○Capítulo 15○

□|Al Desnudo|□


Jace

Cuando nos proporcionan determinada información, se supone que demoramos alrededor de doscientos milisegundos en procesarla. El cerebro puede terminar desorientado y confuso, pero siempre procesa las noticias.

Tal vez mi mente ya ha absorbido lo que Nadia me está diciendo; también cómo aprieta sus manos en un enredo de sudor y nervios, vergüenza y culpabilidad. Pero, ¿y mi rostro? ¿Cómo se ve para que la chica de la que llevo años enamorado me mire con miedo y preocupación?

Nadia intenta tocar mi cara, pero inconscientemente alejo sus manos y me levanto de la cama.  Su rostro cuando se contrae de dolor es una puñalada para mi pecho, pero la mueca de desdicha y asco que hace mi labio superior es una expresión de mi sufrimiento también.

Si demoramos tan poco en entender lo que nos rodean y nos dicen, ¿por qué mi mente no acaba de comprenderlo? Sobrepasé esos doscientos milisegundos, pero por el gran rechazo que le hago a esas palabras.

Con mis pies trastabillando me alejo de mi lado del colchón, queriendo salir de ese espacio cerrado, sin embargo, soy retenido por unas manos mucho más pequeñas que las mías, delicadas y pálidas. Nadia se mueve en algún momento de mi desorientación hacia el centro de la cama para poder retenerme. Sus ojos, una mezcla de un prometedor amanecer con lágrimas retenidas anunciando una tormenta inminente, me miran entrecerrados, apenados.

—No te vayas, Jace, porque vas a joderlo antes de que tenga oportunidad de terminar de decirlo todo —murmura entre dientes. Sigo sin pronunciar nada, con la respiración retenida.

Oigo los muelles de la cama hacer un quejido lastimoso cuando Nadia se mueve y se coloca sobre sus rodillas. Sus manos pasan a sostenerme las mejillas, me aprietan el rostro y me acerca al suyo.

—Quien lo está fastidiando eres tú. —Nadia suelta un suspiro, como aliviada de que al menos haya dicho algo.

—Quien quiere salir pitando de aquí no soy yo —Me da un beso casto en los labios, como una ofrenda de paz antes de que comience la guerra.

—Claro.

No me apetece argumentar más nada, siento que si lo hiciera todo el revuelo de emociones estallaría.

Esta situación me está agotando…

—Escucha, ¿vale? Ni siquiera le dije que sí-

—Tampoco le dijiste que no —la interrumpo sin poder evitar el veneno que destilan mis palabras.

—¡Jace! —me reprende. Desiste de su intento de sostenerme cerca de ella y se aleja para sentarse al borde de la cama—. No tuve el valor de responderle, ¡Iba a terminar con él en ese momento! Ni siquiera pude decirle eso cuando se arrodilló delante de mí y me pidió matrimonio.

—¿Quieres de verdad que te diga lo que pienso? —A la mierda todo— Que no le dijiste nada porque aún te sientes insegura con nuestra relación, lo quieres como una segunda opción, un billete seguro cuando al final decidas volver a dejarme, quien sabe y todavía…

En mi verborrea de palabras no noto cuando Nadia se levanta y me empuja. De alguna manera logra que me desestabilice y retroceda unos pasos, más por la sorpresa de su acto que por la fuerza que emplea.

—No te solté una bofetada porque estoy completamente segura de que todo lo que estás diciendo es por lo enfadado que estás —Sus ojos, antes una viva expresión de vergüenza, ahora reflejan mi disgusto—. Pareciera que no me conoces. No voy a volver con él, eso, lo que sea que tenía con él, estaba destinado al fracaso, pero no por su culpa, sino por la mía.

Su pelo, un enredo de greñas rubias, se deslizan frente a sus ojos y ella los aparta con rabia, sosteniéndolas con una mano sobre la coronilla de su cabeza en un intento de que no le estorben.

—Es porque te conozco, que sé que sí eres capaz de abandonarme —Y es el dolor de ese miedo expulsado en duras palabras el que me hace oprimir en puños mis manos a los lados—. Eres capaz.

Sus manos caen como las de un títere cuando es abandonado por su titiritero, desarmada, y lo más doloroso, con sus ojos llenos de culpa.

—Lo siento, ¿vale? Tal vez por mucho que me disculpe nunca va a eliminar el hecho de que me fuera, y es mi culpa que aún te sientas tan indeciso sobre mis actos —Sus palabras se derraman al compás de las lágrimas de sus ojos. Se acerca y toma mi mano derecha apoyándola sobre su pecho, justo donde late su cálido y vacilante corazón—. Voy a terminar con él, lo juro, no voy a extender más todo esto.

Se impulsa hacia mí y me besa queriendo acallar mis miedos, los suyos y la dolorosa laguna que alberga aquellas palabras. La sostengo cerca de mí, queriendo asegurarme que está aquí, conmigo, que no se va a ir de nuevo ni me va a dejar por aquel ¨Trottel¨, que por muy buen chico que pueda ser, jamás la hará feliz.

Nadia acalla mis pensamientos con el tanteo de sus manos sobre mi pecho desnudo, con el tacto suave de sus dedos sobre los músculos moldeados bajo mi piel. Un gemido escapa de sus labios cuando la agarro de la cadera acercándola bruscamente, ambas pieles ahora también tocándose.

Enredo de brazos, alientos y corazones al unísono, aunque tal vez no compartiendo la misma sinfonía de dolor, pero sí la de esperanza, deseo y desespero.

Tal vez está mal dejarnos llevar por nuestros instintos en un momento que marca la inseguridad de nuestros pensamientos y la pendiente resbaladiza que es nuestra relación. ¿Pero quién acalla a dos cuerpos compartiendo el mismo anhelo, quién puede frenarlos? Menos a tan solo dos días de que se defina lo que verdaderamente importa.

Por eso dejo que Nadia me tumbe en la desordenada cama, la llevo conmigo para continuar con nuestras bocas unidas en un frenético beso que empieza a empañar cualquier pensamiento racional. Sus labios abandonan los míos y comienzan un descenso torturante, colmando de besos y caricias cada rincón de mi torso hasta bajar más allá del ombligo.
 
Desecho. Definitivamente, Nadia Ahmad me ha dejado desecho.
 

●●●●

 
Simplemente genial. Otro espectáculo, otra madrastra que aguantar.

No entiendo qué necesidad tengo de dejar el partido de fútbol para que mi padre me presente a su nueva novia. No me interesa en lo absoluto pasar por esto.
 
La entrada de mi casa se ve cada vez más próxima y grande. Demasiado cerca. Demasiada presión en mi pecho.
 
Recuerdo entonces cuando me encontré de nuevo con esa chica de ojos negros y me dijo con tanta facilidad, sin apenas conocerme, que no estaba bien. Paso una mano por mi cara queriendo alejar el sentimiento. Sí, tiene razón, no me encuentro bien, pero tampoco tiene ella que recordármelo. No tiene derecho a preguntar por mi dolor, mejor que se centrara en el suyo.
 
¿Tanto se nota la añoranza en mi expresión? Mi mente trae una ráfaga de imágenes de dos rostros familiares. Solo esperen un poco más…
 
La distancia se acorta, y lo que antes solo parecía un punto negro ahora es un auto estacionado en la entrada. Me detengo frente al vehículo y me quedo mirándolo por un momento. Un color negro con efecto de espejo hace a la carrocería del coche irresistible. No tengo la menor idea de su tipo, debe ser un Hyundai, si le pregunto a Ian seguro saber identificarlo a la primera, le encanta toda esa chatarra.
 
Camino alrededor de él, distrayéndome en el moldeado del coche y en las poderosas ruedas, mirándolo sin interés, pero intentando ponerle toda la atención que me es posible. No tengo la más mínima fascinación en los automóviles, solo deseo atrasar el encuentro con mi futura madrastra.
 
Me detengo frente a la puerta trasera del auto que da a la entrada, buscando valor en mi reflejo de la ventana de la puerta y preparándome mentalmente para hacer mi entrada a la casa. Y recibo el peor porrazo que me han dado en mi vida.
 
Caigo al suelo con una facilidad sorprendente, como el peso de una bala arrojada. La portezuela de cristales tintados se cierra con la misma rapidez abrupta con la que fue abierta. Parpadeo repetidas veces, pero la simple acción provoca otra punzada dolorosa en mi cabeza, razón por la que dejo de intentarlo y cierro con fuerza los párpados.
 
—¡Ay, dios, lo siento, lo siento! —pronuncia una dulce voz. La gravilla del suelo chirría cuando la dueña de esas palabras se mueve. Unas manos pequeñas intentan apartar los dedos de mis ojos—. Abrí con tanta fuerza la puerta, eso debe haber dolido. ¿Estás bien? Es que estaba nerviosa y-
 
—Solo… solo para de hablar, por favor —En cuanto mi mirada se posa en ella, queda muda.
 
—Lo siento —repite, pero no agrega nada más.
 
Sus ojos, unos hermosos y expresivos soles, me observan abiertos en gran medida por la sorpresa. Se irgue alejándose de mí y comienza a alizar el vuelo de su vestido turquesa en un gesto nervioso.
 
—¿Por qué estabas nerviosa? —pregunto mientras me levanto. Otro ramalazo de dolor martillea mi cabeza con ese simple gesto.
 
¿Qué? —Vuelve a poner su atención en mí como si mi presencia todavía le sorprendiera. Posa una de sus manos en su barbilla, acentuando la corva redondeada de su rostro aniñado—. Y-yo, esto…, debo reunirme con mi madre y otras personas, creo, pero… no quiero estar aquí.
 
—Yo tampoco quisiera estar aquí —murmuro.
 
Entonces caigo en cuenta de la situación.

Vuelvo a mirar a la chica, que probablemente aún no pasa de la secundaria, centrándome en sus expresivos ojos ocres, idénticos a los de la mujer de la foto que Arthur me enseñó. Los demás rasgos no se asemejan tanto a los de mi nueva madrastra, más allá de la textura del cabello y la piel pálida, pero, en definitiva, solo he visto unos ojos como los suyos.
 
Probablemente sea su hija.
 
—¿Cómo te llamas? —Trago saliva después de hacer la pregunta.
 
Es posible que sea mi hermanastra dentro de poco. Solo espero que no sea un grano en el trasero como el subnormal que se encuentra a kilómetros de aquí, para mi bienestar mental.
 
—Nadia —Solo dice su nombre. Sus labios se retuercen, gesto sincronizado al de sus manos, ahora juntas. Dirige su atención a la entrada de mi casa— Sácame de aquí, por favor.
 
—¿De quién huyes?
 
—De mi nueva familia —Bingo.
 
Regresa su atención hacia mí, su expresión en una dolorosa súplica y, en respuesta, solo guardo mis manos en los bolsillos del mi desgastado pantalón.
 
—Hagamos esto —suspiro resignado—. Te acompaño a entrar, así no te sentirás tan desprotegida.
 
Asiente sin pronunciar palabra, como si solo eso le aliviara la presión de tener que entrar, como si ese pequeño favor fuera suficiente para soportar la que viene a continuación. Es un consuelo para ambos, aunque ella no tenga noción de ello.
 
Estamos en el mismo carril, pensando lo mismo sobre lo que tenemos que soportar. Y aunque solo haya descubierto su presencia allí, el hecho de que compartiéramos el mismo sentimiento, si bien no conozco absolutamente nada más allá de esa información, me reconforta y alivia la presión que debo aguantar.
 
Ella se encamina hacia la verja con un poco más de confianza restaurada sobre sus pasos. Toma una bocanada de aire acumulando valor y alza la mano para tocar el timbre. Su acción se detiene bruscamente cuando me oye acercarme, la suela de mis zapatos haciendo chirriar la gravilla en su marcha. Saco las llaves del bolsillo derecho, el tintineo de estas al compás del canto de los petirrojos y los ruiseñores.
 
—Gracias por acompañarme… —A sus ojos regresa la sorpresa cuando ve cómo abro el portón—, pero… ¿quién eres?
 
—Jason Anderson —respondo—, tu futuro hermanastro.
 

Salgo del sueño tragando una bocanada de aire. El sudor me recorre el pecho y la frente como si hiciera un calor infernal, contradictorio al helado aire que golpea las ventanas de la cabaña.

Aligero el insulto con inhalaciones profundas hasta lograr calmar mi respiración. Mi mano derecha, en un movimiento involuntario, se estira hacia el otro lado de la cama y un suspiro de alivio escapa de mis labios cuando toco los cabellos sedosos de Nadia.
 
Está aquí. Está aquí, Jace.
 
Alejo los restos de pánico de mi mente y me levanto de la cama, los muelles de esta quejándose en un murmullo monótono, pero no lo suficientemente alto para despertar a mi compañera de cama, quien duerme con desconocida tranquilidad. Me alejo de la alcoba, suplicando internamente por el camino a la cocina por encontrar algo de alivio en la nevera. Y efectivamente, encuentro una lata de cerveza solitaria, complacida de poder acompañarme en la atormentada noche.
 
Un recuerdo entre sueños.
 
Me tumbo en el sofá de la pequeña sala cuidando de no derramar la cerveza.
 
Siete años han pasado.
 
Tomo un sorbo de la amarga bebida digiriéndola junto con ese simple hecho que se revela a mi mente. Aunque recordar el momento de conocernos no cambia nada, sí me inquieta y atormenta. No quiero aceptarlo…
 
La pantalla de mi celular se enciende y este se remueve en la mesita de noche por la vibración ante la llegada de un mensaje.  Enderezo la espalda y alzo la mano lo suficiente para coger el teléfono.
 
Misión cumplida. Todo listo para comenzar. –Ian.
 
…pero me recome al final de la mente, me molesta y preocupa que, en ese momento, Nadia no me haya prometido que se quedaría.
 
Perfecto. Comienza con los preparativos. Envío el mensaje.
 

●●●●●

 
En cuanto los rayos de luz comienzan a reflejar la llegada del amanecer incidiendo a través de la ventana, me acerco al cuarto para despertar a Nadia.  El sol le da directamente en la cara, pero apenas parece notarlo y sigue durmiendo ajena al horario.
 
—Nadia, ya nos vamos —le digo. Me siento en el borde de la cama y la destapo. Sus parpados se contraen y suelta un quejido.
 
—Mmm, aún es temprano. —Me arrebata las sábanas de las manos y se vuele a tapar hasta la cabeza.
 
—Tenemos que regresar, tienes preparativos pendientes en casa y yo debo resolver algunos asuntos también.
 
Mis últimas palabras parecen surtir efecto en ella y se destapa para poder mirarme; una expresión de curiosidad se refleja con evidencia.
 
—¿Asuntos? ¿Qué asuntos?
 
—Trabajo —Le resto importancia.
 
Tomo su rostro con ambas manos y le planto un beso en los labios descolocándola. Nadia se levanta del capullo de mantas para acercarse más hasta terminar completamente sentada; su ímpetu en buscar cercanía se une al mío y termino alzándola hasta sentarla en mi regazo.
 
—Mmm —ronronea, el sonido percibiéndose en mi boca por el contacto—. ¿Tenemos que irnos ahora?, ¿Justo ahora?
 
—Sí, si es que no quieres que, por llegar tarde, Nina no te deje salir de la cocina —Con los años conoces lo necesario a tu madrastra como para saber que esa amorosa mujer puede ser un dolor de cabeza en reuniones y festividades.
 
—Vale, vale.
 
Nadia resopla en medio de su frustración mañanera y se levanta con otro berrinchudo bufido. Le doy una cachetada a una de sus desnudas nalgas, tan solo cubiertas a medias por el pequeño trozo de tela de sus bragas; ella gira su cuerpo para sacarme la legua y en el proceso se tropieza.
 
—Ni se te ocurra reírte —Aguanto la risa lo mejor que puedo mientras la veo acomodarse mi camiseta intentando recuperar la dignidad.
 
—No iba a hacerlo —digo, mintiendo un poquito.
 
—Mentiroso —masculla entre dientes dirigiéndose como chiquilla malhumorada al pequeño baño de la cabaña.
 
Minutos después nos encontramos en el auto rumbo a casa de nuestros padres, el silencio abundando en ambos lados.
 
Mis pensamientos se encuentran suspendidos en una nube a lo lejos, tan solo dejando la sensación de tranquilidad que trae consigo el silencio del camino. Los suyos… ¿qué está pensando ella? Quisiera saberlo, preguntarle si piensa en nosotros, en los días que faltan, en sus estudios, en su familia, o en Edgar…
 
No vayas por ahí, Jace.
 
Aparco frente a la entrada, el gigante muro empedrado elevándose ante nosotros. Abro la puerta preparado para salir y abrir la suya, pero su mano me sujeta en la unión del bíceps y el antebrazo. Me giro hacia ella poniendo toda mi atención y la advierto con su mirada perdida en el cristal de la portezuela; su otra mano se encuentra haciendo extrañas formas en la ventana empañada por el frío.
 
—Jace —Sigue sin mirarme—, está todo bien entre nosotros, ¿verdad?
 
—Todo está bien entre nosotros —Una punzada involuntaria hace mella en mi pecho—. Yo… te entiendo, Nadia, un poco, sé qué no estás en una situación sencilla y por eso a veces dudas sobré qué hacer-
 
—Pero yo siempre te voy a querer, Jace —acalla mis palabras. Vuelve la aflicción a mi corazón, esta vez más fuerte—. Haga lo que haga, diga lo que diga, siempre voy a quererte.
 
Termina de decir esas palabras y por fin conecta con mis ojos, el sentimiento puesto en su expresión abatida.
 
—Lo sé, nunca he dudado de tus sentimientos, Lichtstrahl —Casi puedo sentir el alivio en su interior cuando su pecho se eleva en una inhalación profunda.
 
Se suelta el cinturón y se impulsa hacia mí, me toma del cuello con una mano dejando nuestros rostros a un centímetro de distancia. Nuestros alientos se entremezclan y sus pupilas se dilatan engullendo el oro de sus iris.
 
—Confía en mí, por favor —Une nuestros labios sellando esas palabras.
 
Sin pronunciar más promesas ni declaraciones, termina saliendo del auto con mi corazón en sus manos y cargando nuestras dudas tras su espalda. ¿Es que acaso no se da cuenta? Ella puede torturarme si así lo desea y yo la dejaré hacerlo. Nunca he dudado de su amor, solo le tengo terror a los miedos que la corroen. Ellos son mis peores enemigos.
 
Vuelvo a guardar mis pensamientos en un pequeño cajón al fondo de mi mente y arranco el auto. Presiono embriague, eligiendo la velocidad adecuada que me lleva a atender mis otras responsabilidades.
 
Pasa un día entero sin que pueda ver a Nadia. Arthur, por un lado, no me da tregua, pues quiere terminar el papeleo de fin de mes para poder disfrutar el día festivo sin complicaciones, e Ian, por otro, llenándome el celular de llamadas y mensajes con toda la información que necesito.
 
Llega el día sin apenas percatarme; tan solo cuando abro la verja de casa siento la incertidumbre subir hasta mi garganta.
 
Entro a casa preparado para todo el bullicio. Luego recuerdo que esta casa, desde que no tiene empleados, es completa tranquilidad. El poder de las Ahmad.
 
Los adornos azules, rojos y verdes abundan por toda la sala. Guirnaldas y farolillos ganando territorio a lo largo de todas las paredes, serpentina púrpura esparcida por el suelo. Me compadezco del árbol de navidad, por muy grande que es, apenas tiene espacio para notarse el color verde de sus hojuelas por tantos ornamentos que lo decoran.
 
Inspecciono el salón, pero no veo a Nina por ningún lado. En el comedor me encuentro con la misma soledad de la anterior habitación, hasta que entro en la cocina y me cruzo con algo mejor que mi madrastra.
 
Nadia me da la espalda sin notar mi presencia. Está concentrada en la tarea que tiene entre manos, un vistazo mejor y noto el rodillo haciendo su trabajo con una gigantesca masa —de lo que sea eso— sobre la barra. Me aproximo en pasos sigilosos hasta posicionarme atrás de ella. Su concentración se quiebra y deja lo que hace cuando mi aliento mueve los mechones rebeldes de pelo que acarician su cuello y escapan de la descuidada coleta.
 
Antes de que se gire, la abrazo por la cintura deteniendo sus intenciones, sintiendo el regocijo que se esparce por su cuerpo en un suspiro complacido.
 
—Te besaría, pero estoy llena de harina hasta las pestañas.
 
—Tampoco es que me queje de ensuciarme un poco —Su cuerpo se sacude en una risa muda ante mis palabras.
 
—No has aparecido por aquí desde-
 
Sus palabras son detenidas por el tono de llamada del celular que está en al fondo de la encimera. Su cuerpo se tensa en mis brazos y noto el porqué cuando miro el nombre en la pantalla. Deshago el abrazo con todos los ánimos desmoronados de nuevo.
 
—Jace, no le des importancia —La veo tomar el teléfono en sus manos y rechazar la llamada—. Quedamos en que no dejaríamos que lo de Edgar no nos molestara.
 
—Por favor, acaba de terminar con él, me empieza a cansar que esté metido en todo hasta cuando no está presente —Paso una mano por la cara en un intento de eliminar la frustración.
 
—Eso lo voy a solucionar mañana, no te preocupes.
 
—Mañana… —Mañana te vas.
 
—Mañana seremos felices —Enrosca los brazos a mi cuello y me regala una sonrisa seguida de un beso que me remueve el alma de felicidad.
 
Ojalá sea mañana, aunque la persona que decide interrumpirnos, con el estruendo de unas llaves cayendo al suelo, no piensa lo mismo. No tuvimos la oportunidad de escondernos en esta ocasión.
 
—¿¡Qué carajos es esto!? —La voz de mi padre se alza en todas las paredes de la habitación, su voz enfadada e incrédula haciendo eco.
 
 

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N/A: Buenaaas. Después de llevar casi un año sin publicar nada, por fin aparezco. Disculpen a todas esas personas que dejé enganchadas con la novela y felicito a las que aún guardaban la esperanza de que esta  fuera retomada; su espera no fue en vano.

No prometeré actualizar seguido ni les diré cuándo, eso los podría impaciente y a mí bajo presión; solo prometo continuar con esta hermosa historia.

Sin más que agregar, espero que les haya gustado el capítulo, y como consejo, les aviso que se sostengan porque vienen curvas en los próximos.

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