CAPÍTULO 34

Estaría mintiendo si dijera que escuchar a Nate no me afecto, él estaba muy molesto, pero más de eso el dolor en su voz me destruyó. Ya no estoy segura si podremos con esto. Al pasar los días pierdo la confianza en ello. Lo extraño y no puedo llamarlo, ahora se que presionarlo a hablar no fue la mejor idea.

Aun sus palabras persiguen mi mente, No fue solo un beso. Admito que lo ignore por mucho tiempo, no queria recordar los labios de otro chico. Un porcentaje de mi mente falla con él. Y otro porcentaje reacciona a ambos chicos. ¿Cómo puedo engañar a mi cabeza? ¿Cómo puedo decir que si fue un beso y que solo fue una reacción el seguirlo?.

Los repetidos ruidos me hacen remover entre mis mantas, no quiero abrir los ojos, prefiero esperar y puede que se vaya. Un rato después, los golpes siguen, gruño resignada a volver a dormir. Anoche Sky estuvo pendiente de mi como si se tratara de una enferma, las tres películas hasta caer dormida fueron su idea. Sin embargo, la que cayó fue ella. No sé que la tuvo así, pero logro llegar a su cama donde ya no supe nada más de ella.

Arrastró mis pies, descalzos y helados a la puerta principal. —¡Espero traigas el desayuno o...!

—Esa no es manera de recibir a los invitados, niña— su rostro severo queda entero en mi campo de visión, mi mano cae de la ranura de la puerta. Mi sueño se ha desvanecido y las curvas de su labio se levantan en una sonrisa cálida.

—¿Nonna?— Si mis ojos ya están bien abiertos lo siguen mis labios. —¿Como... cuando...

Oh ragazza mia. Dammi un abbraccio— <<Oh mi niña, dame un abrazo>>.

Me aviento a sus brazos solo para darme cuenta de que sigue usando el perfume que una vez mi nonno le regalo, flores. Desde que él nos dejo, ella compra el mismo perfume. Es su aroma la que siempre la caracterizó para mí, el campo libre donde ella ama vivir, lejos de todo.

—Pero que son estas greñas— sus dedos levantan un mechón de mi frente. No me esforcé en ver un espejo antes de salir. Rio sin ninguna vergüenza, me ha visto en peores situaciones.

—¿Por qué no me has dicho que vendrías?— la ayudo con su maleta. —Hubiera ido a recogerte.

—Y es por eso que no te lo dije. No me creas tan vieja como para no poder tomar un taxi.

—Sabes que no.

Nonna podrá tener sus años, pero puede resultar tu mejor amiga si la dejas. Su estilo siempre ha sido limpio y refrescante, unos pantalones sueltos de color y una blusa que resaltan el color azul de sus ojos.

—Que bueno. Porque esta vieja va a prepararte los mejores panqueques sonrientes— la sigo a la cocina.

Aunque amo la idea, debo preguntar. —¿Segura que no quieres descansar?

—¿Por estar sentada unas cuantas horas? Luego tendré tiempo para dormir— metió la cabeza en el refrigerador. Entonces recordé que aun en mis pendientes está el hacer las compras, no son prioridad dado que no suelo cocinar. En realidad, es ella quien me enseño a preparar algunos postres de niña, ese fue mi mayor curso de cocina.

—¿No tienes moras o frambuesas?.

—No... pero Sky debe tener— hago una carrera a su puerta, toco varias veces antes de bufar a la puerta. Regreso a mi departamento.

—¿No esta?— son las siete de la mañana, claro que si esta.

—A estas horas para nadie esta— bromeo antes de correr a mi habitación a buscar mi teléfono.

Pero ni su sueño pesado va a impedir que coma esos panqueques. Y estoy segura de que ella también me lo va a agradecer.

Llamada - Sky

¡Más te vale que...!

¡Nonna está aquí!

¿Qué?

Está en la ciudad, en mi departamento.

Si esto es una broma...

Lo juro.

Me levantare y ...

Espera. ¿Tienes moras? Hara...

¿Los sonrientes?

Alejo mi teléfono para no quedarme sorda del grito que lanza, no hubo más diferencia pues se escuchó estando a unas cuantas puertas. Nonna rio ganando mi sonrojo.

—Siguen siendo unas niñas.

—Niñas de 18.

Suelta una risa mucho más fuerte que me hace formar una mueca. —Mejor ve a lavarte la cara.

Le saqué la lengua antes de correr a mi habitación de nuevo. La maraña de mi cabello fue lo que más tarde en deshacer, pero finalmente lo logre. Sky llego los minutos después, trajo nuestro último ingrediente, para los que no saben, estos frutos les da un sabor que ni se imaginan.

—Tienes el poder en los dedos abu— para Sky mi abuela es como la suya.

Desde pequeñas nos aconsejó mucho, fue más una madre para mí que Lilian. Y Sky al ser mi mejor amiga, siempre me encontraba con ella.

—A sus maridos pueden conquistarlos con el estómago— guiño un ojo.

Ambas dejamos de masticar anonadadas. Solo ella pudo sonreír por nuestros rostros graciosos.

—Dios nos libre— menciono Sky en modo de broma.

—Pero si Harriet ya me contó lo tuyo con el rubito— tengo que llevar mi mano a mi boca para aguantar la expresión de Sky.

—¡Harriet!— me incliné a un lado huyendo de su puño.

—Basta niñas. Ya habrá tiempo para que me cuentes todo eso— Sky asintió ante los ojos de nonna y volvió a dar otro corte a su panqueque enorme.

Yo bajé la cabeza intentando no hacer contacto visual con ninguna, por poco tiempo habia dejado ir la idea de Nate. Intente sonreír como si nada pasara lo que restaba del desayuno. Nos enteramos de que nuestra chef estrella estaba de pasada por la ciudad, porque se encontraría con unas amigas de la escuela.

—¿Y cuándo deberás seguir tu viaje?

—Mañana.

—¿Mañana?— decimos al unísono.

Dejo fregar los trastes, está tomando un jugo de naranja en la encimera de desayunador. No quiero que se vaya tan pronto.

—Solo vine a verlas un rato. Además, ustedes están ocupadas con la universidad y otras cosas— no dire que no es cierto.

—¿Podemos hacer algo en la noche?— Sky me quita la idea de la mente.

—Reserve en mi restaurante favorito— siempre pensando en todo. —Quiero ver a Justin— levanto su dedo índice, no es una petición. Es una orden. Luego lo desvío un poco y entonces temí lo que fuera a pedirme. —Tu teléfono está alumbrando.

Mire hacia atrás, lo había dejado en el repostero, en silencio, pero aún alumbraba la pantalla. Una llamada entrante. Hundí mis cejas terminando de secar mis manos de una manera rápida.

Número desconocido.

¿Si?

¿Harriet?

Lleve mi cabello detras de mi oreja para escuchar mejor. Hay un poco de ruido, voces.

¿Caleb?

Oye, solo tienes tres minutos.

¿Dónde estás?

En la comisaria cerca de Raveldale. Necesito dinero.

Camine esquivando las miradas que recibía. Sky entendió que algo no iba bien y empezó a hablar con mi abuela.

¿Cuánto?

Unos dos mil.

Pero que...

¡Se acabó tu tiempo!

Colgó o colgaron. Mire mi teléfono y luego la ventana junto a mi cama. Los edificios muy altos no me gustan, tapan las mejores vistas. Pero ese no era mi problema ahora.

Resople al darme cuenta de que no podía dejarlo ahí, tendría que conducir casi una hora para llegar a él. Maldición que pasara con nonna.

—¿Todo está bien?— giré a la puerta viéndola preocupada.

—Si— sonreí como pude. —Solo es un... conocido con problemas.

Nonna dio pasos hasta llegar a mi lado y sentarse al borde de la cama.

—Si alguien piensa en ti cuando está en problemas, entonces, no es solo un conocido.

—¿Lo sabes verdad?— digo refiriendo a las noticias que circulan. Ella frunció los labios, ya no quedaba rastro de su pintalabios en ellos.

—Fue una de las razones por la que vine— desvíe tan rápido la mirada sintiendo mis ojos empezaban a picar. —Sabes que no creo en los rumores mal intencionados. Pero ya tendremos tiempo de aclarar eso.

Asentí tragando los sentimientos que oprimen mi pecho, no es el momento de mostrar debilidad. Regrese a verla cuando sentí que se levantó de mi cama y salía por la puerta, no sin antes decirme Date prisa, las prisiones no son bonitas.

Conduje lo más calmada posible, la mañana esta por acabar y yo me encuentro siguiendo el mapa de mi teléfono para llegar a él. La idea de que me buscara a mi por ayuda me hace sentir extrañamente bien. Es decir, no es que me alegre que este encerrado, pero... yo me entiendo.

—Buenos días, vengo a... quiero decir, me llamaron para pagar.

Los anteojos de la policía detrás del mostrador me echan una mirada juzgadora. Me pone nerviosa, nunca estuve en una comisaría.

—¿Nombre?.

—¿El mío o...?

—Del detenido— dice dándome una mala mirada.

—Caleb Lodge.

El sonido del teclado presionado bajo sus dedos me dan un poco de ansiedad. Tanto que empiezo a jugar con la liga de mi muñeca.

—Aquí no esta— levanto la cabeza.

—Debe haber algún error

—Siempre es lo mismo— resoplo. —¿Cómo es él?.

Arrugue la frente. —Es alto, cabello negro...— supe que estaba siendo muy general cuando me miro con cara de idiota. —ojos grises, tiene tatuajes en el brazo derecho— intenté dibujarlos imaginariamente con mis dedos. —Son como líneas, venas— que tan usuales pueden ser eso.

—Ya sé de quién me hablas. Espera ahí— parpadeo y suspiro.

Me acomodo en la banca, mis rodillas empiezan a moverse, chocando con la otra mientras veo como llegan otros chicos esposados. Nadie tiene buena cara, los oficiales salen y entran sin ver a nadie en especial. Su trabajo es la rutina.

—Hola— una niña llega a mi lado, es la primera en no mostrarme mala cara.

Se esfuerza en subir en el asiento que esta a mi lado, con un cuadernillo y colores del tamaño de su mano. -Hola- le saludo de vuelta.

—¿Tu también esperas a tu mami?— su mano intenta llevar su cabello detrás de su oreja. Es un cuadernillo de dibujo el que tiene en sus piernas. Puede ser hija de una policía.

—No. Yo espero a un... amigo.

Sus ojitos me miran parpadeando muy seguido. —¿Es malo?— eso me sorprendió. —Mami dice que solo chicos malos vienen aquí.

Creo que la mayoría de personas que son arrastradas pueden ser criminales, pero no puedo juzgar a todos por igual.

—No es malo— miro su dibujo, es un dibujo de un rapunzel. —Pintas muy bonito.

La niña sonrió cogiendo de nuevo el color amarillo para la larga cabellera de la princesa. Su cabello volvió a caer a sus lados, y su mano vuelve a recogerlo. Le tiendo la liga de mi muñeca.

—Ten— ella me sonríe y amarrando toda su cabellera lacia.

—Señorita— la policía detrás del mostrador me llama moviendo unas hojas. Me levanto tan rápido y con curiosidad, me doy unos minutos de leer rápido, hay partes que debo revisar. <Caleb Conte, venta de sustancias ilegales>. —Firme aquí.

Hago lo que me indica y por último pago lo que Caleb ya me había dicho. Su fianza. No espero tanto cuando lo veo salir con otro policía desde el interior de unas rejas, relajado. Lleva una camiseta y pantalones negros, su cabello está cubierto por un gorro del mismo color. Y me ve, su rostro cambia.

—Pero que haces— me regaña llegando a mí. Su gorro cae a mi cabeza bajándolo hasta mi frente.

—Oye...— intento quitármelo, pero no me deja.

—¿Quieres que sepan que estuviste aquí?— pregunta alzando una ceja. Me quedo en silencio.

No había pensado en eso. Solo vine sin pensarlo tanto, de todas formas eso deja de importarme con su cercania, sus ojos tienen ojera, los usuales pero ahora si se nota su desvelo.  —¿Pasaste la noche aqui?.

Caleb mira a su lado, seguimos junto al mostrador y la policía parece interesada en nuestra conversación.

—Vámonos— no debe decírmelo dos veces, ya quiero salir de aquí.

El aire fresco choca con nuestros cuerpos, tengo una casaca que me cubre pero Caleb no. No se inmuta, solo saca un porro de su pantalón. —¿Qué no te quitaron eso?

—No suelen revisar las botas— di una mirada a sus pies. Botas negras. Sería un buen dato, si fuera policía.

—¿Estuviste vendiendo?— movió la cabeza soltando el humo espeso por su boca y nariz.

—Sí.

—¿Por qué?— pregunto, creo que tengo un poco de derecho en saber eso. Pero él no cree lo mismo, me mira diciéndome ¿en serio crees que te lo diré?.

—¡Espera!— la niña, que coloreaba, llega tan rápido a mí como a Caleb. El chico de mi lado reacciona mucho más rápido que yo, alza el brazo hasta un poco más arriba de su cabeza, tenso y dejándome confundida.

—¿Él es tu amigo?— le da una revisión casi por completo. —¿Qué tiene ahí arriba?.

Abro la boca, pero la cierro de nuevo sin saber qué decir. Caleb en cambio baja solo el mentón para verla.

—Algo que podría matarte.

—¿Cómo los dulces?— Caleb ríe, tanto que me sorprende.

—Solo si es en exceso.

La niña asiente convencida. —Olvidaste tu liga— la veo de par en par.

—Quedátela. La necesitas más que yo.

Ella vuelve a sonreír, agita la cabeza y sale corriendo. Meto mis manos en los bolsillos de mi casaca. Caleb baja el brazo y lo mueve un poco al frente. Quitante el resto oscuro.

—¿Te preocupo que viera tu droga?— dudo que sepa diferenciar un cigarro con un porro.

—Yo decido drogarme— miro el envuelto entre sus dedos y luego inyecto sus intensos grises en mi. —Ellos no.

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