●[Capítulo 2]●
□|Mein lichtstrahl|□
[Llegada a casa, primer día]
Nadia
Esa noche había empezado a llover.
《 Salgo corriendo de aquella zona de terreno gravoso, prácticamente huyendo de él, de su mundo, con la desilusión y los sentimientos a flor de piel. Cometí un error pensando que podría conseguir algo con todo esto, solo soy una niña tonta a su lado.
Paro un momento a tomar aire, convencida de que dejé suficiente distancia entre nosotros, y observo donde me encuentro. Ya no estoy en la calle donde el gentío y los autos y motos la abarrotaban, pero desde esta distancia todavía puedo escuchar el retumbe de los altavoces actuando como un amplificador de ánimos para la celebración.
No sé dónde estoy ni qué dirección seguí, tiene el aspecto de ser un descampado.
—¡Nadia! —grita Jace a pocos metros de donde me encuentro.
Me giro en su dirección. Se detiene a cortos metros de mí, con la respiración agitada, inclinándose hacia delante con las rodillas flexionas y las palmas de sus manos sobre ellas, intentando recuperarse después de haberme alcanzado.
La lluvia comienza a caer a cántaros empapándonos a ambos en segundos. La camiseta negra de manga larga que lleva se le pega como una segunda piel a su cuerpo. Sus cabellos se adhieren mojados a su frente y caen sobre unos ojos que rivalizan con el color tempestuoso de la noche, los cuales me miran como buscando algo en mí, tal vez intentando descifrar si tengo intenciones de volver a salir corriendo.
Se vuelve a poner derecho, intenta acortar la distancia que nos separa, pero se detiene al ver que retrocedo.
—Lo siento —susurro apenas audible a mis oídos. Se me queda mirando con gesto confundido y el ceño arrugado—. Lo siento.
Se remueve el pelo con semblante frustrado y seguido de eso pasa en vano una mano por su rostro con intensión de secar la lluvia que lo continúa calando.
—¿Por qué te disculpas? —No contesto—. ¿Porque me seguiste? ¿Por qué saliste corriendo como desquiciada? —Mis ojos se humedecen y agacho la cabeza intentando no ver su mirada reprochante—. Nadia, por dios, no deberías estar aquí.
Fijo mis ojos a la puntera de mis tenis antes de hablar: —Quería saber de ti, saber en qué andabas cuando no estabas en casa, o quienes eran tus amigos.
—¿Y no podías preguntarme simplemente? —interrogó alterado.
″No, no puedo, porque la verdadera razón de que te siguiera no es esa‶. Eso debí haberle respondido, pero eso no fue lo que le dije.
—¿Qué tiene de malo que quiera conocerte? Soy lo suficiente mayorcita para estar en los ambientes en los que andes, puedo con ello.
—Bueno, en estos momentos no me lo estás demostrando —dice enojado.
Eso es un golpe bajo y acertado; me duele más de lo que puedo reconocer. Enfadada conmigo misma y con él por no darse cuenta de mis razones no pronunciadas, empiezo a caminar en la misma dirección de antes, apresurada por marcharme de allí.
—¡Nadia, espera! —Me alcanza y me detiene agarrándome del brazo derecho. Me gira hacia él en un intento por detenerme, pasando a sostenerme por los hombros.
—¿Por qué no lo puedes entender? —murmuro.
—¡¿Entender qué?! —replica en un grito ahogado en exasperación.
¿Por qué? ¿Por qué Jace no puede ver cómo me siento, mi interés por él? ¿Por qué no puede ver la desilusión enmarcada en mi rostro al ver que es más feliz con sus amigos y con ella? Yo también quiero ver esa alegría y placidez cuando gane alguna carrera de esas que parecen gustarle tanto, también anhelo que me sonría como lo hace para ella y todas esas chicas chifladas por él.
—Olvídalo, Jace.
De repente siento la vergüenza calarme, la embarazosa pena al darme cuenta de mi actitud durante estos meses. Yo no soy así. Es entonces cuando decido que esto no puede ir a más, tengo que parar. Tal vez tomar distancias sea mejor.
—Si estás preocupado por que cuente algo, tranquilo, no diré nada —Hace ademán de discutir, pero prosigo hablando—. Ahora, necesito que me sueltes y me dejes ir.
Se queda mirándome en silencio unos segundos sin liberarme.
—Al menos déjame llevarte a casa —Pasa los dedos de una mano por mi cara, apenas un simple roce, lo suficiente para apartar las molestas greñas sueltas que se aventuraron a mi rostro fuera de la desecha coleta.
Me suelta y comienza a andar tomándome de la mano para que le siga. Volvemos a la colmada zona donde se desarrolla la fiesta. Las personas que se encuentran allí están tanto bailando como bebiendo y fumando, extasiados en su diversión, ajenos a la tensión que se está desarrollando entre mi hermanastro y yo.
Jace sigue en dirección al coche, sin desviarse en ningún momento a saludar a nadie de las personas que levantan las manos señalándolo o intentando hablar con él. Nos acercamos a la que parece ser su moto, muy seguramente la misma con la que corrió y ganó.
Se sube y me ayuda a ponerme tras él. Siquiera me suelta las manos, las pone alrededor de su cintura. Seguido de eso vuelve a hablar, sosteniéndome alrededor de sí mismo y aún sin arrancar la moto.
—Papá ya sabe de las carreras y estas fiestas, Nadia —Inclina la cabeza para mirarme, per no demuestro emoción, a pesar de que me sorprende su declaración—. No te traigo aquí porque, aunque no lo creas, aún eres muy inocente. Debes seguir centrada en tus estudios y metas, con los muchachos de tu edad y todo eso. No deberías estar escapándote a una carrera de motos clandestina detrás de mí.
—¿Cuándo vas a comprender que ya no soy una niña? —pregunto, ignorando con obviedad lo que sé y me dice. No necesito un sermón de su parte.
—Sé que no lo eres —Aparta sus manos de las mías y las pone en ambas manetas de la moto comenzando a ponerla en marcha—, eso no quita que me preocupe por ti.
Con todo, a pesar de su preocupación y de su espera a que diga algo, no lo algo. Permanezco callada, como él lo hace. Un silencio que tarde o temprano explotaría. Y estalló.
¿Cómo iba a imaginar Jace, que mientras el manejaba rumbo a casa, yo planificaba irme de la ciudad? 》
Pienso en todo lo que sucedió hace tres años atrás, en mi actitud, en la suya. Entonces en aquel momento pensaba que él nunca entendería lo que me estaba sucediendo, en aquella situación ni yo misma lo sabía.
—Señorita —Tocan la ventanilla. Pestañeo alejando los recuerdos y miro en dirección al dueño de la gasolinera en la que me detuve. Toco el botón que está en la puerta para bajar la ventana—, el depósito de su auto ya está lleno. Serán veinticuatro con cincuenta y tres.
—Vale —Busco el dinero en mi bolso y se lo entrego—. Aquí tiene.
—Gracias —dice y se aleja.
Todavía tenía suficiente gasolina para llegar a casa sin problemas, pero una parada a solo dos kilómetros de distancia de mi destino se me hizo necesaria.
Mis padres tienen su casa en uno de esos campos alejados de Londres, en Biddestone, en una de las residencias más lujosas de la villa, quedando un poco más alejada de las demás residencias. Es una suerte que Arthur, el marido de mi madre y padre de Jace, tenga ese trabajo como renovador de empresas, lo cual le permite mantener semejante casa. Y mi madre, como abogada ejemplar y reconocida, tampoco se queda atrás. Sí, mi familia es adinerada, no obstante, no recibo ni un solo duro por decisión propia.
Mi carrera universitaria está totalmente pagada por una de las becas que me fueron otorgadas, las cuales también pagaron los gastos necesarios como estudiante. Después de conseguir un poco de dinero en empleos esporádicos dejé la residencia docente y compartí el alquiler de mi actual y sencillo apartamento con Chris, fiel mejor amiga que me acompañó en mi huida.
Había sido tan sencillo irse, dejarlo atrás todo, evitar ir a casa durante esos años. Sobre todo, fue muy fácil evadir a Jace, porque él también me evitaba, y si tengo suerte, aun lo hace.
Ahora no puedo esquivar lo que se avecina.
El frío se cuela por la ventanilla del coche despeinándome las ondas doradas. El invierno ya empieza a notarse por el pueblo, convirtiendo en peligrosas y resbaladizas las calles, también por la presencia de adornos festivos y la nieve caída en los tejados de los locales y viviendas que se avistan.
La nostalgia se apodera de mí en ese momento, me arropa y desahoga con tristes lágrimas contenidas en mis ojos. Me alejé tanto de mi familia por caprichos egoístas, mamá y Arthur no tienen culpa de mis decisiones. Debí haber pensado más en ellos, por lo que decido que esta vez nada me impedirá que disfrute de este tiempo con mis padres.
Con esa determinante fijación en mis pensamientos, recorro el estrecho camino que lleva a casa perdiendo la noción del tiempo.
Detengo el coche frente a la verja que mantiene la distancia a la casa, rodeada por muros de piedra rojiza y hiedras que se le adhieren con decisión. Parecen murallas que ocultan y protegen mi pasado, demostrando que hasta la más resistente puede derrumbarse.
En el minuto en el que permanezco sentada sin salir del auto le es suficiente a Nina —mi madre— para al momento salir a darme la bienvenida, con Arthur siguiendo sus pasos.
—Hija, qué bueno tenerte aquí —dice desbordando alegría. Al segundo después en el que cierro la portezuela me envuelve en un cálido abrazo, el cual devuelvo con entusiasmo.
Se separa sonriéndome y Arthur se acerca a nosotras.
—Bienvenida de nuevo, Nadia.
—Gracias, Arthur. Tenía deseos de verles —Me saluda con un beso en la mejilla y otro en la frente.
—Bueno, solecito, vamos entrando —nos incita mamá entrecruzando su brazo con el mío y arrastrándome consigo—. Me tenías preocupada, Nady, no respondías mis mensajes.
—Lo siento mamá, parece que el contestador tuvo algún problema y no estaba almacenando los mensajes, solo recibí el último —miento, sintiéndome aún más culpable—, pero ya estoy aquí, eso es lo que importa.
—¡Sí! —exclama contenta—. Tengo muchas ganas de compartir contigo y que me cuentes de ese novio tuyo. Por supuesto, no te escaparás de la cocina.
—Como si pudiera hacerlo.
En el momento en que pongo un pie dentro de la casa, una gigante bola peluda se me lanza encima haciéndome caer al suelo.
—¡Lúa! —grita mi madre y reparo a Arthur dejar las maletas que lleva para quitarme a la husky siberiano blanca que había comenzado a lamerme la cara—. Discúlpala, Nadia, es demasiado cariñosa hasta con desconocidos.
Me levanto e intento limpiar con la manga del suéter la baba pegada en mi rostro. Me inclino levemente para acariciarla detrás de las orejas, y ella, gustosa, recibe mis caricias.
—¿Desde cuándo la tenéis? —pregunto cogiendo una de las maletas. Mi padrastro hace un extraño silbido consiguiendo que la perra salga corriendo por la puerta principal en dirección al jardín. Se gira para coger las bolsas y sube el segundo piso.
—Desde hace dos años, Jace la trajo de un refugio cuando solo era una cachorrita —responde mamá.
—Qué lindo gesto —digo, evitando que se note el impacto de su mención en mi voz.
—Sí, la verdad es que fue un bello regalo de aniversario por su parte —Me da un leve empujón por la espalda—. Anda, ponte cómoda en tu habitación y descansa.
El marido de mamá regresa y van juntos en dirección a la cocina. Hago caso a las palabras de mi madre y subo las escaleras con una de las maletas de ropa que cogí. Recorro el pasillo enmaderado y las paredes tapizadas en blanco límpido, paso un par de puertas hasta llegar a la que había sido mi habitación.
Abro la puerta y la fuerte luz solar que entraba del balcón me ciega hasta que logro adaptarme a la claridad. Sigue igual a como la dejé. Las paredes de color crema que hacen juego con las sabanas, el pequeño tocador que ahora se encuentra vacío después de haberme llevado los objetos que en aquel momento se encontraban allí, y el espejo de cuerpo entero que ya no tenía las fotos del instituto, estas se encontraban en una cajita encima de la mesita de noche.
Me acerco al ventanal del balcón y acaricio una de las cortinas, estas de color malva. Aspiro profundamente, sintiendo el dulce olor que empieza a filtrase en la habitación. Mi madre de seguro debe haber empezado a hornear alguna de sus delicias.
Regresar y ver que todo sigue igual me hace pensar que todo continúa similar a como lo dejé. Tanta paz, esto es lo que en realidad extrañaba. Es una lástima que nada dure para siempre.
El dulce olor es eclipsado por un fresco aroma a menta.
— Mein lichtstrahl —susurran a mi oído, el apenas audible murmullo erizándome el vello de la nuca al instante y logrando que abra los ojos súbitamente.
Jace.
Mein lichtstrahl (en alemán) →en español significa "mi rayito de luz".
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top