Capítulo 0. La locura antes de morir

En los blancos pasillos de un hospital se escuchan gritos de agonía de uno de los últimos pacientes recibidos tras la pandemia; un par de médicos está fuera de la habitación viendo como el paciente se retuerce de dolor en la cama a la que está encadenado.

Control de enfermedades entra a la habitación a inyectarle la última dosis de medicamento al paciente, este empieza a inhalar grandes bocanadas de aire hasta que finalmente cierra los ojos y muere.

—Es gracioso —murmura el más joven de los médicos —Peleó hasta el último segundo de su vida y ahora que está muerto, no mueve ni un músculo

—La vida es agradable. La muerte es pacífica. Es la transición lo que es problemático —responde su compañero —Todos sabemos que vamos a morir, a descansar, pero nadie quiere hacerlo

Control de enfermedades sale de la habitación cargando en una bolsa para cadáveres al anciano.

—Saben qué hacer —dice el doctor.

—Sí doctor Santillan —responde el jefe de Control de enfermedades.

El mayor de los médicos entra a la habitación siendo seguido por su compañero y descuelga el reloj que estaba frente a la cama del paciente, este marca las 3:22, la flecha del segundero apenas va a volver a dar la vuelta completa.

—¿Cuánto tiempo le quedaba? —pregunta el mayor.

—Tres días, cuatro siendo muy optimistas —responde su compañero.

—¿Y cuánto vivió? —repite.

—La semana completa

—Esto funciona, de verdad funciona —murmura el mayor deteniendo el reloj justo cuando marca las 3:21:45.

—Pero no lo suficiente —admite su compañero.

—A veces poco es suficiente Michael —responde el mayor y alborota suavemente el cabello rubio del menor —Algún día lo entenderás

—No soy tan chico Edward —reclama el menor con una sonrisa.

—Tres años —anuncia el mayor —Una pandemia

—Touché —admite el menor —¿Cómo está tu esposa?

—En mejor vida —responde el mayor saliendo de la habitación.

—Lamento escuchar eso

—Tenía que pasar supongo —Edward se encoge de hombros —¿Y tú hermano?

—Enloqueciendo, como siempre —se burla el menor y Edward le da un empujón.

Conforme van pasando por el hospital el resto del personal los saludan con una inclinación de cabeza, a pesar de la juventud de ambos chicos, son los mejores médicos del hospital.

Edward es un chico alto y algo corpulento con piel morena y cabello negro casi al rape, es un médico militar que tuvo que ser transferido al hospital a falta de médicos mayores por el ataque del virus. Michael por otro lado es un chico delgado y bajito de piel blanca, cabello rubio y penetrantes ojos grises, recién graduado cuando comenzó la pandemia, se volvió prácticamente el Lazarillo de Edward, y su mejor amigo.

Ambos entran a la oficina de Edward, el mayor se sirve una taza de café negro y se sienta detrás del escritorio, Michael solo se sirve un vaso de agua y se sienta frente a él.

En el escritorio hay una foto de Edward en la cuál está cargando a una bella chica de castaño cabello rizado y grandes ojos miel.

—Era muy linda —murmura Michael viendo la foto.

—Sí, lo era —responde Edward.

—Nunca me has dicho su nombre —inquiere el pequeño.

—Antonieta —ríe el mayor —Le encantaba exclamar la célebre frase de "Que coman pasteles" cuando estaba enojada

El menor exhala una fuerte risa que ocasiona que escupa un poco del agua que estaba tomando, contagiándole la acción al mayor.

—Nunca me has hablado de tu hermano tú tampoco —menciona el mayor.

Michael busca entre su bata y saca un portaretratos digital y se lo tiende al mayor, este lo abre y dentro se ve una foto en la cuál está Michael vistiendo su bata de laboratorio y un chico idéntico a él vistiendo una bata más corta y amarillenta.

—¿Inventor? —pregunta Edward y Michael asiente —Y gemelos por lo que veo, ¿cómo se llama?

—Ashton —responde el menor —Está convencido de que puede inventar algo para evitar que la gente muera

—Si lo consigue dile que le compro su invento —contesta el mayor y Michael suelta una pequeña risa.

—Por supuesto que no lo haré —sentencia —De por sí casi vive en su laboratorio, si se lo digo no lo vuelvo a ver en mi vida

—Tiene 25 años Michael —argumenta Ed —Si puede hacerlo, lo hará y si no, renunciará, te lo prometo

—Lo dudo mucho —responde Michael —Es mi hermano, no el tuyo

—Bueno, como quieras —finaliza el mayor y le da un trago a su café.

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