Capítulo 2
No hay peor criatura que el demonio, pues se cree humano pero es peor que un animal cegado por la rabia.
Fragmento del Capítulo IV del Primer Códice de la Santa Iglesia.
Sexagésima edición.
Publicación: Año 205.
Copia: Año 239.
Biblioteca Pública de Fiore. Registro I del año 678.
Tal y como les había advertido Natsu, recorrieron los caminos por dos días enteros, cruzando arboledas y praderas, esquivando aldeas y pueblos y durmiendo al raso. Lisanna y Elfman confiaron en él en cuanto les trajo el desayuno la primera mañana, pero Mirajane todavía no sabía qué pensar sobre su misterioso salvador y guía. Le costaba confiar, pues toda su vida le había enseñado que solo se tenía a sí misma y a sus hermanos; que la traición vendría en cuanto menos se lo esperara y más a salvo se sentía.
De modo que se dejaba guiar a través de los bosques y campos que atravesaban, pero mantenía el sueño ligero y los oídos bien abiertos. No parecía ser mala persona, sin contar con que era el primero en tratarla con la humanidad que siempre había deseado. Pero, ¿y si era un truco? ¿Y si en realidad les estaba conduciendo hasta una trampa y pensaba aprovecharse de ellos?
No quería dudar, pero ese tipo de preguntas sin respuesta daban vueltas en su mente hora tras hora, en un bucle sin fin de gratitud y recelo. Pero entonces llegaron a Magnolia, y todas sus preocupaciones quedaron ahogadas por la impresionante vista.
Se habían detenido en la cima de una pequeña colina que desembocaba en el valle en el que se había construido la ciudad. A lo lejos, un enorme lago centelleaba bajo el atardecer, tiñendo todo con tonos anaranjados y añiles. En el lago desembocaba un ancho río que parecía partir la ciudad en sectores, con canales que atravesaban las calles, puentes que las conectaban y barcas que recorrían sus aguas impulsadas por la corriente.
Faltaba poco para el anochecer y ya había farolas encendidas, luces en las ventanas y guirnaldas que iluminaban las plazas. Desde la distancia, aquello confería la ilusión de que la ciudad estaba cubierta por luciérnagas titilantes, y la brisa elevaba en su dirección el eco de las conversaciones, las canciones y la agitación de los mercados nocturnos.
—No es un mal lugar para vivir, ¿no crees?
Mirajane salió de su ensoñación al escuchar la pregunta de Natsu. Se había acercado a ella, tan silencioso como siempre, y contemplaba la ciudad con la calma de quien había visto aquel paisaje varias veces. Entonces alzó un brazo y le señaló un edificio con almenas y torres que sobresalía en medio de la ciudad.
—Esa es la catedral —le explicó, y en su voz quedó atrapado un sentimiento turbio que Mirajane no supo identificar—. La ciudad no es muy religiosa hoy en día, pero la Iglesia sigue teniendo su influencia, así que te aconsejaría que evites acercarte a ella si puedes evitarlo.
Comprendió que se refería a las repercusiones que podría tener que alguien del clero viera su aspecto de monstruo, así que asintió, agradecida por la advertencia. Natsu le señaló otro edificio que resaltaba, pero que permanecía apartado, pegado a la costa y rodeado por un pequeño bosque en una ladera a la que se accedía por una escalinata de piedra.
—Y ese de ahí es el gremio. Si os gusta y decidís quedaros, ese será vuestro hogar de ahora en adelante. Es el lugar más seguro de toda Magnolia.
Las explicaciones no duraron mucho más y, por fin, se adentraron en la ciudad. Natsu les aseguró que no había ninguna festividad en curso, pero el ambiente alegre y animado parecía llevarle la contraria. Había puestos abiertos en cada esquina, niños que correteaban por todas partes y música que parecía salir incluso desde las paredes. Risas, canciones, alegría y magia. Todo se mezclaba con un efecto caleidoscópico que aturdía y, de algún modo, calentaba el alma.
Mirajane no sabía si estaba en un sueño o si de verdad aquello era real, pero no se atrevía a soltar el cierre de la capa y se encogía cada vez que alguien se acercaba demasiado. Temía que, de verla alguien, todo aquel buen ambiente desapareciera y comenzara de nuevo la pesadilla; la caza. Y el solo pensar en que esta vez tendría que huir no de unos aldeanos, sino de toda una ciudad, el terror le helaba el cuerpo. De pronto, Magnolia ya no le pareció tan cálida, sino una enorme tela de araña en la que ella no hacía más que enredarse.
No supo decir cuánto tardaron en atravesar la ciudad ni cómo subieron la colina en la que se hallaba el gremio. Cuando se detuvieron frente a las puertas del gremio la aturdía el pánico, y la ansiedad se retorcía en su estómago como un nido de gusanos. Aquello estaba siendo una muy, muy mala idea; apenas registraba el bullicio y el estruendo que se escuchaba al otro lado de los muros.
Estaba a punto de decirle a Natsu que había cambiado de opinión, que prefería vivir en el bosque como una ermitaña el resto de su vida, cuando él se le adelantó y, sin dignarse en avisarla, abrió las enormes puertas de par en par, la agarró por la muñeca y la arrastró dentro.
—¡Pero mira quién ha vuelto! —exclamó alguien, un hombre con una pipa en la boca y que alzaba una jarra de cerveza en su dirección—. ¡Natsu, muchacho! Esta vez te has superado, ¡llevas fuera dos meses!
—¡Háblame cuando estés sobrio, Wakaba! —Ni siquiera se dignó en darle una mirada mientras se abría paso por las caóticas mesas, esquivando sillas tiradas y manchas de dudosa procedencia esparcidas por el suelo.
Lisanna y Elfman se veían maravillados por todo lo que estaban presenciando, pero Mirajane solo quería irse de ahí antes de que fuese demasiado tarde. Parecía que estaban en medio de una fiesta o celebración, y su paranoia la hacía reaccionar y tensarse a cada ruido fuerte que escuchaba.
Deseaba marcharse, volver a la soledad del bosque y la seguridad de la noche, pero Natsu no la soltaba, y sus manos, cálidas, agarraban su muñeca cubierta de escamas afiladas sin miedo, tirando de ella hasta que ambos acabaron frente a un mostrador de bar. Ahí, sentado encima con las piernas cruzadas, los ojos cerrados y una cerveza en la mano, se encontraba un hombrecillo, un anciano de pelo cano y rostro arrugado.
Pese a su aspecto inofensivo y frágil, Mirajane sintió en él un aura de serenidad que, de alguna manera, alertaban sus instintos. Emitía un aire de respeto al que ella no estaba acostumbrada, y que hacía que se encogiera todavía más en sí misma.
—Viejo. —La voz de Natsu carecía de tacto alguno—. ¿Tienes habitación para tres?
El hombre no se alteró ante la falta de modales, y permaneció con los ojos cerrados mientras tomaba un sorbo de su bebida.
—Esto no es una posada, mocoso. No tenemos servicio de habitaciones —lo reprendió, y Mirajane ya se estaba preparando para que sus hermanos y ella fuesen echados a patadas una vez más. De nuevo, se había equivocado en confiar y ahora tocaba pagar las consecuencias—. Pero siempre hay hueco para los que necesitan ayuda.
Había abierto los ojos, y contemplaba a Mirajane como un abuelo afable miraría a su nieta. Ella se sobresaltó, de pronto avergonzada de su aspecto desaliñado y pobre. De nuevo, quiso dar marcha atrás, huir y esconderse lejos, pero descubrió que Natsu todavía no la había soltado. Su mano de monstruo se había librado de la cobertura de su capa, y Mirajane no sabía si centrarse más en intentar ocultarla de nuevo o hablar con aquel anciano que la miraba con curiosidad y paciencia. De pronto, se puso inexplicablemente nerviosa.
—Yo... Nosotros... No queremos molestar... —balbuceó, cohibida sin saber muy bien por qué. Solo podía pensar en que su brazo estaba a la vista de todo el mundo y que era incapaz de moverse.
—Molestia sería que no aceptaras la ayuda que se te ofrece, mocosa. —La voz serena del anciano la arrancó de su pánico. Cuando alzó la mirada, vio que una pequeña sonrisa le torcía los labios—. Tú y tus hermanos sois libres de permanecer en Fairy Tail el tiempo que haga falta. Y que no te asusten los nulos modales de Natsu, en el fondo es un blando.
—Métete en tus propios asuntos, viejo —espetó irritado el aludido. Sin embargo, por fin liberó a Mirajane de su agarre y ella no desaprovechó la oportunidad para volver a esconder su brazo.
—Yo... —Quiso volver a negarse, pero la repentina atención de Natsu sobre ella le entorpeció la lengua. Después de todo el esfuerzo que había puesto él en llevarlos hasta ahí, lo mínimo que podían hacer era aceptar al menos quedarse una noche. Ya podrían irse mañana por la mañana—. Agradezco de corazón vuestra amabilidad.
Para mayor énfasis, se inclinó hacia adelante, dejando que su pelo cayera en cascada sobre su rostro. A sus espaldas, las risas de los demás inundaban el lugar; nadie parecía tener ningún interés especial en ellos. La desconocida sensación de sentirse invisible le erizó la piel.
Por encima de su cabeza, el anciano soltó una poderosa carcajada.
—Eres demasiado formal, mocosa, haces que me sienta mayor. Mi nombre es Makarov, y soy el maestro de este gremio. Os enseñaré a ti y a tus hermanos vuestra habitación después de que cenéis.
De alguna manera, Mirajane supo que no podía oponerse a tal condición.
La cena no fue nada del otro mundo; un poco de sopa de pollo y un salteado de verduras. Sin embargo, pese a la cotidianeidad del menú, a Mirajane la comida le supo a gloria, y por las caras de felicidad de sus hermanos, ellos parecían compartir su opinión.
En algún momento de la cena, Natsu desapareció sin dejar rastro, como si su tarea se hubiese cumplido y ya no tuviese ningún motivo por el que estar presente. Mirajane no quiso admitir que lo echaba en falta, pero su ausencia, de alguna manera, chocaba con sus sentidos.
Procuró no hacerle demasiado caso, justificándolo como un apego temporal hacia la primera persona que les brindaba una ayuda genuina tras ver cómo era ella en realidad. Eso, y que la incógnita de su identidad la seguía carcomiendo.
Se intentó convencer de que ya encontraría la ocasión de abordarlo en busca de respuestas al día siguiente, cuando hubiesen descansado un poco y se hubiesen recuperado de todo lo que había pasado en los últimos días.
Siguió, por tanto, a Makarov a la parte trasera del gremio, un anexo pintoresco y bien cuidado, cubierto por enredaderas donde parpadeaban luciérnagas escondidas entre sus hojas. La habitación que les ofreció era sencilla, pero tenía una cama enorme en la que cabían los tres y un aseo privado que hizo maravillas con la mugre que tenían encima.
Una vez limpios, Mirajane se aseguró de que Elfman y Lisanna estuviesen bien arropados antes de meterse ella también en la cama. En cuanto lo hizo, Lis, que estaba en el medio, rodó sobre su costado y la abrazó con fuerza.
—Me gusta este sitio —murmuró su hermana, aferrada a ella sin aparente intención de dejarla ir.
Elfman, en el otro extremo, tarareó de acuerdo.
—Son muy alegres.
—¡Y he visto a un par de niños, también! —La voz de Lisanna estaba llena de entusiasmo—. ¿Podemos quedarnos aquí, Mira-nee?
Mirajane, en la oscuridad de la noche, se esforzó por esbozar una sonrisa. Con la mano, con cuidado de no hacerle daño con sus garras, le acarició con cariño los mechones de pelo que se habían desparramado por la almohada.
—Lo descubriremos mañana. Ahora es hora de dormir.
No tuvo corazón para decirle que, por muy bien que se hubiesen portado hasta ahora, ella todavía no se atrevía a confiar del todo. Tenía miedo. Miedo de acomodarse una vez más solo para ser echada a patadas sin otra explicación que la de su supuesta maldición. Miedo a atreverse a respirar, solo para que se viese privada de todo otra vez. No, no confiaría. No tan fácil, al menos.
No obstante, no podía decirle eso a sus hermanos; suficiente habían sufrido ya por su culpa como para que ahora fuese ella misma la que les arrebatara la ilusión. No. Les dejaría disfrutar un poco más, y ya luego, cuando fuese el momento, les explicaría otra vez que tenían que marcharse. O, al menos, que ella tenía que hacerlo. Ellos podían quedarse ahí, en Fairy Tail; parecía ser un buen lugar para vivir para una persona normal y corriente.
Con ese triste consuelo en mente, se zambulló en un sueño inquieto donde la visitaron antorchas, manos que la perseguían y unos profundos ojos verdes que sonreían con la tranquilidad y astucia de una serpiente. Por algún motivo, esa sonrisa afilada le transmitió paz.
La diferencia del gremio de día y de noche contrastaba tanto como se repelían el agua y el aceite. Cuando llegaron la noche anterior, todo era bullicio, caos y fiesta. Por la mañana, cuando Mirajane cruzó por segunda vez esas puertas, lo que encontró fue filas de mesas ordenadas y limpias, el suelo barrido y libre de manchas, rostros resacosos y soñolientos desayunando y algún que otro miembro paseándose delante de los tablones de anuncios repletos de misiones pegadas.
Todo poseía la tranquilidad de la pereza matutina, y sus hermanos no perdieron el tiempo en dirigirse corriendo a la barra para pedir algo que comer. Mirajane no entendía de dónde surgía esa repentina familiaridad y confianza, como si llevaran ahí toda una vida en lugar de unas pocas horas. Sin embargo, no los detuvo; sus sonrisas encantadas, infantiles y relajadas mientras debatían qué podían desayunar eran mil veces mejor que verlos asustados o corriendo por el bosque en medio de la noche.
De modo que les dejó estar y, en vez de unirse a ellos, se dirigió hacia los laterales del gremio, hacia los tablones de anuncios. Ahí, un chico de pelo rosa inspeccionaba lo expuesto con gesto pensativo. Parecía concentrado y en su mundo, pero en cuanto Mirajane se acercó a menos de cinco pasos, se encontró con una mirada dada de reojo, apenas un segundo, antes de volver a lo que estaba leyendo antes. A ese pequeño gesto de reconocimiento, se le añadió una sencilla pregunta:
—¿Habéis dormido bien?
Mirajane, por un momento, no supo qué contestar. Nunca, ni una sola vez en su vida, alguien le había preguntado algo semejante; algo tan sencillo y genuino, tan humano. Por ese mismo motivo, su respuesta surgió como un balbuceo:
—Eh... Sí... Supongo... —Alterada, se obligó a respirar hondo y a reordenar las ideas—. Muchas gracias por todo, otra vez.
Natsu, todavía más pendiente del tablón que de ella, se encogió ligeramente de hombros.
—Ni lo menciones. Tómate tu tiempo para adaptarte. —Se estiró para alcanzar un cartel de la fila superior. El papel viejo crujió entre sus dedos—. Son todos unos bichos raros, pero no tendrás problemas en quedarte aquí.
Por fin, se volvió hacia ella, dedicándole ya sí toda su atención. A la luz del día, Mirajane descubrió que sus ojos eran más profundos de lo que había creído en un principio, de un verde semejante al de las botellas de cristal, tan intenso que, sin la luz adecuada, parecían negros. En contraste, su pelo rosa destacaba por encima de todo. Mirajane no había visto a nadie antes con ese color de pelo, pero siendo su familia albina, poco podía decir al respecto de colores inusuales de cabellera.
Para distraerse, y escapar del escrutinio silencioso al que parecía someterla Natsu cada vez que la miraba, Mirajane decidió analizar una vez más el gremio. Había poca gente, el maestro estaba desaparecido y los miembros dispersos iban y venían con aire hogareño. De pronto, sintió envidia.
—Tiene que ser agradable —murmuró—, pertenecer a un sitio así.
Natsu tarareó en respuesta, un sonido confirmativo que no se comprometía demasiado. En sus manos, el cartel se sostenía momentáneamente olvidado. Mirajane alcanzó a leer la cifra de lo que parecía ser una recompensa. Algo parecido al pánico se instaló sobre su esternón.
—¿Te vas de misión?
—¿Mhm? —Bajó la vista hacia el papel que había arrancado antes—. Ah, sí. Se han avistado unas criaturas en un pueblo al este de aquí. Iré a ver qué es lo que ocurre.
—Oh. Entiendo.
Sin poder evitarlo, Mirajane desvió la mirada, decaída y frustrada por no poder solventar todas sus dudas ahora que se le había presenciado la oportunidad. Natsu era el único, hasta el momento, que había dado indicios de saber qué era lo que le estaba pasando, por qué tenía ese aspecto. No dispuesta a permanecer en la ignorancia por más tiempo, y ante la perspectiva de que él se marcharía por a saber cuántos días, decidió que aquel era un momento tan idóneo como cualquier otro. Inspiró hondo, armándose de valor.
—Esto... ¿Natsu-san? —Procuró ser lo más cortés posible, intentando por todos los medios que él estuviera dispuesto a contestar.
—Solo Natsu está bien. El honorífico no es necesario.
—Natsu, entonces. —Hizo una pausa, sin saber muy bien cómo sacar el tema sin reflejar lo desesperada que estaba en realidad. Él, por el contrario, la observaba paciente, como si intuyera que necesitaba tiempo para saber cómo expresarse—. La otra noche... En el bosque... Dijiste que en parte eras como yo, ¿qué quisiste decir con eso? ¿Sabes por qué soy... así?
No hizo falta que se refiriera de manera explícita a su brazo; solo hacía falta ver la capa con la que siempre deambulaba para comprender que tenía algo que esconder.
Natsu, por otro lado, suspiró y miró a su alrededor con una expresión difícil de catalogar. Parecía resignado, pero había un toque calculador en sus ojos, un brillo peligroso que nunca terminaba de desaparecer. A Mirajane se le erizó la piel.
—No es que lo sepa a ciencia cierta —dijo él, tras un instante de silencio—, pero puedo intuirlo. Ya te mencioné que tienes lo que podría decirse un exceso de magia dentro de tu cuerpo, y eso se manifiesta, en tu caso, en forma de esa garra que tienes. Asusta porque tiene rasgos demoníacos, pero es tan normal como cualquier otra extremidad.
—¿De-Demoníacos? —Mirajane sintió que su mundo se volvía del revés, que todo lo que habían le habían gritado hasta entonces era cierto, que la gente nunca había estado equivocada sobre ella. Quiso vomitar, y los ojos se le llenaron de lágrimas—. ¿Significa eso que soy... que soy un demonio?
La palabra se le atascó en la lengua, y el suelo bajo sus pies comenzó a dar vueltas. La bilis se le subió por la garganta, y el terror y el asco hacia ella misma comenzaron a crearle temblores. De pronto, respirar se volvió complicado.
Jadeó, buscando aire y una estabilidad que no tenía. Todo ese tiempo, todas esas persecuciones... tenían sentido, tenían razón. Ella... era una abominación. Se sentía como si le hubiesen quitado la venda de los ojos, solo para desvelar un abismo insalvable en el que estaba a punto de caer. No, ya se había caído. Y al fondo solo había dolor, soledad, terror. Y lo peor de todo era que se merecía esas cosas. Porque era... era...
No se atrevió ni a pensarlo otra vez.
En cambio, ahogó un sollozo y se abrazó a sí misma por debajo de la capa. Las escamas de su brazo se le clavaron en la piel desnuda, cortando e hiriendo como siempre lo habían hecho. Como estaba destinado a ocurrir.
El vértigo y el pánico la envolvía, privándola de los sentidos e instalando en sus oídos un sordo pitido. La visión se le tiñó de manchas oscuras, nublada por culpa de las lágrimas. Apretó los dientes, intentando volver en sí, y sus colmillos, demasiado largos y afilados para ser humanos, le rasgaron la fina piel del labio, llenando su boca de sangre. Sufrió una arcada. Solo quería vomitar y desaparecer en ese mismo instante.
Sin embargo, no pudo, porque de pronto algo firme agarró sus hombros y la sacudió con fuerza. Fue devuelta a la realidad de golpe y sin compasión, y Mirajane se encontró parpadeando frente a un Natsu que en algún momento se había acercado a ella y aferrado a sus brazos. Entre las lágrimas que aún le pesaban en los párpados, vio que le estaba frunciendo el ceño, con algo parecido a la preocupación acompañada de furia. De nuevo, una mezcla de sentimientos tan discordante que la mareó más de lo que ya estaba.
—¿Estás conmigo ya?
La pregunta, expresada en voz baja, sonaba más a orden que a cualquier otra cosa. Mirajane, aturdida, y todavía demasiado afectada por todo, solo atinó a asentir. El asco hacia sí misma persistía, como un hormigueo desagradable bajo la piel que la incitaba a arrancársela a tiras. Y aun así, Natsu la estaba tocando como si ella fuera lo más normal del mundo. No obstante, sus ojos expresaban una ira tan intensa que parecía quemar.
—Bien. Ahora escúchame. —Se agachó hasta que ambas miradas quedaron a la misma altura. Sus dedos creaban un agarre férreo e inamovible sobre ella. Estaba atrapada y sin posibilidad de huir—. Grábate esto bien en tu cabeza: no eres ningún monstruo. El hecho de que tengas un aspecto diferente no te hace menos que los demás, ¿de acuerdo? Vales lo mismo que cualquiera, y te mereces la misma consideración y respeto. Mereces vivir, ¿lo entiendes?
De nuevo, sus palabras escondían mucho más peso —mucha más historia— de lo que se percibía en un primer momento. Se le veía enojado, ansioso incluso, por hacer que ella comprendiera lo que le estaba diciendo. Y lo hacía; lo hacía y a la vez no. Porque objetivamente sabía que nadie tenía derecho a decirle cuántos días iban a durar su vida o cómo debía vivirla. No obstante, el miedo, el terror y la repulsión seguían ahí, siempre presentes, siempre al acecho. Y el problema era que se detestaba a sí misma. No soportaba verse en el espejo, no soportaba tocarse, y mucho menos ir a cualquier parte con su brazo a la vista de todo el mundo.
Vivía restringida, tanto por voluntad propia como por respeto hacia los demás. Porque ellos no tenían por qué llenarse de pánico cada vez que la veían, no tenían por qué vivir aterrorizados de que ella, en cualquier momento, pudiera perder el control sobre algo que claramente no dominaba ni era suyo. Era un peligro, para ella y para el resto, y no había nadie que pudiera decirle lo contrario, ni siquiera Natsu.
Aun así, se obligó a asentir, a calmarse y a guardarse todo lo que había sacado, dentro y bajo llave. No tendría que haber perdido el control así; no en público, al menos. Solo esperaba que nadie más se hubiese dado cuenta. Por delante de ella, Natsu frunció el ceño, poco convencido. La miró a los ojos, le atravesó el alma, estudió los pedazos en los que se encontraba agrietada, y retrocedió en silencio.
—Volveremos a tener esta conversación —declaró, sin opción a réplica y como el anuncio de un hecho inamovible—. Ahora mismo tengo que irme, pero hablaremos cuando regrese.
Mirajane, que se creía temporalmente a salvo del tema, se encogió ante la perspectiva de volver a pasar por otra oleada de pánico y rechazo hacia su propia persona. Prefería mil veces acabar con ello en ese mismo momento y olvidarse después de todo para siempre.
—¿Tan importante es la misión? —aventuró, intentando retrasar su partida para obtener el máximo de respuestas posibles.
Natsu asintió, solemne, y el cartel se arrugó entre sus dedos.
—Existen criaturas mágicas pululando por ahí sin orden alguno, y tengo la teoría de que todavía existen demonios escondidos en alguna parte. Mi objetivo es encontrarlos.
Ante la palabra "demonios", Mirajane no pudo evitar estremecerse. La mera idea de la opción de que se pareciera a una de esas cosas le revolvía el estómago. Quiso preguntar por qué quería encontrarlos, si se consideraban extintos ya, pero no tuvo ocasión ya que Natsu continuó:
—Pero, por otro lado, necesitas respuestas, y yo puedo proporcionarte algunas. Cuando vuelva, hablaremos con calma, y te contestaré a lo que pueda.
No supo por qué, pero se encontró creyendo que cumpliría su palabra.
Un par de horas más tarde, mientras observaba a sus hermanos divertirse correteando por el gremio a la vez que almorzaba un sándwich de queso, Makarov se le acercó, se subió a la mesa en la que estaba sentada, sacó una tazón tradicional de té verde de alguna parte, y le dio un sorbo tentativo.
—Veo que tus hermanos se han adaptado bien al gremio —comentó, ligero de ánimo y de palabras.
Mirajane, sin nada mejor que decir, asintió.
—Es un lugar bastante animado —reconoció.
—Y sin embargo, a la única persona a la que te has acercado es la más solitaria de todas.
La sonrisa del anciano tenía un aire pícaro, además de divertido, que Mirajane, prudentemente, decidió ignorar. En cambio, comentó algo que llevaba pensando desde que lo vio partir, bolsa de viaje en mano y cartel doblado en el bolsillo.
—Parece de mi edad, pero es tan maduro... No me extraña que vaya de misiones solo.
—Oh, sí, eso. —Con calma, Makarov bebió de su té y se permitió unos segundos para disfrutar del mismo antes de continuar—. Tiene catorce años y vaga solo, pero no forma parte del gremio. Ese mocoso solo quiere las misiones, pero no la marca. Dos años, y sigo sin poder convencerlo de que se una. Una pena.
Murmuraba más para sí mismo que para ella, pero Mirajane aun así se quedó boquiabierta con la información que acababa de recibir. De preguntarle alguien, habría jurado que Natsu tendría al menos su edad —quince—, o incluso que era más mayor que ella, dada la forma con la que hablaba y se comportaba. Y sin embargo, ¿catorce años? ¿En serio? Era difícil de creer.
Luego estaba el tema de que no era miembro de Fairy Tail. ¿Por qué entonces la había llevado hasta ahí? ¿Por qué incluso permanecía tanto tiempo en un solo lugar si no demostraba tener intenciones de quedarse? ¿Por qué, por qué, por qué? Demasiadas preguntas y ninguna respuesta.
Resignada, suspiró y regresó a su almuerzo olvidado. No le quedaba otra que esperar a que Natsu volviera, fuera cuando fuera aquello.
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