PRÓLOGO

Es difícil para un lobo, sobretodo si este es mitad hombre y ha estado solo por décadas, renunciar a la única mujer que puede salvarle.
Mientras miraba a su Aimee débil sobre su cama, pensaba en cuan cerca había estado de renunciar a ella.
Sabía que no podía obligarla y que para ella, todo lo que les unía era una profecía absurda de una bruja años atrás, pero para él, tenerla a su lado era mucho más.
Ella había aceptado unirse a él, no porque le amase, sino para derrotar a la criatura. Un ser tan horrendo y malvado que no descansaría hasta verles a todos muertos.

Observó inquieto como ella se removía en la cama quejándose por el dolor.
Juliet había estado cerca.
De no haber llegado los otros...

-No es tu culpa.
Sabía que no lo era, pero aún así lo sentía de esa manera.
Su misión en la vida era proteger a su mujer y a los cachorros que naciesen de esa unión y había fallado al permitir que la dañaran.
Por segunda vez, Aimee había estado cerca de la muerte.

Acercándose a la ventana, cerró los ojos y recordó.

Había corrido durante horas. Sólo tenía algo en mente. Llegar cuanto antes hasta ella.
Había olido su aroma desde su casa. Su hermano pequeño y él habían detectado el aroma único de su mujer. La única destinada a ellos.
Su hermano mayor Alexander la encontró poco antes y ahora era el turno de Anthony y el suyo.
Cada quilómetro que recorría, era un paso más cercano a su destino.
Y entonces la vio.
Ella era perfecta.
No existía otro modo de describirla.
Pese a que físicamente era igual a Aileen, la mujer de Alexander, la suya tenía algo que sólo él apreciaría. Era una luchadora. Valiente, tenaz... Alguien que le plantaría cara y no se acobardaría ante él.

El destino había elegido no sólo a tres hermanas físicamente idénticas, sino a tres brujas poderosas que junto a ellos tres, venderían al mayor de los males al que el mundo se había  enfrentado nunca.

Años atrás, Morgana, la bruja más  poderosa del mundo predijo lo que ocurriría y ahora mismo, agradecía no sólo poder vivir durante muchos más  años junto a la mujer amada, sino saber que una vez la reclamará, la cuenta atrás para que la maldición que arrastraba su especie se detendría.
Y todo lo que debía hacer era ir por ella y hacerla suya.

El grito aterrado de la mujer le sacó de sus pensamientos y se puso tenso.
Ella corría escapando de alguien y el terror que sentía viniendo de ella era más de lo que podía soportar.

Recorrió los pocos metros que le faltaban hasta llegar a ella y fue entonces cuando reparó en los dos hombres.
El primero se abalanzó sobre ella con algo en la mano.
El hijo de puta iba a golpearla.
Iba a saltar sobre él cuando el segundo hombre impidió aquella atrocidad.

-¡Llévatela de aquí, lobo!
No se detuvo a pensar como aquel  desconocido sabía sobre él.
Corrió hasta su mujer y se la llevó.

-Armand...
Salió de sus recuerdos y se volvió hacia la mujer que descansaba en su cama.
Ella se había vuelto su mundo entero y aún así...
-Dime, regina mea.
-Tienes que prometerme que si no lo consigo...
-Shhh... Ni siquiera lo pienses. Vas a vivir y vamos a encontrarle. Ya encontraremos otra manera para ganar a la criatura. Encontraré el modo de que no tengas que...
Estaba destinado a que la maldición acabase con él porque de ninguna manera obligaría a Aimee a aceptarle y amarle si ella no estaba dispuesta.

-No hay tiempo. La luna...
No pudo terminar la frase, tal y como él se volvió hacia la noche y sus ojos vieron el astro, su lobo empezó a arañar su interior para que le dejase salir y mientras él peleaba con su bestia para mantenerle dormido, Aimee trataba como podía de alejarse de él, porque si cambiaba, nada detendría a la bestia para que esta reclamará lo que le pertenecía.
A ella.

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