6. Sídney: Una Nochevieja
31 de diciembre de 2020
Contra todo pronóstico, Jisung consigue un conjunto que le gusta robando una de las chaquetas de traje de Chan. Los chicos insisten en que no le envíe fotos a Felix. "Así el impacto será mayor", afirma Changbin, colgándole una cadena del cuello. No es el más fanático de ponerse una americana sin camisa, pero le queda bien y hace calor, mejor no llevar capas de más.
Cuando terminan de cenar, después de un millón de halagos de Hannah y un ataque de celos de Changbin porque él no recibió ninguno, salen de casa de los Bang para ir a Marty's. En la puerta, las manos de Jisung empiezan a sudar una vez más. Revisa que su peinado esté correcto, con solo algunos mechones rebeldes que le caen sobre la frente. Se siente bien, está guapo, sus amigos lo dijeron. Solo tiene que armarse de valor y creérselo un poco más.
Cuando entran, el local está lleno. A pesar del mal olfato que ha tenido siempre Jisung, puede sentir los diferentes aromas que se agolpan en el pub. Se tensa un poco, agarrándose automáticamente a la mano de Changbin. El beta no dice nada, solo sigue a Chan hacia dentro, en medio de la multitud, para llegar a alguna parte.
Se detiene junto a una mesa en la que hay personas que saludan con abrazos efusivos al alfa. Changbin también parece conocer a alguno de ellos, seguramente de sus anteriores visitas a Australia. Como esta es la primera vez de Jisung allí, trata de recordar los nombres, pero su mente está en otra parte. Lo empujan hacia una silla, ponen una cerveza en su mano y la bebe. Confía plenamente en que sus amigos cuiden de él, por egoísta que parezca. Ahora mismo solo puede pensar en la ingente cantidad de gente, en la música alta y en todas las conversaciones incomprensibles que se desarrollan a su alrededor.
—Entonces, ¿tú eres el famoso Jisung? —pregunta la chica que está sentada a su lado, cree que se llama Emily, pero no lo recuerda.
—Sí, eso parece —contesta, sonriendo.
—Chan nos ha hablado mucho de ti, ya conocíamos a Changbin, pero todos estábamos deseando verte a ti también. ¿Te gusta Australia? ¿Qué te parece todo por aquí?
—Es muy bonito, es muy... diferente a Corea, sobre todo en Navidad.
—Ah, sí, la Navidad australiana —se ríe, es guapa, tiene los ojos marrones y grandes y el pelo rubio—. Me alegro de que estés disfrutando de las vacaciones... ¿Puedo invitarte a una copa? —Los ojos de Jisung se abren desmesuradamente. Trata de identificar su subgénero, pero es incapaz porque los olores que hay en el local se confunden.
—Yo... ya tengo una copa... —explica, moviendo el botellín en su mano, confundido.
—Bueno, puedo invitarte a algo mejor, ¿qué tal un cóctel? ¿Algo dulce? Tienes cara de que te gusta el dulce.
—No sé si eso es un cumplido o un insulto —suelta sin pensar. La chica vuelve a carcajearse y está seguro de que no ha sido tan gracioso.
—Deja a mi Hannie, está ocupado —interrumpe Chan, pasándole un brazo por los hombros.
—Chris, no puedes ser así de posesivo con tus amigos —reprende ella.
—¿Quién lo dice?
—La sociedad.
—La sociedad no tiene ni idea —desecha el alfa, moviendo su mano libre ante ella como si la despachase. La chica (¿Emily?) frunce el ceño—. No acoses a mi amigo.
—Solo estaba invitándolo a una copa, idiota.
—Estoy bien —aclara en coreano—. Es verdad que solo estaba invitándome a una copa —añade en inglés.
—No aceptes copas de ninguno de estos buitres —advierte—. Emily se acerca a cualquier omega que huela a frutas. Y ya te tenía echado el ojo por algunas fotos de Instagram.
—No es un delito tener un tipo —se defiende ella. Tiene una sonrisa socarrona en la cara que tranquiliza a Jisung.
—Vete a buscar otro de tu tipo —sentencia, antes de tomarlo de la mano y apartarlo de la mesa.
—Oye, no era para tanto —apacigua Jisung cuando lo arrastra hasta otra mesa.
—No se lo tomará a mal, pero es una alfa; aunque tú seas su tipo, ella definitivamente no es el tuyo. Igual que no lo han sido todos los imbéciles anteriores.
Vaya. Eso era nuevo. Hasta ahora Chan no ha sido tan abiertamente antipático con sus parejas. Al parecer, le quedan muchas sorpresas que descubrir de sus amigos.
—¡Gordito! —El grito grave llega a sus oídos por encima de la música y se gira, a pesar del tirón que Chan le da a su brazo.
Felix lo saluda entre la multitud, tan guapo que casi tiene que entrecerrar los ojos para no quedarse ciego por el brillo que desprende. Lleva el pelo hacia atrás, un maquillaje ligero que oscurece los ojos y algún tipo de gloss en los labios. Cuando llega a su lado, lo envuelve en un abrazo automáticamente. Se suelta de Chan y rodea también el cuerpo ajeno.
Aísla el olor a canela, es intenso desde tan cerca. Su cuello está apenas a un par de centímetros, si gira la cabeza puede enterrar allí su nariz. No lo hace porque sería una absoluta falta de respeto, pero lo desea. En su lugar, le da un apretón jubiloso, riéndose. Por fin, susurra su cabeza.
Entonces, lo siente. Es una nariz ajena colocada justo en la glándula de olor de su cuello. Envía un escalofrío por todo el cuerpo. El aliento del rubio se estrella contra su piel mientras roza ese espacio tan íntimo. Hay una aspiración sonora y, justo después, un gemido tembloroso acompañado de las manos de Felix presionándolo aún más cerca. Puede sentir cómo sus cuerpos encajan uno contra el otro.
Se sostiene de la camisa blanca para no caer como un charco cuando el chico recorre su cuello oliendo dos, tres, cuatro veces más. Todas las inspiraciones preceden a una expiración ruidosa y húmeda. Tiene la piel de gallina y los ojos cerrados. Quiere abandonarse allí, dejar que lo desnude y lo haga pedazos en el suelo pegajoso del bar.
—Ehm... ¿Y si nos calmamos un poco? —Es la voz de Chan, o la de la razón, teniendo en cuenta las circunstancias.
Quiere apartarse rápidamente, pero Felix se lo impide. Da una última bocanada y deja un beso nada discreto sobre la vena de su cuello que late descontrolada. Jisung es como un trapo, si lo sueltan ahora se caerá y limpiarán los restos de bebida con él.
—Hola, Gordito —susurra, separándose muy lentamente. Sus manos siguen en su cintura cuando lo aparta para darle una mirada apreciativa—. Estás guapísimo, ¿por qué no me mandaste foto de este outfit?
—Changbin me dijo que no lo hiciera —acusa estúpidamente.
—Tendré que hablar con Changbin, entonces —amenaza.
—Hola a ti también, Felix —interviene una vez más Chan.
—Hola, Christopher. Un placer haber sido interrumpido por ti.
—Me gustaría poder volver a Marty's algún día, así que mejor dejamos las cosas de adultos para la intimidad del dormitorio —farfulla—. Hannie, voy a saludar a algunos amigos, ¿te quedas con Felix o vienes?
—Yo... —La perspectiva de conocer a un montón de gente aleatoria es desalentadora, pero todavía lo es más la de alejarse de Felix ahora que lo ha encontrado. Lo mira, tiene una sonrisa esperanzada. Acaba de darse cuenta de que no podrá decirle que no jamás—. Prefiero quedarme con Felix, si no os importa a ninguno.
—¡Claro que no! Disfrutad de la noche y cuidado de pasarse de la raya con las muestras de afecto, Felix.
—Yes, daddy —se burla con la voz súper aguda. Chan lleva una mueca cansada cuando se aleja—. Ven conmigo.
Felix tiene muchísima fuerza para ser un omega de su tamaño. Es decir, Jisung también va al gimnasio y tiene unos bíceps de los que le gusta presumir, pero la forma en la que el rubio aparta a la gente de su camino sin soltar su mano es toda una demostración de tenacidad. Tiene que relajarse, está bastante seguro de que su olor se revolvió un poco con el abrazo anterior, de hecho, es capaz de oler a Felix todavía. Se pregunta si los demás pueden notarlo. Espera que no lo hagan.
Frenan cerca de la barra, en una de las mesas altas y Jisung se arrepiente de haber venido porque no quería conocer a más gente. Sin embargo, Felix solo arrastra a uno de los chicos que está sentado hasta ellos.
—Seungmin, él es Han Jisung —lo presenta—, Jisung, él es mi amigo, Kim Seungmin.
—Oh, ¡hola! —saluda el muchacho. Es más alto que ellos, tiene una sonrisa grande, el pelo negro y corto y una cara infantil—. ¿Cuántos años tienes?
—Veintisiete —contesta—, encantado. —Y estira la mano para hacer una reverencia porque el coreano de ese chico es suficientemente bueno para saber que es su lengua materna.
—¡Tenemos la misma edad los tres! —exclama Felix con felicidad. Jisung se da cuenta de que ni siquiera sabía cuántos años tenía.
—Podemos usar el lenguaje informal, entonces —bromea Seungmin. Parece agradable, aunque él todavía está un poco abrumado por la situación—. ¿No has venido con otro amigo?
—Sí, Changbin, también es coreano, tiene un año más que yo, bueno, que nosotros —aclara—. Y con Chan, él es coreano-australiano.
—Chan es Christopher, te he hablado de él —aclara Felix.
—Están allí .—Jisung señala a la mesa en la que estaba hace un rato, donde Changbin parlotea con los demás.
—¿Podemos ir a saludar antes de la cuenta atrás? —pregunta el rubio. Asiente, porque, evidentemente, no puede decirle que no.
Otra vez se abre paso sin soltar su mano. Seungmin los sigue, tiene una forma de caminar elegante, con la espalda recta y pasos seguros. Cuando llegan, Changbin se escurre de su silla para darle un abrazo a Felix y decirle lo bien que se ve. Si nota la forma en la que el pecoso aprieta a Jisung contra él, no dice nada.
El resto parece conocer también al rubio y hay distintos saludos.
—Este es mi amigo Seungmin, se mudó a principios de este año. Es abogado. —Se pavonea ante todos los ocupantes de la mesa.
—No hace falta darles mi currículum, estamos en una fiesta —se queja el más alto, esta vez en inglés—. Es un placer.
Changbin también se presenta y dice los nombres de todos los que están sentados. Jisung solo se queda allí parado, con el brazo de Felix alrededor de su cintura. Lo vuelven a empujar, el pub está a rebosar y es imposible moverse cómodamente. Cada golpe de un hombro ajeno lo acerca más al otro omega y también a la espiral de ansiedad que se construye en su interior. Se toca el esternón, metiendo una mano por debajo de la solapa de su chaqueta y respirando hondo para calmarlo.
—Hola, hola —Chan llega junto a ellos y él sí se fija en el lenguaje corporal de Jisung—. ¿Quieres salir un rato, Hannie?
—¡Pero queda poco para la cuenta atrás! —dice Emily desde su sitio. Al parecer, ella no se ha fijado en que Felix lo sostiene—. ¿No brindarás conmigo?
—Bueno, te dije que lo dejaras en paz —replica Chan, antes de que nadie pueda hablar—. Vamos un rato a la calle, Hannie.
—No, no, no hace falta —miente, sacando la mano de su pecho—. Podemos quedarnos hasta la cuenta atrás.
Chan le da un apretón en el hombro, mirándolo fijamente. Sabe lo que está haciendo, está intentando adivinar cómo de cerca está el ataque de pánico. Todavía parece lejano, pero Jisung no descarta que ocurra en cualquier momento.
—Yo creo que deberías dejar que Felix y Jisung hablaran un rato —comenta Changbin, que estaba ocupado hablando en coreano con Seungmin un segundo atrás—. Id a dar una vuelta, nosotros cuidamos de tu amigo.
—Claro que sí —secunda Seungmin—. Hola, por cierto, soy Kim Seungmin. Tú debes de ser Christopher.
Pasa algo: Chan se endereza y estira la mano con una ceremonia un poco demasiado formal. Chan era un tipo cercano incluso cuando vivían en Corea, pero parece que hay algo en el acento del amigo de Felix, o en el propio chico, que activa al mismo tiempo todos los modales que tenía guardados. Los dos se inclinan con una reverencia y el alfa no le suelta la mano hasta unos segundos después. Jisung quiere ser un poco más perspicaz, pero alguien lo vuelve a empujar y casi cae sobre la mesa.
—Vamos —advierte Felix, sin dejarle tiempo para reponerse antes de arrastrarlo de nuevo a través de la marabunta.
Cuando la puerta se abre y salen a la noche calurosa, Jisung siente que puede respirar por primera vez en mucho tiempo. Lo sigue hacia el callejón lateral sin hacer ninguna pregunta. Hay unas escaleras de piedra que suben hasta la azotea del edificio. Solo es un piso, pero todavía está oscuro cuando llegan arriba. No pregunta qué hacen ahí, no lo necesita, es suficiente con estar al aire libre, sin ser empujado literal y figuradamente.
—Se supone que no se puede subir aquí hoy —aclara el chico, llevándolo hasta un sofá en la esquina. Hay algunas mesas con sombrillas cerradas aquí y allá—. Marty cierra la terraza en Nochevieja porque es imposible atenderla con tanta gente. Es un desperdicio, aquí se ven los fuegos artificiales mucho mejor —Jisung se sienta a su lado y se lleva la mano una vez más al pecho—. Abajo estaba un poco agobiante, ¿verdad?
—Sí, aquí se está mejor —asegura, relajándose contra el respaldo.
Se quedan en silencio un rato, mirando al cielo sin luna. Ahora puede percibir como el olor a canela se mezcla con el suyo. Está sobre su propio cuerpo, en su traje y en su cuello. ¿Felix lo perfumó? Es posible que empezara a hacerlo, aunque Chan los interrumpió. Descubre que no le molesta, al contrario, le encantan juntos, igual que le gusta que el chico le esté dando tiempo y espacio para calmarse.
—No actives tus poderes ahora, si llueve, no veremos los fuegos artificiales —dice de pronto. Por el rabillo del ojo, lo ve sonriendo y mirando al cielo.
—Gracias por sacarme —murmura, escurriéndose por el sillón para estar más cerca de él—. Ya me encuentro mejor.
—No hay de qué, yo también quería salir. Hacía muchísimo calor. —Lo duda, seguramente podría quedarse hasta la cuenta atrás y bailar un poco, es bailarín, después de todo.
—No controlaré el tiempo hoy —añade, con una sonrisa un poco más compuesta.
Se oyen gritos desde abajo y Felix saca rápidamente su teléfono móvil. Parece que quedan unos segundos para el año nuevo.
—Nueve... Ocho... Siete... Seis... —cuenta, siguiendo el escándalo que se escapa del pub a pesar de su insonorización.
—Cinco... Cuatro... —Jisung lo acompaña, contagiado por la enorme sonrisa del rubio.
—Tres... Dos... Uno —dicen al mismo tiempo.
—¡Feliz año nuevo! —exclama, un segundo después el primer cohete sale disparado, explotando en el cielo.
El corazón de Jisung repiquetea en su pecho al son de la pólvora. Los colores iluminan la piel de Felix y sus pecas parecen una enorme constelación de formas aleatorias. ¿Eso que hay junto a su ojo es un corazón? Parece un pequeño corazón marrón que se ve azul cuando hay un nuevo retumbe de colores. Su mano se mueve por sí sola hasta la mejilla ajena.
El rubio aparta las pupilas de las luces para mirarlo. Es intenso, tanto como él, como sus conversaciones y su olor a canela. Precioso, brillante, explosivo, como un fuego artificial. Están cerca, tan cerca que Jisung está a punto de caer sobre su regazo. Quiere un abrazo más, quiere sentir a qué huele su cuello y gemir de placer, quiere besarlo, quiere tocarlo, quiere hacerlo todo con él.
—¿Sabes que en Australia es tradición darse un beso en año nuevo? —susurra, con su voz grave y sus ojos mirando fugazmente a los labios de Jisung.
—Donde fueres, haz lo que vieres, ¿no? —comenta, con una seguridad que no sabe de dónde ha salido.
Felix vuelve a sonreír y se lame los labios, el único aviso antes de que se unan a los suyos. La sensación lo deja sin respiración, congelado y al mismo tiempo ardiendo. Hay una efervescencia que nace en su estómago y recorre todo su cuerpo cuando las pequeñas manos del chico le agarran las mejillas para profundizar el beso.
Sus labios son suaves, menos demandantes de lo que esperaba, pero Jisung ya no tiene paciencia. No ahora que están tan cerca y puede notar el ligero sabor del cóctel que tomó antes de subir. Abre la boca por sí mismo, invitándolo a entrar, a explorar. Sus lenguas se juntan en el camino, aunque tiene los ojos cerrados, hay una imagen de cómo se verán ahora mismo en su córtex. Es sensual, es hermoso, es perfecto.
Las manos desaparecen de su cara y llegan a su cintura, está tan concentrado en saquearle la boca al muchacho que no se da cuenta hasta que tiran de él. Está sentado a horcajadas en su regazo y todavía se besan. Las lenguas danzan juntas, sus feromonas se mezclan en el aire, cubriéndolos como la cama de pétalos de jacaranda, pero mucho más dulce.
Enreda sus dedos en el pelo fijado de Felix y le da igual despeinarlo. Todo en lo que puede pensar es en obtener más de él, más besos, más placer, más. Le mordisquea los labios, reclama el premio que lleva esperando desde el día que se comió su helado. Su pecho palpita, su esternón quiere abrirse para él al mismo tiempo que el chico dirige sus caderas para que estén todavía más juntos. Es excitante y Jisung nunca se ha sentido tan libre.
En el momento en el que sus entrepiernas se unen, algo revienta. No sabe si es su paciencia o su vergüenza, pero se le escapa un gemido necesitado que Felix se traga. Lo besa una vez más, cien veces más, mientras los estallidos siguen a su espalda y la gente festeja en la calle. No existen para él; solo están ellos, uno sobre el otro, unidos en todos los lugares importantes. Jisung es un cohete, es un puñado de pólvora volando para convertirse en una palmera de mil colores. Los dos lo son, son fuegos artificiales besándose en el cielo.
Pum, pum, pum. Es su corazón, es el de Felix, son sus labios comiéndose, sus lenguas peleándose, sus salivas mezclándose, son los cohetes reventando, es el mundo desapareciendo, es el sonido de sus gemidos, el siseo de sus ropas, los gritos de celebración de los que salieron a la calle a ver el espectáculo. Es todo eso y todavía más.
Las manos del rubio agarran sus nalgas, los dedos se clavan con fuerza, Jisung se olvida de que es una persona educada. Se separa de sus labios para enterrar la nariz en el cuello ajeno, el lugar al que quiere llegar desde el día que lo conoció. La canela inunda sus sentidos y sabe que se quedará grabada para siempre en su pituitaria. Lame la piel como quiso hacerlo en el zoológico, sabe ligeramente salado por la transpiración, pero no le importa. Su boca se engancha sin reparos sobre la glándula de olor ajena y absorbe todo lo que pueda conseguir. Felix gime, presionándolos más fuerte.
Sus cuerpos se rozan. Está duro, está húmedo y no le importa. Es un omega subido al regazo de otro omega y le da igual. Todo lo que necesita es esto. Cree que podría dejar de comer y beber para alimentarse de Felix, del sonido de sus gemidos graves, de las manos que se aferran a su trasero con fuerza, de su boca ávida que vuelve a besar.
No sabe cuánto tiempo pasa, ya no hay pum, pum, pum en el aire. Solo están sus cuerpos y sus voces sin decir ni una palabra. Sus alientos se encuentran cada vez que se separan para seguir besándose un segundo después. Un millón de besos no es suficiente, nada lo es. Es capaz de apartarse para mirarlo a los ojos. Están vidriosos y cree que los suyos también. Él no tiene muy buen olfato, pero huelen tan excitados que es imposible no darse cuenta de lo que está pasando.
—Feliz año nuevo, Felix —susurra.
—Feliz año nuevo, Gordito. —Una risa tonta burbujea en su pecho por el apodo. No le ha importado hasta ahora, pero suena bonito cuando lo dice desde tan cerca.
Vuelven a besarse, no sabe por cuánto tiempo. Tal vez han pasado cien nocheviejas más allí sentados, alimentándose el uno del otro, sobreviviendo al paso de los días y los meses. No es suficiente. Quiere desnudarlo y enterrarse dentro de su cuerpo, que él se entierre en el suyo. Saborear cada parte de su anatomía como si, verdaderamente, fuera su fuente de energía.
Ring, ring. Es un teléfono, descubre, está sonando en algún lugar demasiado cercano. Le molesta, no quiere más ruidos que los que ya hay, quiere escuchar a Felix gemir como si estuviera en una habitación con un equipo Dolby Surround. Sin embargo, el muchacho lo aparta, porque el móvil sigue sonando.
—Creo que es el tuyo —avisa, señalando al bolsillo delantero de Jisung.
A regañadientes, se contorsiona para sacar el aparato y ve el nombre de Chan en la pantalla. Lo silencia y vuelve a besarlo. A la mierda Chan, a la mierda Changbin, a la mierda Corea y a la mierda su vida. Todo a la mierda menos el omega rubio que sabe a cóctel y huele a canela.
—Vas a tener que contestar —insiste, con sus bocas unidas, cuando el aparato vuelve a sonar.
Frustrado, contesta con un gruñido.
—¿Qué pasa?
—¿Dónde estás? Nos vamos a casa —dice su amigo—. Puedes quedarte si quieres, dile a Felix que te acompañe después, o quédate a dormir con él... No sé... Bien... Puedo hacer la maleta por ti mañana, si quieres...
La realidad lo golpea como un coche en marcha. La maleta. Tiene que hacerla porque se va pasado mañana, o mañana, teniendo en cuenta que ya es día uno. Su cuerpo ardiente se enfría como si lo hubieran bañado en nitrógeno líquido. Mira a Felix y se siente culpable por todo. Tiene que hacer la maleta, tiene que volver a la realidad, tiene que apartarse de él. Así que lo hace.
—No, espérame, me voy contigo. —Puede percibir la decepción en la cara del rubio. Lo prefiere sonriente, después de todo. Ya no sabe si quiere conocer las otras muecas que hace.
—No me importa hacer tu maleta, Hannie, disfruta...
—No —interrumpe—. Espérame en la puerta del pub. —Cuelga sin dejar lugar a réplica.
Se levanta del sofá con el ánimo por los suelos y la sensación de que ese momento será algo de lo que no se olvidará en mucho tiempo. Va directamente hacia las escaleras, sin decir una palabra. Escucha a Felix tras él, sus pasos rápidos para encontrarlo en el camino. Cuando llega a la salida del callejón, está decidido a marcharse corriendo antes de ponerse a llorar, pero el muchacho se lo impide, tirando de su brazo.
—Un último beso antes de que te marches —avisa antes de volver a besarlo. Ni siquiera le importa que estén justo en la bocacalle o que cualquiera pueda verlos. Después de todo, esta no es la realidad, es un sueño hermoso del que no quiere despertar jamás—. Ahora sí. —Sonríe de nuevo.
Lo lleva de la mano, sin soltarlo, hasta que encuentran a Chan y Changbin en la puerta del local. Los ojos de ambos los recorren y se quedan un rato en algún lugar en el pecho de Felix. Jisung lo mira también y se da cuenta de que tiene un chupetón rojo en su cuello que no oculta su camisa. Avergonzado, se separa de él para refugiarse en el brazo del alfa.
—Me lo he pasado muy bien, Jisung —asegura Felix.
—Se nota —bromea Changbin, pero no le hace ni puta gracia.
—Lix, ¿nos vamos? —Seungmin aparece desde algún lugar y agarra a su amigo. Se van después de una despedida educada. Ellos también emprenden el camino de vuelta a casa.
Jisung se da cuenta de que todavía huele la pólvora de los fuegos artificiales en el aire. También huele a canela y manzana.
1 de enero de 2021
Con la resaca emocional más desagradable que ha vivido nunca, Jisung se resigna a darse una ducha pero se niega en rotundo a vestirse con algo más que un asqueroso pantalón corto que encuentra en la habitación de Chan y una camiseta sin mangas que Changbin ya había usado. No es que tenga un fetiche especial por la ropa usada, es más bien su omega rascando dentro de su cabeza porque necesita consuelo.
Hace la maleta con rabia, tirando dentro la ropa arrugada, sin prestarle atención a nada más que a terminar ese estúpido trámite. Changbin y Chan juegan a la consola abajo, puede escucharlos gritar cuando uno de ellos pierde. Debería estar acostumbrado, pero no lo está. Cada adiós pesa igual que el anterior, a veces más. Es lo malo de ser como él: se obsesiona con la gente y no soporta las despedidas. Todavía recuerda haber pasado más de dos meses sin contestar ningún mensaje de Chan cuando se mudó a Australia.
Y ahora, muchos años después, sigue necesitándolo como el día que se marchó.
Se sienta sobre la tapa del equipaje y lo cierra. La cremallera se engancha con algo, pero no le importa lo suficiente como para tratar de apartarlo. A estas alturas, le da igual si se lo pierden o si su ropa aparece sobre la cinta transportadora sin la maleta.
Llaman al timbre, Jisung sabe que tiene que salir de la habitación porque seguramente los Bang están llegando para decir también adiós. Baja las escaleras intentando forzar una enorme sonrisa que desaparece cuando ve a Felix dejando sus zapatos en la entrada. Lleva en las manos un par de bolsas que Chan agarra diligentemente.
—Oh, Hannie, iba a llamarte —dice el alfa en cuanto le ve, al pie de las escaleras con la ropa asquerosa que huele a ellos dos.
—¡Felix, entra! —chilla Changbin desde el sofá.
—Ya que el dueño de la casa te invitó, deberías pasar —ironiza Chan con un resoplido—. ¿Tengo que meter algo en la nevera?
—Como prefieras. Es haejangguk de pasta de soja, lo hice para mí y para Minnie y pensé en traeros un poco. Estará frío, puedes calentarlo más tarde.
—Eres un ángel, Lee Felix —exclama Changbin, sin apartar los ojos de la pantalla.
—También traje galletas —añade. Está mirando a Jisung, que se siente expuesto con ese atuendo de mierda que eligió llevar para revolcarse en su propia miseria—. ¿Te gustan las galletas, Jisung?
—Puede comerse diez de una sentada.
—¡Seo Changbin! —reprende, cansado de ser humillado.
—¿Es mentira?
—No exhibas las vergüenzas de tu hijo de esa forma —regaña Chan con una sonrisa taimada. Sale de la cocina con uno de los contenedores y lo deja sobre la mesita de café, sentándose en el sofá—. ¿Quieres jugar un rato, Lix?
—Oh, sí, por supuesto.
Jisung todavía está paralizado en el pie de la escalera, mirando como el rubio agarra un mando para enfrentarse a Changbin en loquesea que estén haciendo. Quiere acercarse, pero apesta. Y si sube y se cambia será todavía más terrible para su dignidad.
—Toma, Hannie. —Chan le ofrece una galleta llena de chispas de chocolate que parece realmente apetecible. También sabe que es una invitación para que se acerque al sofá y deje de estar ahí pasmado.
Se encamina y una mirada del alfa le hace cambiar el destino de su trasero para sentarse justo al lado de Felix. Quiere decirle que su ropa huele a ellos, pero no es capaz de hacerlo antes de que la sonrisa cegadora del rubio lo ate a su lado como un par de cadenas.
Agarra la galleta que Chan le ofrecía y se la mete en la boca. Está tan buena que gime en voz alta. Las manos de Felix tiemblan a su lado y sus mejillas se sonrojan. Changbin grita porque ha ganado la partida de... ¿Mario Kart?
—¿Por qué no me dijisteis que estabais jugando a Mario Kart? —se queja, con la boca llena de dulce.
—Porque estabas ocupado —contesta el beta, encogiéndose de hombros con indiferencia.
—Porque no querías que limpiara el suelo con tu culo, querrás decir.
—Nada que ver, soy una máquina del Mario Kart, acabo de reventar a Felix en menos de un minuto. Y ahora estamos jugando nosotros, solo hay dos mandos.
—Bueno, para ser justos, Hannie distrajo a Lix. Y tú llevas mucho rato jugando.
—¿Te pones de su lado porque te gané, Chan hyung?
—No estoy del lado de nadie.
—No uses la cartita de hyung —refunfuña Jisung—. Tenías miedo de que te hiciera perder todas las partidas.
—¡Le gané a Bang Chan!
—Chan es peor que tú jugando.
—¿Recuerdas que hace dos segundos te estaba defendiendo? —comenta el alfa, enterrando los dedos en la cintura de Jisung para hacerlo saltar.
—¡Ay! ¡Para! —chilla, cayendo contra un desprevenido Felix que solo puede rodearlo.
—Puedes jugar con mi mando... —propone el rubio.
—Seremos justos, el que pierda dos de tres partidas tiene que ceder el mando —sentencia el dueño de la casa, solemnemente. Changbin todavía se queja un poco, pero acepta.
Felix le patea el culo tres veces seguidas al idiota y Jisung tiene tiempo de burlarse, dándole con el pie en el hombro desde su lugar. El beta se venga mordiéndole el tobillo como un perro callejero y Chan tiene que volver a interceder.
En cuestión de una hora, todos han jugado a Mario Kart lo suficiente para entender que el rubio es imbatible. El alfa ha tenido que mediar en dos o tres peleas más, una de las cuales incluyó a Changbin aplastando la cabeza de Jisung con su enorme brazo y al propio Felix tratando de hacerle cosquillas al beta para liberarlo.
El contenedor con las galletas ha menguado lo suficiente para que le entre sed, así que se levanta y va a la cocina.
—Oye —Felix mantiene la voz baja, solo para ellos, mientras los otros dos cambian de consola y buscan la versión de Tekken que Chan tiene descargada—, ¿te gustaron las galletas?
—Sí —contesta, dejando el vaso de agua sobre la encimera y alisando la apestosa camiseta—, eres un cocinero increíble.
—La repostería se me da mejor que la cocina —afirma, humilde, dando un paso más cerca de él.
Se miran por unos segundos, Jisung trata de contar las pecas de su rostro, de grabar en su retina todo lo que pueda de sus facciones. Almacena la información a buen recaudo y sonríe. Es imposible no sonreír cuando está ahí, tan guapo, tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos de su alcance.
—Eso tendré que juzgarlo cuando pruebe la sopa —bromea.
—¿Puedo besarte? —interrumpe. ¿Cómo demonios va a decirle que no?
En un instante están cada uno a un lado de la cocina y al siguiente están uno sobre el otro, con las manos desquiciadas, aferrándose a cada pedazo de tela y piel que encuentran, y sus labios tocándose.
Durante la mañana ha pensado en varias ocasiones que tal vez había exagerado las sensaciones de besar a Felix por las circunstancias. Después de todo, acababa de salvarlo de un ataque de pánico, estaba especialmente guapo y tenían los fuegos artificiales. Pero no, se siente igual de intenso en la cocina de Chan, con la ropa usada de sus amigos y el pelo de ambos limpio de fijador.
Saquea su boca igual que la noche anterior y Felix parece mucho más osado hoy, porque introduce una mano por debajo de la camiseta para acariciar su espalda, mientras la otra lo sostiene por el cuello. Cree que es justo hacer lo mismo, así que deja que sus dedos se cuelen bajo el dobladillo y toca la piel sedosa que hay debajo.
Hay electricidad, puede que salten chispas incluso cuando lo empuja contra la encimera. El mármol golpea en la parte baja de la espalda de Jisung y todavía no se queja de nada más que de no tener suficiente de la boca de Felix.
—¡Subid a la habitación! —grita Changbin desde la sala, interrumpiéndolos.
Se separan con las mejillas empolvadas y la respiración agitada. En el pecho de Jisung parece que hay una estampida. No hay que tener un gran olfato para percibir el intensísimo olor que desprenden los dos, probablemente sus amigos sepan lo que estaba pasando sin siquiera mirar.
Sabe que si suben, las cosas irán a más. No cree ser capaz de desprenderse del recuerdo de Felix si llega a desnudarse para él. Si se acuestan, Jisung se obsesionará hasta la enfermedad y sufrirá como cada maldita vez que cree que alguien será una larga estancia y termina desapareciendo.
—¿Por qué no vamos al patio un rato? —sugiere Felix, sacándolo del atolladero. A veces piensa que le lee la mente.
Cuando salen de la cocina, Chan tiene las orejas rojas y le está dando una paliza a Changbin en el videojuego. Se dirigen al patio trasero de Chan, donde los limpió con la manguera. Se sientan juntos en el sillón balancín de mimbre y miran el espacio en el que hay algunos arbustos, una barbacoa y una pelota de fútbol.
—Me voy mañana por la mañana. —Jisung rompe el silencio con la peor de las noticias, pero así es mejor, como quitar una tirita.
—Ah... ¿Ya hiciste la maleta?
—Sí. Acababa de terminar cuando llegaste. —La mano de Felix es pequeña, enreda sus dedos juntos. Jisung está definitivamente más bronceado, aunque la piel del rubio también tiene un tono meloso muy atractivo.
—Entonces, ¿te gustó más la Navidad australiana que la coreana?
—No está mal —miente. Aunque prefiere el invierno y la nieve, en Corea no es ni la mitad de libre que aquí. Nunca se le ocurriría ir a la playa sin ponerse una camiseta, tener una cita con un omega en un parque y, sobre todo, jamás besaría a nadie en una calle donde pudieran verlo. Por supuesto que esa había sido una de las mejores navidades que tuvo Jisung jamás.
—Bueno, algo es algo. Sigo pensando que Sídney es mejor que Seúl —bromea—. Tal vez puedas hacerme cambiar de opinión si voy...
—Felix, espera —interrumpe—. Soy una mierda con las despedidas —explica, soltándose de su mano y levantándose del columpio. El rubio lo deja continuar sin decir nada—. No quiero... Eres estupendo, eres la persona más genial que he conocido nunca... Pero no puedo hacer eso... No puedo seguir en contacto contigo y prometerte nada, dijimos que sin expectativas...
—Ver a un amigo en Seúl no es una expectativa, Jisung —corrige el chico. Tiene las cejas fruncidas—. Dijimos como amigos y así será. No pretendo tu fidelidad y lealtad para el resto de mi vida.
—Yo no beso a mis amigos como te beso a ti, jamás besaría a Chan o a Changbin —añade, con una mueca de asco ante la imagen—. Pero si prometes venir a verme, luego prometeré venir y eso se convertirá en un bucle infinito del que saldremos los dos dañados.
—No lo creo —discute—. Sé lo que es no tener expectativas. ¿Crees que no sé separar las cosas?
—No, soy yo el que no sabe hacerlo —resopla, pasándose la mano por el rostro—. Me obsesiono con la gente, ¿recuerdas? El apego ansioso del que habla Changbin... No puedo seguir en contacto contigo porque no voy a poder tener una vida normal.
—¿Borras de tu vida a toda la gente con la que te besas?
—Borro de mi vida a la gente de la que me tengo que despedir. Menos Chan, él tiene algún tipo de salvoconducto.
—Entonces, ¿cada vez que terminas una relación, solo eliminas a esa persona de tu lista de contactos? —pregunta, parece sinceramente curioso.
—Sí. Es más fácil así. No puedo... No me gustan las despedidas. Esto es un alquiler vacacional, los alquileres vacacionales son eso, vacacionales. Son más bonitos e intensos porque tienen una fecha de salida. La de... esto —Señala entre ellos—, es hoy.
Felix está en silencio, sigue con el ceño fruncido y ahora se ve un poco más enfadado que al principio. Jisung confirma que no quiere ver ninguna de las otras caras que tenga porque cada una le parece más encantadora y aterradora al mismo tiempo.
—Está bien —suspira el rubio, levantándose del columpio—. Siento haber venido hasta aquí.
—No, me gustó verte... Y le gustas a Chan, me lo dijo desde el día que le conté que estábamos hablando... No tienes que... No tienes que perder el contacto con él por esto.
—Yo no borro a la gente de mi vida solo porque se alejen un tiempo —El resquemor es duro, retumba en los huesos de Jisung y lo deja desconcertado—. Espero que tengas un buen viaje.
No entra a la casa hasta mucho rato después, cuando escucha las despedidas y la puerta delantera cerrándose. Chan lo está esperando cuando lo hace y abre los brazos. Se deja caer en el sofá, con el alfa sujetándolo. No dice nada, no llora, no se queja, no chilla. Solo se mantiene en ese lugar lleno de incertidumbres donde la única certeza son los aromas a hierba y menta.
2 de enero de 2021
—No tienes por qué borrarlo. Puedes mantenerlo y hablar con él algún día... No sé...
—No me haría bien. Tengo que seguir con mi vida —contesta Jisung, justo antes de bloquear y eliminar el contacto de Felix de Kakao Talk. Seguidamente, elimina el match de Tinder y, en un arrebato de rabia un poco infantil, borra la aplicación. Pone el modo avión y se guarda el móvil en el bolsillo.
El avión despega y mira por la ventanilla como Sídney es cada vez más pequeño, como se queda cada vez más lejos.
—Jisungie —susurra Changbin. Él lo mira justo en el momento en el que le agarra la mano—, todo mejorará, este será tu año.
—Me vale con que no sea peor que el anterior.
—¿Sabes que te quiero mucho?
—No te pongas sentimental, no estoy borracho y no podré soportarlo.
—Pero es que te quiero.
—Déjame dormir, Changbin —gruñe, soltándose para subirse la sudadera y colocarse los auriculares con cancelación de ruido.
***
Les dije que habría un poco de drama, solo un poquito.
Pero el final será explosivamente feliz, tanto como fuegos artificiales llenos de algodón de azúcar.
¡Nos vemos en el infierno!
PD: Este es el outfit de Jisung
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