La caida de la luna

La caída I

Ojos carmesí y pieles de plata, los conejos soñaban con la tierra. Desde la luna la veían con ansias, con hambre, con cabezas llenas de sueños ingenuos. "No bajen," les suplicaba la luna, "aquí son luz, allá serán sombras." Pero sus patas inquietas no podían resistir.

Saltaron. Y la luna lloró, dejando estrellas como lágrimas en su estela. Mientras caían, sus cuerpos ardieron; la plata de sus pieles se opacó, y el brillo en sus ojos se tiñó de miedo. Cuando al fin tocaron tierra, el mundo los recibió con frío y barro.

...

Las estrellas que lloraron I

Salí en plena noche, y con las manos desnudas arranqué las estrellas de mi cielo, una por una. Todas lloraron, pero no importaba. Las guardé en una caja y te las di al amanecer. "Demasiado brillo", dijiste, y cerraste la caja. Nunca la volviste a abrir.

La sopa de la inmortalidad II

Maté a las sirenas
y a las hadas.

Las hice en un caldo,
puse sus voces,
sus alas,
su magia,
todo para hacerte inmortal.

Escupiste la sopa.
Otra vez lo hice mal.

Las alas y la almohada III

Tomé las tijeras, me arranqué las alas, las desplumé una por una y te hice una almohada. La puse en tu cama, esperando que descansaras en ellas. "Es incómoda", dijiste, y la tiraste por la ventana. No importa, pensé. ¿Quién necesitaba volar si tú estabas en casa?

El nuevo evangelio IV

Y escribí el nuevo evangelio en tu nombre,
con sangre,
prediqué tu palabra entre mis congéneres,
de casa en casa.

Inventé una nueva religión:
el tuteísmo,
adoctrinada y creyente,
la única que rezaba en desvelos.

Plasmé el grosor de ocho años
en papel,
con cada página sangrando devoción.

Pero a ti no te gustó.
cómo escribí las tildes.

El paraguas V

Me arranqué la piel
para hacerte un paraguas.
Cubrí cada costura con cuidado,
esperando protegerte.

Pero ese día,
resultó que tenías ganas
de que la lluvia te mojara.

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