CAPITULO 1

EDA WEBER








Ese día. Ese día me encontraba desayunando en la pequeña barra de mi casa. Teníamos apenas un mes de habernos mudado a ese lugar. Un lugar algo transitado en los suburbios. Mi madre era la jefa de enfermeras. Y gracias a su desempeño fue transferida a otro hospital en esta ciudad. Por lo tanto, apenas comenzaba enero y como mi madre, me tuvieron que transferir igual.

Ella hizo de todo para que me aceptaran en el instituto y pudiera terminar mi último grado de estudios antes de irme a la universidad, la cual, iniciaba a mediados de septiembre. Insistió dos meses atrás, que el director del aula lo tuvo que aceptar con la única condición de mantener al margen mis calificaciones, que para entonces, no eran muy gratas. Algo que no me era difícil para nada de mejorar, lo único difícil en mí era el tema de la impuntualidad. Algo que sin duda tenía que resolver.

Salí corriendo en cuanto escuché el claxon. Mi madre había llegado por mí después de una jornada dura de trabajo. Tomé mi mochila, que, para ser honesta, estaba cargada de libros y cuadernos. Tomé el sándwich que me había preparado hace apenas unos minutos, y un jugo que yacía en la nevera. Era almuerzo de niños, pero no me importó, era lo único que alcanzaba a prepararme gracias a que siempre me levantaba tarde.

Subí al coche. Tenía la respiración agitada, y seguramente ya estaba hiperventilando gracias al maratón que había corrido de mi casa al coche de mi madre en la acera de afuera.

—¿Otra vez tarde, Eda? —protestó mi madre con el semblante serio.

—Lo siento, es que...

—Ya te he dicho que el móvil en la noche daña tanto la vista como tu cerebro.

No dije nada, sólo escondí el móvil en la bolsa de mi chamarra roja. No me gustaba llevarle la contraria, y menos cuando sabía que toda la noche se la había pasado en vela por sus pacientes.

Mi madre y yo vivíamos solas. Sólo éramos nosotras. Trabajaba por las noches, y durante el día nos la pasábamos juntas. Para mi madre, el problema de la fertilidad siempre existió. Alguna vez me contó lo difícil que fue para ella poder darme a luz. Pero lo agradecía, agradecía que pudiera darme vida.

Hoy era mi primer día en el instituto, algo absurdo, pues  iba entrando a medio curso. No me agradaba la idea de entrar a mitad de año. Y no porque no me gustara hacer amigos. Para nada, yo amaba socializar, sentía que de algún modo, hablar con los demás era conocer diferentes perspectivas de cómo ven la vida otros ojos que no fuesen los míos. Pero mi actitud y mi forma directa y preguntona de ser, hacía que les cayera mal a todos. Sin embargo, era algo que no me importaba. Lo que hablaran los demás de mi forma de ser, no me afectaba nada. A lo largo de años después de la muerte de mi padre cuando tenía apenas siete, logré armar esa armadura de acero, y que alguien la derribara con insultos, sería difícil de hacerlo. A pesar que mi edad era corta, recordaba todos y cada uno de sus consejos. No dejarme caer al vacío.

—Anda, ya es hora. —Anunció mi madre indicándome que saliera del coche. —Aún es temprano, así que vas a ir a la oficina de escolar, a lado de la oficina de detención, y ahí es donde te darán tu horario.

Asentía a todo lo que me decía, sin embargo, apenas si puse atención.

—¡A la orden capitán! —exclamé. Mi madre soltó un suspiro, sabía que le exasperaba un poco mi forma de ser.

Bajé del coche y me encaminé a la entrada del instituto. Era enorme y moderno por fuera, supuse que sería igual por dentro. Al entrar ahí, el lugar se encontraba repleto de estudiantes por todos lados caminando de un lado a otro entre los pasillos en color gris.

Caminé apresurada por llegar a la oficina en la que me darían el nuevo horario, la cual divisé a la brevedad al adentrarme en uno de los pasillos donde había una señal que decía: Escolar.

Una mujer robusta, con una coleta alta hablaba con un chico dentro de la oficina. Y al llegar frente a la puerta, me miró un chico de cabello negro ondulado y de ojos verdosos, quien se encontraba sentado en una banca entre las puertas de detención y escolar, leyendo un libro.

—¡Hola! —saludé animada alzando la mano.

El chico, de nombre desconocido, me dio un repaso de pies a cabeza. Después de eso me saludó.

—Hola. —Respondió desinteresado, volviendo la mirada a su libro.

Su voz era fría, gruesa y algo rasposa. Una voz imponente que me erizó la piel. Vestía unos jeans en color negro y una remera verde oscuro, como sus ojos. También, traía una perforación en su ceja izquierda, así como en la aleta izquierda de su nariz. De no ser por las ojeras que llevaba cargando consigo mismo en sus ojos, sería un chico atractivo.

—¿Estás haciendo fila? —pregunté, pero el chico soltó un suspiro irritado.

—¿Te importa? —respondió con otra pregunta alzando el libro que llevaba en manos.

—Lo siento —me disculpé. Que tipo tan mal educado.

Tomé asiento en la otra esquina de la misma banca, esperando a que alguien en la oficina de escolar abriera la puerta y me hablaran. Coloqué la mochila en el suelo, y lo siguiente que hice fue sacar el libro de Stephen King llamado: La zona muerta, uno de mis favoritos.

Comencé a hojearlo hasta llegar al apartado en donde lo había dejado. Me picaba la curiosidad, quería saber qué libro leía el chico por si me llegase a interesar. Pero éste no cedió. Observé con determinación entre cerrando mis ojos, hasta que por fin cerró la tapa blanda del libro entre sus manos. El chico leía Cien años de soledad, escrito por Gabriel García Márquez.

Después, un carraspeo de garganta me sobresaltó.

—¿Se te perdió algo? —No me había dado cuenta que lo estaba observando demasiado.

—Eh... —me había pillado. Sentí las mejillas arder y con sumo cuidado lo miré a los ojos. Unos ojos vacíos y oscuros. —¿Por qué Cien años de soledad? —pregunté.

¡Vamos! Sabía que ese libro era un lío tras otro. Ese tipo de lectura no era lo mío, sin embargo, tenía mis opiniones sobre el mismo.

El chico enarcó la ceja perforada donde habitaba el pequeño aro plateado.

—¡Que te imp...

—Ander, a detención otra vez. —Interrumpió la mujer saliendo de la oficina de escolar. No sabía si era la subdirectora o... —Ambos, a detención a la hora del almuerzo. —Continuó dirigiéndose al chico que acababa de salir de su oficina. Un chico alto, de piel bronceada y ojos color café claro con pestañas rizadas.

Quedé embelesada. Y sin duda, el chico me miraba. Tragué duro cuando me sonrió de lado, y después, se fue caminando por uno de los pasillos, el mismo por el que yo había entrado.

—Que patética. —Escuché bufar al chico perforado. Y cuando estaba por decirle algo antes que desapareciera de mi vista, la mujer me habló.

—Tú debes ser Weber ¿Cierto? ¿Eda Weber?

Volví la mirada hacia ella, y asentí a su pregunta. Con su mano, me indicó que me adentrara a la oficina y obedecí.

—Este es tu horario, tus clases comienzan a las 7:30 a.m. —dijo mirando el reloj que se encontraba en su muñeca —Así que andando, faltan cinco minutos.

Abrí los ojos por la sorpresa, y lo que hice fue tomar el horario entre mis manos y encaminarme a la salida. Caminé rápido, por no decir que me fui trotando, miré el pequeño croquis impreso donde venían con exactitud cada uno de los salones. Y al llegar, me metí al salón en el que  me tocaba clase.

—¿Puedo entrar? —pregunté al abrir la puerta. Un hombre, no mayor de cuarenta años, quien supuse era el maestro, asintió. —Gracias.

Me adentré haciendo ruido. Tanto ruido que algunos se me quedaron viendo extraño y con sorna. Todos, menos él. El chico con la sonrisa bonita. El único lugar que se encontraba desocupado era el que estaba a lado suyo, así que fue ahí donde me senté.

El maestro se presentó con el nombre de Mark Harrison. Era joven, no más de cuarenta años y atractivo. La clase que impartía era la de valores. Una clase muy educativa.

—¿Puedo entrar? —Volví la mirada a la puerta viendo al chico de hace un rato en el marco de la puerta.

—Ander. —resopló el profesor dirigiendo la mirada al chico. —Será la última vez, para la próxima no te dejaré entrar.

El chico de nombre Ander, asintió sin apenas mirarlo.

—Siempre llega tarde. —Anunció el chico de la sonrisa bonita. Me volví hacia él. —Mi nombre es Thomas, pero puedes llamarme Tom. —Se presentó con amabilidad estrechando su mano, la cual tomé a forma de saludo.

—Mi nombre es Eda, Eda Weber.

—Mucho gusto Eda.

Le sonreí, ambos mirándonos a los ojos.

—Ustedes dos, los que están al final, pongan atención que no lo volveré a repetir.

Ambos nos volteamos hacia el frente para mirar al profesor. Me sentí apenada justo por habernos llamado la atención.

La mañana se había pasado volando. Llevábamos un mes viviendo en la ciudad, y mi madre hizo que me acostumbrara al recorrido que me llevaba a casa. Al salir del instituto saqué el móvil de mi mochila, conecté los manos libres y puse una de mis canciones favoritas de Green Day: Wake me up when september ends. Era mi favorita porque, su significado para mi especificaba el otoño en el que mi padre murió.

Iba caminando por la banqueta. El instituto quedaba a por lo menos veinte minutos de mi casa caminando. Me gustaba caminar y despejar mi mente con la música. Sobre todo mi música preferida, con mis bandas favoritas. The Rasmus, Green Day, My Chemical Romance, y la mejor de todas: Goo Goo Dolls y entre otras. Me fascinaban las bandas de antaño. Algunas las conocí gracias a mi padre, y otras simplemente las encontré.

Reproduje mi canción preferida de Goo Goo Dolls llamada: Iris. Una canción tan bella y melancólica, como deprimente por su significado.

Conforme iba caminando, me di cuenta de algo. Sentí una presencia tras de mí. No lo dudé ni por un segundo. Saqué mi gas pimienta que yacía en una de las bolsas del lado izquierdo en mi mochila. Miré de reojo y era él. Ander.

—Tranquila, no tengo pensado secuestrarte ahorita —dijo burlón al verme guardar de nuevo el gas.

Solté un suspiro de alivio. En verdad me había espantado. Sabía que donde vivíamos ahora mi madre y yo, no era un barrio de mala muerte como en el que algún día estuvimos. Ahora nuestro ambiente era mejor.

Le resté importancia. Seguí mi camino y Ander igual. Sin embargo, mi personalidad insistía en que me voltease hacia él para presentarme como debe ser. Y sin duda, lo hice.

—¡Hola! —saludé repentinamente girándome hacia él. Dio un respingo cuando me escuchó soltando un suspiro.

—No te das por vencida, ¿cierto?

Me encogí de hombros y me dispuse a caminar junto a él.

—Mi nombre es Eda, Eda Weber. —Me presenté estrechando mi mano derecha. Pero el mal educado, ni siquiera la tomó.

Regresé mi brazo a su lugar. Me apené por ello y sentí un poco de lastima por mí. Pero se me pasó al momento.

—Soy Ander, Ander Boyce. —Levanté la mirada, y sonreí.

—Mucho gusto Ander. —Me miró de reojo.

Ambos caminamos, me quité las manos libres por educación y él hizo lo mismo. No decíamos ni una sola palabra, y nuestras miradas estaban dirigidas al piso. Pero como siempre, fui yo quien comenzó hablar.

—Y... ¿Vives cerca? —pregunté.

—Si, Weber.

Su voz diciendo mi apellido, hizo que me estremeciera y me diera un escalofrío.

—Y... ¿Qué música escuchas? —pregunté. Pero no me contestó.

Seguimos caminando hacia la misma dirección, pero cuando estaba a punto de preguntarle porque le gustaba ese libro que estaba leyendo hace un rato, cruzó la calle, y sin despedirse siguió su camino dando vuelta sobre la avenida principal.

















¡Primer capítulo!

Espero lo hayan disfrutado Gracias por su apoyo.

¡Gracias peque por ayudarme con el nombre!: Eda ♥

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