Los problemas me buscan
—Y entonces el muy puerco me pregunta si quiero más. A mí, que con suerte había alcanzado a sacar unas cuantas palomitas —habla Sara. Asiento, y observo como se lleva una gigantesca cucharada de helado a la boca—. Eh qhe gno engiengo jomo puede comeh hanho. —Alzo una ceja y parpadeo.
—¿Qué? En español por favor —ruego. Rueda los ojos, termina de tragar y suspira.
—Que no entiendo cómo puede comer tanto. Te juro que no es humano, o tiene tres estómagos, o tiene parásitos —repite, y vuelve a llevarse una bocanada de helado.
—Si, como puede —bufo. Levanta la cabeza de su copa de helado y frunce el ceño.
—¿Ge? —pregunta con la boca llena. Suerte que ya tengo maestría en traducir sus palabras.
—Nada, nada —digo, sacudiendo la cabeza.
—En fin, pues hemos discutido por eso. Ya sé, es infantil, pero ¿Qué esperas? Estoy casada con un niño de cinco años —refunfuña.
—Suerte que no tienen mucha diferencia de edad —murmuro por lo bajo.
—¿Qué dijiste? —pregunta, llevándose otra cucharada de helado a la boca.
—Suerte que eres pediatra —rectifico, ella sonríe y pone los ojos en blanco.
—Tonta.
Suspiro y observo la cafetería. Desde aquel incidente con "A" decidí cambiar mis turnos, con un máximo de doce horas, dejándome demasiado tiempo libre, lo que no me gustaba. Así que me turnaba entre Sara, Z y video llamadas con Aidan para matar un poco el tiempo.
A. La nueva pesadilla. Bueno, esta vez la amenaza no iba firmada, pero según Emery, quien contrató un experto para comparar las letras, era la misma persona que me había acosado hacía varios meses atrás.
Otra de las mil razones por las que no me gustaba el tiempo libre. Además de pensar en lo que perdí, en el estúpido libro que quedé por escribir, lo sola que me siento en aquella casa gigante, ahora tenía que preocuparme por un psicópata. ¿En qué momento dejé de tener una vida común y corriente? ¿Dónde quedaron los problemas de dinero? Agradecería tener eso en vez de lo que me acongoja ahora, pero tengo más de lo que necesito y no sé qué hacer con él.
—¿Les puedo ofrecer algo más? —pregunta el mesero. Espabilo y le miro.
—Un café, por favor —pido yo.
—Un jugo de arándano —dice Sara. El mesero, asiento, pero cuando está por irse, Sara vuelve a hablar—: ¡Ah! Y unos churros. Con salsa de chocolate y crema.
Abro los ojos como platos, ¿Cómo cojones le cabe más comida en su estómago? Yo estoy que reviento y no comí ni la mitad que ella.
—¿Los quiere con helado? —pregunta el mesero.
—Mmm... —Hace una mueca y mira la copa de helado vacía frente de ella—. No, creo que así está bien.
—Muy bien —asiente el mesero, y se va antes de que a Sara se le ocurra pedir otra cosa.
Sonríe satisfecha y voltea a mirarme. Mi expresión debe delatar lo perpleja que estoy.
—¿Qué? —pregunta.
—¿Cómo puedes seguir comiendo? —pregunto. Me mira con cara de pocos amigos y se cruza de brazos.
—No me juzgues. Estoy nerviosa por el proyecto de investigación que he presentado, en una semana me dan la respuesta, así que estoy comiendo por mera ansiedad —explica—. Incluso he subido de peso.
—Sí, tus bubis están más grandes —afirmo.
—¡Oye!
—Es la verdad —replico, levantando las manos. Refunfuña por lo bajo y me río—. Mira el lado positivo, si tú y Hazza comen como puercos, engordarán juntos.
—Ja, ja, muy romántico —dice con sarcasmo—. Hazza siempre ha comido como puerco, y no engorda un centímetro.
—Eso es porque hace ejercicio, probablemente incluso más de lo que come —explico.
—Ni en mis peores épocas de exámenes en la universidad me pasaba esto —se queja—. Estúpida vejez.
—Tienes un año menos que yo —replico, arqueando una ceja.
—También estás vieja —comenta, sin darle importancia.
Me cruzo de brazos y abro la boca para responderle, pero antes de que pueda, el mesero llega con nuestra orden antes de que pueda decirle algo más, le agradecemos y, una vez se va, Sara comienza a atacar sus churros.
—Eres una puerca —me burlo, mirando como come.
—Yo soy una puerca para la comida, tú para el sexo. —Se encoge de hombros. Me sonrojo de inmediato.
—¡Sara! —la regaño, ella ríe.
—Nadie nos entiende una mierda, no te preocupes, mientras hablemos español estamos a salvo —dice despreocupada.
Miro a los lados, la gente parece efectivamente no entendernos, o al menos no nos presta atención. No es que me importe hablar de sexo en público, pero que diga eso con la fama que ambas atraemos, no es precisamente un panorama ideal.
Además, hablar de sexo me incomoda un poco después de... todo.
—¿Qué ocurre? —pregunta Sara. Levanto la cabeza, no me había dado cuenta de lo ensimismada que estaba.
—Nada —miento. Alza las cejas.
—A mí no me puedes mentir —amenaza. Resoplo.
—Es... Tom y yo... —Me callo, sin atreverme a decir lo que ocurre. Sara frunce el ceño y habla más despacio.
—Tom y tú... —Me queda mirando, muerdo mi labio—. ¿No han follado desde... desde lo que pasó?
Niego con la cabeza.
—Pero si ya estás de alta, ¿o tienes molestias? —pregunta.
—No, esto de alta.
—¿Entonces? —pregunta. Tomo una gran bocanada de aire y suspiro. Esto no es un tema fácil de hablar para mí.
—Mi... cuerpo. Al principio me negaba porque me recordaba demasiado todo. De a poco fui recuperando mi peso, mi figura, pero... —Suspiro. Sara se mantiene en silencio, comiendo por supuesto, pero mirándome atenta—. Es que me recuerda a él. A lo que ocurrió. El sexo dejó de ser solo sexo cuando... cuando me embaracé. Y tengo miedo.
—¿De qué? —pregunta. Mis ojos se humedecen. Cierro los parpados y respiro profundamente, controlándome.
—De que vuelva a pasar. O de que ya no pueda ser como antes. No sé cómo explicarlo. Tal vez me veo igual, pero yo no me siento igual. Es como si hubiese sido un campo de batallas. No importa si la hierba vuelve a crecer, no se pueden borrar la sangre y el dolor —replico.
—Que poética —comenta. Arqueo una ceja—. Vale, lo siento. Es solo que te salió muy bonito.
—¿Es en serio? —pregunto.
—Olvida mi impertinencia, Hazza me lo ha pegado —dice, sacudiendo la cabeza—. Está bien no sentirte igual. Tienes razón. Solo tú puedes saber cómo te sientes. No te fuerces. Además, estoy segura de que Tom entiende.
—Lo hace, y sé que no debo apresurarme pero... quiero sentirme como la yo de antes ¿sabes?
—No quiero ser aguafiestas, pero la verdad es que dudo que eso ocurra. Y está bien. Te sentirás nuevamente cómoda contigo misma, ya verás, pero dale tiempo —me consuela. Sonrío sin ganas.
—No sé qué hiciste siendo pediatra, deberías ser psicóloga —bromeo. Suelta una carcajada.
—Verás.
—Yo iría a terapia contigo —aseguro.
—Y necesitaría terapia para ello —replica. Nos reímos a carcajadas.
Mi teléfono suena. Veo el identificador. De inmediato cuelgo. Sara se está comiendo su último churro.
—En serio no entiendo cómo puedes seguir comiendo —comento.
—No me juhsguehz —reclama mientras mastica. De pronto su sonrisa se desvanece y sus ojos se posan a mis espaldas.
—________ —escucho atrás de mí. Volteo lentamente. Adriana está de brazos cruzados mirándome molesta—. ¿Se puede saber por qué no me contestas?
—Adriana. —Trago saliva, nerviosa. No es secreto que la he estado evitando.
—Tú —sisea Sara, Adriana levanta la cabeza y la mira.
—Ah, tú —replica esta.
—Tú —repite Sara.
Sara se levanta, su rostro parece más al de una leona por cazar a su presa que a un humano. Me paro de golpe y me coloco entre ambas. Adriana parece divertida con la situación, yo tengo miedo de que Sara vaya a asesinarla en este mismo instante.
—Ok, ok, recordemos por favor que somos adultos civilizados ¿sí? —intento calmarlas.
—Los adultos civilizados contestan sus teléfonos cuando su editora les llama —reclama Adriana. Volteo a mirarla nerviosa.
—Esta no tiene nada de civilizada —gruñe Sara.
—Sara —le regaño. Miro nuevamente a Adriana—. Hablemos afuera ¿sí?
Adriana me mira largo y tendido hasta que asiente. Le da una mirada de odio a Sara y, sin más, sale de la cafetería. La observo por las grandes ventanas, me mira impaciente.
—Tengo que ir a hablar con ella, ¿puedes esperarme aquí y controlar tus ganas de cortarle su carótida? —pregunto seriamente a Sara.
—¿Puede ella controlas sus impulsos y no besar a mi esposo? —pregunta con ironía. Ruedo los ojos.
Camino hacia la puerta. Me detengo frente a ella y suspiro.
—Lamento...
—Tengo mucha paciencia, ________, entiendo que lo que pasaste fue algo traumático. Pero firmaste un contrato, y ya no podemos esperar más. Necesito el manuscrito final.
Resoplo. Esto lo he evitado hacía semanas.
—Necesito tiempo para escribir —explico.
—¿Lo has hecho? ¿Has escrito algo? —pregunta. Muerdo mi labio y niego con la cabeza. Adriana suspira—. Mira, no quiero ser mala. Solo quiero que esto resulte, y si fuese por mí te daría todo el tiempo del mundo. Pero la editorial está insistiendo, necesito el manuscrito, lo necesitaba ayer.
—No puedo escribir, Adriana —confieso—. La persona que escribía ese libro era otra. Yo... no puedo escribir todo lo que ha pasado, no puedo recordarlo. Es demasiado doloroso.
—Si no lo haces, la editorial demandará por incumplimiento, y tendrán todas las de ganar. Estoy tratando de ayudarte, puedo pedir un poco más de tiempo, pero necesito un plazo —dice comprensiva. Aparto la mirada—. Piensa en lo que podrías ayudar a otras personas que han pasado por lo mismo que tú.
—¿Cómo puedo ayudar a alguien más si no puedo ayudarme ni a mí misma? —pregunto.
—Tal vez esto es justamente lo que necesitas. Tal vez el saber que tú también te sientes perdida, podría a ayudar a alguien con su duelo —me consuela. Esboza una sonrisa comprensiva y asiento—. Te llamaré mañana, ¿prometes que me contestarás?
—Lo prometo —afirmo. Asiente y, sin más, se va.
¿Cómo voy a plasmar lo rota que estoy sin desmoronarme sobre el teclado?
***
Me inspiré, que puedo decir
Les leo, lectores insaciables <3
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top