Capítulo 9

Existe una faceta de END que ya nadie recuerda.

El llamado Rey de los Demonios era conocido por rumores llenos de dolor, promesas de muerte y sangre. Su nombre creaba terror por sí solo, reflejando el fin de la vida, de la esperanza, y de cada asentamiento humano con el que se cruzaba.

Sin embargo, más allá de sus enemigos, END sabía proteger. Su presencia calmaba a su pueblo, y su voz era capaz de tranquilizar a cualquier corazón destrozado.

Ningún humano lo sabe, pero no hubo monarca más comprensivo, firme y leal que END. Si crearon leyendas de pesadilla con su persona fue por miedo. Miedo a descubrir que no somos tan diferentes, que podemos dialogar, debatir. Amar.

Tenían miedo de descubrir que él era mejor que sus propios reyes. Y, por eso, se aseguraron de destronarlo.



Diario anónimo.

Año 800.





Natsu estaba volviendo de su última misión, sencilla en cuanto a objetivo pero inútil para sus propios fines, cuando lo sintió: un pulso de magia violento, denso y furioso. No era amable, sino crudo, áspero contra los sentidos y picante al gusto. Por un breve momento, lo transportó a otra época, olvidada por todos menos por él mismo, a un pueblo que hacía siglos había sido extinto.

Se detuvo en medio del camino, olfateando el aire, paladeando el ethernano que había sido transportado por esa oleada de magia. Provenía del este, llevado por el viento, donde densas nubes de tormenta convergían en el comienzo de un inminente tornado. El propio aire parecía aullar, rabia y agonía en un mismo sonido escalofriante. A Natsu se le erizó la piel de la nuca, atrapado en la melancolía de sus lejanos y apartados recuerdos y la necesidad de descubrir de dónde provenía tanta magia demoníaca. Porque no se trataba de ningún monstruo ni ninguna criatura mágica, de eso estaba seguro. Ningún animal podía sacudir tanto a la naturaleza misma.

Movido por una emoción urgente que hacía décadas que no sentía, se apresuró a seguirle la pista a la magia. Atravesó senderos de roca y pequeños pinares raquíticos a toda prisa, con la vista clavada en las nubes. Una sucesión de truenos agrietó el oscurecido firmamento, prediciendo una tormenta eléctrica. Su olfato cosquilleó con el ozono, mezclándose con el olor acre de la sangre. Todavía era tenue, pero a medida que se acercaba, el aroma se volvía cada vez más intenso y difícil de ignorar. Varios minutos después también captó el olor de tres humanos, tres que conocía bien. De pronto, la urgencia dirigió sus pasos.

Ahogando una maldición, comenzó a correr, acelerando cuando a sus oídos llegaron gritos y rugidos. No tenía ni idea de qué estaba sucediendo, pero no iba a permitir que la única persona que había encontrado en cuatrocientos años con antecedentes de demonio, una de los suyos, saliera herida. No si él podía evitarlo.

El rastro lo llevó a adentrarse en una garganta rocosa que desembocaba en un estrecho valle que parecía más una trampa natural de paredes de piedra afilada que cualquier otro accidente geográfico.

Y ahí, envuelta en una nube negra de ethernano, estaba ella.

Rasgos demoníacos se habían apoderado de toda su figura, apartando cualquier duda de la verdadera sangre que corría por sus venas. Por un instante, Natsu se permitió perderse en la violenta imagen. Desde sus garras, orejas puntiagudas y colmillos, pasando por su cola y culminando con las majestuosas alas. Todo, absolutamente todo, le recordaba lo que fue y ya no era, lo que tuvo que proteger y falló de manera miserable. Su pueblo había sido masacrado y él condenado a vivir bajo el peso de su memoria, recordando día tras día sus errores, su debilidad y su juramento.

Prometió venganza y cumpliría, pero ahora, tras cuatrocientos años de soledad, surgía de pronto una nueva razón para seguir adelante. Su gente se había ido hacía tiempo, pero no así su especie. Su sangre seguía ahí, diluida en la historia y en la memoria de las personas, pero delante de él estaba la prueba de que todavía existía alguien que lo necesitaba. END todavía podía ser algo más que un simple personaje de pesadilla.

Por otro lado, era evidente que Mira había perdido el control de sí misma. De un rápido vistazo se dio cuenta de la situación, con el cuerpo maltrecho y definitivamente muerto de una bestia a sus pies, un Elfman herido no muy lejos y el cuerpo de Lisanna tirado a un lado. El valle estaba cubierto por la mezcla del olor de la sangre, el ethernano y el ozono. Era abrumador, vomitivo. Le recordaba a la noche en la que había visto a los suyos por última vez.

Elfman gritaba el nombre de su hermana, asustado y en un intento vano de hacerla entrar en razón. Pero Mira estaba cegada por la furia y su propia transformación y Natsu necesitaba detenerla antes de que hiciese algo que no pudiera deshacerse después.

Se adentró en el valle con pasos decididos, ignorando el ethernano que se solidificaba en el aire y que cortaba como una intensa tormenta de arena. No dudó en adentrarse en el ojo del huracán, con la vista clavada en Mirajane. Estaba encogida sobre sí misma, agarrándose la cabeza y las alas protegiéndola como un capullo a punto de florecer. Oleadas de magia emanaban de ella como latidos de un corazón gigantesco y, a medida que se acercaba, el olor a sangre se hacía más y más intenso.

Una vez pasada la vorágine de ethernano, el ruido del exterior se amortiguó, ahogado por el sonido sibilante del viento y los gemidos ahogados de la propia Mirajane. Parecía estar luchando consigo misma tras esa primera oleada de rabia inicial. Su furia y deseo de venganza eran palpables, pero su lenguaje corporal delataba miedo. El movimiento nervioso de su cola, sus alas encogidas y reaccionando ante cualquier vibración del aire... A los ojos de Natsu, era como un recién nacido que lloraba aterrado.

Los gritos de Elfman apenas eran audibles ahora, por lo que era su tarea devolver a Mira a su propia conciencia.

—Mirajane.

Su nombre surgió de forma calmada, pero fue suficiente para que unos agudos e intensos ojos azules se alzaran en su dirección con violencia. Su color se había vuelto de un tono casi eléctrico, y su pupila rasgada gritaba instintos de caza. Un único movimiento en falso, y Natsu se convertiría en su presa.

Pendiente de cada una de sus reacciones, dio otro paso al frente y accedió a su magia. Por un segundo, las llamas decoraron sus dedos, captando la atención de Mirajane. Expuso los colmillos, teñidos de carmín, y emitió un siseo amenazante. Sus alas se expandieron, listas para volar en cualquier momento, y sus garras destellaron en reflejos carmesí bajo la luz del fuego. De su pelo blanco goteaba sangre de monstruo.

—No voy a hacerte daño —prometió, avanzando otro paso. Su voz no era más que un susurro contenido y se aseguró de que cada movimiento suyo fuese lento y bien visible—. Vas a estar bien. Necesito que te concentres en mi voz, Mirajane.

No era la primera vez que tenía que calmar a un demonio descontrolado, pero sí que tenía que hacerlo en una forma tan humana y débil. Para los suyos, cuando todavía tenía su verdadera forma, él mismo era un reflejo de los demás. Tenía alas que podían proteger, arropar y esconder a quien lo necesitara. Tenía cuernos que alejaban a sus enemigos y maldiciones por toda su piel, siempre dispuestas a escucharlo, siempre preparadas para defender y reclamar lo que era suyo.

Ahora, en cambio, no tenía más que un cuerpo humano prestado y una magia robada. Pero era suficiente, tenía que serlo. O habría fallado como su señor una vez más.

—Mirajane —repitió, acercándose un poco más, lo suficiente para descubrir que tenía maldiciones en los muslos y otra cruzándole la cara como una cicatriz—. Sé que puedes oírme. Tu hermano también te está llamando. ¿No lo oyes?

Mala elección de palabras.

Ante la mención de Elfman, Mirajane enseñó los dientes y se abalanzó sobre él, con un gruñido violento y magia negra expulsada con el batir de sus alas.

Natsu no luchó contra el embiste y permitió que lo tirara al suelo, arrastrándolo por roca y huesos. Sentía sus garras perforándole la piel y sus colmillos muy cerca de su yugular. Se aseguró de permanecer muy quieto, de respirar muy despacio y de calmar el latido errático de su corazón. El dolor le punzaba en la espalda y en los brazos, y unas insistentes palpitaciones en la cabeza le advertían de una posible conmoción cerebral. Lo soportó todo apretando los dientes; aquello no era nada en comparación con esa noche.

—Mirajane —repitió, mirándola a los ojos sin miedo—. Tienes que volver en tí.

Pupilas de reptil, de depredador. De demonio.

Lo tenía atrapado contra el suelo, encima de él y con una garra sobre su corazón. Lo veía sin reconocerlo, pero encontrando semejanza en la propia mirada rasgada de Natsu. Habían salido del vórtice de ethernano y por el rabillo del ojo vio que Elfman se arrastraba tambaleante hacia Lisanna. Mira se inclinó hacia el sonido, un gruñido reverberando en su garganta. Natsu se movió más rápido de lo que ella pudo reaccionar y la agarró por la nuca.

—A mí, Mirajane —ordenó, voz firme y sin opción a desobedecer—. Mírame a mí.

Mira se retorció encima de él, intentando apartarse, pero su mano en su cuello la tenía inmovilizada. Al no poder escapar, extendió las alas en amenaza muda y sus garras se hundieron en su piel, desgarrando y sacando sangre. Natsu frunció el ceño ante el dolor, pero su fuerza no titubeó. Sus ojos no se apartaron en ningún momento de los de ella.

—Irás con tu hermano cuando te calmes —dijo, palabras claras y con el peso de toda una vida en un cuerpo de catorce años—. Hasta que no recuerdes quién eres, no te dejaré libre.

La respuesta de Mira fue descubrir los colmillos y sisear. Natsu encontró restos de lágrimas en sus ojos y comprendió que su impulso era la protección ciega que le quería dar a sus hermanos.

—No permitiré que les hagas daño —prometió, porque Mirajane era de los suyos y ellos de ella. Y Natsu, en honor a la memoria de los que ya no estaban, se aseguraría de que esos tres tuvieran una vida digna de ahí en adelante—. No olvides quién eres, Mirajane.

Otro gruñido, mucho más débil que los anteriores y humedecido por nuevas lágrimas que pugnaban por salir. La rabia comenzaba a retroceder, perdiendo la batalla ante el miedo y la confusión. Mira todavía no había vuelto en sí, pero el instinto de matar se había diluido. El ethernano ya no escocía al olfato, dejando atrás a una adolescente asustada y transformada por primera vez en algo que odiaba.

Aunque no la liberó por prudencia, el agarre de Natsu sobre su cuello se relajó lo suficiente para que no se sintiera apresada. Sin acudir físicamente al fuego de sus venas, envió calor a sus dedos, ejerciendo una presión suave que buscaba relajar.

Era vagamente consciente de Elfman ocupándose de su hermana pequeña a un par de metros de distancia, pero su prioridad era Mirajane. Aunque lo había sospechado la primera vez que había visto su brazo, antes de que él le enseñara a controlar la transformación, hasta ahora no había confirmado que Mira podría convertirse en un demonio completo. Había pasado tanto tiempo desde que habían desaparecido del mapa que dudaba que existiera alguien cuya sangre tuviese suficiente ethernano como para permitir una transformación así. A la vista estaba que se había equivocado.

Mira volvió a retorcerse, inquieta, y Natsu buscó su mirada una vez más. Había desconcierto y confusión en ellos. Con la mano libre le apartó el flequillo sangriento de los ojos, sin perturbarse por sus labios empapados de rojo y dejando a la vista la maldición que le cicatrizaba la cara. La silueta de las enormes alas proyectaba una sombra negra sobre los dos y la cola se agitaba en el aire, desvelando su inquietud. Era una demonio en pleno derecho, y Natsu no estaba preparado para todo lo que aquello significaba.

—Tus hermanos están bien, Mirajane —susurró, conteniendo todas las emociones que se le enredaban entre las costillas. Ya tendría tiempo de entrar en su propia crisis cuando ella estuviera tranquila y estable—. Se acabó. Lo hiciste bien.

Fue como si se rompiera una presa. El azul eléctrico pasó a ser del color del cielo, su mirada se llenó de lágrimas y un sollozo húmedo le sacudió el cuerpo.

—Elfman... Lis... —farfulló, incapaz de articular bien debido a sus crecidos colmillos—. Ellos...

—Están bien —aseguró él, escuchando en un segundo plano los jadeos frenéticos y ansiosos de Elfman agradeciendo a todo lo que conocía por descubrir que su hermana pequeña tenía pulso—. Están vivos.

Todavía seguían uno encima del otro, pero Mira no parecía darse cuenta y Natsu no pensaba apartarla, no ahora que se sumía en un llanto descontrolado. La adrenalina la había abandonado, dejando tras de sí un maremoto de ansiedad, preocupación, alivio y miedo.

—Nat-Natsu...

El sollozo surgió ahogado, sin aliento y desesperado. Él, sin dudarlo, la atrajo hacia sí.

—Estoy aquí —afirmó, un susurro que arropaba y transmitía calma. Dejó que ella escondiera el rostro en su pecho y le acarició el pelo para tranquilizarla. La sangre que manchó sus dedos era lo de menos. Palpó con cuidado buscando heridas que no existían—. Estáis a salvo ahora.

—Yo... La misión... E-El monstruo... —Intentaba explicarse, sin éxito. Las lágrimas la ahogaban.

—Shh, tranquila. —La voz de Natsu era suave, seda envuelta en magia. No dejaba de acariciarle el pelo—. No pasa nada. Ya no hay peligro.

—Nosotros... S-Se suponía que sería fácil —tartamudeó. Espasmos le recorrían los hombros y las alas—. Pero Lisanna... Oh, señor, ¡Lis!

Como un resorte, olvidando por completo su llanto y su propio miedo, se incorporó a toda prisa. Con frenesí buscó a su hermana, localizándola a lo lejos, todavía tirada en el suelo y con Elfman a su lado. Jadeó un sollozo angustiado y se levantó sin gracia. Tropezó en su afán por llegar hasta ellos cuanto antes, desesperada por comprobar su bienestar. Solo cuando su cola se enredó entre sus torpes piernas, haciéndola caer de rodillas, se dio cuenta de su nuevo aspecto.

Se quedó ahí, paralizada por la silueta de su sombra. Sus grandes alas eran una extensión grotesca de su cuerpo, pesadas en su espalda y condenatorias. Junto a sus piernas, inerte pero horrible a la vista, una poderosa cola se curvaba en su dirección. Asustada, se contempló las manos, descubriendo sus garras y encontrando que las escamas subían más de lo que lo habían hecho nunca.

Las encontró llenas de sangre (en realidad todo su cuerpo estaba salpicado de escarlata) y su estómago se puso del revés. El sabor de la bilis apelmazó su lengua y un zumbido agudo inundó sus oídos. Los latidos erráticos de su corazón le punzaban en el cerebro y, de pronto, sentía que le faltaba el aire. ¿Acaso ella...? ¿A Lis...?

El solo acabar ese pensamiento la aterrorizaba. ¿En qué se había convertido? ¿Por qué tenía alas? ¿Y cola? ¿Por qué ella? ¿Por qué siempre ella?

¿No era suficiente con tener garras y antepasados demonio? ¿Ahora también se había convertido en uno?

Le temblaba el cuerpo y estaba segura de que se había echado a llorar. No le importaba. Estaba cansada. Cansada de avanzar un paso y retroceder cinco, de albergar la esperanza de ser normal solo para que la realidad se riera en su cara, de intentarlo una y otra vez y caerse en cada ocasión que intentaba seguir adelante. Solo quería terminar con todo.

Sollozó e intentó respirar, en vano. El oxígeno no llegaba y todo a su alrededor comenzaba a cubrirse de partículas negras. El viento se había enfurecido, truenos entre las nubes y ausencia de aire en los pulmones. Ruido sordo en los oídos y sangre en sus manos. En sus garras. Garras que habían herido, que habían matado.

Sufrió una arcada.

Una repentina presencia a su lado. Alguien le puso una mano en el hombro.

—¡No! ¡Aléjate! —Retrocedió con violencia, llorando. El pánico le rugía en los oídos—. ¡No me toques!

La figura no retrocedió. Al contrario, parecía decidida a quedarse a su lado.

—Mirajane, mírame.

Ella negó y se arrastró por el suelo, lejos de cualquiera al que pudiera hacer daño. Quería deshacerse de las garras, de la cola, de las alas. De todo. Pero era incapaz, por mucho que intentara controlar y suprimir esas partículas que no dejaban de acumularse a su alrededor, no surtía efecto. Estaba condenada a vivir como un monstruo, para siempre.

Volvió a sollozar y se abrazó a sí misma, arañándose la piel. Quería arrancársela a tiras. Quería deshacerse de ese cuerpo maldito que solo la hacía sufrir.

—Mirajane.

Su nombre escondía una orden absoluta, una que le exigía que alzara la mirada y que dejara de esconderse. Con lágrimas en los ojos y en sus mejillas, levantó la cabeza. Natsu estaba ahí, arrodillado frente a ella, sin miedo. Mirajane se ahogó con su propio llanto.

—Vete —masculló. El olor del ethernano y de la sangre la tenían mareada. Apenas podía respirar—. No quiero hacerte daño.

—Estaré bien —aseguró, y ella no supo qué pensar de que no negara que era capaz de herirlo. Su asco hacia sí misma solo aumentó.

—Vete —repitió. Se merecía que la abandonaran.

—No. No voy a dejarte sola. —Sus cálidas y ásperas manos le acariciaron la cara, le apartaron el pelo y le impidieron retroceder. Sentía sus dedos en su nuca, sus palmas a ambos lados de su cuello y sus pulgares en las mejillas—. Tienes que respirar, Mirajane.

Exageró una inspiración, y no exhaló hasta que ella no hizo lo mismo. Jadeaba; sollozos entrecortados que le cortaban el aliento. No podía controlar las lágrimas. ¿Por qué era tan bueno con ella? ¿Por qué no se alejaba? No se merecía su amabilidad. No se merecía nada.

—Soy un monstruo... —gimió, la desesperanza colgando de cada una de las letras. No podía moverse. Tampoco tenía fuerzas.

—No, no lo eres. —Natsu no la soltó en ningún momento, mirándola a los ojos con una determinación que causaba vértigo.

Aun así, pese a que sus manos seguían tocándola, ella negó con la cabeza.

—Estoy maldita, Natsu —sollozó—. Siempre lo he estado. Solo... Solo déjame ir.

Déjame morir.

—No lo haré.

Las palabras firmes de Natsu resonaron a la vez que el trueno que rompió las nubes sobre ellos. Gentil, se acercó a ella hasta que sus frentes se tocaron. Sentía su tranquila respiración sobre su rostro, su particular olor a humo acariciándole los sentidos. Sus profundos ojos verdes le atravesaban el alma.

—No estás sola, Mirajane —declaró, una promesa que se grabó en su piel y en el mundo—. Estoy aquí, y no permitiré que sufras, ni siquiera contigo misma. No voy a abandonarte.

Porque Mirajane le pertenecía. Era suya, como lo fueron miles antes de ella y como creyó que jamás volvería a poder ser. Su vida colgaba ahora de sus manos, y estaba decidido a proteger su existencia hasta su último aliento. Se lo debía. En memoria a los que ya no estaban, a los que fueron perseguidos, e incluso a su propio pasado, Mirajane merecía vivir sin miedo a ser lo que era.

De modo que se aseguró de hablar alto y claro, sin dudar y mirándola a los ojos. Su expresión delataba sufrimiento y cansancio, derrota. Lloraba sin cesar, aterrada de sí misma y de lo que los humanos habían hecho con ella tiempo atrás. Lamentó en silencio no haberla encontrado antes y se prometió a sí mismo que haría lo imposible por que esa chica que tenía en brazos fuese siempre capaz de sonreír.

—Respira, Mirajane —repitió, cuando se dio cuenta de que estaba de nuevo a las puertas de un ataque de pánico.

Se apartó para darle espacio, pendiente también de los otros dos hermanos. Por ahora, Elfman parecía tener a Lisanna bajo control. Con cuidado, le agarró las manos y las guió hacia su propio pecho. El tacto de sus escamas era frío y afilado y ella intentó retirarse. La sujetó por las muñecas para impedirlo.

—Respira —dijo una vez más, y exageró una inspiración—. Concéntrate en mí y olvídate del resto. No me vas a hacer daño, ¿de acuerdo?

—¿Cómo... cómo puedes saberlo? —tartamudeó—. Yo... A la bestia...

—Porque soy más fuerte que tú.

Una respuesta tan simple como verdadera y que hizo que Mirajane abriera los ojos de par en par. Él no... No mentía, se dio cuenta a la vez que imitaba su ritmo de respiración. Había visto muy poco del verdadero poder de Natsu, pero no tenía duda alguna de que era capaz de vencerla sin mucho esfuerzo.

Por algún motivo, esa idea no la aterrorizaba en lo más mínimo. Al contrario.

De pronto, cierta calma se apoderó de ella. Respiró despacio, siguiendo a Natsu, y dejó de intentar salir de su agarre. Él le regaló un esbozo de sonrisa.

—Eso es. Inspira despacio y retenlo un par de segundos. No pienses y concéntrate en mí. Cierra los ojos. Recuerda nuestro claro en el bosque, lo que aprendiste. Siente mis manos, recuerda las tuyas. —Le acarició los nudillos con gentileza, sin asco ni miedo—. ¿Qué forma quieres que tengan? ¿Y el resto? No quieres alas, ni cola, y eso está bien. Relájate, inspira hondo. Eso es. Relaja la espalda, aquí. —La tocó entre los omoplatos, justo en la base de sus alas. Le recorrió un escalofrío—. Piensa en deshacerte de un pesado y enorme abrigo mojado. Hazlo a un lado, tíralo, y nota el alivio de un peso menos en tu columna. Respira profundo y... suelta.

Era como si estuviera sumergida en el fondo de un lago, adormecida por un hechizo y mecida por la suave corriente. La voz de Natsu era un bálsamo, y su tacto una nana que deshacía sus nervios crispados. Con cada nueva palabra su cuerpo conseguía relajarse cada vez más, el zumbido de sus oídos retrocediendo y su corazón desbocado regresando a su ritmo habitual. Cuando volvió a abrir los ojos, descubrió que sus dedos habían vuelto a la normalidad. Con lágrimas en los ojos, jadeó aliviada.

—Lo tienes. —La mirada de Natsu era cálida y amable. En sus ojos no había más que paciencia gentil. La soltó con cuidado—. Voy a ir a ver a tus hermanos. Quédate aquí y descansa, ¿de acuerdo? Vuelvo enseguida.

A Mirajane le hubiese encantado protestar, hacerse la valiente y ponerse en pie para ir junto a Elfman y Lis. Era la mayor y su deber era cuidar de ellos pero, por mucho que quisiera, era incapaz de moverse, mucho menos de levantarse. Toda la adrenalina y la energía la habían abandonado, dejando tras de sí un despojo cuyo aspecto Mira no quería ni averiguar.

Se sentía sucia, apaleada y el cuerpo le pesaba mil toneladas, exigiéndole dormir por un mes. Pero no podía, no sin saber a sus hermanos fuera de peligro.

Tenía la caída de Lisanna grabada en la retina, y estaba segura de que tendría pesadillas con ello el resto de su vida. Sin embargo, al mismo tiempo, se encontraba tranquila. La presencia de Natsu era un amortiguador de sus propias preocupaciones, como si por el simple hecho de que él estuviera ahí, todo lo demás iría bien.

No tenía ni idea de cómo era que los había encontrado ni pensaba cuestionarlo. Una vez más, los había salvado, en esta ocasión de sí misma. Se estremeció. No quería imaginar lo que podría haber sucedido si él no hubiera llegado.

Tampoco quería pensar en todo el asunto de ella convirtiéndose por completo. No era el momento. Ni ahora, y puede que tal vez nunca.

La voz ansiosa de Elfman la distrajo de su propia mente, a tiempo para verlo levantarse con una Lisanna inconsciente a la espalda. Se movía con sumo cuidado, ayudado por Natsu, y desde la distancia se podía ver que la cabeza de su hermana pequeña estaba envuelta en vendas.

—Tu hermana ha sufrido un golpe grave en la cabeza —anunció Natsu cuando llegaron a su altura. Despacio, la ayudó a levantarse del suelo y la sostuvo por la cintura para que pudiera equilibrarse—. Iremos al pueblo más cercano y nos quedaremos ahí hasta que se estabilice lo suficiente para poder viajar.

—¿Vendrás con nosotros? —se atrevió a preguntar Elfman. Le lanzó una mirada temerosa a Mira que no supo interpretar pero que le retorció el estómago.

Natsu asintió.

—Volveremos juntos —prometió—. Aunque os pediré que os adelantéis para salir de aquí. Voy a hacer algo de limpieza para evitar atraer más monstruos. Este sitio apesta a sangre.

Ninguno de los hermanos discutió y acataron la orden camuflada. Cinco minutos después, Natsu se unía a ellos oliendo a humo más que nunca. A sus espaldas, el valle rocoso y los cadáveres que había en él, incluido el del monstruo, ardían bajo unas llamas del color del ocaso. Sobre sus cabezas comenzó a llover.

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