Décima tercera taza

           

—En realidad salgo con solo chicos que me rechazaron cuando pesaba más de noventa kilos hace año.

—Vamos, debe haber más que eso.

—No hay más que eso.

—Claro que sí. Sé que no eres aburrida. Ellos parecen estar tan enamorados de ti— cortó una hoja de un árbol por el que pasaron mientras caminaban por la acera, hacia el departamento de Fred.

—No están enamorados de mí, solo creen que si—se encogió de hombros—. Mis relaciones son cortas, me gusta que sean así, ¿sabes?

—¿Por qué?

—No lo sé. No me da tiempo de arrepentirme ni de pensarlo detenidamente. Solo pasan y antes de sentirme atrapada, huyo. No es mi culpa

—¿Y esa es la explicación del por qué rompes corazones? —bromeó.

—No rompo corazones, probablemente solo ilusiones.

—Oh, ¿y cuál es el patrón? —se detuvieron frente a un edificio viejo y pequeño, pero Fred fue el único que subió los escalones hasta la puerta de éste para poder abrir.

—¿Patrón? —frunció el ceño, mirando hacia él con la luz del día molestándole; colocó su mano en su frente para prohibir eso.

—Ya sabes—volteó con una sonrisa en sus labios mientras buscaba las palabras, pero no dejó de hacer lo que hacía con la puerta—: Esos chicos, ¿qué tienen en común?

—No mucho, en realidad.

—Sé que físicamente no—abrió la puerta, indicándole que entrara primero. La chica de cabello corto miró a su alrededor; no estaba lejos del café ni de su casa, los autos pasaban con tranquilidad y las personas iban y venían con naturalidad.

—Me gusta ir a eventos culturales—dijo subiendo los escalones, parándose frente a él—. Solo por diversión, a veces para mi blog. En esos lugares conozco a muchas personas y, obvio, a muchos hombres—entró, dirigiéndose a las escaleras para subir, seguida de Fred quien no quería interrumpir—: Músicos, fotógrafos, actores, pintores, poetas, dramaturgos... Supongo que ese es el patrón. Les hago creer que soy el amor de su vida, para que después se den cuenta de que no lo soy; hice un experimento respecto a eso.

—¿Qué? —carcajeó—. Estás loca.

—Sí, estoy loca.

—¿Sales con chicos que se dicen artistas? —reiteró, jugando con su llavero, dándole vueltas alrededor de su índica como si de pronto se sintiera nervioso. Y eso le aterró, él nunca se ponía nervioso con alguien así.

—Supongo que sí. Todos tienen una forma diferente de ver la vida y mi favorita es la de ellos; siempre tienen algo que decir o algo que mostrar. Para mí son muy interesantes.

—Soy un artista.

—Dijiste que no.

—Bueeeno, no me considero como tal pero hago cosas, ya sabes, porquerías... pero son mis porquerías.

—¿Esperas que eso me haga cambiar de opinión respecto a ti? —quiso reír, respirando hondo tras dejar de subir escaleras cuando Fred ya no continuó en ellas y avanzó en el corredor en busca de su puerta.

—Viniste hasta acá y no tuve que insistir—le guiñó un ojo en cuanto sintió que lo había alcanzado.

—Oh, bueno, creí que la indirecta era clara. Y no tenía mucho qué hacer—vió como él intentaba abrir, fueron varios movimientos, como si tuviese su truco hacerlo—. Algo de unas horas no le hace daño a nadie.

—¿Quién te dijo que yo soy de esos que solo buscan diversión por unas horas? —enarcó una ceja y logró abrir. Miró fijamente a la chica y ella sonrió como si tuviese un par de ases escondidos.

—Dime que no es así y probablemente te dé más tiempo de lo que esperas.

—¿Y si me hago llamar artista? —entró en cuanto notó que ella no lo haría antes que él. Se quitó la chaqueta y la colgó donde siempre—. Hola, Wesley—saludó al chico que salía de la cocina con un plato de cereal y con su pijama puesta como si no recordara que hora era.

—¿Trajiste a una prostituta? —se detuvo al ver a la chica que seguía en la puerta.

—Es un trabajo decente—respondió ella, sin una pizca de enojo.

—No dije que no lo fuese, solo pregunté si había traído una—se encogió de hombros.

—Él es Wesley—dijo Fred sin pena por el extraño encuentro.

—Lo sé—habló ella entrando—. ¿Dónde está su novio?

—¿Quién? —rió éste.

—El extraño de sonrisa siniestra—dijo.

—Ah, quizá robándole a un vago—metió una cucharada de cereal en su boca—. Suerte—se despidió con un gesto desganado y se encerró en su habitación.

—¿Y él es el típico amigo que habla en la mañana siguiente con las chicas con las que te diviertes?

—Si, ¿eso es muy cliché?

—Creo que por eso está tan enojado con la vida.

—Que no te mienta, sé que se acuesta con su compañera de trabajo—se encogió de hombros.

—¿Y ahora qué?

Fred miró todo a su alrededor; el departamento era un desastre y cierta ansiedad lo cubrió, pero al parecer eso a ella no parecía importarle porque no se había molestado en hacer un comentario sobre ellos. Solo se dedicaba a verle esperando a que hiciera algo, un poco impaciente pero a la vez cómoda con la situación.

—Mmh... Pensaba vengar a todos esos corazones rotos que dejaste—bromeó caminando hacia su habitación, con pasos fuertes y tratando de recordar como lo había dejado esa mañana.

—Sabes, ni siquiera me voy a molestar en detenerte.

—Bien, entonces demuéstrame que es eso que todos esos chicos adoran de ti—abrió la habitación con cuidado pero ésta vez fue ella quien entró primero.

—Esto no se trata de sexo, Fred—rió.

—¿Ah no? —fingió sorprenderse.

—No—dijo lentamente, por primera vez le prestaba atención a su alrededor—. Adoran lo que les hice sentir, suena feo pero creo que todos sacaron provecho de ello— miró de reojo al rubio y observó todo aquello que él tenía en esa habitación, como si no creyera todo lo que había ahí.

Pinturas por doquier, lienzos en blanco acomodados en un lado y otros repletos de colores en otros. Cuadernos apilados, viejos, nuevos, deshojados y manchados. Pintura en la madera del suelo y paredes con salpicaduras accidentales.

Nadie que viese al chico dueño de esa habitación podría creer que le perteneciera.

—¿Entonces traes a chicas aquí y esperas a que todas caigan enamoradas del artista que llevas dentro? ¿Las engañas diciéndoles que sean modelos de tus desnudos?

—Ni siquiera tengo qué decir eso para que se desnuden.

Ella caminó lentamente hacia el escritorio donde cajas y cajas de lápices de colores estaban abiertas, como si se la hubiese pasado buscando un color perfecto para lo que estaba en un cuaderno que no olvidó cerrar para los intrusos. Acarició lentamente la silla frente a él, pero atendió el llamado del olor a aceite y agua para desmanchar que emanaban de un lienzo que descansaba en un caballete pequeño.

Era un retrato, aún fresco y que había sido manchado de negro justo en el rostro de la persona que parecía ser una mujer.

—¿Qué pasó? —preguntó.

—Cambié de opinión.

—¿Era alguien importante?

—No.

—Entonces era un rostro al azar—afirmó.

—No, era mi mamá—dijo sin mucha importancia—. Bueno, lo que recuerdo de ella.

—Oh, lo siento...

—No, ella me dejó. No la veo desde... creo que tenía siete años, fue el último cumpleaños que pasó conmigo.

—¿Cómo se llama?

—Michelle.

—Okay—tomó el lienzo y lo giró para que dejara de verse la pintura en él—. Michelle, como la canción de The beatles—bromeó—, no dejaremos que veas esto.

—¿Y cuál es el trato? —preguntó, sentándose en la coma viendo como ella dejaba caer su bolso en el suelo.

—¿Necesitamos un trato? No creo que seas de los que necesitan un trato.

—Yo creo que tú eres de las que sí lo necesitan.

Resopló quitándose su abrigo.

—¿Quieres pretender que estamos enamorados?

—No.

—Entonces no.








Sábado 21 de enero - Penny Lane

Domingo 29 de enero - Amanda

Sábado 4 de febrero - Maggie Mae

Sábado 11 de febrero - Delilah

Sábado 18 de febreto - Julia

Domingo 26 de febrero - Eleanor Rigby

Sábado 3 de marzo - Roxanne

Domingo 11 de marzo - Lucy in the sky with diamonds

Sábado 17 de marzo - Beth

Sábado 7 de abril - See Emily play

Sábado 21 de abril - Layla

Domingo 29 de abril - Michelle

Todo lo que quiero:
Capítulo veintiuno - Skinny Love
Capítulo veintidós - Reptilia

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