7. La sonrisa de Noah
Jeff lo miro a través del cristal, su pequeño hijo succionaba fascinado la leche de aquel biberón. Parecía que tenía hambre, como si no hubiese comido nunca, aquello fue un gesto muy tierno. Y de alguna manera Jeff lo observaba fascinado. Le gustaba aquello, le gustaba mirarlo a través del cristal que lo dividía de todos aquellos cuneros, en donde por supuesto había muchos otros bebés. Pero aquí estaba lo interesante. Habiendo tantos bebés en esa sala sólo había uno que captaba por completo la atención de Jeff, y ese era por supuesto el pequeño de piel blanca y manta anaranjada. Ese mismo que tenía una pulsera en su tobillo con grandes letras negras que formaban el nombre de Noah Woods.
Noah Woods.
Aquello le encantaba. Repetía su nombre una y otra vez por su mente, era como una adicción, una hermosa y linda adicción. Jeff no quería aceptarlo, pero poco a poco se hacía adicto a algo que ahora le pertenecía.
Jeff sonrió, el bebé había cerrado sus ojos y dormía plácidamente. Se preguntó lo que estaría soñando, quizás con dinosaurios o cosas así, después de todo era un bebé y no estaba seguro de saber si los bebés soñaban o no.
El pelinegro se tomo un momento para cerrar los ojos. Estaba cansado, pero la emoción del momento le había impedido dormir un poco. Sin embargo no quería descansar, Jeff tenía miedo de despertar y ver que todo había sido un sueño. Tenía miedo de perder al infante que dormía en el cunero, y sobre todo, tenía miedo de despertar y ver que nada era real. Sin embargo el muchacho se equivocaba, ahora tenía un hijo, y él nunca lo abandonaría. Suspiro y talló sus ojos, deseaba poder llevarse a su hijo a casa; pero ahí había otro problema. Los rumores corrían rápido, y muy pronto muchos se enterarían del niño que ahora acompañaba a Jeff. Ese era un problema, Jeff había empezado a tener miedo de ellos. Ellos podían dañar al único ser que estaba empezando a cambiar su vida..., él no quería perderlo. ¿Era un riesgo? Sí, lo era. Pero lo protegería a como diera lugar ¿verdad?
Jeff se sentó en unas sillas que estaban a las orillas del pasillo, cerró sus ojos y recargó su cabeza en la pared. Poco a poco sintió un hormigueo en el cuerpo, y, finalmente, quedo dormido.
Unos minutos más tarde Jeff despertó, parpadeó un par de veces hasta acostumbrarse a la luz del pasillo. Se puso de pie, y con largas zancadas se dirigió de nuevo a la sala de cuneros. Cuando llego miro a través de los cristales que los dividían, y una vez más, visualizo al bebé por ellos. Noah ahora estaba despierto, sus grandes ojos miraban todo con asombro y curiosidad, su pecho se movía de arriba a abajo con rapidez y sus pequeñas manitas se movían inquietas de un lugar a otro. Jeff sonrió.
—¿Quieres pasar? —la misma enfermera se le acercó. Jeff la miro con asco, y después con frialdad.
—Sí.
La enfermera abrió la puerta de los cuneros, e hizo un gesto con la mano para que Jeff pasara.
Al entrar el olor a bebé le penetró las fosas nasales, un olor que era suave, y si, también embriagador. Sus hábiles piernas caminaron al cunero de Noah, y de un segundo a otro lo pudo observar de cerca. Los gigantescos ojos del bebé se posaron de inmediato en él, y se tomo un tiempo definido para observar a ese extraño hombre que lo observaba con un sentimiento que su corazon conocía muy bien.
—Hola, bebé —lo escucho hablar.
¿Habían escuchado el rumor de que los bebés sabían reconocer las voces que durante el vientre había escuchado? Pues si, eso era verdad, el pequeño Noah reconocía aquella voz. Y no tardo en hacerlo notar.
Jeff sintió la necesidad de tocarlo, cargarlo y abrazarlo, sin embargo el cristal del cunero se lo impedía. Era como una barra protectora que lo protegía de los peligros del mundo. «Si tan sólo pudieras estar allí por siempre» pensó Jeff, al darse cuenta que todo era un peligro para aquel pequeño bebé.
Suspiro, y de pronto sus ojos brillaron con entusiasmo. Justo a un costado del cunero había un agujero lo suficientemente grande para que su mano pasara con facilidad por allí. Al fin había encontrado una manera de tocarlo. Con sumo cuidado deslizo su mano por ahí, y en pocos segundos estaba dentro del cunero. Noah vio la mano, e inmediatamente su instinto le ordeno que se moviera hacia ella para tocarla.
Los ojos de Jeff se habían abierto de par en par por la sorpresa. Su hijo había tomado la delantera. Sintió su mano, era pequeña y suave como el terciopelo. Jeff recordó la vez que toco un durazno, la piel de la fruta era casi tan suave como la del bebé.
Cerró sus ojos, sintió como la mano de Noah apretaba su dedo índice. «Es como un mensaje» pensó «es su manera de decirme que esta conmigo».
El bebé bostezo, y eso hizo que Jeff abriera sus ojos alarmado. Pero estaba bien, no le ocurría nada.
Sonrió.
—Estoy aquí, bebé... —Jeff hizo una pausa conmovedora—. Papá esta aquí. Y va a cuidarte.
Tras esas palabras, Noah hizo un gesto que terminaría por derretir a Jeff. El bebé le regalo su primera sonrisa.
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