Inundación rosa
Sara
Odio con mi alma los parásitos. Los odio. Los odio profundamente.
Y aquí estaba yo, viendo las lombrices de oxiurio, vulgarmente conocido como pidulle. El paciente había llegado con fuerte dolor abdominal y había sido derivado a nuestro servicio ya que creían que tenía apendicitis. Sin embargo, hicimos un test y lo que encontramos fueron estos asquerosos parásitos intestinales.
Eso era bueno y malo. Bueno porque no tenía que operarse de nada, y era un tratamiento relativamente fácil. Malo, porque era simplemente asqueroso. Los parásitos son la cosa más desagradable. Al menos para mí.
Me lavo las manos minuciosamente, más de lo normal, y me voy al mesón de enfermería para anotar en la ficha. De pronto, escucho unas risitas a mis espaldas. Las ignoro y continúo anotando. Escucho a la interna reírse y saca el teléfono para sacar una foto.
Levanto la cabeza y la miro molesta.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto molesta. No se puede sacar fotos a los pacientes. Ella me mira asustada.
—Yo...
—No puedes llegar y sacar el teléfono en tu lugar de trabajo. Y menos aún para sacar fotos a pacientes —le espeto. La interna traga saliva.
—Es que... —Apunta con el dedo a algo atrás de mí.
Frunzo el ceño y volteo. Me quedo de una pieza. Varios repartidores llegando, colocando claveles rosas por sobre toda superficie disponible. ¿Pero qué coño es esto?
Me acerco a uno de los repartidores.
—Señor, disculpe, esto es un hospital, no puede colocar todas estas flores acá —le digo. El hombre se encoge de hombros.
—Yo solo sigo instrucciones —dice, y se va.
Arqueo las cejas y miro boquiabierta. Siguen llegado más repartidores.
—¿Qué está pasando? —pregunta la doctora Flamel, la jefa del servicio de pediatría.
—Ni idea —replico.
La doctora mira cómo van llegando más y más. Me detengo frente a otro y lo miro seria.
—No pueden traer flores acá —le digo.
—Es lo que me mandaron a hacer, doctora —me dice el hombre. Me cruzo de brazos.
—¿Quién los mandó? —pregunto.
—Un cliente —replica. Ruedo los ojos.
—Pero vamos a ver, ¿para quién son las flores? —pregunto.
—Para ti —escucho a mis espaldas.
Me quedo de una pieza. Lentamente giro y veo a Harrison con un clavel en sus manos. Lo miro incrédula.Se acerca y me tiende la flor. Le cojo, aunque no soy capaz de reaccionar, es casi como una autómata que he tomado la flor. Harrison saca de su bolsillo una hoja de papel y comienza a leer.
—Definitivamente el pastel de limón es mi favorito, aunque también me gustó el de naranja —comienza a decir—, pero, el que elijo, es el de limón.
—Harrison ¿Qué estás haciendo? —pregunto. Todo el mundo nos observa. Levanta la cabeza y me mira.
—Te estoy diciendo lo que he elegido para nuestra boda. Escucha atenta, porque tienes que dar tu opinión —replica.
—Hazza...
—Claveles para tu ramo y decoración —me interrumpe y señala los claveles a nuestro alrededor—. Se ven bastante bien.
Escucho unas risitas de las enfermeras. Siento mis mejillas tan rojas como un tomate.
—Respecto a las servilletas, me gustan más de color damasco. Yo sé que elegiste las invitaciones de color amarillo pastel, pero como tenemos que enviar nuevas, me gustaría más ese color para las nuevas —continúa—. Para el menú, creo que es obvio que la entrada de centolla es increíble. La crema de langostinos era bastante mala, queda completamente descartada ¿de acuerdo? —Me mira serio. Sonrío y asiento.
—De acuerdo.
—El tournedó Rossini es perfecto como plato principal, y como alternativa vegana me gustan mucho los raviolis de trufa. —Sigue leyendo, me siento una estúpida porque me emociona todo esto—. Para el postre, me gusta la idea de una mesa buffet en que puedan elegir entre macarons, croquembouche, cheesecake y ese de nombre raro, que es como una tarta. Los probé y me encantaron. Es posible que suba varios kilos con nuestra boda.
Me rio igual que los demás.
—No me importa —le digo. Me mira sonriendo.
—También he arreglado un poco las mesas, he elegido la música, nos inscribí en clases de baile para el vals, porque no soy muy bueno en ello, y escribí mis votos —sentencia. Se acerca y coge mis manos—. No puedo recitártelos completamente, pero el inicio es más o menos "soy un idiota, perdona por dejarte sola con los planes de boda".
Mis ojos se humedecen y sonrío.
—Eres un idiota —susurro—. Y también mi prometido.
—¿Eso significa que me perdonas? —pregunta. Asiento.
—Te amo, Hazza.
—Yo a ti, Sara —susurra.
Y haciendo caso omiso de las risitas y los suspiros, me besa. Me afirmo de su camisa y me coloco de puntillas. Rodea mi cintura con sus brazos y me acerca más a él. Escucho como nos sacan fotos, más risitas y suspiros soñadores. Me separo avergonzada y miro alrededor. La doctora Flamel rueda los ojos.
—Esto fue muy dulce —le susurro—, pero creo que vas a hacer que me despidan.
Harrison ríe.
—Pediré que lleven las flores a casa —dice. Sonrío—. ¿Cenamos fuera esta noche?
Asiento entusiasmada.
—En una hora salgo, ¿te importaría esperarme? Aunque tal vez deba cambiarme —observo, vine solo con mi traje clínico.
—Iré a casa y te traeré algo de ropa si quieres, aunque para mi te ves bien siempre. Incluso sexy. —Me guiña un ojo y me sonrojo aún más.
—De acuerdo. Nos vemos en una hora —le digo. Le doy un corto beso y él da media vuelta para irse, no sin antes decirle a los repartidores que recojan las flores.
Aun sonrojada, las enfermeras comienzan a molestarme con que me saque la lotería. Sacudo la cabeza y vuelvo a mis labores, con el clavel aun en mis manos, lo observo y sonrío como una adolescente enamorada.
Él es el más cursi, tonto y adorable. Y es mío, para siempre.
***
Hazza se puso romántico ah
Les leo, lectores insaciables <3
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