PRÓLOGO

Anthony y Armand Romanov se separaron en el bosque.
Tras reconocer el olor de sus respectivas compañeras habían salido corriendo en su busca.

Anthony fue el primero en llegar.
Le llevó horas pero finalmente estaba en la ciudad donde su mujer esperaba por él.
Ya sabía que ella era una de las hermanas de Aileen, la mujer de su hermano Alexander, por lo que aunque fuese extraño reclamar como suya a alguien idéntica a la mujer de su hermano mayor, apenas podía contener el júbilo de sentirla cerca.

Caminó oculto en las sombras de la ciudad.
La noche era oscura y la luna se ocultaba tras varias nubes, pero aun así, prefirió que nadie le viese, sobretodo porque seguía en forma de bestia.

Encontró una pequeña escalera de incendios junto a un enorme edificio de apartamentos y trepó por ella para acortar camino sobre los tejados.

Levantó el hocico y olió.
Ella estaba tan cerca y olía tan dulce como el chocolate caliente.
Su boca se hizo agua al pensar en cómo la mordería para marcarla y en como la penetraría hasta que ella gritase por su clímax.

Procurando ser silencioso, saltó de un tejado al siguiente, agazapándose de vez en cuando y vigilando que ningún ciudadano se percatase de su presencia.

La casa donde su mujer se encontraba era pequeña. Seguramente solo contaba con un pequeño dormitorio.
Se dejó caer en la parte de atrás y acercándose a la pequeña y mugrosa ventana, miró hacia dentro.
Nada lo preparó para lo que vio.

Dentro de la casa, una mujer yacía en el suelo en posición fetal, cubriendo no solo su cuerpo, sino un pequeño bulto también.
Sin poder creer lo que veían sus ojos, Anthony siguió observando.
Nadie la estaba atacando.
¿Por qué entonces no se levantaba?
Rodeó la casa, siguió observando a través de cada pequeña ventana que encontró, de modo que podía ver más de ella.

Una ráfaga de viento helado abrió la puerta de par en par y el olor a sangre fresca llenó su hocico.
La sangre de su mujer.
Lanzando un rugido de dolor y agonía, forzó su cuerpo a cambiar mientras corría hacia ella.

En el segundo en el que la sostuvo entre sus brazos, comprobó su pulso, que aunque débil, aun podía sentirlo.
Suspirando de alivio, la estrechó contra su cuerpo más cálido y aspiró el olor dulce de ella.
Se había asegurado de que ninguna herida ni superficial ni mortal marcase su hermoso cuerpo. No había nada en él, así que no comprendía de donde podía haber salido tanta sangre.

-Ya estoy aquí, dulce de mine*. Por fin después de tanto tiempo.
Observó fascinado como ella se removía entre sus brazos y lentamente abría los ojos.
Perdido en la inmensidad del azul más hermoso que solo había visto en Aileen, apenas fue consciente de que ella trataba de hablar.
Sus labios se movían pero de ellos no salió una sola palabra.
-Debes descansar, dulce de mine. Yo cuidaré de ti.
-Mi... Mi bebé...
Anthony se giró para comprobar el bulto que poco antes ella había cubierto con su cuerpo y solo entonces se atrevió a mirar lo que escondía.

Dejando a su compañera en el suelo con cuidado, gateó hacia el pequeño bulto inmóvil y se acercó para olerlo.
Detectó el aroma de su compañera y de alguien más a parte de el del bebé. Alguien que no era él.
Otro macho había profanado el cuerpo de su mujer albergando vida en él.

Apretando los dientes con fuerza y obligándose a no cambiar para no asustar a la mujer, buscó con la mirada rastro alguno de que allí hubiese habido alguien más, pero todo lo que percibía era el aroma de ella.

-Por favor, no nos hagas daño. Mi bebé se adelantó. Necesito saber que esta bien.
No quería que ella le temiese, por lo que dejando a un lado su preocupación por el momento, cogió al bebé y se lo puso a ella en brazos antes de cargarla hacia otra puerta que daba a una habitación minúscula con una cama individual y una cuna algo destartalada pero estable.

Alana ignoró el dolor que sentía en su bajo vientre al haber dado a luz sin ningún tipo de anestesia o ayuda y en cuanto fue dejada cuidadosamente en su cama por aquel enorme desconocido, comprobó que todo estuviese bien con él.
Apenas había llorado al nacer, y le preocupaba que algo estuviese mal.
Destapándolo completamente, extendió sus piernas y lo puso sobre ellas.
Apenas había reunido fuerzas para cortar el cordón con una pequeña navaja que siempre llevaba encima antes de cubrirlo y estrecharlo contra su cuerpo.
Buscó atentamente su pulso y respiró aliviada al sentirlo bajo sus dedos. Su bebé estaba bien.
Volviendo a cubrirlo lo acercó a su rostro y besó sus mejillas regordetas, mirando como su boquita se abría y movía la cabecita buscando comer.
Sin pensar en otra cosa que no fuese alimentarle, descubrió su pecho y lo alimentó.

Anthony observó fascinado como ese pequeño ser se aferraba ambiciosamente al pecho de la mujer.
Tratando de calmar su cuerpo ante aquella imagen y sacando de su mente la idea de hacer lo mismo con el otro pecho y comprobar cuán dulce era su sabor, casi se perdió el momento en que el cuerpo de ella se tensó.
-¿Que ocurre?
-La placenta. Tengo que empujar para sacarla. Por favor, ayúdame.

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*Dulce mía.

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