CAPÍTULO 02
Antes de que las tres hermanas y sus lobos apareciesen, Morganna había tenido un extraño sueño del que no podía olvidarse.
Normalmente estos mostraban mucho acerca de lo que se avecinaba, y este no fue una excepción.
Preocupada, invocó al espíritu del aire.
Este siempre le había traído claridad cuando su mente no ayudaba.
El sueño se repitió día tras día durante más de un mes.
En el sueño, ella estaba de pie frente a un árbol.
El frío la rodeaba.
Las hojas habían caído demostrando así el final del otoño.
Ninguna hoja adornaba ahora el árbol.
A lo lejos, las montañas nevadas anunciaban lo que estaba por llegar.
El sol, aun en lo alto, daba la sensación de iluminar la triste figura de madera que tiempo atrás se alzaba poderoso entre los demás.
Colandose entre las secas ramas, un rayo de sol la cegó haciendo que tuviese que cubrirse los ojos con una mano.
Cuando la apartó, había alguien sentado en los pies del árbol.
Un hombre con las rodillas levantadas, la cabeza sobre ellas y las manos cruzadas tras esta.
Al dar un paso hacia adelante para ir hacia él, este levantó la cabeza de golpe y aulló.
El día se convirtió en noche y el sol que hasta hacia nada iluminaba el lugar fue eclipsado por una enorme y brillante luna de sangre.
Era su turno para ser reclamada.
Ahora que las hermanas y sus lobos habían llegado, debía responder a muchas preguntas, empezando por como era posible que ella siguiera viva.
Antiguamente, las brujas más poderosas eran las únicas capaces de profetizar lo que estaba por llegar y siempre, sin excepción, solía ocurrir cuando su tiempo en la tierra estaba cerca del final.
Recordaba su profecía.
Recordaba como su cuerpo se debilitaba.
Recordaba también su último aliento y la plegaría de encontrar paz en la luz.
Y recordó su vuelta.
Como sacada de la más clásica de las películas de terror que tanto le gustaban, ella despertó bajo tierra sagrada.
Su alma no había abandonado su cuerpo y este se había alimentado de la tierra para fortalecerse y evitar que se consumiera.
Cuando pudo respirar aire de nuevo tras escapar de su sepultura, vagó sin descanso hasta su pueblo.
No encontró a nadie allí.
Estaba desolado. Abandonado. Y gritó con todas sus fuerzas.
Estaba sola.
—¿Nunca encontraste a los tuyos? —preguntó Aimee aun fascinada por la historia que Morganna les estaba contando.
—Lo hice, pero me llevó algún tiempo.
Por lo que supe algún tiempo después, permanecí en esa tumba durante años cuando estaba segura de que solo habían transcurrido algunos días.
—¿Y que pasó cuando te reencontraste con tu familia? —siguió Alana esta vez.
—No lo hice. Ellos nunca supieron que regresé. Podría cambiar aun más el destino y la profecía debía cumplirse.
—¿Y has estado aquí sola todo este tiempo?
Aimee miró a su alrededor.
El lugar era acogedor, pero estaba en medio de ninguna parte.
—Nunca dije que había estado sola.
Esa sonrisa de nuevo.
Estaba ocultando algo y Armand no era un hombre paciente. Solo con Aimee había obligado a su lobo a esperar.
Este gruñó en su mente dando a entender que solo por que era su compañera se lo permitía.
—Parece que tenemos visita.
Morganna se levantó del pequeño sillón en el que había estado sentada después de curar a Aimee y se acercó a la puerta dejando ver a sus visitantes.
—Pasa, hija mía.
Juliet entró seguida de Lucien.
—¿Hija? ¿Tú eres nuestra abuela?
Esta vez fue Aileen quien preguntó.
—En realidad soy vuestra tataratataratatara abuela. ¿No os lo había dicho? —respondió esta con una de sus sonrisas y se encogió de hombros— Es por eso que la criatura va tras vosotros. Quiere recuperarme.
—Pero él...
—Es mi marido.
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