CAPÍTULO 01
Morganna...
Sabiendo ahora que era ella quien había invocado la luna roja volviendóle a él y a sus hermanos locos y que hizo que sus mujeres huyesen lejos de ellos en su busca no le hacía sentir mejor.
Ella era quien había iniciado todo al hacer esa profecía años atrás. Ella los había unido.
Quizá solo por eso le daría el beneficio de la duda.
Morganna observaba divertida la confusión de todos.
Fijó su mirada en el pequeño cachorro en brazos de su padre y su mirada cambió.
—Será mejor que entremos. No quiero que el viento lleve mis palabras a quien no debe.
Una vez en el interior de la cabaña, todos tomaron asiento y Morganna se dirigió directamente hacia Aimee poniendo a Armand completamente tenso.
—No tienes nada que temer de mi, lobo. Ahora dime, pequeña, ¿todavía quieres huir?
Aimee miró a la bruja tratando de leer su expresión pero era imposible. Como si llevase una máscara cubriendo su rostro, no mostraba ninguna expresión.
—Debo encontrar a alguien.
—Oh, si. El humano.
Fue el turno de Aimee para tensarse. ¿Que sabía ella sobre él? ¿Sabía donde encontrarle?
La bruja se rió en voz alta sorprendiendo a todos.
—¿Por qué simplemente no me preguntas? Eso te evitaría muchos dolores de cabeza.
—¿Sabes dónde está?
—Por supuesto.
—¿Donde...?
—Primero voy a terminar de sanar tus heridas, después hablaremos todos juntos y cuando termine y vuestros padres lleguen, te mostraré dónde se encuentra.
—¿Él está bien?
—Está vivo, si es lo que realmente quieres saber.
—¿Y...?
—Primero tus heridas, Aimee.
Obligandose a mantener la boca cerrada y a evitar la mirada curiosa de los demás, se quedó donde estaba y esperó a que Morganna hiciese su magia.
Todavía en la mansión Romanov, Lucien devoraba libro tras libro tratando de dar con una solución.
Quien hubiese invocado a la luna de sangre y vuelto loco de aquel modo a todos los hombres Romanov, incluido al pequeño Alan, tenía que ser muy poderoso, y por experiencia sabía que la criatura no lo era hasta tal punto. Ni siquiera después de beber de Juliet.
—Aquí estás.
Cerró los ojos y apretó los puños al escuchar la voz que tanto le afectaba.
Ya no sonaba dulce, sino ronca y gastada y aun así seguía afectándole del mismo modo después de tantos años.
—Alguien invocó una luna de sangre y...
—Lo sé. Puedo oler tu miedo. ¿Me temes, Lucien?
Juliet se acercó a su marido y deslizó las uñas por su brazo mientras acariciaba en lugar donde se encontraba la yugular con la nariz.
Estaba hambrienta todavía y notaba la debilidad en él.
Sería tan sencillo clavarle los colmillos y drenarle.
Su olor solo hacia que la criatura en su interior y la bruja que era pelearan entre si.
Una quería acabar con el brujo.
La otra moriría antes.
—Temo por nuestras hijas y por sus hijos. Si lo que hizo esto las ataca... Sus propias parejas querían forzarlas.
—Ellos están a salvo.
—¿Como lo sabes?
—Antes de que regresaras, cuando me reencontré con ellas hice un conjuro. Podría encontrarlas donde sea que se hallasen.
—¿Sabes donde están? —preguntó cerrando el libro que había estado ojeando.
—Por supuesto.
—Llévame con ellas.
—No tan rápido, brujo. Alimenta a tu mujer primero. Ellos no irán a ningún lugar. Ella sabe que iremos.
—¿Ella?
—La bruja más poderosa que existió en esta tierra.
Antes de que la respuesta llegase a su mente, Juliet le mordió y esta vez fue muy distinta a la anterior.
La excitación creció rápidamente en ambos.
La ropa desapareció con solo un movimiento de la mano de ella y Lucien se encontró profundamente enterrado en el cuerpo de su mujer cuando el clímax les sobrevino a la vez.
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