17. Epílogo: Madrid

31 de diciembre de 2026

En Madrid no hace tanto frío como en Corea del Sur, pero Jisung se queja, pegándose a Felix. Están en la calle, aplastados por una maraña de gente borracha que baila canciones que no conoce.

Minho brinda con unas chicas españolas, el alfa no habla español y las muchachas no controlan el inglés, aún así, se están entendiendo. Jeongin comenta por décima vez lo exquisítamente vestido que va Hyunjin con ese abrigo Versace. Changbin y Seungmin intentan averiguar el nombre de la canción que está sonando por los grandes altavoces que están colocados en un lateral de la plaza. Todo es perfecto.

—Tomad. Recordadlo bien, una uva de la suerte por cada campanada —exclama Chan, repartiendo paquetitos con doce uvas verdes a cada uno.

Jisung no entiende bien la tradición, pero absolutamente todo el mundo está haciendo lo mismo porque queda menos de un minuto para las 12. Seungmin abre una botella de cava (que sabe igual al champán, pero no empezará una discusión sobre las supuestas diferencias porque la denominación de origen no cambia el sabor, por más que Minho insista).

Tienen copas de plástico, es divertido. España es un país vibrante y su forma de festejar supera con creces cualquier cosa que haya vivido en Corea o Australia. Ahí están todos sus amigos, incluso los que viven lejos, en la Puerta del Sol, a pocos segundos de saludar al año nuevo. ¿Quiere llorar? Sí. ¿Va a hacerlo? Probablemente.

Mientras, disfruta del olor a canela que se impregna en su propia ropa y de la visión de este Felix perfecto, con su cabello negro peinado y sus labios brillantes por el gloss.

—¡Ya empieza! —grita Changbin.

El reloj de la torre frente a ellos suena; Jisung, confundido, toma la primera uva. La chica española grita algo, negando con la cabeza. Hace aspavientos agresivos y le agarra del hombro, así que escupe la fruta con confusión.

Look at me —ordena. No entiende nada pero decide obedecer a la nueva amiga de Minho por temor a que vuelva a increparlo.

El carrillón deja de sonar de pronto y, un segundo después, la primera campanada se hace eco en toda la plaza. La chica se lleva una uva a la boca, todo el mundo lo hace, así que los imita recogiendo la fruta que casi masticó antes.

Va demasiado rápido, todos tienen las mejillas llenas, Hyunjin lleva tres campanadas de retraso y Jisung agradece a la genética el superpoder de guardar comida en sus carrillos.

—¡Feliz año nuevo! —La plaza entera estalla en un júbilo ruidoso. Desde la propia torre sale la pirotecnia y hay abrazos y besos por todos lados. Jisung mastica a duras penas la bola de fruta que se ha formado en su boca para tragarla.

Se gira hacia Felix y va directo a sus labios. Es la tradición, debe mantenerla, es el último beso del año y también el primero. Quiere continuar así por el resto de su vida, hasta que sean viejitos y estén en una residencia en sillas de ruedas.

El muchacho se ríe, agarrándolo con fuerza. Sabe a uvas dulces, a una vida juntos, a amor y a felicidad.

—Feliz año nuevo, Gordito —susurra contra sus labios.

—Feliz año nuevo, sunshine.

Changbin y Chan los abrazan a los dos al mismo tiempo; Jisung es el queso y Felix el jamón en el resto de muestras de cariño de todos sus amigos.

—Brindemos —invita Minho, levantando su copa. Las elevan y las unen, no tintinean porque el plástico no suena igual de bien que el vidrio—. Por celebrar juntos la próxima Nochevieja.

—Este año deberíamos ir a Times Square —sugiere Hyunjin.

—Suena bien —afirma Jisung, dándole un trago a su bebida—. ¿Qué opinas, sunshine?

Hay algo extraño en la mueca de Felix, algo que no ha visto antes. Sostiene en su mano la copa de cava y aprieta los labios con fuerza. Parece ligeramente contrariado. ¿Ha dicho algo inadecuado? ¿Tiene algún problema con Nueva York? Lo mismo odia los Estados Unidos y ellos están ahí, planeando viajar a la Gran Manzana sin tenerlo en cuenta.

—Podemos ir a otro lugar si no te gusta Times Square. —Seungmin es más rápido que él. Le pasa una mano por la espalda a Felix y ahora tiene la atención de todos sus amigos.

—No, no es eso. Ya hablaremos...

—¿Está todo bien? —pregunta Chan, el gran alfa que se ha autoerigido como líder de la manda. Le acaricia la cabeza al pecoso y parece preocupado.

—Sí, sí, todo está bien.

—Entonces, brindemos por tener un gran año —reclama Changbin—, un larguísimo año para pensar a dónde podemos irnos de viaje la próxima Nochevieja.

Felix no bebe, ahora Jisung no le quita un ojo de encima. Su olfato es malísimo, hay mucha gente a su alrededor y no puede detectar lo que le pasa. Se está poniendo nervioso y sus amigos, particularmente Chan, sí son capaces de darse cuenta de la ansiedad del arquitecto elevándose.

—Gordito, todo va bien, te lo prometo —murmura Felix en su oído, dándole un beso en la mejilla.

—¿Estás seguro? No has bebido, no estás enfermo, ¿verdad?

Un segundo de silencio, dos, tres... El corazón de Jisung va a salirse de su pecho, va a caer al suelo y se llenará de todos los restos asquerosos que empapan la plaza. Un fuego artificial estalla en el cielo. Felix sonríe con un poquito de condescendencia.

—No quería decírtelo así.

—¿El qué? —apremia, temblando por los nervios.

—Probablemente no podamos viajar muy lejos la próxima Nochevieja.

—¿Es por la academia? ¿Va mal? Yo pagaré el viaje... —balbucea, dejando caer al suelo la copa para sostener las mejillas del hombre—. Dime que no estás enfermo, por favor... —Está suplicando y lo hará mil veces antes de aceptar que algo malo le ocurre.

Sus amigos están en silencio. Su aroma debe estar descontrolado porque percibe el intento de Jeongin y Changbin de calmarlos con sus feromonas beta. Todavía puede concentrarse en el dulce y cálido olor de Felix. No parece enfermo, su aroma no delata enfermedad, no está nervioso ni triste. Jisung tiene que dejar de montarse películas de terror en su cabeza.

—Gordito, no estoy enfermo —informa, lanzando su copa llena al suelo para abrazarlo más cerca. Definitivamente, Jisung va a llorar.

—Felix... —susurra, tragando con la saliva el nudo de ansiedad que se asienta en su garganta. No sirve de nada porque ahora parece tenerlo en el estómago.

—Dios mío, odio que seas tan impaciente y dramático —bufa el muchacho, apretándole las mejillas. Se acerca un poco más—. No vamos a poder viajar lejos porque vamos a tener un bebé.

Los ojos de Jisung se abren desmesuradamente. Su centro de gravedad se tambalea al mismo tiempo que una ristra escandalosa de cohetes explota. Está mareado, va a caerse al suelo.

Sus ojos se llenan de lágrimas mientras la algarabía de la plaza no los alcanza. Son ellos dos y los otros seis seres humanos que los rodean. Es un fuerte hecho de músculos, huesos, carne y sentimientos, las murallas que han protegido a Jisung en los últimos años, los amigos incondicionales que no sabía que podía hacer.

Felix es una aparición divina ante él, un triste pagano que lo hizo sufrir alguna vez. Quiere darle las gracias por todas las bendiciones, rezarle cada día arrodillado, llevar su frente al suelo y rogarle que nunca lo abandone. Pero no tiene palabras porque su garganta está amarrada con un nudo Windsor igual al de la corbata que lleva puesta.

¿Qué podría decir que sea suficiente? Su boca indigna no sabe ninguna palabra que condense la pura felicidad que explota en su pecho como los cohetes de Año Nuevo.

—¿Me escuchaste? —pregunta Felix, con su mueca tornándose preocupada ante el silencio que recibe—. Jisung, ¿estás bien? —Se acerca un paso más, aunque sea casi imposible.

Felix le acaricia las mejillas y ahora sí puede sentir su olor claramente, está confundido, alterado, probablemente se pregunta si esa noticia que se suponía feliz le ha sentado mal. Y Jisung tiene que actuar ahora. Tiene que decirle que lo ama, que es la cosa más hermosa del mundo y que nunca será merecedor de su presencia.

—Volvería a firmar mil veces más —susurra, un poco estúpido, pero lleno de cariño.

—¿Firmar el qué? —cuestiona Felix, confundido.

—La hipoteca —explica, justo antes de lanzarse para besarlo en la boca.

Sus salivas llevan el recuerdo de las uvas de la Buena Suerte. Lo mismo es verdad, igual esa tradición es mágica y por eso le está sonriendo la fortuna. Se alegra de haber almacenado sus doce frutas en los carrillos y no saltárselas como Hyunjin.

Lo sostiene contra su cuerpo, rodeando su cintura, bebiéndoselo como un manantial. Huele a canela, a manzana, a omegas, a las miles de personas que los rodean, a sus seis amigos que están cerca, expectantes, probablemente conteniéndose unos a otros para no apretujarlos en un abrazo.

Se ríe contra los labios de Felix y se separan. Sus carcajadas parecen maníacas, pero es gracioso imaginarse a Chan tapándole la boca a Changbin para que no salte contra ellos y los dejé celebrar en paz por unos minutos.

Su novio no entiende por qué se ríe, pero también lo acompaña. Ese ruido contagioso pasa de uno al otro, rebota, se inflama, sube al cielo y baja, igual que el propio Jisung.

—¡Vamos a tener un bebé! —grita Han al aire, en coreano—. ¡Vamos a tener un bebé! —repite, enajenado, sacudiendo a Felix. La risa le enciende las mejillas al australiano.

—¡Vamos a tener un bebé! —confirma el pecoso. Y Jisung lo vuelve a gritar y luego lo están diciendo los dos al mismo tiempo, coreándolo como si estuvieran en un estadio de fútbol.

—¡Vais a tener un bebé! —solloza Hyunjin, a su izquierda. Se gira para encontrarse a Chan agarrando a Changbin por la cintura, con su mano amordazándolo. Ríe otra vez, carcajadas escandalosas que rivalizan con la música que suena en la plaza.

—¡Vamos a tener un bebé! —le chilla a sus amigos, sosteniendo a Felix a su lado, su gran orgullo, la mejor cosa que ha hecho en su vida.

Changbin se suelta, se estrella contra los omegas. Los abraza como un enorme cepo. ¿Está sollozando el beta? Lo parece por cómo sorbe los mocos mientras los felicita. Hay otros brazos a su alrededor, huele a alfa, a menta fresca mezclada con el limón de Seungmin. Chan llora sin vergüenza.

—Vais a tener un gremlin todavía más pequeño —gimotea.

—Nuestro hijo creció, Chan hyung.

—Ahora seréis abuelos —pincha Seungmin—. Enhorabuena, chicos.

Y de repente hay un montón de gente abrazándose al mismo tiempo. Ocho personas. Son un sándwich club, Jisung y Felix en el centro, rodeados de esa red de seguridad, de esa muralla creada con las nocheviejas celebradas en un país distinto cada año. Su vida no puede ir mejor, nada puede ser mejor que el instante que están viviendo.

—Te amo, Felix Lee —susurra.

—¿Te casarás conmigo cuando volvamos a Australia?

—Me casaría ahora mismo si hubiera algún registro abierto —sentencia, besándolo.

1 de enero de 2027

Jisung acaricia una vez más la barriga de Felix. No tiene los abdominales tan marcados, pero las formas de los músculos no se han diluido del todo. Besa una vez sobre cada lugar en el que recuerda haberle inyectado cada dosis del tratamiento de fertilidad al que llevan un año y medio sometidos.

Su propia tripa mantiene moratones por las agujas. A veces lloran cuando se pinchan. No porque duela, sino por lo largo y difícil que ha sido el camino para llegar a donde están. Un beso debajo del ombligo, otro a la izquierda y uno más a la derecha. No son suficientes para agradecer el trabajo que están haciendo.

Se alegra de no haber escuchado las voces que les aconsejaron esperar, que les dijeron que era demasiado pronto para empezar con el tratamiento. De haber ignorado a todos los que creyeron que no llevaban juntos el tiempo suficiente como para establecerse. Jisung lo sabe desde el primer día que lo vio, a pesar de todos los intentos de huir de él. Tenía la certeza de que la única persona del mundo que lo haría feliz es ese omega que descansa desnudo entre las sábanas de un hotel de Madrid.

Pronto cambiará su cuerpo, su tripa engordará para albergar a su cachorro. De los dos, de ambos. Todo el dinero invertido, todas las pastillas, todas las lágrimas han valido la pena. Tararea una canción y quiere hablar en voz alta, decirle al pequeño ser que crece dentro que su amor es incondicional, que todavía no lo conoce y ya sabe que haría cualquier cosa para que sea feliz.

—¿Cuánto tiempo...? —No termina la pregunta, la deja en el aire de la silenciosa habitación.

Los dedos de Felix le acarician la cabeza justo cuando Jisung apoya la mejilla en el vientre de su amado.

—Nueve semanas —contesta, enredando los dedos en sus mechones.

—En tu último celo —calcula, Felix hace un ruido afirmativo.

Jisung se deleita con el olor que cree percibir en su piel. Nueve semanas no es nada y lo es todo. Ya hay un ligero indicio lechoso en la canela propia de su omega. No sabe cómo no lo ha percibido antes, aunque nunca ha tenido buen olfato. Da igual, todo importa una mierda, todo lo que alguna vez deseó está en esa habitación. El mundo fuera puede estarse derrumbando, ahí dentro hay una casa en construcción, una familia, un hogar.

No puede dormir, no ha podido hacerlo en toda la noche. Se ha dedicado a mirar fijamente a Felix, velando su sueño, ha comprobado sus calendarios, se ha asegurado de cuándo son sus próximas citas médicas. Jisung es una bola de energía incansable, un pedazo de uranio enriquecido dentro de un reactor nuclear.

Su novio apenas lleva despierto una hora y, después de ducharse juntos, se tumbaron en el centro de la cama. Ninguno de los dos quiere salir de allí. Han construido un nido provisional que no se parece en nada al que tienen en la habitación de su apartamento.

—Tendremos que mudarnos —dice de pronto, acariciando la tripa de Felix.

—Sobre eso... Mi madre lo sabe —comenta, un poco inseguro por la respuesta de Jisung. Por supuesto que lo entiende, la relación que Felix tiene con sus padres y sus hermanas no tiene nada que ver con la que tiene con su familia, o, más bien, la que no tiene.

—¿Te acompañó ella al doctor?

—Sí.

—¿No querías que te acompañara yo? —pregunta, con la voz pequeña de quien tiene miedo al rechazo.

—No quería que pasaras otra vez por esa mierda si no lo habíamos conseguido —murmura Felix, acariciándole la mejilla que no se aplasta contra su barriga—. Prefería contártelo en casa, a solas. Sé que no te gusta toda esta situación.

—A nadie le gustaría estar en una situación como esta —replica con un puchero.

—Lo sé, Gordito... Pero tu cabeza funciona a toda máquina en un día normal; con todas las hormonas que nos hemos estado inyectando y tan cerca de las vacaciones, ibas a colapsar —Felix se incorpora y empuja a Jisung contra la cama. Se sienta en su regazo y se tumba sobre él, instalándose en su lugar favorito de su cuerpo: sobre su glándula de olor. Lo deja hacer, el collar que cuelga del cuello del pecoso se enreda con el propio—. El doctor me mandó los resultados de las pruebas hace tres días. Quería decírtelo, pero tenía miedo de que algo saliera mal. No sé... No me lo creía del todo...

—Yo tampoco termino de creérmelo —murmura, comprensivo, acariciando la espalda desnuda de su omega.

—Mi madre ha dicho que nos regalará la entrada para la casa. Tenemos que mudarnos, ¿no? Pues podemos hacerlo.

—¿Qué? —pregunta, descolocado por esa enorme muestra de amabilidad.

—No dejamos que nos echara una mano con el coste del tratamiento, así que debemos dejarla ayudarnos con la entrada de la casa. Sus palabras, no las mías —se excusa con una risa.

Jisung no puede contener las lágrimas. Abraza más fuerte a ese tesoro que encontró en Tinder tantos años atrás y se recuerda a sí mismo lo afortunado que es porque Felix no llegó solo: sus padres lo aman como nunca lo hicieron los Han, sus hermanas lo consienten como si fuera uno más, ve a Chan y Seungmin a menudo, Changbin es rico y Hyunjin es su sugar baby al que paga viajes a Australia dos o tres veces al año. Incluso tiene suerte porque Minho y Jeongin ahora viven en Sídney y el alfa es profesor en la academia de Felix.

—Cuando nos casemos, quiero ser Jisung Lee —solloza, escondido en el cuello de su amante.

—Puedes ser quien quieras siempre que no me dejes —dice él, con su voz temblando.

—Te amo, Felix Lee —declara en coreano.

—Te amo, futuro Jisung Lee.

Los cimientos de su casa están colocados. Firmaría esa hipoteca mil millones de veces más.

***

¡Feliz año nuevo, navegantes!

Espero que estén bien, que hayan disfrutado de este final de año, que 2025 traiga un montón de cosas buenas para ustedes y sus seres queridos. 

Aquí está la primera parte del diabético epílogo.

¡Nos vemos en el infierno!

PD: he solventado el error de las fechas :)

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