CAPÍTULO 01

Aileen tropezó con sus propios pies. La muerte la acechaba a grandes pasos y el cansancio estaba haciendo mella en ella.

Tras doce horas de pie sirviendo mesas, los pies le ardían.

Hacía rato que dejó de tener frío y en ese momento en todo lo que podía pensar era en todo lo que aún no había experimentado. Le quedaban muchas cosas por vivir y si no encontraba un lugar para esconderse, aquella sería su última noche en este mundo.

¡No! No puedo rendirme. No me rendiré...

Sus pies la habían llevado hacia la parte más oscura de la ciudad, un lugar al que nunca antes se atrevió a visitar, pero la desesperación y con la idea de despistar a su acechador, no pensó y de adentró entre los árboles.

El grito de su cazador resonó por todo el lugar. El eco la rodeó creyendo que él podría aparecer desde cualquier ángulo, incluso frente a ella.

No podía escalar un árbol, solo podía correr y rezar para que él se diese por vencido.

—Perseguirte solo aumenta mis ganas de cazarte. Corre más, pequeña Aileen.

Su voz chillona la estremeció y un grito ahogado salió de su garganta.

Finalmente sus pies no dieron para más. Las raíces de uno de los árboles sobresalía demasiado y tropezó con ellas, golpeándose la frente contra el tronco.

Un leve rayo de luna a través de la espesa niebla se filtró entre los árboles permitiendo algo de claridad. Desorientada y agotada, se dio la vuelta justo a tiempo para ver a la pálida figura salir de entre los árboles que había dejado atrás.

Sus manos cadavéricas sujetaban su bolso.

Su boca esbozaba una sonrisa cínica.

Su lengua oscura y viscosa relamía sus dientes largos y afilados, pero fueron sus ojos, rojos como la sangre los que la paralizaron.

Gritó con todas sus fuerzas mientras aquél ser extendía su sonrisa, dejaba caer su bolso y de agazapó como si fuese a impulsarse para saltar sobre ella.

Consciente de que era su fin, cerró los ojos y esperó.

Un fuerte rugido sonó por el lugar, seguido de otros dos.

Aileen observó asombrada como la figura era rodeada por otras tres, más grandes, más oscuras.

Apoyándose en el tronco del árbol a su espalda, lentamente se arrastró hacia arriba para ponerse en pie. Quizá aquellos seres salidos de la nada le permitirían huir después de todo.

Una sombra se interpuso frente a ella y la cogió del brazo con fuerza clavándole las enormes y oscuras uñas en la piel.

Como los otros dos, era enorme, como un perro gigante y peludo que andaba a dos patas y se cernía sobre ella.

No podía ver el color de sus ojos, pero si los afilados dientes que sobresalían por fuera de los gruesos labios.

Deseando gritar de nuevo, el sonido quedó atascado cuando le oyó.

—No puedes escapar. Enloquecerá si lo haces.

Su voz, ronca y poderosa retumbó en su mente.

Él no había hablado. Sus labios no se movieron. ¿Cómo podía entonces...?

Un nuevo rugido sonó entonces. Ambos miraron hacia donde las otras dos criaturas seguían rodeando a su acechador.

Éste, intentó retroceder. Su sonrisa había desaparecido y podía ver el terror en sus ojos rojos.

Una de las criaturas, la más grande, saltó sobre su perseguidor y hundió la mano en su pecho hasta arrancarle el corazón y lanzándolo hacia su compañero, quien lo prendió fuego y después desgarró su garganta hasta decapitarle.

Aileen vacío el contenido de su estómago a los pies de la criatura que seguía sujetándola y después se desmayó.

Alexander apenas podía respirar con normalidad.

La había encontrado. Por fin. Finalmente ella regresaría a casa donde podría mantenerla a salvo y ayudarla cuando llegase el cambio.

Cogió a Aileen en brazos, aun en su forma animal. Ella debía estar aterrada cuando les vio.

Miró la luna llena sobre sus cabezas. Unos pocos días más y sucedería.

Había encontrado a su mujer finalmente y en menos de una semana, tendría que verla morir.

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