Anidando
—¿Es que no te gustan las sorpresas? —pregunta.
—Llevamos más de cinco años juntos, ¿tú que crees? —pregunto, arqueando una ceja. Rueda los ojos.
—No va a pasar nada por no saber —insiste.
—Necesito saberlo —digo, enfatizando mis palabras.
Treinta y dos semanas. Y aquel bebé era tan quisquilloso, como si desde sus inicios quisiera privacidad. No había dejado que viéramos si sería niño o niña en ninguna ecografía, y eso que, por mi delicada salud y mis antecedentes familiares, me las hacía seguido.
Ahora estábamos con la doctora Murray, esperando para que controlara el corazón de nuestro hijo o hija. Siempre me ponía más nerviosa en estas ocasiones, y la incertidumbre me carcomía por dentro.
Por eso, mientras más supiera, mejor. Y eso incluía el sexo de aquel pequeño o pequeña. Daba igual si después elegía cambiar, era simplemente mi ansiedad.
Tom parece notar mi inquietud. Coloca una mano en mi frente y vuelvo a mirarlo. Me sonríe, en un intento por tranquilizarme. Le sonrío de vuelta, aunque sin poder esconder mis miedos.
—Todo saldrá bien. Las anteriores han estado normal, esta no será la excepción —me recuerda, acariciando mi pómulo con su pulgar. Respiro profundamente.
—Un veinte por ciento de las miocardiopatías congénitas no son detectadas antes del nacimiento —replico. Tom suspira, sacudiendo la cabeza.
—A veces desearía que no fueras una cerebrito —bromea.
—Si no lo fuera, nuestra vida sería un desastre —sonrío, intentando aligerar los ánimos. La presión que esto supone para mí es demasiada, no quiero pensar más en ello.
Tom sonríe y se inclina para darme un beso en los labios.
—Eso sí es cierto —susurra contra mi boca.
Se vuelve a acercar para besarme pero el sonido de la puerta abriéndose nos interrumpe, obligándolo a separarse de mí. Por dentro, gruño, aunque en realidad sé que no hay prisas, después de todo, pronto volveríamos a casa, Tom haría palomitas, y nos quedaríamos viendo alguna película juntos, acurrucados en la cama.
La doctora Murray nos sonríe y se detiene frente a la camilla.
—¿Y bien? ¿Ya tomaron una decisión? —pregunta. Miro a Tom, que me observa expectante. Termino suspirando y asiento, él sabe o que significa.
Sonríe feliz y voltea a ver a la doctora.
—Si —afirma Tom—. No queremos saber el sexo.
*
Dos horas más tarde, nos encontramos en casa, comiendo gomitas, peleándonos el control remoto para elegir que ver.
Mi vientre abultado hacía difícil que pudiese luchar mucho, y Tom era sumamente cuidadoso. Me siento de rodillas sobre la cama e intento empujarlo, sin éxito alguno. Él ríe ante mi intento frustro.
—Ya ríndete —me dice entre risas. Lo fulmino con la mirada.
De pronto, me detengo en seco. Coloco mi mano sobre el costado derecho y me quedo quieta. Cierro los ojos, haciendo una mueca.
—¿Qué ocurre? —pregunta preocupado. Abro los ojos y lo miro. Se ha enderezado y tiene el entrecejo arrugado.
—Nada —respondo, negando con la cabeza. Suspiro—. Me ha pateado fuerte. Creo que quiero ir al baño. De nuevo.
Tom sonríe aliviado y coloca su mano sobre la mía, acariciando el lugar donde el bebé ha pateado.
—Tal vez quiere que me hagas caso —bromea Tom. Me cruzo de brazos.
—¿Y qué te hace pensar eso? —pregunto.
—Te está regañando. Claramente está de mi lado. Es un Tom Jr —replica. Suelto una carcajada.
—¿Tom Jr? —pregunto incrédula. Rueda los ojos.
—Bueno, no sé cómo le llamaremos —dice—. Pero está de mi lado.
Río y meneo la cabeza, divirtiéndome de su ingenuidad.
Toma mis manos y lo miro atenta.
—Hablando de eso... ¿no crees que deberíamos pensar en nombres? —pregunta.
Levanto las cejas, sorprendida.
—¿Crees que es hora de hacerlo? —pregunto.
—Tienes unos seis meses. Creo que si —replica, encogiéndose de hombros.
Resoplo, apartando la mirada.
—No lo sé...
—No mientas —ríe. Levanto la cabeza, sonrojada—, yo sé que ya tienes nombres pensados.
Sonrío, mis mejillas se tornan aún más rojas.
—Bueno... tenía una idea —admito avergonzada. Se acerca más y coloca un mechón de mi cabello tras mi oreja. Desliza sus dedos por mi mejilla hasta mi mentón y me obliga a mirarla. Levanta las cejas ligeramente, animándome a seguir—. Quería... me gustaría que si fuese niño...
Me quedo en silencio, incapaz de sostenerle la mirada. Se inclina hacia mí.
—¿Sí? —pregunta, mirándome con intensidad. Abro lo boca, pero no logro articular palabra. El nudo en la garganta me impide hablar—. ¿Quieres llamarlo Martin?
Trago saliva. Me conocía demasiado bien.
Asiento lentamente. Él sonríe.
—Me parece perfecto —susurra.
Mi labio inferior tirita levemente y siento mis ojos llenarse de unas lágrimas rebeldes.
Se acerca más y me abraza, dejándome hundir mi rostro en su cuello. Besa mi coronilla. Sus manos acarician mi espalda y mi vientre.
Comienza a repartir besos hacia abajo, por mis mejillas, y luego los besos se tornan cosquillas. Suelto una risita e intento alejarme, pero el continúa con su juego. Suelto carcajadas y me recuesto de espalda sobre la cama, mientras el sigue con sus besos como picotones, haciéndome reír.
Con sus manos levanta la camiseta que cubre mi abultado abdomen y comienza a dar besos a la altura de mi ombligo. Poco a poco, deja de hacerme cosquillas. Pega su oreja a mi piel y me mira sonriente.
—Efectivamente dice que me tienes que hacer caso —bromea. Niego con la cabeza y río.
—Tonto —susurro.
Abre la boca exageradamente, haciéndose el ofendido, y se vuelve a acercar a mi rostro.
—Dice que no debes insultarme —sigue el juego, muy cerca de mis labios.
—Estoy segura que apreciará la honestidad —sonrío burlona.
Con su índice toca la punta de mi nariz y me sonríe con ternura.
—¿Y si es niña? —pregunta de pronto. Levanto las cejas, descolocada ante su pregunta.
—¿Cómo?
—Si no es una niña —repite—, ¿Qué nombre te gusta?
Resople y me encogí de hombros.
—La verdad, no lo he pensado —admito.
Baja la mirada, sonriendo avergonzado.
—¿Qué te parece... Allie? —pregunta, levantando la pregunta.
Sonrío lentamente.
—Allie —repito—. Me gusta.
Sonríe ampliamente.
—Entonces, si es niño Martin —dice. Asiento.
—Y si es niña, Allie.
—Me gusta —admite.
—Y a mí —replico.
Sonriente, se inclina hacia mí y vuelve a besarme, esta vez, más profundamente que las otras.
Hundo mis dedos en su cabello y disfruto de aquel beso.
Creo que nunca pensé que diría esto, pero soy genuinamente feliz. Y, por primera vez desde el embarazo, siento que puedo con todo. Sobretodo si tengo a Tom a mi lado.
***
Feliz inicio de Febrero, insaciables. Recuerden cuidarse del maldito virus y tomar agua 😘
Les leo, lectores insaciables <3
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