Al principio todos tenemos alas. Podemos volar, cumplir nuestros sueños. Y, si no podemos solos, habrá alguien dispuesto a ayudarnos siempre que pidamos ayuda.

Mis alas eran preciosas, todos los adultos decían que eran enormes y que llegaría muy lejos, pero entonces empecé a estudiar. Las plumas fueron cayendo poco a poco, hasta que sólo quedaron las imprescindibles. Hasta ese momento no me di cuenta. Entonces fue cuando vi que mis opciones estaban limitadas a una determinada altura porque apenas me quedaban plumas. Me empecé a preocupar.

Cuando de verdad vi que estaba en un punto de no retorno, fue cuando me empezó a doler. Cuando sentí que todo recaía sobre mí, que no recibiría ayuda con ello. Sus alas eran preciosas, y fue en lo que me fijé mientras me quitaba a la fuerza las plumas restantes con una sonrisa.

Oh, mi querido sistema, no te importó, ¿verdad? No fui la única. Mientras arrancaba las plumas de mis alas, lo hacía también de las de mis compañeros. Para acabar, mientras sonreía con malicia, cortó nuestras alas completamente.

Ya no tenemos futuro.

Somos el fracaso escolar.

Es todo culpa nuestra.

No ven la sangre a nuestras espaldas.