Unroyal - Jane Doe
Aidan
Termino de firmar la ficha y la dejo en el mesón, sobre la pila de fichas de los pacientes que se pueden ir de alta. No quiero decir nada, porque siempre que lo hago, las cosas cambian totalmente, pero es realmente un día tranquilo en urgencias. Y eso que Londres es una ciudad muy grande, siempre se escuchan las sirenas de policías y ambulancias.
Me siento frente al ordenador y observo la lista de espera electrónica. Solo hay dos a los que aún no pasan por triage, donde evalúan la gravedad de su caso. Suspiro.
—Doctor Cavanagh —me saluda Sara. La miro sorprendido.
—Sara —me levanto y la saludo—. Tanto tiempo.
—Tuve que venir yo, porque no has venido a visitarme desde que llegaste —me acusa. Ruedo los ojos.
—Es cierto. ¿Cómo está todo? ¿Y Hazza? —pregunto. Su expresión cambia. Niego con la cabeza—. Ya la he cagado, ¿verdad?
—Simplemente... hemos discutido. No es nada, solo temas de la boda —explica. Apoya su espalda en el mesón y suspira.
—Me llegó esta mañana el aviso de que se posponía —comento. Ella asiente.
—Yo le dije que era poco tiempo para organizarla, pero no le importó. Y ahora resulta que su calendario está apretado con sus proyectos —se descarga. Suelta un quejido—. Ahora además se molestó porque lo mande a dormir al sillón.
—¿No dijiste que no era nada? —pregunto. Sara me mira con cara de pocos amigos. Luego, sonríe con malicia.
—¿No está algo calmada la urgencia? —pregunta con ironía. Abro los ojos como platos.
—¡Sara! —le regaño, se ríe. Gruño por lo bajo—. Como suene la alerta de un código azul...
No alcanzo a terminar de hablar. Mi voz es interrumpida por la alarma de llegada de ambulancia, por el alto parlante suena la voz de recepción que avisa la llegada de un código rojo. Miro asesinamente a Sara.
—Creo que es mejor que me vaya —sonríe.
—Claro, dejas el desastre y te vas —le acuso.
Se encoge de hombros y sale en dirección a la puerta que comunica al resto del hospital.
Tomo una gran bocanada de aire y me acerco a la caja de guantes para ponerme unos. Por la puerta entra inmediatamente al box de reanimación una camilla con una mujer joven. Tiene el cabello corto rubio con tintura rosa desgastada. Está pálida, y los labios están morados. Claramente está cianótica. Toco su muñeca, para sentir su pulso radial. Está fría, su pulso se siente débil.
La conectan al monitor, las enfermeras comienzan a instalar las vías venosas. La doctora Emerson, jefa de turno el día de hoy, revisa su vía aérea. Me coloco mi estetoscopio y me acerco a auscultar el pecho de la chica. Abro su blusa con ayuda de un enfermero y notamos la cicatriz en la línea media de su pecho. Levanto parte del sujetador y escucho. Está más que claro que ha tenido varios procedimientos quirúrgicos en el tórax, ya que la cicatriz es marcada y la piel retorcida, imposible de recuperar después de tantos procedimientos. Ausculto un soplo.
—Insuficiencia tricuspídea —le digo a la doctora Emerson.
—Bradicardia —informa una enfermera—. Presión arterial limite.
—Pasen un bolo de suero fisiológico —le indico a la enfermera. Rápidamente conecta el suero con su vía.
—Necesito intubar —dice la doctora. Rápidamente una enfermera se aleja hacia los cajones donde guardamos todo lo necesario en el box de reanimación.
—Se está normalizando la presión—informa el técnico.
La chica tose, la miramos. Se coloca una de sus manos sobre la mascarilla. Cojo su mano y la detengo. Abre los ojos, son cafés. Se nota asustada.
—Tranquila, soy el doctor Cavanagh, vamos a ayudarte —le digo con voz calmada—. ¿Puedes hablar?
—Tetralogía —dice. Frunzo el ceño.
—¿Qué ha dicho? —pregunta la doctora. La chica se aclara la garganta.
—Tetralogía de Fallot —dice. Miro a la doctora, ella también la ha escuchado.
—Llamemos a la unidad coronaria para que la trasladen y la revise el cardiólogo —indica la doctora Emerson.
—¡No! —exclama la chica. Muestra su brazo izquierdo y levanta la manga de su camiseta. Tatuadas en negro, están claramente escritas las letras DNR, sé perfectamente lo que eso significa: Do Not Resuscitate (no reanimar).
Miro a la doctora, ella asiente.
—No llamen a nadie —ordena la doctora. La enfermera cuelga.
Vuelvo a mirar a la chica. Se acerca la mascarilla de oxígeno, respirando agitada. Cierra los ojos e inspira hondo. Sus signos vitales se han estabilizado, hasta tiene un poco más de color, aunque sus labios siguen azules.
—¿Cómo te llamas? —pregunto. La doctora se quita los guantes y coge la ficha.
—Renae —replica. Abre los ojos y me mira—, Renae Bouchard.
Su acento no es británico, aunque tampoco suena muy estadounidense.
—¿De dónde eres?
—Canadá —sonríe—. ¿De dónde eres tú?
Me rio por lo bajo, la doctora sonríe divertida.
—Irlanda —respondo. Respira hondo con la mascarilla, pero su sonrisa se amplía, mostrando sus dientes.
—Genial. Me gusta tu acento, doctor... —entrecierra los ojos, mirando mi credencial—, Cavanagh. Y tus ojos.
Sacudo la cabeza y rio.
—Trasladémosla al box tres —dice la doctora Emerson, conteniendo la risa. Me tiende la ficha—. Supongo que puedes encargarte de esto ¿no?
La doctora se ríe y yo ruedo los ojos. Comienzo a anotar en la ficha sus datos y busco la hoja donde está la orden de no resucitar. La paciente, Renae, se apoya en sus codos y me mira más de cerca.
—Entonces, doctor Cavanagh, dime. ¿Tienes novia?
La miro y meneo la cabeza.
—¿Qué tal si primero me dices sobre tu enfermedad? —sugiero. Resopla.
—Que aburrido.
—Sí, es tan aburrido intentar salvar tu vida —comento con sarcasmo. Ella ríe.
—Hagamos un trato, si respondo tus preguntas, tu respondes a las mías ¿Qué te parece? —Enderezo mi espalda y la miro con seriedad.
—¿Y si mejor me dejas ayudarte y no me haces preguntas personales?
—No te ofendas, pero no quiero tu ayuda —replica. Se sienta. Llega un técnico y le quita los frenos a la camilla.
—Tu corazón parece discrepar —comento, camino junto a ella mientras la trasladan al box tres. Ella ríe.
—Hace mucho tiempo que mi corazón y yo dejamos de ser amigos. Es más, nunca me quiso mucho, incluso antes de nacer nos llevábamos mal.
El paramédico la acomoda en el box. Espero pacientemente a que le coloque los frenos, ajuste las vías y vuelva a conectar el monitor.
—Gracias Mike —le digo cuando termina.
—De nada, doc.
Renae se cruza de brazos.
—¿Me vas a decir de tu enfermedad? —pregunto. Rueda los ojos.
—Vamos, si te sabes la historia de memoria. Nací con Tetralogía de Fallot, me hicieron cirugía tras cirugía, estuve bien hasta que no lo estuve, y hace tres años dijeron que mi opción era un trasplante —explica como si no estuviera hablando de su vida—. Pero mi ventrículo derecho no se ha portado muy bien, y ha dañado un poco mis pulmones, así que...
—Un trasplante es difícil —termino. Ella asiente.
—Con mi taza de supervivencia y mis problemas a los pulmones, estoy casi al fondo de la lista. Un abuelo de sesenta años tiene más preferencia ¿puedes creerlo? Y él no nació así, su corazón falló por su glotonería.
Sonrío con amargura. Ella sabe perfectamente que no va a sobrevivir, tiene asumida su muerte. Algo que nunca lograré entender del todo.
—¿Cuántos años tienes? —pregunto.
—Veintidós —responde, con una sonríe coqueta—. Nací el veintitrés de Mayo, soy géminis ¿Qué signo eres tú? Tal vez somos compatibles.
Resoplo y la miro, no puedo evitar reírme ante su ímpetu.
—¿Contacto de emergencia? —pregunto. Suspira.
—Nadie —afirma. Frunzo el ceño.
—¿No tienes familia, amigos?
—Hace dos años me marché sin mirar atrás. Mis padres saben que sigo viva por las cuentas de la tarjeta de crédito —explica. Frunzo el ceño.
—¿Te marchaste?
—No me juzgues con esos lindos ojos verdes, doctor —me advierte, apuntándome con el dedo—. Mis padres ya me han visto cerca de la muerte demasiadas veces, igual que mis amigos. No iba a estar atada a una cama para que me vieran morir lentamente, con la esperanza estúpida de que un milagro hará que un corazón llegue para mí. Es mejor así. Disfrutar al máximo lo que me queda, que me recuerden feliz. No siendo más tubos que persona.
Asiento y miro la ficha. No la juzgo, pero no puedo evitar sentir cierta pena. No por ella, sino por su familia y amigos. No me gustaría ser ellos.
Lleno los datos de la orden de no resucitar. Le entrego la ficha y el lápiz.
—Tienes que firmar —le indico. Ella lo hace sin pensar. Me la entrega de vuelta.
—Ahora ¿a qué hora sales? Y dame el alta ya, fue solo un susto. Me desmayo cuando camino mucho.
—Me hubiese gustado hacer unos cuantos exámenes, observar como sigues...
—No, no, no —me interrumpe, sacudiendo la cabeza—. Tengo poco tiempo y mucho que ver en Londres. Planeo recorrer la mayor cantidad de ciudades posibles, no dejare que un hospital me atrape, ni siquiera por un sexy doctor como tú.
Respiro hondo y asiento.
—Haré los papeles —afirmo, sonríe—. De alta voluntaria, contra el juicio médico —le advierto. Rueda los ojos.
—Uy si, que miedo —bromea. Niego con la cabeza. Volteo para ir al mesón a buscar los papeles—. Oye doc —me llama.
—¿Si? —Volteo a mirarla. Se quita la mascarilla de oxígeno.
—No me has dicho tu nombre.
Sonrío, esta chica es un torbellino.
—Aidan.
Ella asiente, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Aidan —dice—, ¿no quieres salir con una chica moribunda? —Mueve sus cejas repetidamente.
Niego con la cabeza ycontinuo mi camino al mesón, la escucho reírse a carcajadas.
***
Renae es una loquilla ¿no creen?
Les leo, lectores insaciables <3
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