CAPÍTULO 67
—Eso es todo. Nos vemos la próxima semana, no olviden comprar El arte de la Felicidad, lo vamos a necesitar— con esa última palabra mis compañeros se ponen de pie para salir del aula.
Acomodo mi cuaderno en mi bolso y lo dejo caer al lado de mi mulso derecho. Doy un recorrido recto por el pasillo y salgo por una de las puertas al campus, esta dirección ya era habitual gracias a Caleb, sé donde lo encontraré si dejo la acera y me aproximo por el césped verde.
Segundo árbol de la derecha, al pie del tronco grueso y viejo, ahí está él. Tendido por completo, con un libro abierto sobre su rostro, con una pierna sobre la otra, una mano detrás de la cabeza y la otra sobre su vientre.
Me siento a su lado, recojo mis zapatillas cruzándolas por debajo de mis piernas. Por su respiración profunda puedo suponer que está durmiendo, su cabello negro se esparce detrás de su cabeza, entre algunos mechones diviso una hoja pequeña.
—¡Aah!—mi muñeca queda atrapada entre sus dedos largos.
Caleb se tensa y quita el libro de su rostro. Sus ojos un tanto rojos me miran desde abajo, suelta mi muñeca.
—Loca. ¿Te lastimé?— Niego, solo me dio un susto. Pero él mira mi muñeca para comprobarlo.
—Creí que estabas dormido— se levanta hasta quedar sentado. La cadena que le regale se alza golpeando su pecho en el proceso.
—Lo estaba— su pulgar y su índice presionan sus parpados. —¿Has acabado con tus clases de hoy?
—Si— digo viendo el dije que le di, no se lo ha quitado. Eso me hace sentir bien. —¿Y tú?
—Tengo una prueba de comprensión— me muestra el libro de tapa gastada. The Giver.
—No la he leído— digo con honestidad. Aun así lo tomo entre mis manos y lo abro, tan solo la primera hoja tiene líneas marcadas.
—Ya lo harás al próximo semestre. Te dejaré esta copia.
—¿Tú lo has subrayado?— Caleb sonríe.
—No— espero que se explique, pero lo que hace es ver su teléfono. —Ya va a empezar mi prueba. ¿Te quedarás?
—En realidad, esperaba ir a comprar un libro para una de mis clases— Caleb arquea una ceja.
—Tengo el lugar perfecto para ti— de su cuaderno saca una hoja y escribe algo. —Ve a este sitio, encontrarás lo que buscas.
—¿Es una librería?— pregunto con duda.
Caleb suelta una sonrisa grande. —Sí. Yo te alcanzo cuando acabe la prueba. Tengo que irme— me da un beso rápido en los labios y se va.
Bajo la mirada a la hoja de papel arrancada. La letra es cursiva y elegante, sin duda puedo decir que tiene mejor letra que yo. Fith Ave. y 60th St.
Saco mi fiel Google Maps para ubicar el punto, no conozco esas calles pero iré. Por mi ubicación puedo saber que no está tan lejos. Podría caminar hasta allá, son seis cuadras, no valdría la pena esperar un uber para una corta distancia. Empiezo a andar, hace mucho que no caminaba por las calles, supongo que queda atrás cuando tienes un auto que te lleva. Los escaparates de tiendas llaman mi atención, no podía verlos conduciendo y es por eso que ni siquiera sabia que teníamos una tienda de pinturas. Me quedo unos segundos apreciando una obra de arte, colores cálidos e intensos mezclados, sea quien sea ese autor ha conseguido algo grande.
De pie afuera de la vitrina empiezo a sentir una sensación extraña, giro observando a las personas que caminan por el lado de mi acera, también veo al frente, nadie me está viendo. Regreso a transitar como un peatón normal, no quiero parecer loca, pero realmente sentí algo, es como si alguien me observara.
Doblo la primera cuadra, mis pasos se han vuelto un poco largos queriendo huir de esa sensación, pero tengo que frenar cuando veo un auto estacionarse. Mis latidos se aceleran y respiro profundo.
—¿Harriet?— es el Jeep Wrangler de Nate.
Me acerco a la ventana del copiloto. —Hola— saludo intentando disimular.
—¿Qué haces caminando? ¿Y tu auto?— si pues, como le digo que Caleb y yo vamos juntos a Hasting, en su moto porque uno, no pienso conducir con él de copiloto y dos, su moto es más rápida siempre.
—No lo traje.
—Bien...— mira hacia adelante. —¿Quieres que te lleve a algún lugar?
—Si— digo de inmediato. Solo quiero salir rápidamente de aquí. Aunque no voy a decirle el porqué. —Gracias.
Me siento en el asiento del copiloto y le indico hacia donde me dirijo. —¿Una librería? ¿No es mejor la del Centro?
—Caleb me recomendó esta— digo encogiéndome de hombros. Lo cierto es que siempre compraba en la del Centro, pero si Caleb señalo esta confiaré en él. —¿Ibas a la oficina?
Nate me mira sonriente. —No. No he ido desde que volví.
—¿Y tu padre no ha hecho nada por eso?
—Estoy yendo a hablar con él ahora— eso si es valentía. —Le diré sobre mi decisión.
—¿Katherine estuvo de acuerdo?— se me hace un poco dudoso que sí. Imagino que pensó que contraería matrimonio.
—Sé que lo va a entender... después— suspira. Entonces no. —No he visto una librería por acá— dice doblando para la última cuadra. —Y hemos entrado a una zona diferente.
Observo por la ventana, no son como las calles en las que estaba caminando, intento encontrar el sitio correcto. En la esquina, según la dirección del papel, hay unos carritos llenos de libros, están en la vereda y hay algunas personas leyendo uno que otro.
—¿Es esto?— cuestiona Nate intentando asomarse por mi ventana. También hay un local interior, el letrero de madera cuelga en la puerta y solo así lo entiendo.
Librería de segunda mano.
—No estoy seguro de que encuentres algo bueno aquí— está bien. Admito que nunca he comprado un libro de segunda mano. Y estoy segura que Nathaniel tampoco.
—Entraré a preguntar— Nate apaga el motor y cuando baja sé que vendrá conmigo.
No hay nadie en el mostrador, pero si hay una mujer y una niña en un lado, un hombre revisando un libro y otro intentando alcanzar un libro desde un estante alto. Todo lo que puedo ver son mesas repletas de libros, estantes continuos en el fondo, solo hay tres letreros diferentes. Literatura, Infantil, De todo.
—Harriet— volteo. Nate ha levantado un libro de una mesa con letrero de $1. —Estos están muy maltratados.
—Talvez por eso están a $1— señalo el letrero.
Me acerco a Literatura, los estantes son altos, pero están arreglados para ver sus lomos con sus nombres. Es un desorden, pero no es malo.
—¿Qué libro estabas buscando?— me pregunta el castaño.
—El arte de la felicidad.
—A ver— me ayuda a buscar entre tanta variedad.
Tomo un estante diferente al suyo para mejorar nuestro porcentaje de éxito. Hay muchos libros. Me agacho y levanto el cuello para buscar en todo lugar.
—Creo que no lo tienen— menciona Nate. No quiero darme por vencida así de fácil.
—¿Qué están buscando?— una voz se oye a nuestras espaldas.
Es un hombre con gafas redondas, su barba va desde las patillas a mentón, blanco como su cabello.
—Buenas tardes— saludo intentando mostrar respeto. —El arte de la felicidad.
El hombre alza el mentón sonriente. —Es un buen libro, señorita. Vengan por aquí.
Miro a Nate antes de seguirlo. Pasamos al siguiente estante y como si esto no estuviera repleto de libros, el hombre va directo a una zona, revisa entre una fila y apunta con su dedo antes de tomarlo.
—Dalai Lama— sonrío tomando el libro, su lomo está un poco deteriorado, pero sigue siendo el mismo que vi en internet en clases. —Nunca los había visto por aquí.
—Acabamos de conocer el lugar— dice Nate. —¿Cuánto tiempo tiene su local?
El hombre ríe acomodando sus gafas. — Muchos más años que yo, imagina las décadas.
Nate sonríe. Sé que ha estado viendo la estructura del local, lleva un segundo nivel, aunque la altura del piso y el sean mínimos. La estructura está descuidada, aun así es lo suficiente en espacio para llenarse de libros gastados.
—Si no le molesta — vuelve a dirigirse Nate al hombre. —¿Por qué libros usados? ¿No es mejor trabajar con nuevos? No tendría que reducir sus costos.
El hombre camina hacia uno de los ventanales. —Mi padre era profesor, contaba con muchos libros y siempre llenaba la casa con ellos. Un día mi madre le dijo que se desasiera de ellos o que los quemaría. Era una mujer de carácter. Con esa amenaza mi padre prefirió regalar sus libros, los saco afuera de nuestra casa — apunta por la ventana. —Las personas venían y se los llevaban como si se tratara de un pedazo del mejor pastel de la ciudad. Hasta que un día, un niño se acercó y tocó la puerta, le pregunto si tenía libros para niños, su especialidad era Ciencias, no contaba con esa clase de contenido. Por su camisa supo que pertenecía al orfanato de cerca de aquí y como disculpa lo acompaño, nunca había entrado a ese lugar. Pero cuando lo hizo algo abrió sus ojos. Los niños que habitaban en ese lugar estaban en las condiciones más devastadoras, las hermanas no contaban con el dinero, mi padre dijo que era una época dura y casi nadie se preocupaba por los niños. Nadie los noto, ni siquiera él hasta ese día.
>>Entonces pensó en como ayudarlos, abrió las puertas de nuestra casa, tomo la primera planta para mostrar todos los libros que tenía, les puso el mismo precio a todos. Todos de segunda mano, por él. Aunque eran usados y se vendían a precios realmente bajos, se recaudó una buena suma de dinero, todo fue a parar al orfanato y a cada persona que compraba uno se le decía la causa. Al poco tiempo aparecieron personas con libros usados. Eran personas dispuestas a ayudar a esos niños, tal vez no contaban con dinero, pero si con algunos libros— levanta los brazos. — Este lugar cada vez tuvo más, con personas trayendo libros nunca pudimos cerrarlo y eso a mi padre le parecia bien. Hasta encontramos de eso modo libros infantiles. Ahora cierta parte de los libros infantiles se van al orfanato y los otros son vendidos a niños que no pueden costear por un nuevo.
Desde mi lugar veo a la madre con su niña, ellas ven un libro pequeño, no es hasta ahora que no me he dado cuenta de la situación económica de estos compradores.
—Usted ha continuado con el negocio— afirma Nate, sé que ha sido afectado por la forma en que mira nuestro entorno. Es que ninguno pensó que había una historia tras este negocio, es una acción muy noble de su parte.
—Sí. Me lo pidió mi padre y sentí que era lo necesitaba hacer. El orfanato de esta zona no es tan considerada como los de mejores zonas.
Miro a Nate, pues bien ambos sabemos que los eventos de recaudaciones son para el orfanato Central.
—Señor — la madre que había visto antes eleva un libro. La niña sonríe mostrando que le falta un diente delantero. —Llevaremos este.
El hombre se disculpa antes de ir al mostrador. Cuando volteo a ver a Nathaniel lo encuentro mirando fijamente al hombre.
—Y nosotros creímos que ayudábamos— me dice con la mirada triste.
Me pregunto si Caleb sabe de esto, debe saberlo y seguro por eso también viene aquí. Él debe tener conocimiento y por eso... Caleb es mejor persona de lo que creí.
—Voy a ayudarlo — volteo viendo a Nate. —Harriet, esto está a punto de caerse — miro la madera gastada, el segundo piso tampoco parece estable, y hasta le falta un escalón a las gradas.
—¿Qué piensas hacer?.
—Necesita una remodelación— dice seguro. —Y tengo el dinero para hacerlo.
—Si tu padre se entera.
—Este local no puede cerrar. A veces es bueno tomar riesgos— sonrío.
Nathaniel Archer hablando como todo un hombre, las cosas cambian con los años. O es la vida la que nos hace cambiar.
Me acerco al mostrador. Y el hombre me acerca una lata con una pequeña franja. En el estampado de ella dice Orfanato Taris. $2.
—Ahora puedo preguntar yo. ¿Cómo llegaron hasta aquí? — elevo la mirada dejando caer varias monedas. Me aseguro que no sepa que he puesto más de la cuenta.
—Nos recomendaron este sitio.
El hombre me observa. —¿Así? ¿Puedo saber quien?
—Su nombre es Caleb.
—Ah el chico que siempre va de luto— sonrío. Puedo ver a Nate intentando aguantar su carcajada.
—Ese mismo— logra decir sin reír.
—No lo he visto en semanas— parpadea. —Seguro pronto vendrá por algún otro libro— abro los labios.
Pues algo si está dicho, va a venir dentro de poco y ...corrección. El sonido de un motor me hace girar a ver las ventanas. El hombre también mira.
—Es él— dice con un poco de emoción.
Yo me quedo tiesa mientras el tatuado gira su llave, baja de su moto y camina hacia la entrada.
—Estábamos hablando de ti— le cuenta el hombre.
—¿De verdad? Espero que sean cosas buenas— el hombre ríe.—Hola— hace un movimiento de cabeza a Nate.
El castaño hace el mismo gesto antes de revisar la hora. —Ya debo irme— da las gracias al hombre y se despide con gran velocidad.
—Dame un minuto — le pido a Caleb.
Me doy prisa cuando está por entrar a su auto. —¿Aún piensas ayudar en la remodelación?— Nate sonríe y asiente.
—No sé por qué Lodge no lo hace, pero lo haré si me deja— estoy segura que aceptara y si no Caleb puede convencerlo.
—Suerte— le digo.
—¿Con qué?
—¿No iras a ver a tu padre?— eso me dijo en el auto.
Nate abre la boca. —Si y no. Se presentó algo — quiero preguntar que, pero él se me adelanta. —No te preocupes por mí.
Muy convincente, para alguien que no lo conociera. No me deja preguntar más pues entra a su auto. Ya me voy a enterar, tarde o temprano, siempre es así con Nate.
Regreso al mostrador donde solo encuentro al hombre. Él me apunta hacia un estante y giro mi cuello para ver a Caleb con una caja, de el saca un libro y lo coloca en el estante.
—¿Tú eres Harriet?— regreso a ver al hombre.
—Si— digo mostrando una sonrisa.
—Caleb me hablo de ti.
¿Qué hizo que?
—Suele ponerse rojita— le cuenta Caleb acercándose a mí.
Quiero gritar que si me pongo rojita casi siempre es por su causa.
Con sus brazos me envuelven y yo me oculto en su pecho para calmarme. Empiezo a creer que me abraza para dejarme volver a mi estado natural sin que me vean en completa vergüenza. Sea como sea, se lo agradezco.
—¿Encontraste lo que buscabas?— pregunta cuando ya estoy bien.
—Si— le muestro el libro que he dejado encima del mostrador. Él lo mira.
—¿Lo has abierto?— niego y con curiosidad lo hago.
Las hojas están bien, pero cuando llego al primer capítulo veo que hay líneas subrayadas, volteo de página y hay otras que también lo están, son frases cortas. Levanto la cabeza.
—Los libros de segunda mano a veces traen sorpresas.
(...)
Estamos en el sillón, tengo mis piernas cruzadas como apoyo para el libro que he conseguido para mi clase. Caleb está conmigo, acostado en lo largo, sus pies salen de los brazos del sillón y su cabeza descansa a un lado de mi pecho. Mi brazo rodea su cuello.
—Escucha esto— paso un dedo por la hoja en tono amarillo. La oración está subrayada. —El propósito fundamental de nuestra vida es buscar la felicidad.
Caleb deja de escribir y sin voltear responde. —Ya la encontré— su cabeza cae a mi regazo, tomo el libro antes de que caiga al suelo. —¿Y tú?
Me doy un momento de ver sus ojos grises, sus pupilas se expanden impresionantemente.
—La encontré— esbozamos una sonrisa.
—¿Lo sellamos con un beso?— pregunta. La verdad, hubiera sido mejor que solo lo hiciera sin preguntar, suelto una carcajada.
Es mi segunda noche aquí y solo necesito un cambio de ropa para tenerme en su cama.
—¿Estás dormida?
—No— aunque todo es completa oscuridad no logro consolidar el sueño.
Estoy pensando en mi madre. Dentro de poco terminaremos el semestre y solo la había visto dos veces, era una suerte verla una vez, mas cuando dentro de unas semanas seran las fiestas. Sigue emanando ese desprecio por mí, nunca entenderé el porqué, que hice mal. Ni siquiera me ha llamado para saber donde estoy. ¿Cómo es eso posible? Si ella sabe que no estoy en mi departamento. Creo que debo verla.
—¿Quieres ver algo?
—¿Una película?— si no le gusta.
—No. Algo mejor— siento la cama moverse y la luz se enciende. —Vamos a la azotea.
—¿Ahora?— son casi las dos de la mañana.
—Si— bien. Me coloco mis zapatillas y él hace lo mismo desde su lado. —Tengo una idea.
—¿Cuál?
—Confía en mí. Espera arriba— ¿arriba?. —Y deja la puerta abierta.
—¿Qué estás tramando?
—Te va a gustar— eso me lo había dicho cuando subimos por primera vez a la azotea. Y tenía razón.
A pasos cortos subo, no lo escucho venir, pero si encuentro las gardenias que cuidaba. El perímetro está limpio.
La puerta es golpeada y doy un brinco viendo a que se debe. Caleb entra cargando el colchón, parpadeo con la boca abierta.
—¿Alguna vez has dormido en una azotea?— sostengo un lado para ayudarlo, es muy grande.
—No— ¿realmente haremos esto?. —¿Cómo lo has subido solo?
—Ni siquiera yo lo sé— reímos. —Pongamos esto aquí.
Lo dejamos sobre el concreto. —Traeré las almohadas y una sabana.
—Espera— Caleb toma mi mano y nos posiciona a solo un paso de distancia. —Yo iré, deje un poco de desastre abajo.
—No me importa.
—Lo hará si ves algo que no quieres ver— frunzo el entrecejo.
—¿Algo como que?— Caleb sonríe y solo puedo pensar en lo verecundo que puede ser.
—¿Qué estás pensando, loca?.
—¡Nada!— le doy un empujón para que baje ya.
Él ríe antes de cruzar la puerta, puedo oír sus pasos bajando. Me aproximo al bordillo, donde están las dos macetas, el único color de este lugar. Hay algo en ellas. Las gardenias han florecido por completo, sus pétalos brillantes y aromáticas se ven mejor que nunca.
—Ya lo viste— me estremezco sintiendo sus manos, se deslizan por mi vientre y amarran cada lado, está de pie, abrazándome desde atrás. —Florecieron.
—Si— consigo decir por su cercanía.
—¿Sabes que significan?— muevo la cabeza. —Tres cosas— comienza. —Paz.— eso es bonito. —Y amor.
—¿Amor?— Caleb carraspea presionando su agarre. Levanto la mirada y doblo un poco el cuello, quiero verlo.
—Si— eleva un poco los hombros y baja el mentón para verme, no puede escapar de mi mirada, empiezo a hacer justicia a cada momento en el que él me tuvo así. —Creo que lo que siento...— mis labios de pronto se sienten resecos. De ninguna manera me esperaba eso. Caleb me suelta de un lado y con una mano me hace girar para tenerlo de frente. —Aquí— señala su pecho, al nivel de su corazón. —Inesperado y pleno.
Plena, así es como me siento con él.
—Harriet...
—¿Si?
—Non sapevo che mi stavo perdendo qualcosa finché non ti ho incontrato.
—¿A qué te refieres?
—Felicidad.
Su boca se pega súbitamente a la mía. No es ni remotamente inocente. Hay una viveza elevándose, con urgencia y necesidad. Tira de mí, lo más cerca que nuestros cuerpos lo permitan, en este punto lo único que interfiere son nuestras prendas. Me separo jadeante por falta de aire. Caleb pega su frente con la mía, su respiración está tan acelerada como la mía.
—Quiero darte una nueva lección— pronuncia con los labios hinchados. —Pero no sé si estés lista.
Mi estómago revolotea, se sienten como mariposas de anticipación. Algo que ambos hemos estado esperando, este momento. La pregunta es si estoy lista, pero no tengo mucho que pensar cuando nuestra conexión me lo deja claro. Mis ganas de esperar se vuelven inútiles con lo que siento dentro, con Caleb todo es diferente. Formo una sonrisa enorme cuando sostengo su cuello. Caleb interpreta mi rostro un poco sorprendido y con un movimiento logra levantarme del suelo, mis piernas se enganchan a su dorso y mis pies se sostienen de sus lados.
—Te dije que sería fácil.
—¿Qué cosa?
—Cargarte porque eres pequeña— mis mejillas se tiñen al recordar que lo dijo.
Caleb me lleva hacia donde hemos dejado nuestra colchoneta de gran tamaño, nuestros labios no dejan de tocarse aunque reímos cuando debe caer de rodillas para poder acostarnos. Él es primero en quitarse la camiseta, me mantengo de espectadora.
Su abdomen y sus tatuajes lo hacen ver demasiado deseable, es esa clase de sensación que emana poder y atractivo. Y ahí también está la plata colgando de su cuello. Una vista admirable. Su cabello ha quedado más revuelto por mis dedos y sus pantalones de tela son lo único que se sostienen a sus caderas, me es inquietante no saber lo que se esconde debajo de ella. La camiseta y el short que llevo resultan ser más molestos ahora. Caleb me observa al igual que yo, algo pasa por su mente, puedo notarlo.
—¿Qué sucede?
Caleb toca la punta de su nariz y exhala. —No sé si debamos hacer esto.
Me siento sobre el colchón para tenerlo más cerca. ¿Se ha arrepentido?. —¿Por qué?.
Otra vez puedo notar que está pensando demasiado, justo cuando yo dejaba de hacerlo.
—Puedes arrepentirte mañana— comprendo sus ojos, hay cierto miedo en ellos.
Tomo ambos lados de sus mejillas. —No lo haré— lo obligo a verme.
—Promete que nunca te alejaras de mí— parpadeo.
—Lo prometo. Y tú promete que nunca vas a lastimarme— pido. Sus labios disuelven la sonrisa, pero al cabo de un minuto responde.
—No puedo prometértelo ahora— sus ojos se desvían de mi rostro a mi entrepierna.
—¡Caleb!— chillo. —Estaba hablando emocionalmente.
Su cuerpo se abalanza sobre el mío, tumbándome con su rostro en mi pecho. —No especificaste. De verdad. ¿Estás segura?
—Si vuelves a preguntarlo dire que no.
Caleb levanta su cabeza y puedo reír de la expresión que trae. Despues la cambia con una mirada que no logro describir, quisiera poder leer sus pensamientos, pero me los ahorra cuando dice lo siguiente.—Estoy enamorado de ti.
Mis labios se separan por la impresión. Lo acaba de decir, él acaba de confesar que está enamorado de mí. Caleb acaba de decirlo. Se acerca de la altura de mi pecho a mi rostro, puedo sentir su aliento fresco. —Sono completamente innamorato di te— repite.
Las comisuras de mi labio se alzan hacia arriba al mismo tiempo que los suyos hacen lo mismo. Sus labios vuelven a apoderarse de los míos, puedo sentir mis latidos aún más fuertes que antes, mi cabeza no deja de repetir lo que he escuchado de dos idiomas diferentes. Estoy feliz, realmente feliz. Pero eso cambia cuando puedo sentir sus manos empezar a recorrer mi estómago, cuando llega al dobladillo de mi camiseta me da una mirada y una sonrisa para alzarme lo necesario y despojarme de ella. Mi felicidad se vuelve un deseo con sus manos por mi cuerpo.
Mis senos aparecen con el sujetador negro que llevo, Caleb se deshace de el también. Se da el tiempo de observarlos, son pequeños y eso me hace pensar en la probabilidad que esperara más. —Perfectos— suelta antes de meterse un pezón a su boca, las lamidas y la succión provocan que mi respiración se entrecorte y jadee. El bulto entre sus piernas se sienten crecer en uno de mis muslos, trago grueso y muerdo mi labio intentando no soltar un gemido.
—No te contengas— pide desde entre mis senos.
Empieza un sendero de besos húmedos que la brisa de la noche enciende con su paso, cuando llega al borde de mi short los quita con facilidad, mis bragas quedan expuestas delante de sus ojos. Otorga un beso por encima de la tela, ya lo tengo ardiendo y palpitando, antes de quitarlos me observa. —Pureza— lo miro ceñuda e inquieta porque siga. —Las gardenias tambien significan pureza— y solo asi termina de hacerlo, con mis ojos puestos en los suyos, sin reproche o impedimento.
Totalmente desnuda hunde su rostro en mis pliegues, ahí puedo sentir su lengua, tal y como lo sentí esa noche. Mi espalda se arquea levantándome un poco. Estoy completamente excitada e impaciente por lo que se viene.
—Puede dolerte al inicio— asiento incapaz de articular una palabra.
Caleb rebusca en su bolsillo y saca un pequeño paquete cuadrado, se quita las últimas dos prendas suyas de uno solo. No puedo evadir abrir los ojos antee el hecho del tamaño pronunciado que lleva, su erección ya era notoria, pero ver su masculinidad al descubierto me hace tragar fuerte. El pelinegro abre el sobre con sus dientes y lo extiende por todo su largo, el látex brilla con la poca luz que hay. Antes de cualquier acto prefiere llegar a mis labios y entregarme un beso corto. —Debes avisarme si quieres que me detenga.
Mi cuerpo más pequeño que el suyo queda cubierto por el suyo, una mano se hace camino entre nuestros cuerpos desnudos y es ahí donde sé lo que ocurre. Sin dejar de verme puedo sentir como lo posiciona en mi entrada, sus dos esferas más oscuras que lo habitual están atentos a mi reacción. Tomo aire cuando siento que lentamente abre mis paredes interiores. Duele y arde, con el paso que sigue cierro los ojos.
—¿Estás bien? ¿Te lastimé?— pregunta. Al abrirlos lo encuentro preocupado, se ha dejado de mover.
Sé que debo relajarme o dolerá más, encuentro la cadena colgado de su cuello, lo atrapo. Si necesito dejar de pensar en ese dolor, solo hay una mejor forma. —Bésame y continua.
Su boca se estrella con la mía cuando tiro de la cadena, comprende que necesito de sus besos. Su manera de besarme es diferente, lenta y delicada, como si esta fuera la primera vez o algo que quisiera recordar. Bueno, era la primera vez de algo. Empiezo a sentir como se mueve nuevamente, abajo su masculinidad vuelve a participar y es que esta vez mi concentración va mucho más allá del dolor.
Cuando sé que lo he conseguido Caleb se retira lentamente, revisa algo viendo entre nuestros cuerpos y luego vuelve a observarme. Mis manos se enganchan por detrás de sus hombros sintiendo como ingresa de nuevo, su piel esta caliente. Duele, pero no tanto como antes.
Él suelta fuertemente el aire que retiene. —Joder. Estás muy estrecha, loca— su mandíbula se tensa y ahora mismo entiendo que no soy la única que se esfuerza.
Formo una sonrisa cuando el dolor ya no es un problema. Caleb empieza a tener un ritmo, se mueve de esa manera que lo siento haciéndose camino en mí, la sensación que da sus movimientos de cadera, empujándome provoca que gima. Todo mi cuerpo está poseído por la deliciosa sensación que él ocasiona en cada embestida, es nuevo y me envuelve completamente. Alzo el mentón encontrándome con las estrellas y la luna. Caleb aprovecha la oportunidad de dejar besos en mi cuello llevándome a otro nivel. Gimo más fuerte cuando muerde y lo escucho a él hacerlo en el hueco de mi cuello.
Caleb mueve su pelvis aún más fuerte. Cada arremetida manda oleadas de placer en mi pequeño ser, no soy capaz de pensar en nada más que tenerlo más cerca, más profundo, más y solamente más. Deseando que nunca se detenga. Puedo sentir algo crecer dentro de mí, él va originándolo con cada movimiento. Estoy totalmente sumergida en deseo que mis uñas se clavan en sus omoplatos.
—Caleb— jadeo cuando siento que algo está por explotar dentro de mí.
Él viaja con besos definidos hacia el lóbulo de mi oreja.
—sborrare per me.
020422✨
Que mejor que la media noche para el inicio de un sábado.
En el próximo capítulo: verdades descubiertas.
Madelene Castro, leí tu mensaje. Feliz cumpleaños querida lectora❤✨
Para la chica que me dijo que le quitaron el sueño de ser escritora, espero haberte animado a volver al bonito mundo de la escritura. Nunca es tarde para intentarlo.
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