Air, blood and fire
—¿Qué haces? Esta es la mejor —insiste Harrison, haciendo a un lado a Sara y casi golpeándome en la nariz con su teléfono.
—Hazza, bruto, si me colocas el teléfono tan cerca no veo —le reclamo. Sara lo da un empujón y vuelvo a colocarse delante de él.
—Vamos, admite que en esta se ve mejor —dice mi amiga, ignorando a su esposo.
—Se ve bien en todas —les dice Zendaya, mirándolos con reproche, y luego se vuelve a mí—. En especial en esta que le tome yo. ¿Ves? —Me muestra la foto de Martin—. Es como si sonriera a la tía Z.
—Créeme cuando te digo que no está sonriendo —replica Aidan, pero ella lo ignora.
—Uh, y en esta me agarro el dedo. Se ve que tiene preferencias por mí —vuelve a insistir Harrison, mostrándome una foto borrosa de el con mi hijo.
—Es un reflejo —decimos Sara, Aidan y yo al unísono.
—Aguafiestas —bufa ofendido.
—Conmigo abrió los ojos y mantuvo su frecuencia cardiaca bajo control —arremetió Sara otra vez.
—¿Vas a presumir de cómo se comporta su frecuencia cardiaca cuando lo fuiste a ver? —pregunta Tom, arqueando una ceja.
—Y su presión arterial —replica ella.
—¿Si te das cuenta que con todos nosotros ha estado igual, no? —le dice Aidan. Sara lo fulmina con la mirada.
—Estoy rodeada de nerds —comenta Zendaya.
—¿Viste esta foto? —vuelve a mostrarme Harrison su teléfono—. Yo creo que deben subir esta.
—Hazza, se ve tu dedo en la esquina, y se ve todo borroso —le dice Tom.
—¿Qué? ¡Pero si se ve perfecto! —insiste Harrison.
—Si claro —se mofa Sara—, te quiero mucho, pero sacas pésimas fotos. Peor aún que Tom intentando usar Instagram.
—Oye he mejorado en eso —se defiende mi esposo. Voltea a mirarme—. ¿Cierto chicas?— Zendaya y yo nos miramos.
—Claro... —responde Zendaya, poco convencida.
—Aja —murmuro.
Tom nos queda mirando, sin poder creer nuestras palabras. Sara y Harrison estallan en risas. La puerta se abre y entra la enfermera. Se cruza de brazos al ver la cantidad de gente dentro.
—Muy bien, entiendo que quieran verla pero deben salir. Debo controlar sus signos vitales —les dice. Le sonrío, y ella me guiña un ojo.
—Vamos a la cafetería —sugiere Zendaya.
—Nos vemos —les dice Tom. Giro a mirarlo.
—¿Por qué no vas con ellos? Solo serán unos minutos —le digo. Hace una mueca.
—No quiero dejarte sola.
—Yo me puedo quedar —se ofrece Aidan. Tom lo mira y luego a mí. Le sonrío y asiento.
—De acuerdo. —Se inclina y deposita un beso en mi frente—. Vuelvo en un rato.
—No hay prisa —susurro. Me da un corto beso y se marcha junto a los demás.
La enfermera, cuyo nombre es Ronda, cierra la puerta tras ellos. Voltea a mirarme y sonríe.
—Leo me encargó que te cuidara —dice, acercándose con la máquina que toma signos vitales—, se supone que viene hoy.
—Le diré que no es necesario —replico.
—Y sabes que no te hará caso —ríe. Rio con ella, asintiendo.
Me quedo en silencio mientras dejo que me tomen la presión. Observo el perfil de Aidan. Tiene el cabello más corto de lo normal. Apenas lo note, debido a los últimos acontecimientos. Supongo que es más fácil sobrevivir al calor de África así.
Inmediatamente el recuerdo de una tarde de verano se viene a mi cabeza. Saliendo de la escuela, camino hacia el aparcamiento y me encuentro a Martin en su coche. Solo que su cabello había desaparecido. Las carcajadas que solté ese día debieron oírse hasta en China. Se le notaban todas las cicatrices que tenía debido a lo bruto que jugaban él y su hermano de niños, y hacia ver sus orejas más grande que lo normal. Todo tenía una razón de ser, por supuesto. Venía Halloween y quería disfrazarse como Aang de Avatar.
Martin, mi mejor amigo. ¿Qué diría él de mí en este momento? ¿Cómo se sentiría? Estaría feliz de que fuese madre, pero también muy preocupado por la situación en la que nos encontrábamos. Puedo apostar a que estaría incluso más nervioso que yo ahora, a la espera de resultados.
—Tienes la presión un poco baja, pero es normal considerando la cantidad de sangre que has perdido —comenta la enfermera, sacándome de mis cavilaciones.
—Gracias —le sonrío.
Asiente y sale de la habitación, dejándome a solas junto a Aidan. Mi amigo mantiene una expresión seria. Me preocupa un poco. Creo que, durante este último tiempo, ha perdido demasiado, y lamentablemente no he podido estar para él.
Decido que debo intentar animarlo un poco. Algo simple, que nos haga olvidar un poco toda esta situación de mierda.
—Vaya bienvenida que te dimos —digo, intentando romper el hielo. Voltea a verme—. Un llamado de mí llorando y tú llevándome en brazos a la ambulancia. De seguro Carrie se ensució con menos sangre que nosotros.
—¿Bromeando acerca de ti a punto de morir? Vaya. Nunca cambias —sonríe con amargura. Me encojo de hombros.
—No hay que llorar sobre la leche derramada —digo como si nada.
—Tampoco hacer un festín, ¿no crees? —pregunta.
Aparto la mirada. Aidan tiene otro plan, sé para donde va nuestra conversación, y no quiero hacerlo. Me niego a hablar de ello.
—No tiene nada de malo reírse un poco de las desgracias —susurro.
—No. El problema es que las ignoras hasta que estallan. Y no puedes hacer eso en este caso —insiste. Levanto la cabeza y lo miro, frunciendo el ceño.
—No lo estoy ignorando —me defiendo.
—Muy bien, entonces explícame ¿por qué no has querido subir una foto? ¿O dar las noticias de que tu hijo nació? —pregunta. Trago saliva, siento mis ojos humedecerse.
—Sabes por qué —mascullo.
—¿Entonces por qué no has hecho nada al respecto? ¿Por qué no has dicho nada? Sara puede hacerse la tonta, porque en su mundo de pediatría todo es arcoíris y unicornios. Pero tú y yo sabemos lo feo que está esto.
—¿Por qué quieres hacerme daño? ¿Acaso crees que no sé lo mal que está todo? ¿El peligro que corre?
—No quiero hacerte daño —replica con voz calmada.
—¿Entonces qué? —pregunto. Una lágrima se me escapa y la limpio con rapidez.
—Creo que deberías preparar a Tom. Porque él no lo sabe.
Suspiro. Tiene razón, por supuesto.
—¿Qué quieres que le diga? —susurro—. ¿Qué nuestro hijo podría morir? ¿Qué no quiero subir fotos por si muere? A veces vivir en la ignorancia es una ventaja.
—Decirle que es una posibilidad.
Levanto la cabeza y aprieto mis labios, controlando el temblor en mi voz.
—Lo sabe, créeme —digo, recordando las largas conversaciones que tuvimos.
Aidan se acerca y me abraza. Así de frágil es todo ahora. Andar de puntillas no es suficiente.
Los demás vuelvan cuando ya estoy más calmada. Tom se sienta junto a la camilla y el resto conversan sobre algo a lo que no he prestado atención. En silencio, ambos conversamos sobre las posibilidades. Lo que ocurrirá de ahora en adelante. Comienzo a recordar mi infancia. Repasamos las posibles complicaciones, los tratamientos, todo. Su corazón, mi corazón, el corazón de mi padre. Todos enfermos.
La puerta se abre unas horas más tarde, dejando entrar al doctor Spencer. Mis amigos se van, dejándonos a mí y a Tom solos en aquella habitación.
—¿Qué tal fue el examen? —pregunta Tom.
Lo sé antes de que hable, lo detecto en su mirada.
—Durante el examen encontramos que el ventrículo estaba dilatado —comienza a decir el doctor—. Su fracción de eyección es del veintidós por ciento.
—¿Eso qué significa? —pregunta Tom. El doctor me mira, pero yo no puedo hablar.
—Significa que el ventrículo no bombea sangre, no la suficiente.
—De acuerdo... ¿entonces... que haremos? ¿Hay que operarlo?
Trago saliva.
—Señor Holland... —Me mira—. Doctora Holland. Lo siento mucho, pero no hay anda que podamos hacer. Lo único que podría curarlo es un trasplante.
Mi corazón se rompe, mi mundo completo estalla, y el dolor me quita el aliento. Mis peores miedos hechos realidad.
—Llamaré para que traigan a su hijo y... los dejaremos tranquilos —se despide el doctor, marchándose.
Tom mira un punto fijo en el suelo, sin entender. Niega con la cabeza.
—No... tiene que haber algo...
—Tom —le llamo, no entiendo cómo es que aún no me derrumbo.
—Tiene que haber algo —suplica, con ojos llorosos. Niego con la cabeza.
—Su ventrículo... es el que bombea la sangre a todo el cuerpo. Si está dilatado, quiere decir que no hay suficiente musculo para hacerlo. Un veinte por ciento de fracción de eyección es muy poco. Quiere decir que de la sangre total que llega a su corazón, solo logra bombear un veinte por ciento —explico, las lágrimas comienzan a derramarse por mis mejillas—. Mi padre tenía un corazón peor que el mío, y su fracción de eyección era del cuarenta por ciento.
Tomo su mano.
—Va a morir. Sin importar lo que hagamos —mi voz se quiebra, y él solloza—. Tenemos que despedirnos.
Se sube a la camilla conmigo y nos abrazamos, dejando salir al dolor que nos invade. A los pocos minutos traen a nuestro pequeño. La enfermera, estoica, nos lo entrega, y por primera vez, podemos tenerlo en brazos. Sin tubos, sin cables, sin el constante pitido del monitor.
Su pequeño cuerpo se acomoda a la perfección entre nuestros brazos. Apenas mueve sus extremidades, y su respiración es agitada. Puedo sentir su corazón latir, en un intento innato por sobrevivir.
Admiro su cabello castaño, su piel pálida, casi tan blanca como la de Tom. Su pequeña nariz es respingada, y sus labios (morados) finos como los de Tom. No abre los ojos, pero puedo asumir que son cafés. Me imagino a mi madre con nosotros. A mi padre. A Martin. Me imagino una realidad alternativa en que él está bien. En que su cuerpo no es frágil, en que su corazón late fuerte. En que abre los ojos, e incluso llora, y sus mejillas están sonrosadas, en vez de aquel color blanquecino que evidencia la falta de oxigenación.
Nos recostamos en la camilla los tres juntos, olvidando el inevitable destino. Nos regocijamos viéndolo, sosteniéndolo contra nosotros, pretendiendo que aquello durará para siempre.
Lo acurrucamos entre nuestros brazos y le damos todo el amor que el tiempo nos deja darle. Sus manos atrapando nuestros dedos, ambos mirándonos. La visión de que así podría ser el resto de nuestras vidas. Nos quedamos así hasta que la vista se nos cansa. Hasta que su cuerpo comienza enfriarse. Hasta que sus manos nos sueltan. Hasta que da su último aliento.
Su cuerpo inmóvil yace contra mi pecho. El dolor aflora y un sollozo escapa de mi boca, como si fuese un animal herido. Tom me sostiene y me apoyo contra él. Ambos llorando, el dolor creciendo, nuestro futuro frustrado.
Miramos por última vez a nuestro pequeño. Tantas cosas que hubiese querido hacer, enseñarle. Tanto que pudimos dar, y ahora debemos decir adiós.
Adiós a abrazarlo, adiós a verlo crecer, adiós a consolarlo. Adiós al futuro.
Y lo dejamos ir.
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