CAPÍTULO 04

Mordiendo con fuerza el labio inferior de Anthony, Alana se alejó lo suficiente para dejarle ver cómo desabrochaba su camisa y revelaba el sencillo y cómodo sujetador blanco de algodón.
Quizá no era la más sensual de las prendas pero tal y como estaba mirándola, bien podría haber llevado algo digno de una cortesana.

Anthony apretó con fuerza la mandíbula tratando de contenerse para evitar abalanzarse sobre ella antes de que terminase de quitarse la ropa.
Todo lo que quería era arrancarla de ella antes de tenderla sobre la cama y hundirse profundamente en su interior.

Llevó las manos a su pantalón para acabar lo que ella había empezado, pero una sola mirada a su mujer y se detuvo. Ella era quien quería hacerlo.

Su pantalón fue lo siguiente en desaparecer, dejando a la vista las braguitas a juego con el sujetador. Lo deslizó lentamente por sus piernas torturándole con su toque.
Y luego fue turno de él.
Cada caricia que le brindó, cada roce de sus dedos y sentir su aliento tan cercano a su miembro fue prácticamente su perdición.

—Túmbate en la cama.
Se fundieron en un beso abrasador. Húmedo. Caliente.
Sus lenguas se tocaron. Se
palparon. Se sintieron…
Las manos se Anthony codiciaron cada porción de piel que tocaba con sus dedos.
Su lengua se deslizó por el esbelto cuello de Alana, arrancando profundos gemidos de sus labios.
Bajó hasta el valle entre sus pechos, los presionó juntos después de bajar las copas del sujetador para poder lamer a conciencia sus erguidos y duros pezones.

Alana, apenas consciente de lo que había a su alrededor, invocó un pequeño conjuro para evitar que el sonido molestase a su hijo mientras este dormía.
Ellos podrían oírle si se despertaba, pero por lo menos no serían los culpables de robarle su tiempo de sueño.
Dejó que sus manos trazaran un patrón mientras Anthony seguía bebiendo de su piel como un hombre sediento.
Extendiendo las manos hacia la pequeña cuna, dejó que la magia hiciese el resto antes de dejarse llevar del todo, justo en el momento en el que Anthony bajó su ropa interior y encontró su punto de placer entre sus muslos.

Devorándola con ansiedad, Anthony se volvió adicto al dulce sabor de su sexo.
No solo ella era dulce, sino que podía saborear su sangre al hacer tan poco que había dado a luz a su hijo. Y eso solo lo volvió más ansioso.
Necesitaba estar dentro de ella.
Necesitaba llenarla con su corrida.
Quería marcar no solo su exterior, sino también el interior.

Jugando con el pequeño capullo protegido entre sus labios, lo presionó con el pulgar mientras su lengua profundizaba en su interior saciándose y no conforme con ello, empezó a penetrarla en círculos.
Primero con un dedo, antes de añadirle otro.
Dejó que la llenasen y arrancó los gemidos más sensuales que escuchó en su vida.

Sintiéndose al límite y con su miembro goteando pre semen, quitó los dedos se su interior, apartó el pulgar del lugar en el que estaba, y cerró los labios sobre el pequeño y duro capullo antes de succionarlo hasta hacerla venirse.

Sin dejar que ella bajase del estado de nirvana en el que se encontraba, dio la vuelta a su cuerpo, poniéndola de rodillas sobre la cama, justo a los pies de esta.
Deslizó su miembro por su abertura, disfrutando de la humedad que le empapaba y del calor que iba a rodearle en cuanto se hundiese en su interior.

—Voy a hacerte venir de nuevo antes de que llene tu precioso coño con mi semen.
Mas gemidos escaparon de sus labios, antes de que él agarrase un puñado de su largo y liso cabello y lo enrollase alrededor de su puño y de una sola estocada la llenase con su miembro.

Un fuerte rugido escapó de sus labios.
Era un hombre con una misión. Dar absoluto placer a su mujer.
Bombeó en su interior entrando y saliendo de ella mientras dejaba la marca de sus dedos en su cadera.

Observó fascinado como ella se aferraba a las sábanas con las uñas. Como estas cambiaban a garras y las destrozaban.
Ella estaba cambiando.
Su rugido aumentó.
Su mujer. Su loba. Suya.
Salió de ella y habló con voz ronca.
—No te resistas. Deja que tu loba tome el control.
Ella obedeció y él a su vez cambió también antes de hundiese de nuevo en su interior y clavar sus colmillos en su hombro.

El aullido de su loba llenó la estancia y animó a su lobo a seguir.
Ella le necesitaba tanto como él.
Eran uno ahora.
Sintió sus paredes apretarse alrededor de su miembro y solo entonces se dejó llevar liberándose dentro de ella.

Alana no podía respirar.
Su aliento estaba atascado en su garganta.
Nunca había sentido nada parecido.
Su cuerpo no le pertenecía.
Anthony había tomado posesión de él por completo y ella había cedido sin oponer resistencia.

Tiempo después, acurrucada entre sus brazos mientras este dormía, levantó el hechizo sobre la cuna de Alan y cerró los ojos.

Ambos eran un desastre.
Cubiertos de sudor, con marcas de arañazos y mordidas en sus cuerpos.
Sus orgasmos habían liberado además leche materna que Anthony había succionado alimentándose de ella.
Necesitaba una ducha urgentemente, sin embargo, no encontraba la fuerza para ponerse en pie.

—Ve, dulce de mine, yo vigilaré que nuestro hijo siga durmiendo.
Nuestro. Le gustaba como sonaba eso.
Haciendo caso, reunió la poca fuerza que le quedaba y se puso en pie.
Escuchó el gruñido proviniendo de la cama.
Su lobo seguía hambriento.
Cerró la puerta con una sonrisa.
Suyo.

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