●[Capítulo 14]●
□|Entre besos y confesiones|□
Nadia
«Camino por aquel sendero estrecho, mis pasos volviéndose inseguros con cada metro que recorro; ya estoy llegando a ese lugar que hace un año encontré en una de mis huidas.
Apenas puedo controlar el temblor que viaja y se esparce en mis manos, mucho menos a las lágrimas que se escurren por mis mejillas. Intento secar mi cara con la manga del suéter, pero esto no puedo ocultar la evidencia de mis recientes sollozos: ojos y mejillas enrojecidos por la pena que me acongoja.
Aunque, de todo esto, que esté llorando no es lo más importante de la situación.
Me duele no haber podido encontrar flores mejores en mi impaciencia por venir. El ramo que sostengo en mi mano izquierda tiene el lazo que lo oprime desecho, algunos rosas se han escapado de él y otras estás maltrechas, producto del pequeño incidente con un arbusto de espinas con el que tropecé. Los pequeños cortes en mis manos y los desgarros en mi ramera también son pruebas de ello.
Intento tranquilizarme, consolándome con que no importa lo que ha sucedido, que lo que cuenta es la intención. Sin embargo, no puedo dejar de sentirme la peor hija.
El camino se vuelve cada vez más tedioso, hasta que, después de unos minutos, logro entrar a la angosta arboleda. Está igual de hermosa y exótica como la última vez que la visité, solo añadiendo los puñados de hojas secas en el suelo. Más tarde me podré a limpiar y a recoger, no quiero que nada manche el precioso panorama que le he dedicado a mi padre.
Camino unos pasos hacia adelante y me detengo frente a la improvisada tumba. De inmediato, mis ojos se llenas de lágrimas incontenibles. Hoy se cumplen cinco años de su muerte.
Al habernos mudado a otra ciudad, no he podido ir a dejarle más flores al cementerio donde lo enterraron, por lo que decidí hacerle una tumba en este lugar hace un par meses, cuando cumplí los quince años. Ahora es un lugar que visito de vez en cuando.
Me agacho, aguantando el peso sobre mis rodillas, y paso mi mano por la losa agrietada que tiene escrito su nombre mientras dejo el deshecho ramo frente a su lápida.
—Papá… te extraño mucho.
De alguna manera, y a pesar de los años, su ausencia me afecta demasiado, era tan solo una niña cuando falleció, pero mis recuerdos de él son absolutamente vívidos. Extraño su sonrisa, su humor tonto y su energía auténtica; temo sobremanera olvidar aquellos detalles de él, esos que parecen estar intactos en mi mente.
—Sé que no debería estar aquí, invadiendo este momento y todo eso —Alzo la mirada de inmediato, sorprendida al reconocer al dueño da la intrusa voz. Me levanto del suelo y me sacudo las rodillas con rapidez antes de volver a fijar mis ojos a los suyos—, pero no me siento bien viéndote tan sola en esta situación.
Intento recuperar la compostura y eliminar mi expresión estupefacta ante su presencia. No me esperaba que nadie se apareciera por aquí, mucho menos él. Tenemos buena comunicación, pero no nos vemos tan seguido a pesar de convivir en la misma casa. Nunca le he comentado sobre este lugar a él, ni a nadie, por eso me extraña su aparición.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontraste? —pregunto, sin poder evitar el tono desconfiado de mi voz.
—Tu madre me dijo esa mañana lo de tu padre, así que supuse que te escapabas de casa por eso. —Eleva la mano en la que sostiene un gigante ramo de flores y, con un dedo que separa de del agarre, se rasca la pelusa de lo que parece ser el nacimiento de una barba—. Que no seas silenciosa escapando y te tropezaras en el camino, me facilitó bastante encontrarte.
—No tenías que haberme seguido.
Se encoge de hombros y extiende la mano para entregarme el ramo. En silencio, agradezco el que haya traído uno decente para pueda ponerle a su tumba.
—Solo pensé que no es bueno que andes por el bosque sola y en tu estado. —Me observa mientras coloco las flores frente a la lápida—. A veces es bueno tener compañía en este tipo de momentos.
Hago mi mejor intento de sonrisa, pero sale como la peor mueca forzada que he hecho. Envuelvo mis brazos a mi torso, un simple consuelo ante el dolor que desordena mi pecho. Mis ojos vuelven a empaparse de lágrimas cuando los recuerdos retornan a merodear por mente, y mi cuerpo da ligeras sacudidas en mi intento de controlar los espasmos que producen mi retahíla de sollozos.
—Shhh… tranquila, ven aquí.
Jace se acerca y me envuelve entre sus firmes brazos, convirtiéndose entonces en el primer abrazo y gesto cercano que recibo de su parte. Apoya su barbilla en la cima de mi cabeza y realiza uniformes movimientos con su mano en mi espalda en consuelo.
—Cuéntame un poco sobre tu padre —me pide cuando nota que me he ido calmando.
—E-era un hombre muy energético. —Una risita dolida se me escapa, interrumpida por el vagido que la acompaña—. Tenía ese tipo de risa contagiosa, todo su equipo y sus amigos lo adoraban, a pesar de sus malos chistes. Era futbolista, p-pero la enfermedad… la enfermedad que le provocó la muerte… lo hizo retirarse…
Mi voz se va apagando con cada palabra que sale de mis labios y, sin poder contenerlo más, estallo en lágrimas, con el dolor impregnado en cada quejido que resuello.
Los brazos de Jace se convierte en auténtico acero cuando me sostiene con más fuerza, como queriendo exprimir y expulsar de mí cada lamento que me apena, cada dolor que me entristece.
Y aunque en este instante solo seamos un par de conocidos, hijos de padres que recientemente se casaron, este momento parece haber unido nuestras vidas más que el casamiento de nuestros padres. Tal vez podamos ser amigos.»
La mano que Jace posa sobre mi hombro sella la espiral de recuerdos. Fueron muchas veces las que vine a visitar este lugar. De vez en cuando, Jace me acompañaba después de ese día; luego, simplemente, no pude volver.
—¿Por qué me traes aquí? —pregunto, las palabras saliendo ahogadas de mi garganta.
—No es precisamente aquí a donde te quería traer, solo estamos de paso.
—¿Por qué? —Me alejo de él y me arrodillo frente a la piedra rectangular y mohosa, mis dedos la rozan apartando la nieve y las yemas ensuciándose en el proceso—. Llevo tres años sin venir aquí, tampoco he podido dejarle flores. Bueno, solo una vez, cuando Chris me acompañó a Asturias, al cementerio donde está de verdad enterrado. No he podido ir más.
—Por eso te traje aquí —explica—, imaginé que, antes de irte, querrías verlo. Cuando paso por aquí, le dejo algunas flores de tu parte.
Me yergo sobre mis piernas y le dirijo una mirada que pretende demostrar lo agradecida y enternecida que estoy con él.
—En serio, gracias.
Me sonríe y agarra mi mano, acercándome a él. Besa la coronilla de mi cabeza y suspira antes de hablar:
—Si quieres, nos quedamos un rato más antes de irnos —propone.
—Solo serán un par de minutos y nos vamos —coincido con él.
Sacudo mi nariz enrojecida y helada por el frío que cala hasta los huesos. Me abrigo en mis brazos intentando entrar en calor, y Jace me envuelve entre los suyos incrementando la protección de aquel refugio de miembros.
—¿Es muy lejos a dónde vamos? —No puedo evitar la curiosidad en mi tono.
—Para nada, está a menos de medio kilómetro —indica él.
—Bien, entonces vamos para allá, estoy interesada en ir donde sea que me quieras llevar.
—Eso me gusta, que estés interesada. —Siento su ligera risa en mis cabellos antes de que hable—: Vamos.
◌→●●←◌
—Oh, por Dios —Mi boca forma una perfecta O ante la belleza enmaderada que se alza ante nosotros—. Esta casa nunca estuvo aquí.
Una preciosa cabaña de madera está frente a nosotros. El aspecto acogedor y hogareño que muestra, a primera impresión, junto a la nieve que la rodea, invita a entrar al calor y comodidad que ofrece. Es sencilla sí, pero en este paisaje nevado, se ve hermosa y perfecta.
—Hace un par de años la construí junto a los chicos y un par de constructores experimentados de la empresa de papá—me dice—, aunque, según Ian, era más sencillo que me comprara una a que la hiciera.
—Estoy segura de que lo hizo —aseguro riendo con él.
Dirijo mis ojos hacia él, capturando en la imagen una sonrisa complacida. Me devuelve la mirada con una paz y felicidad que me conmueve, dicho sea, porque parece haberlo provocado el que esté aquí con él. Mi corazón se vuelve un amasijo de ternura ante la transparencia de sus sentimientos en su rostro.
—¿Por qué me traes aquí? —No puedo evitar preguntar.
—Quería que la vieras. —Su mirada regresa a la casa—. Fue mi primer diseño, desde el primer momento en que cogí el lápiz y dibujé, supe que esto era lo que me gustaba. Quise hacerla real y, aunque no sea igual a la idea inicial que tenía de ella, pude llevarla a la realidad. Es lo que me gusta, Lichtstrahl, es a lo que me quiero dedicar.
El sentimiento que se desborda en sus palabras, la mirada soñadora con la que mira a su primera obra y la resolución en su rostro no pone en duda sus afirmaciones, al contrario. La seguridad con la que lo dice es una verdad casi cumplida, el hecho de que parece haber querido dedicarse a esto siempre, lo ha puesto en la decisión de, sencillamente, ir a por ello.
—Si esto es a lo que quieres dedicarte, puedes estar seguro de que te apoyo —digo mientras aprieto su mano—, aunque es obvio que lo haré, es una profesión muy cercana a la mía y sabes que disfruto de todo lo que sea diseño. ¿Vas a pedir alguna plaza a la universidad para estudiar a distancia?
—Ya lo hice. De hecho… —Detiene sus palabras cuando alza la mirada al cielo. En el momento en el que lo hace, comienza a nevar. Y no una simple nevisca, no, un torrencial de nieve empieza a dispersarse junto con una gélida ventisca—. Entremos, creo que va a empeorar.
Ingresamos al porche de la casa, la madera cruje bajo nuestros pies, y largas ráfagas de venta se cuelan por el espacio semicerrado de la entrada. Froto mis manos intentando ofrecerles calor y mojo mis labios notándolos resecos mientras Jace busca la llave correcta para abrir la puerta, demorándose en el proceso, por lo que comienzo a desesperarme por el sonido molesto del repique de llavero.
—Dame acá —Le arrebato las llaves de las manos y lo alejo de la puerta para colocarme frente a esta. Escojo una llave al azar—. Si sigo esperando a que abras la puerta, nos vamos a congelar aquí.
—Siempre me demoro buscando la correcta, son muchas llaves en un solo llavero y tengo muy mala memoria con esas cosas —indica a mi lado. Al primer intento, la puerta se abre con un chirrido—. ¿Cómo supiste cuál era?
—Es la única que no habías intentado poner.
Me adentro con rapidez a la habitación, pero no encuentro consuelo en el calor del interior porque, para el caso, no lo hay. El frío parece filtrarse por la madera y el ambiente permanece sombrío por la falta de iluminación, hasta que escucho el sonido de un interruptor a mi izquierda siendo presionado y se alumbra por completo.
—Voy a buscar un poco leña —me informa Jace.
—Ten cuidado —le pido antes de que salga.
Decido inspeccionar todo a la vista en lo que espero por él, y absorbo cada detalle de lo que ahora es su hogar.
El diseño de un loft es en lo primero en lo que pienso cuando la claridad del lugar me saluda. El interior lo muestra todo, a excepción del baño que está en una estrecha habitación en el costado derecho de la casa. Al lado izquierdo se encuentra una rústica y sencilla cocina, que no alberga artefactos modernos ni ostentosos, tan solo una simple cocina con lo necesario: una estufa de gas rústica y un pequeño frigorífico. Frente a esta, una isla la rodea, de la misma madera y color caoba de las demás encimeras.
Me giro hacia la izquierda y camino unos pasos a donde está la chimenea, un par de sofás y un butacón; a este último le paso una mano notando el material raso y mullido que lo cubre. La mesita de café frente a los muebles tiene un par de latas de cerveza, demostrando que recientemente Jace ha estado quedándose aquí.
Aparto la mirada del pequeño salón y me vuelvo sobre mis pies, centrando mi atención en el dormitorio abierto, que lo único que lo ocupa es tan solo una cama y una mesita de noche a juego con el amueblado del lecho. Llego hasta allí. Tomo detalle de las sábanas blancas deshechas y las camisas extendidas sobre la cama.
Alguien lleva buen tiempo por aquí.
La casa demuestra ser totalmente sencilla, tan solo una cabaña, pero la tranquilidad y calidez que aquí se encuentra es, con exactitud, lo que uno busca después de largas horas de trabajo o estudio, el tipo de lugar en medio del bosque y cerca de la costa al que se quisiera escapar por días o semanas.
Esta es la vía de escape de Jace, su zona de confort.
Me giro y camino un par de pasos hacia adelante cuando siento el crepitar de la madera al ser quemada por las llamas. Jace está arrodillado frente a la chimenea con un atizador removiendo la leña. El reflejo ambarino del fuego se derrama por su rostro, iluminándolo con el color de este.
—Disculpa el desorden, no he tenido tiempo ni deseos de organizar nada por aquí —dice, todavía con su atención fija en las llamas.
—¿Te has estado quedando aquí?
—La mayor parte del tiempo, sí. —Se levanta, dejando el atizador sobre una pequeña repisa sobre la chimenea y, rodeando los muebles, se encamina a la cocina—. Ya no voy a casa tan a menudo como antes, casi puedo asegurarte que no vivo allí.
Abre el frigorífico, sacando de él una botella de vidrio transparente que contiene agua.
—¿Por qué dices eso? —pregunto, aproximándome a la isla.
—Creo que desde el año pasado dejé la mansión. Voy ocasionalmente por un poco de ropa y por visita, luego regreso acá y sigo con mi vida con normalidad —me cuenta mientras se sirve un vaso con el límpido líquido—. ¿Quieres? —me brinda alzando la botella en señalamiento. Cuando niego con un gesto de la cabeza, continúa hablando—: Vivir con mi padre es como mantenerse eternamente trabajando, Lichtstrahl. Solo habla de eso: trabajo, negocios, reuniones y más trabajo. Preferí irme de allí antes de que terminara abrumándome con todo su lío.
Se acerca a mí, colocando una mano de apoyo en la encimera y con la otra acercando el vaso para beberlo en cortos sorbos.
—Arthur puede ser un poco… exagerado, por así decirlo, cuando se trata de trabajo —digo, pretendiendo no sentirme afectada por su reciente cercanía y por la vista de la nuez de su garganta cuando traga—. Quién lo diría, a su edad estaría cansada de todo eso.
—Supongo que, cuando te gusta algo, simplemente no te agotarás de ello. —Deja el vaso, ahora vacío, sobre el menaje de la cocina a su lado.
Queriendo alejar sus pensamientos, alzo una mano, colocándola en su mejilla, y me paro en putillas para estar a su altura y besarlo. De inmediato, Jace coloca su mano libre en mi cintura —al parecer su lugar favorito—, en un movimiento deliberado para acercarme. El beso es apenas un movimiento de labios, nada lo suficientemente profundo, debido a que Jace se está refrenando.
—Lichtstrahl… —susurra mi nombre con nuestros labios aún unidos—, no te traje aquí por eso.
—¿Cómo que no?
Me separo solo un poco y le hago un puchero, fingiendo la decepción en mi rostro, aunque de imitación nada, porque no puedo negar que sí me siento así.
— ¿Me estás diciendo que me traes a una casa, en medio de la nada y sin compañía extra, solo para mostrármela?
—¿Sí?
Enlazo mis brazos a su cuello, como ya he cogido costumbre de hacer, y le regalo una sonrisa ladina.
—Eso sonó a duda —le indico, y él, ocultando una sonrisa, intenta encogerse de hombros, lo que logra movernos a ambos—. Creo que sí se te pasó por la cabeza, pero intentando sentirte como un chico bueno, hiciste como si no lo hubieses pensado.
Se me escapa un gritito cuando me levanta de repente y me lleva en brazos al estilo de recién casados. Me lanza a la cama. Con una mano aparta toda la ropa que está sobre está, que ahora cae desperdigada al suelo. Posteriormente, camina a gatas por encima de mi cuerpo, dejando su rostro a la misma altura que el mío y sus codos apoyados en el colchón, a cada lado de mi rostro.
—¿Un hombre no puede tener buenas intenciones? —pregunta.
—Si tu mirada no demostrara que quieres devorarme, diría que sí, pero solito te delatas. —Con mis manos enmarco su rostro, queriendo grabar en mi memoria cada línea endurecida de este, cada gesto, cada sentimiento plasmado en sus hermosas lunas—. ¿A cuántas chicas has traído aquí?
Su ceño se arruga, la expresión de sus ojos cambiando a una confundida por el cambio repentino de tema.
—¿Por qué preguntas?
—Simple curiosidad.
—Solo una —responde entonces.
Mi corazón se encoge de cariño ante la conversación y respuesta cursi, aunque es imposible evitarlo.
—Eso es lindo, que me hayas traído solo a mí.
Su semblante vuelve a cambiar, y lo veo reprimiendo una gigante carcajada con los espasmos sacudiendo su cuerpo y hasta la cama.
—Quiero decir, que traje a una más antes de ti.
—¿Qué?, ¿A quién? —Adiós momento cursi.
—A Laura. —No puedo evitar los ridículos celos y la mueca que hago cuando dice su nombre.
—Ah, qué bien por ella.
Intento levantarme y apartarlo de mí, pero, en un movimiento rápido, Jace me empuja por los hombros a mi anterior posición y junta nuestras bocas, llevándose cualquier vestigio de emoción contraria al deseo y anhelo de cada beso que me acalla.
Se detiene un momento para hablar:
—Laura es mi mejor amiga y nada más, Mein Lichtstrahl, ya te lo he dicho. No puedes esperar que no la traiga a un lugar al que he traído a mis otros amigos. —Pasa un dedo por mi labio inferior—. Si te traje aquí, es para que supieras más de mí, para que no seamos solo atracción y anhelo, sino más.
Intento procesar sus palabras para darle una respuesta, pero vuelve a aturdirme a besos. Mi mente borra todo: las preocupaciones, mis dudas y lo que sea que intente interferir con este momento.
Es imposible no rendirse ante los encantos de Jace, o perder la mente y el corazón. Sus besos, que son auténticos afrodisiacos, me atontan al punto de volverme moldeable en sus brazos. Y, como si eso no fuera suficiente, la intensa mirada que me dirige, marcando el aquí y ahora, termina de llevarme en picada al tan esperado precipicio.
Las pesadas ropas se van desprendiendo de nuestros cuerpos con la sincronización de nuestras manos, que comparten el desespero por despojarse de cada una de ellas. Cuando estamos completamente desnudos, Jace no pierde el tiempo y comienza a besar y adorar cada tramo de mi piel.
Mis manos halan su cabello cuando me está besando el vientre, llevándolo al encuentro de mis labios. Sin embargo, los suyos, insistentes, comienzan un lento y torturante descenso hacia mi cuello, provocando con pequeños mordiscos y deliciosas caricias de su lengua el punto más sensible que allí se ubica.
Baja hasta mis pechos, aplicando el mismo procedimiento y pericia con la que mimó a la anterior zona. Trato de aguantar los gemidos que se me escapan con una mano, pero Jace alza una suya y la aparta para luego aplicar una firme sujeción en esta contra las sábanas.
Levanta el rostro, su abrasadora mirada gris manteniendo cautiva a la mía y la intensidad de esta dejándome totalmente enmudecida. Se levanta de la cama, la vista de su escultural, perfecto y desnudo cuerpo enrojeciendo mi rostro y hasta el torso a un color mucho más profundo de lo que ya está. Mi boca se abre con la interrogante rondando en ella, pero vuelvo a cerrarla cuando llega mi respuesta en su mano alzada.
Esa expresión seria y apasionada que siempre lo caracteriza está siendo dirigida hacia a mí desde el borde de la cama. Y sé que me está dando una última oportunidad para que retroceda, que piensa que lo haré. Pero con él, a estás alturas, me es imposible hacerlo. Sobre todo, porque es lo que más deseo y he anhelado en mi vida. A él, a Jason Anderson, al chico que me cautivó la mayor parte de mi adolescencia y se ha apoderado de cada uno de mis fantasías.
Él lo sabe, lo ve en mis ojos, por eso no pierde el tiempo en más pausas que han comenzado a verse ridículas; rompe el paquetito plateado y se coloca el preservativo. Trepa a la cama y sobre mi cuerpo, luego posa sus manos en mis mejillas. Y volvemos a besarnos, sellando nuestros labios y convirtiendo nuestros cuerpos en uno solo.
Los gemidos no se hacen esperar al segundo de la coalición. Enlazo mis piernas a sus caderas, incrementando la profundidad de sus embates, que comienzan a hacerse más persistentes y veloces en busca de la cumbre del clímax. Desenredo las manos del agarre de las suyas buscando tocar cualquier tramo de su piel a la qué aferrarme cuando las embestidas comienzan a hacerse más fuertes. Me aferro a sus omóplatos y mis manos resbalan, arañándole en el proceso, cuando un jadeo irrefrenable escapa de mis labios al sentir la cercanía del orgasmo.
—Déjalo ir, Lichtstrahl. —Sus masculladas palabras su oyen lejanas por la conmoción de la elevada temperatura y las ardientes sensaciones.
Y ambos terminamos cayendo al más placentero abismo.
◌→●●←◌
Miro por el cristal empañado de la ventana a los copos de nieve cayendo en un parsimonioso descenso. La fuerte nevada ya terminó, solo dejando los indicios de la misma.
—Vuelve a la cama —me pide Jace con la voz soñolienta y amortiguada por la almohada, ya que está bocabajo.
—Voy.
Envuelvo mejor las sabanas a mi cuerpo y me arrastro con ellas hasta la cama. Repentinamente, Jace se da la vuelta cuando me acerco al borde y mi tira a la cama conmigo en brazos, mi risa sorprendida haciendo eco en la acogedora cabaña.
—¡Oye!
—¿Qué hice? —pregunta haciéndose el inocente.
Él ríe ante el manotazo en el hombro que le doy y, contra mi voluntad —o, más bien, a favor mío—, me recuesta a su pecho en un confortable abrazo.
Nos quedamos en un agradable silencio, mi mente en blanco por completo y agradecida por la placidez que le fue concedida. Hasta que mi curiosidad vuelve a presentarse.
—Oye, al final no me has contado de ese proyecto tuyo.
—Cierto —también recuerda—. Te había dicho que me gustaba el diseño de casa, pero no es precisamente en eso en lo que se centran mis planes. Ian y yo acordamos abrir una pequeña empresa, nada demasiado grandioso, para hacer remodelaciones de casa prehistóricas o deshechas. A ambos nos gusta la idea, él se encargará de las negocios y finanzas, y yo de dirigirla.
—Pues la verdad me parece una idea muy buena, ya te dije, tienes todo mi apoyo.
—Lo sé —me dice, apretándome contra él.
Volvemos a entrar en otro silencio, pero en esta ocasión mis pensamientos sí hacen acto de presencia. La propuesta de Edgar carcome en mi cabeza, como un recordatorio de que aún tengo asuntos que resolver y decisiones que tomar. También es el hecho de que todavía no se lo he contado con Jace.
—Jace… —Trago grueso, las palabras quedan atragantadas en mi boca con miedo a su reacción—. Hay algo que aún no te he dicho.
—Dime entonces. —Sus ojos se anclan a los míos, dándome toda su atención.
—Edgar me pidió matrimonio.
◇◇◇◇◇
N/A:
¡Tachán! Por fin Nadia y Jace dieron el gran paso. ¿Qué les pareció?
También Nadia dejó caer la bomba del compromiso, por lo que queda la incógnita de la reacción de Jace.
Quiero disculparme por la demora una vez más. Si pudiera tener internet ilimitado, sería MUCHÍSIMO más feliz, pero se hace lo que se puede.
Bueno, mis niños, espero que les haya gustado los capítulos.
¡Nos leemos!
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