Capítulo 1

-¡Abby tirate!.- miró a sus mejores amigos ya metidos en las aguas del mar, un barranco los separaba.

-¡Ni de coña, me voy a matar!.- Paula le dio un empujón y ella cayó gritando maldiciones.

No cayó bien, su columna dio contra el arrecife de coral que habían encontrado sus amigos y su piernas estaban inmóviles. Lo último que recordó fue sentir por última vez que era tener piernas.

-Abby.- arrugue la nariz, miré a Paul y también al reloj, las diez de la mañana.- ¿Hoy me hablarás por fin?.- miré a Paul. Cinco días y seguía viniendo tan contento cómo el primer día. Me daban ganas de darle una patada en la cara. Pero vaya, las malditas no me servían.-Vaya así que hoy también me vas a ignorar, bueno, pues seguiré contandote la historia de mi cumpleaños número trece.- rodé los ojos.

-Me da igual tu estúpido cumpleaños número trece, ¿te puedes marchar ya?.- esta vez él fue el que rodó los ojos

-Abby estoy intentando ayudarte.

-¿Crees que me ayudará a qué mis piernas vuelvan a la vida tus putas historietas?.- estaba harta de las malditas compasiones, de que cada vez venga más gente con esos ojos de pura lástima.

Sé que hay más gente como yo,  y que se siente que la vida les ha dado una nueva oportunidad de vida. Pero desde mi punto de vista, la vida me ha quitado todo, me ha quitado mis piernas con la que podía saltar, correr, caminar, no sé, ¿sentirme libre tal vez?.

Apreté los puños para no gritar no quería sentirme débil.

-Abby, no creo que te ayude en nada mis historias, no tengo un don curativo solo intento ayudarte.- una lágrima traicionera salió de mi ojo.- Mira, lo siento.- se levantó de su silla.-¿Puedo hacer algo para ayudarte?.

-Vete.- al escuchar la puerta cerrarse mi corazón dio un vuelco. No me pude contener. Todas esas lágrimas salieron.- ¿Por qué a mi Dios?.-  de la furia tiré el jarrón de las ultimas rosas que me habían regalado al suelo.-Ahora estáis tan muertas como yo.- la televisión en la habitación no ayudaba nada a tranquilizarme. La apagué y respiré hondo. 

Era un día lluvioso y el hospital estaba en silencio, miré mi pulsera en la muñeca derecha, esa maldita pulsera roja que indicaba que yo era una discapacitada.

Este horrible vestido de hospital no lo mejoraba mucho, todo azul y con dibujos, patético.

¿Estaría en la puerta Paul?, la curiosidad me mataba. Con mis brazos moví mi piernas a un costado y alcancé mi silla de ruedas, me senté y respiré dos veces antes de avanzar hasta la mesilla  para ponerme mis pantuflas. Aparté la puerta de mi cuarto, no había nadie.

-Que guay.- susurré moviendo mis ruedas con la mano. Se escuchaban risas y una luz al fondo. Seguí moviendo con la silla de ruedas y miré mi reflejo en la puerta de un paciente.

Huesuda, pálida, cabello mal cuidado, ojeras.

Iba a regresarme cuando alguien me laro. Miré arriba. Paul, ¿después de la mierda que le habia soltado hace unos segundos aún seguía sonriente?.

-¿Qué haces aquí?.- iba a abrir la boca cuándo un chico en ruedas pasó delante de mi. Su silla estaba llena de pegatinas de grupos de rock y llevaba una pulsera azul.

Cáncer.

-¡Paul te espero en la cancha!.- el chico se veía sonriente cómo un chico normal de su edad. No como yo.

-Hola pelirroja.- me guiñó un ojo y sonrió

-Jackson, para las hermosas damas Jack.- me dio la mano e hice una mueca.- Bueno te espero afuera Paul.

-¿Afuera?.- escuchamos los tres un trueno.

-¿No has jugado nunca al baloncesto en la lluvia?.- negué con la cabeza. Ahora que lo pensaba nunca habia jugado al baloncesto

-Eso es demasiado peligroso.- me miró y alzó los hombros desinteresado.

-Para lo poco que me queda prefiero ser un estupido a ser un monje encerrado.- me sonrió.- Un gusto conocerte...- esperó a que yo le dijera mi nombre.

-Abigail.- asiento.

-¡Hasta más ver Abi!.- se fue y yo me quedé de nuevo con Paul.

-Es raro.- susurré.

-Es un aventurero cómo lo deberías ser tú.- Alcé una ceja.-No presiones, pero tengo que jugar unas canastas con Jackson, ¿te quedas o te vienes?.

-Yo...- negué con la cabeza. Vi como se alejaba.- ¡Espera!.- se dio la vuelta.- No quiero mojarme pero podría veros desde dentro.- me regaló una de sus grandes sonrisa y me llevo hasta la azotea donde el mismo hospital habia creado una zona de juegos con ca chanchas y unas cuantas mesas de pinpon.

Ví a Jackson fuera con la lluvia empapándole y botando la pelota de baloncesto. No se le veía mal es mas tenía un brillo especial en sus ojos se le veia lleno de vida.

-¿Te dejo aquí?.-me preguntó Paul, asentí.

Me quedé en la entrada a la azotea tenía un poco de frío ya que solo llevaba el vestido del hospital.

Jackson me miró.- ¡Pelirroja has venido!.- sonrió.

-Supongo.-hice una mueca. Ahora que lo miraba detenidamente no era feo, era guapo aunque llevaba un gorro de lana en la cabeza, supongo que para tapar que ya no tenía pelo, ojos miel y la piel mas bronceada que habia visto en mi vida y en su nariz adornaba un piercing de color azul oscuro.

Era la primera persona que conocía de hospital (digo paciente claro esta).

-¡Vas a ver como machaco a este paliducho!.- reí al ver la reacción de Paul.

Al principio pensaba que iba a ser muy rápida la partida. Pero despues me vi sorprendida al ver la rapidez de las jugadas de Jackson. Parecía de subreal.

Miré a Paul con su uniforme empapado y como no, sonriente jugando como un patoso.

De nuevo clavé la vista en Jackson, chillé al ver como se le ponian los ojos en blanco y su cuerpo caía de la silla de ruedas.

-¡Jackson!

¡Den estrellitas y comenten muchoooooooo!

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