Capítulo 8
"Take Over":
Tipo de magia que permite al usuario la transformación o posesión avanzada de una criatura. Permite tomar su poder y adquirir sus características y/o formas físicas.
Nota: Existen criaturas mágicas que poseen este tipo de magia. Para más información ver apartado de "Criaturas mágicas y otras especies".
Diccionario mágico universal.
Volumen II. Capítulo IV.
Página 248.
Mira llevaba ya cuatro meses siendo miembro de Fairy Tail. Cuatro meses en los que se dedicó, acompañada de sus hermanos, a entrenar todas las mañanas hasta el mediodía bajo la tutela de Natsu. No siempre estaba presente, pero sus instrucciones y pautas para ejercicios los guiaban al detalle incluso con él ausente.
Era un maestro duro y estricto, pero también dispuesto a resolver dudas y ayudar cuando algo se les atragantaba. Bajo su tutela, los tres hermanos aprendieron nociones básicas de lucha, defensa propia y por supuesto, magia.
Ahora, Mira podía controlar la transformación de sus brazos a voluntad y facilidad y, aunque en un principio hubiese rechazado la idea, había aceptado usarlas como arma. Era más fácil pensar en sus escamas como una herramienta que como una parte de sí misma y Natsu la instruyó en diferentes movimientos y meditaciones para poder emplear las garras con eficacia y sin volver a tener ningún ataque de pánico.
Lisanna, por su parte, aprendió a analizar y estudiar los seres vivos en los que quería convertirse y a volver propias sus características. De momento solo era capaz de convertir sus extremidades, pero el objetivo final era poder adoptar la forma de cualquier animal que se le antojara. Según las explicaciones de Natsu, su magia se basaba principalmente en rasgos de posesión, y la clave de su poder residía en comprender el alma de la criatura que quisiera emular.
Para ello, parte del entrenamiento de su hermana consistía en leer libros de zoología y anatomía animal, además de aprender nociones de caza y un estilo de lucha basado en la rapidez y la agilidad. La flexibilidad también era importante, por lo que no era raro verla adoptar posturas cada vez más intrincadas que ponían a prueba el límite de sus articulaciones.
En cuanto a Elfman, su entrenamiento se centró en mejorar su fuerza física. Los primeros días se unió a sus hermanas con vergüenza, siendo el único de los tres que todavía no poseía magia alguna. Pero Natsu demostró que aquello no era un problema en absoluto: existían mil maneras de fortalecerse sin magia de por medio.
Se descubrió, así, que más allá de su corazón amable, su personalidad tímida y su gusto por la cocina, Elfman en realidad poseía bastante más fuerza de la esperada y Natsu se aseguró de que no se echara a perder.
Mientras Mira y Lisanna practicaban con sus respectivas habilidades, Natsu torturaba a Elfman con ejercicios de fortalecimiento y combates uno a uno. Fue tirado al suelo más veces de las que podría uno contar, pero su torpeza fue poco a poco sustituida por equilibrio, buenos reflejos y una defensa decente.
La meditación y las rutinas de flexibilidad eran comunes para los tres, con Natsu insistiendo en la importancia de saber mantener la calma ante situaciones de estrés y cómo priorizaba más saber mover el cuerpo a voluntad que simplemente lucir músculos y poder romper paredes.
—Cazar una serpiente es mucho más complicado que cazar un elefante —decía, ayudando a Elfman en su intento de poder alcanzar los dedos de los pies. Lisanna ayudaba a Mira a hacer lo mismo—. El elefante es grande y poderoso, puede aplastarte, pero una serpiente es escurridiza y veloz. También letal. Un descuido, y su veneno ya te ha alcanzado. Pensad en luchar como una serpiente, y os temerá hasta la más grande de las bestias.
Ese era un consejo en el que Mira reflexionó bastante. Lo común era que cuando se hacía mención a alguien fuerte, todo el mundo pensara en alguien musculoso, fornido e imponente. Sin embargo, pensándolo bien, de nada servía tener la capacidad de aplastar rocas si tu oponente era tan rápido que era imposible alcanzarlo.
A partir de ese día, Mirajane se unió a Elfman en la ronda de combates, y también comenzó a correr a través del bosque poco después de despertarse. No podía olvidar la pelea en la cueva, la manera en la que el vulcan la atrapó con tanta facilidad y lo sencillo que le fue someterla. No quería volver a sentirse tan inútil y mucho menos tan indefensa. Huir siempre sería una opción, pero quería tener también la capacidad (el poder) de poner de rodillas a su enemigo.
Repitiéndose esa motivación día tras día, soportó con dignidad fuertes caídas, tropiezos y hasta un esguince. Natsu no tenía piedad con ella, y Mira tampoco pretendía recibirla. Quería que le enseñara a superar su miedo de sí misma, a encontrar el valor que le hacía falta y la fuerza que buscaba para ya no depender de nadie, ni siquiera del propio Natsu.
Se lo dijo el primer día, cuando le preguntó si podía instruirla a ella también. La respuesta que recibió fue una sonrisa complacida y un brillo peligroso en sus ojos verdes. Desde entonces, Mirajane se había vuelto amiga íntima del barro, los moratones y el dolor muscular. Ahora conocía muy bien el sabor de la tierra y la hierba, pero también había aprendido cómo vendar heridas y cómo tratar contusiones.
Aprendió a ser escurridiza, a dar puñetazos y patadas más o menos en condiciones y descubrió que pelear, contra todo pronóstico, le gustaba.
No quería pensar que el placer que sentía por agotarse en combates, por hacer daño y buscar puntos débiles y vitales provenía de sus genes malditos, y se limitaba a disfrutar de la adrenalina que suponía intentar esquivar a Natsu y evitar caer al suelo por décima vez consecutiva.
Surgió entonces, poco antes de su cumpleaños, la oportunidad de ir a una misión. Natsu se encontraba fuera de la ciudad, y Lisanna acudió al claro después del almuerzo con un papel en la mano y una sonrisa radiante plasmada en la cara.
—¡Mira-nee! ¡Elfman-nii! —saludó desde la distancia—. ¡Vamos a una misión!
Se trataba de un pedido aparentemente sencillo: un pueblo estaba sufriendo los ataques de algún animal que diezmaba al ganado y hasta el momento no habían conseguido atraparlo. También se habían registrado un par de ataques nocturnos a los aldeanos, barajándose la opción de que se trataba de un oso. Sonaba tan buena oportunidad como cualquier otra y, tras informar a Makarov de su partida, los tres salieron de Magnolia.
Era la primera vez desde que Natsu los había guiado al gremio que los tres hermanos volvían a viajar, en esta ocasión por un motivo bien distinto al habitual. Ahora no los perseguía nadie, y no había necesidad de irse a hurtadillas ni de noche, cuidando de que nadie se diera cuenta de que estaban escapando.
La diferencia era, para Mirajane, un soplo de aire fresco y cierto mareo le entumecía los dedos. Estaba nerviosa, expectante, y el saber que se iba teniendo un lugar al que poder volver después creaba un vértigo embriagador.
El viaje solo duró medio día, con un trayecto fácil a través de campos de cultivo y un pequeño bosquecillo justo antes de alcanzar su destino. El pueblo en cuestión se encontraba a la entrada de una pequeña cordillera rocosa, rodeada de terreno escarpado y lleno de grutas y galerías naturales por las que era muy fácil esconderse. El animal que tenían que atrapar se encontraba con toda seguridad oculto en alguna de ellas.
Presumiendo de sus avances con la magia gracias al entrenamiento, Lisanna adoptó los rasgos de un zorro y se colocó a la delantera en busca de algún rastro que los llevara en la dirección correcta. Mira y Elfman le pisaban los talones, confiando en su hermana y siguiendo sus pasos sin cuestionar el que poco a poco fueran introduciéndose todavía más profundo en la montaña.
A su alrededor solo había roca, paredes de piedra gris que se alzaban por encima de sus cabezas como murallas afiladas. Había poca vegetación, y el único signo de vida que se divisaba eran los reptiles que huían entre las grietas y las cabras montesas, suspendidas sobre ellos en un equilibrio imposible.
Deambularon por varias horas, con el cielo oscureciéndose a medida que se acortaba el día. El otoño estaba en pleno apogeo, con sus tardes grises y nubes cargadas de lluvia como adorno habitual del cielo.
El anochecer estaba a la vuelta de la esquina cuando lo escucharon: un gruñido bajo, vibrante y primitivo. El suelo tembló con el sonido, y una bandada de cuervos alzó el vuelo en un lío nervioso de plumas y graznidos. Las orejas blancas de Lisanna se movieron en sintonía, atentas en ubicar el origen del gruñido.
—Por aquí.
Apresurándose ahora que tenían un rastro más claro, se desviaron del camino principal para adentrarse en un estrecho paso. Acabaron en lo que en algún momento fue la desembocadura de un río, ya inexistente. El suelo era irregular, lleno de arenisca y piedras sueltas. Había también, desperdigadas ahí y allá, grandes rocas procedentes de la cima de la cordillera que habían acabado ahí por desprendimientos anteriores. Junto a una de ellas, una criatura gigantesca y grotesca devoraba lo que quedaban de tres cabras.
Su pelaje era rojo, tan oscuro como el vino viejo, con garras enormes, patas endurecidas con escamas marrones que acababan en garras y cuernos tanto en su frente como en sus hombros. A su alrededor había restos de huesos y cráneos, una tumba al aire libre de animales y, tal vez, seres humanos.
Los tres hermanos se detuvieron a tiempo para no entrar en el valle, chocando entre ellos con torpeza. El monstruo no se dio cuenta, demasiado abstraído en triturar los huesos que tenía entre las fauces, pero era cuestión de tiempo o una mala ráfaga de viento para que se percatara de su presencia. Tenían los minutos contados y a Mira el pulso le resonaba en los oídos.
Las orejas de Lisanna se movían con nerviosismo, reaccionando con tensión a cada chasquido de mandíbula y gruñido que escuchaban. A su lado, Elfman temblaba en toda su altura; su respiración agitada e irregular ante la vista de esa criatura que duplicaba su tamaño.
Era mucho más grande que los vulcan, y Mira apostaría lo que fuera a que también era mucho más feroz y letal. En el fondo de su mente resonó una voz que le advertía que aquella misión era mucho más peligrosa de lo que habían creído y que lo más prudente era dar marcha atrás y volver, huir lejos y fuera del alcance de ese monstruo. Pero no podía. Por mucho que lo intentara, era incapaz de moverse, mucho menos de dar un paso. Estaba hipnotizada por el peligro que emitía esa bestia, y otra parte de ella se preguntaba qué pasaría si intentaran hacerle frente.
Su prudencia e instinto de supervivencia luchaban contra un inesperado deseo de probarse a sí misma y demostrarse que era capaz de salir adelante por sus propias fuerzas. Había estado entrenando duro durante todo aquel tiempo, tanto ella como sus hermanos, y aunque esa criatura los superaba en envergadura, ellos tenían la ventaja de los números y también de la inteligencia. Podían planear una estrategia que funcionara. Podían ganar. Podían dejar de huir siempre.
Decidida, llamó la atención de sus hermanos en silencio. Los dos estaban pálidos cuando se volvieron hacia ella y Mira necesitó de varios intentos para poder hacerles entender por gestos que ellos eran tres y el monstruo, uno. Podían hacerlo.
Con la adrenalina rugiendo en sus oídos y su cerebro intentando recordar todos los consejos que les había dado Natsu, Mira se adentró en el valle. Solo pudo dar un par de pasos antes de que el monstruo se diera cuenta de su presencia.
Sucedió en cadena. Un efecto dominó que comenzó con el poderoso rugido de la criatura y continuó con el temblor violento del suelo y de las rocas que los rodeaban. A Mira le castañearon los dientes de la impresión, y fueron sus recién entrenados reflejos los que la salvaron de esas fauces monstruosas.
De manera lejana escuchó a sus hermanos gritar por ella, preocupados, pero no tuvo tiempo de emitir ningún sonido de respuesta. La bestia era demasiado rápida, mucho más de lo que había anticipado, y tuvo que enfocar todos sus sentidos en esquivar sus embestidas.
Consciente de que en ese momento no había lugar para dudas, desplegó sus garras. Escamas granates, afiladas y relucientes, cubrieron sus dedos hasta sus codos con la facilidad de un solo pensamiento y notó la presión de sus colmillos afilados contra su lengua. Tragó saliva, todavía incómoda con sus características de demonio pero dispuesta a ahogar sus temores si eso suponía mantener a salvo a sus hermanos.
La criatura se lanzó sobre ella gruñendo y enseñando los dientes en un espectáculo grotesco de sangre y restos de carne. Mirajane retrocedió de un salto, ignorando a la fuerza el sabor de la bilis que le acababa de subir por la garganta.
Su mente funcionaba a toda velocidad, con los oídos ensordecidos por el rugido de la adrenalina y los reflejos sobreestimulados. Sentía que tenía que estar pendiente de demasiadas cosas a la vez y, amargamente, se dio cuenta de que los entrenamientos no eran para nada comparables con una batalla real. Aquí no había opción a detenerse o a recuperar el aliento; tenía que obligarse a ser rápida y no podía quedarse quieta, o acabaría aplastada al segundo siguiente.
Natsu no había sido indulgente en su enseñanza, y era gracias a él que Mirajane todavía no había terminado como los cadáveres que la rodeaban. Sin embargo, el adolescente no emitía esa sed de sangre que cortaba el aliento, y tampoco luchaba movido por un hambre animal que lo volvía impredecible. Con él todo era táctica, movimientos calculados y precisos que la tiraban al suelo en el lapso de un parpadeo. Pero el monstruo que tenía delante no luchaba así, no buscaba derribar a su oponente, sino comérselo, hacerlo pedazos y desmenuzarlo pieza a pieza, hueso a hueso. Mira todavía no tenía muy claro cómo era que seguía en pie y con poco más que meros arañazos.
Se dedicaba a esquivar, buscando con desesperación una apertura que le permitiera atacar y cambiar las tornas. Pero el monstruo era demasiado violento y el alcance de sus extremidades era amplio. Mirajane maldijo entre dientes su imprudencia, viéndose encerrada en un callejón sin salida y sin saber cómo poner la situación a su favor. ¿Podría, siquiera?
Desesperada y jadeante, intentó recordar todas las enseñanzas y consejos de Natsu, sobre todo aquellas que tenían que ver con luchar contra oponentes el doble de su tamaño. Tenía que concentrarse en la velocidad, en ser escurridiza y no quedarse nunca quieta. Bueno, eso al menos ya lo estaba haciendo, sin muchos resultados más allá de su propio agotamiento.
Quiso encontrar un patrón en los movimientos del monstruo, apoyándose en las palabras de Natsu cuando explicó que todos tenían uno, por muy caótico e impredecible que fuese en apariencia. Sin embargo, para ella, todas las embestidas, los saltos, arañazos y mordidas eran un torbellino de rabia instintiva y hambrienta, sin razonamiento alguno y mucho menos con huecos que ella pudiera aprovechar.
Fue entonces cuando un borrón blanco apareció de imprevisto sobre la espalda de la bestia. Transformada bajo las características de un guepardo, Lisanna se aferraba a los hombros del monstruo con las garras clavadas en profundidad. La criatura rugió, sorprendida y adolorida, y su hermana pequeña siseó como el animal que estaba emulando. Su cola, blanca y moteada, se agitaba con furia en el aire.
—¡Lis! —Mirajane no pudo evitar gritar, con el pánico disparándose en sus venas y ahogando todo lo demás.
—¡No estás sola, Mira-nee!
Fiel a sus palabras, Elfman apareció por detrás, más serio de lo que Mira lo había visto nunca, y asestó un contundente puñetazo al costado de la criatura. Otro rugido que sangró en sus sensibles oídos, pero Mirajane estaba demasiado preocupada por sus hermanos como para registrarlo.
Una mezcla de cariño y ansiedad se le instaló entre las costillas, orgullosa de ver a sus hermanos valerse por sí mismos y aterrada por que sufrieran cualquier tipo de daño. Su instinto protector movió su cuerpo antes de que ella fuera siquiera consciente, y se descubrió a sí misma cortándole la cara a la bestia sin ninguna clase de piedad con sus garras.
El rugido de dolor que obtuvo fue música para los oídos y el olor a sangre fresca se alzó por encima de los cadáveres de animales. Mira aterrizó sobre un cráneo de cabra que se astilló con un crujido desagradable, aunque su cerebro apenas fue consciente de ello. Recordándose las instrucciones de Natsu como si de un hechizo se tratara, no perdió el tiempo en moverse de nuevo, acercándose a la criatura corriendo y abriéndole el abdomen con las garras. No fue tan profundo como para ser mortal, pero suficiente para que otro rugido dolorido resonara en el árido valle.
Lisanna aprovechó su desconcierto y trepó todavía más alto, enterrando uñas en su garganta y encaramándose a uno de sus cuernos como un auténtico felino. Al mismo tiempo, Elfman se sirvió de su envergadura y fuerza para desequilibrarlo y tirarlo al suelo.
El monstruo cayó con estruendo, pulverizando esqueletos y retorciéndose en tripas y restos de piel. Era asqueroso, nauseabundo, y Mira se regocijó en el olor acre de la sangre. Sus colmillos punzaban sensibles contra sus labios, sus dientes al descubierto en una mueca peligrosa y amenazante. Sus hermanos aguardaban a que ella le diera el golpe de gracia al monstruo y ella estaba más que dispuesta a hacerlo. Al fin y al cabo, prefería mil veces ser ella la que se manchara las manos y la conciencia que ellos. Ella, como hermana mayor, los protegería de todo lo que pudiera, incluida de la inhumana acción de matar.
Se acercó a la bestia sin quitarle los ojos de encima, sus garras suplicando por hundirse en las heridas que ya le habían infligido y rasgar todo. El monstruo se retorcía en el suelo, inmovilizado por Elfman y con Lis encaramada a su pecho, siseando amenazadora e influenciada por los instintos del guepardo.
Mirajane tensó las garras, calculando dónde podía dar el mejor golpe de gracia, cuando sucedió. Con un rugido ensordecedor, la bestia se sacudió con repentina violencia y un estallido de rabia y fuerza que ninguno de los tres pudo prever. Antes de que Mira pudiera llegar hasta sus hermanos, Elfman fue aplastado contra el suelo bajo la mole de puro músculo que era la criatura.
Se escuchó el desagradable crujido de un hueso rompiéndose, seguido inmediatamente por el alarido de dolor de su hermano. Instantes después, Lisanna era lanzada por los aires como si pesara menos que una muñeca de trapo.
En cámara lenta, Mirajane vio cómo su pequeña hermana se estampaba con fuerza contra la pared de roca que los rodeaban. Horrorizada, presenció cómo caía al suelo, inerte, y en vez de levantarse, un charco escarlata comenzó a formarse bajo su cabeza.
Mirajane vio rojo.
Y gritó.
Gritó de miedo, de horror y de ira.
Gritó de rabia, pena y pánico.
Gritó por sus hermanos.
Gritó por ella.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y el cielo se cubrió de nubes de tormenta. Se ahogó con su propio llanto, gimiendo desconsolada por la visión de su hermana muerta. Alzó un brazo tembloroso, queriendo ir a acunar su cadáver pero incapaz de moverse. Todo a su alrededor daba vueltas, Lisanna siendo el epicentro de su universo, el centro de una supernova.
Le zumbaban los oídos, sordos ante cualquier sonido que no fuesen sus propios latidos desenfrenados. Su corazón descompuesto supuraba dolor y furia, y sus garras dolían físicamente por destrozar al asesino de su hermana. Un trueno rompió el cielo.
La criatura se movió y Elfman, todavía debajo, jadeó en agonía. Mira, con el enfoque de un depredador, se centró en el monstruo. Descubrió que todavía respiraba y un gruñido primitivo surgió de su garganta. Sus labios se alzaron, dejando a la vista colmillos nacarados, agujas que rasgaban la piel agrietada de sus labios. El sabor metálico de la sangre cubrió su lengua y algo poderoso palpitó dentro de ella.
Su corazón lloraba desconsolado, pero su instinto clamaba venganza y dolor y, por una vez, se permitió ceder a todo lo que había estado renegando hasta el momento. Sus garras se tensaron, afiladas y hambrientas por herir. En su pecho algo se tensaba, enredándose bajo sus costillas como alquitrán. Espesaba su sangre y sus sentidos, pulsaba en sus venas con furia y quemaba cualquier rasgo humano que podría haber existido dentro de ella.
Las escamas cambiaron de color, tornándose de color ocre y ascendiendo por sus brazos y superando sus codos. Se sentía ligera, se sentía bien, y Mirajane apenas fue consciente del breve estallido de dolor que surgió en su espalda cuando la piel se rompió y sus huesos se reacomodaron para dar lugar a unas alas más negras que la noche y más oscuras que su alma. Más allá de su coxis, una poderosa y larga cola se agitaba con el nerviosismo de un reptil a punto de cazar.
Mirajane era consciente de que había dejado de ser humana pero, en esos momentos, poco importaba. Lo que importaba era el monstruo, el torturador de su hermano, el asesino de su hermana, su presa. Sucumbiendo a su magia, lanzó un rugido al cielo que partió las nubes y pulverizó rocas. Sus pensamientos se apagaron.
Era hora de cazar.
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