciente los encargos que te ido solicitando cada vez eran de mayor responsabilidad y siempre has cumplido con ellos. Eso me ha demostrado que eres alguien digo o de confianza y con quien se puede contar en casos de necesidad - Stanley permaneció de pie asintiendo ante las palabras que oía -, es por ello que debo encargarte algo más. Sé por mi hija que te ha informado del evento que se produce mañana en esta casa. Ella necesita un acompañante y ninguna de sus amistades termina de inspirarme confianza para dejarla en sus manos. Es por ello que he decidido, y mi hija me ha pedido, que tú seas ese acompañante.
- Será todo un placer complacerles - y no dijo nada más. El muchacho permaneció en silencio y su capataz entendió lo que ese silencio llevaba implícito.
- No debes preocuparte por los gastos ni por esos detalles, pues todo correrá de mi cuenta. Solo debes estar aquí mañana a las cinco de la tarde en esta misma habitación y lo tendrás todo dispuesto para a las seis de la tarde, hora en que empezará la cena subir a buscar a mi querida Siobhan a su dormitorio y convertirte en su acompañante - con esas palabras el señor Evans dio la conversación por terminada y acompañó al muchacho hasta la salida.
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