Capítulo 32
Hay momentos en la vida en que ya no sabes ni dónde estás parado.
—¿Estás bromeando conmigo?
Son las únicas palabras que he podido pronunciar. Bradley sigue observando lentamente, evaluándome, y yo siento que todo se está yendo de cabeza.
¿Qué. Acaba. De. Decir?
Él solo niega, una y otra vez hasta que por fin caigo en cuenta de que no se reirá por completo de mí y su mala broma.
Bradley... o Reece, o quien quiera que sea, me sigue observando, ahora vacilante, tal vez ha visto algo en mi expresión que no le ha gustado.
Pero es que... ¿¡Qué demonios!?
Sin avisarlo, me suelto de su agarre. Doy un paso atrás y llevo las manos a mi rostro, tallando con ellas las mejillas una y otra vez mientras proceso lo que está diciendo.
—¿Es decir que tú... no eres tú?
Él se endereza, escucho que ríe, pero no su forma de hacerlo habitual, esta es más incómoda.
—Bueno, tampoco... —busca las palabras, pero no hace más, no habla, no dice nada, nada.
Nada que aquiete mis dudas, ni las ganas de salir corriendo que pronto se han instalado. Tampoco el peso que ha aparecido en mi estómago y el nauseabundo sabor del vómito en mi garganta.
Nada, no dice nada.
—Bien, vas a tener que decirme algo justo ahora o si no empezaré a correr. —afirmo, preparando mi mente, convenciéndola, esperando.
Suspira, vuelve a rascar su nuca, pero en ningún momento aparta sus ojos de mí.
Cuando se mueve sus ojos buscan la carretera y, tan rápido como se han deslizado, el verde de sus pupilas vuelve a mí.
—¿Qué te parece si te explico mejor en el auto?
Cuando las palabras han terminado de salir de su boca, un enorme coche se detiene justo frente a nosotros.
No sé mucho de autos, (por no decir que nada) así que le echo un vistazo demasiado largo, convencida, por su apariencia, que no es nada barato.
Esto que tengo frente a mí es una maravilla, negro, largo y muy, demasiado, ¿nuevo? Estoy segura que este auto vale más que todo mi vecindario.
Bradley/Reece me sigue observando, le echa una que otra mirada al auto a centímetros de nosotros y a mí intercalada. Tal vez sigue examinando mi reacción, tal vez... Dios.
Maldición, ¿qué está pasando?
—¿Subimos...? —pregunta, la duda en su voz casi me hace hiperventilar.
—¿Qué? —le observo escéptica—. ¿A eso? ¿Es tuyo? ¿Qué?
—June...
—Espera, ¿quieres que suba contigo a un auto blindado cuando me acabo de enterar que no eres quien dice ser?
Solo me observa boquiabierto, como si no hubiera esperado que de mí salieran esas palabras.
—¿Sí? —mi expresión debe decirle todo porque da un paso hacia mí—. June, te lo puedo explicar mejor en el auto, por favor...
—¿A dónde iremos?
—No lo sé, a la primera heladería que se cruce en el camino, ¿tal vez? Solo quiero hablar.
—¿Hablar? —dudo.
Él asiente, sus ojos me dicen muchas cosas que no sé ni siquiera si creer. Es decir, maldición, aún no sé qué está pasando.
—June, ¿en serio crees que sería capaz de hacerte algo?
Sí.
No.
¿No?
No lo sé.
—Yo...
—June, por favor.
Aún no puedo decir nada. Estoy muda.
Él suspira.
—Bien, hablemos aquí, donde cualquier estudiante de Parfalt nos podría escuchar, en la intemperie. —niega una y otra vez, como si la idea fuera por completo absurda—. Solo déjame hablar, June, es lo único que te pido. Te daré toda la explicación que necesites.
¿Debo creerle? Es decir, ¿De verdad?
Después de todo lo que al parecer ha dicho y no es cierto, ¿cómo puedo esperar que esto sí lo sea?
—Por favor...
Pero hay algo en su voz... en lo que está diciendo... al parecer soy una completa ilusa, pero no puedo creer que sea malo.
Entonces, sin siquiera darme cuenta, estoy asintiendo.
🎼
Estoy, en lo que según Bradley/Reece ha explicado, un Rolls-Royce. No ha pasado tanto desde que subimos en él y un señor de corbata y mirada imperturbable nos dio un saludo de cabeza.
Bradley/Reece no ha dicho nada desde que subimos, el mutismo ha vuelto en él y me estoy preocupando.
Así que, por primera vez, soy la primera en empezar la conversación.
—¿Por qué les has mentido a todos? —a mí. Me has mentido a mí.
Pregunto en voz baja para que el conductor no nos escuché, aunque tal vez sí lo esté haciendo.
Lo escucho tomar aire, no contesta, por lo menos no en unos cuantos segundos.
—Miedo —dice solamente—. El mismo que me ha acompañado desde que tengo memoria, creo que se ha convertido en mi mejor amigo.
La risa amarga que suelta me causa un pequeño revoltijo en el estómago.
No me atrevo a decir más, él tampoco hace como si quisiera hacerlo. Hasta que el auto se detiene, un rato después, en que los minutos se han vuelto una locura.
Bradley, o Reece, o la persona que sea ahora, baja del auto y mantiene la puerta abierta para que yo también lo haga. Él le da un saludo al señor conductor y le dice que lo llamará en cuanto terminemos.
Después de que el señor se va me digno a dar media vuelta para inspeccionar el lugar en el que estamos. Es un edificio, parece un centro comercial pero más pequeño, mucho menos extenso y perdible.
Él me dice que lo siga con un movimiento de su cabeza, y eso hago. Camino tras de sí hasta que llego a su lado.
Nos abrimos paso entre una considerable cantidad de personas. Caminan de un lado a otro, de una tienda a otra, pero yo examino el lugar. Por dentro es enorme, los colores opacos, las luces que adornan como decoración sofisticada, el gran suelo tan blanco que podría fácilmente verme en él. Podría decir que es una maravilla.
La manera en que todos a mi alrededor están vestidos... demonios, no puedo evitar pensar en mi vestimenta. Mi largo suéter y mis anchos pantalones. Hasta el chico a mi lado está mejor vestido que yo..., me hace sentir muy fuera de lugar.
Jamás había estado en nada parecido.
De pronto, Bradley/Reece me lleva a unos ascensores. Subimos en él y esperamos en silencio.
Un silencio abrumador.
Un silencio terrorífico.
Un silencio tenso.
Pero silencio, a fin de cuentas.
En cuanto salimos no puedo evitar observar el enorme techo que está en el lugar, es tan alto que me paso el camino preguntándome la cantidad de metros que debe tener hacia arriba. Él camina a recepción y yo lo sigo, embobada por todo lo que hay a mi alrededor.
—Martina. —saluda él a una chica tras un enorme escritorio de recepción.
—¡Reece! Cuánto tiempo, —le saluda efusiva—. ¿tú madre sabes que has venido?
Él niega, ahora con una sonrisa un poco incómoda.
—No, y tampoco quisiera que se entere justo ahora. —tal vez él no cree que puedo darme cuenta de la forma disimulada en que me ha señalado.
Ahora ella me observa.
—Guao, ya veo. —me sonríe en modo de saludo—. Un gusto, mi nombre es Martina Razel, recepcionista de la parte vip de Cortschels. Espero tengas una linda visita.
—Gracias. —es lo único que puedo decir, sonriendo, mientras registro toda la información que me acaban de dar.
¿Parte vip?
—Vamos. —me indica él de pronto, y yo solo puedo moverme.
Ahora tiene una tarjeta en sus manos que seguro le debió pedir a Martina, aunque no vi el momento. Nos movemos hasta detenernos frente a una doble puerta blanca, él usa la tarjeta para abrir el gran aparato eléctrico.
Y tras estas hay unas escaleras.
—Después de ti.
Y me adentro, sin ningún temor ni duda, empiezo a subirlas, planteándome en la mala idea que podría ser esto.
Pero no lo es. Al parecer es la mejor idea de todas cuando llego a la parte de arriba y me doy cuenta que estamos justo en la cima del edificio, donde los árboles se ven más pequeños que nunca, las casas más coloridas y las calles concurridas.
Donde los pájaros pasan con más cantar, el viento es más fresco y el cielo se ve más azul. Creo que me he enamorado del lugar sin siquiera darme cuenta.
—¿Te gusta? —de pronto escucho al chico con el que he venido, a mis espaldas—. Te he traído aquí porque pensé que podría gustarte.
De pronto, el paisaje ya no es tan lindo.
Me doy media vuelta, lista para hacer mil preguntas y no esperar silencio como respuesta. Y en cuanto lo veo, me doy cuenta que él también está esperando hablar.
—Bradl... es decir, Reece.
—No, no —me detiene—. Soy Bradley, ¿bien? Soy Bradley Elliat, es mi nombre de nacimiento. Solo..., legalmente, me llamo Reece Patterson, que fue... el nombre que me pusieron mis padres adoptivos.
De pronto estoy sorprendida.
—¿Eres adoptado?
Asiente, con lentitud e incomodidad, pero lo hace. Antes de seguir hablando me pide tomar asiento en una de las sillas a pocos metros de nosotros. Según sus palabras: para "más comodidad".
En cuanto acato, él sigue tras de mí.
—Tal vez los conozcas... ¿Brown y Louise Patterson?
Y de un momento a otro los engranajes están empezando a tomar sentido.
—¿Brown como... Grownd, el cantante...? —el cantante que tanto aman Clau y su familia.
—El mismo.
Bien, creo que agradezco estar sentada.
—¿Eres hijo de famosos? —estoy asombrada, expectante e incrédula.
Él asiente, una y otra vez, pero no me observa. Ahora sus ojos admiran el cielo, como si no se atrevieran a estar sobre mí.
—Tal vez no lo recuerdes... pero un día me dijiste que parecía distraído. Distinto.
Mi mente no tarda en viajar a ese momento, la forma en que veía al suelo con las cejas hundidas, su decaída voz, la primera vez que lo vi sin su enorme sonrisa. Hasta el momento en que habló con Carless que casi no pude escuchar.
Asiento, no me atrevo a abrir la boca ya que podría hacer que se arrepienta.
—Sí, pues, el punto de inscribirme en Parfalt era tener mi vida y ser lo mía. Ser Bradley Elliat y vivir solo como un chico más. —suspira, me observa por un milisegundo y vuelve su vista a la nada—. En cambio, no había pasado un mes cuando papá ya le estaba pidiendo al instituto el presentarse en él.
—El show de talentos... —recuerdo, y también recuerdo que ha sido uno de los peores días de mi vida.
De pronto ya no me siento tan cómoda.
—El show de talentos que organizó Grownd nada más que para ver mejor en donde me estaba metiendo.
Silencio por parte de ambos. Uno que ha durado más de diez segundos.
—No me malinterpretes, son los mejores padres que pude haber tenido jamás. Estoy muy agradecido con ellos por muchas cosas que han hecho por mí. Darme un techo, una causa, una buena vida. Quererme como no te imaginas. El problema no son ellos.
—¿Entonces...?
—Venimos de Chicago, después de toda mi vida, solo porque yo no podía seguir viviendo ahí —baja la vista de un segundo a otro y su expresión cambia.
De pronto ya no parece abatido ni nervioso, no, ahora es el chico que conocí, con la sonrisa brillante y la seguridad en sus ojos. Estoy a punto de preguntar qué ha pasado hasta que alguien se detiene a nuestro lado, un chico de ropa blanca y pantalón negro. Deja dos conos de helados en vasos junto a una bebida que no sé qué es.
Él le da las gracias con la misma sonrisa, y la mantiene hasta que el chico desaparece por otra puerta que no había visto.
De pronto sus ojos caen sobre mí expresión algo contrariada y casi ríe, casi.
—Te dije que comeríamos helado, ¿no?
—¿Cómo...?
—Los pedí para una hora específica.
¿Bien...?
No digo nada más, no puedo, esto es demasiado para mí. Así que solo tomo el helado más cercano a mí y la cucharita a su lado y pruebo un bocado.
Es de fresa, mi favorita.
—Bien, ¿por dónde iba? —come un bocado mientras piensa—. Oh, sí, bien. Chicago, allí todos me conocían como Reece Patterson, todos sabían que era hijo de Grownd y, pues, era un infierno.
Lo dice tan tranquilo que estoy empezando a creer que el helado lo está relajando.
—Al comienzo de la preparatoria casi no lo sabían, o no les importaba, bien, el punto era que me utilizaban como juguete de clases. Era el nerd del salón, solo me querían para ayudarlos a pasar exámenes —ríe mientras come otro bocado—. Pero a comparación de lo que pasó después, fueron los mejores años de mi vida.
—¿De qué hablas?
Se tensa por un segundo, uno que casi pasa inadvertido.
—El punto es que no creí que fuera nada malo decirle a alguien que Brown y Louise Patterson eran mis padres, ¿no? A fin de cuentas, es la verdad—se deja caer sobre el espaldar de la silla mientras sigue comiendo—. Pero cuando lo confesé, no pasó ni siquiera una semana en que un grupo... ni siquiera sé qué hacían, creyó que lo había dicho solo para llamar la atención. Es decir, me imagino que has visto a mis padres, ¿no? Rubios, muy distintos a mí —se señala con las cejas alzadas. Específicamente, señala su color de piel.
»No era la clase de chico que soy ahora. Era miedoso y demasiado tímido, no tenía amigos y solo me usaban para su beneficio, así que, no di pruebas. El primer día, era un chico tan menudo, que pudieron meterme en un casillero —ríe—. ¡Como en la televisión! Apenas pude salir de ahí, casi muero asfixiado y apretado..., bueno, y así pasaron los días. Hasta casi diciembre, que mis padres me encontraron llorando en el cuarto, no me dejaron tranquilo hasta que descubrieron qué ocurría. Al día siguiente ya se estaban presentando en la escuela para imponer un castigo a todo el que me hubiera hecho algo.
No me atrevo a observarlo, solo tomo un bocado de helado y siento mis manos temblorosas. Él lo cuenta como si se tratara de una serie que ha visto.
—Tal vez no lo recuerdes, pero la primera vez que hablamos te había dicho que entendía por lo que pasabas. —me obligo a levantar la vista y verlo, ya no está la sonrisa, ahora es una mueca en sus labios algo tensa—. Pues era por eso, fueron tres meses del infierno solo porque no fui capaz de abrir la boca y defenderme.
—Lo siento mucho. —sale de mi boca sin aviso ni pena. Sé lo que es pasar por algo así, y no se lo deseo a nadie—. Y..., ¿qué pasó cuando tus padres se presentaron en tu escuela?
—Drama —se queja—, drama, drama, drama. ¿Sabes? Odio montar espectáculos, lo odio. Mis padres siempre me dicen que mantener un perfil bajo significa tranquilidad, y era lo que hacía al comienzo. Es decir, sí, me utilizaban a veces para pasar un tonto examen y después no volvían a hablarme, pero era mejor que ser metido a la fuerza en un casillero que casi me deja sin aire.
»Entonces después de que mis padres se quejaran y la institución castigara a cada chico que se metió conmigo, pues, ya todo el mundo sabía que lo que había dicho era cierto. El "gran Grownd" era mi padre, y de ahí jamás volví a tener tranquilidad. Todos querían ser mis amigos de la noche a la mañana, todos me buscaban y pedían sentarse conmigo a la hora del almuerzo. Ya no era solo para pasarles un examen, quería que los invitara a los eventos que hacían mis padres, cada fiesta y cosas que crearan. Que los llevara a mi casa en la limusina...
—Espera, ¿tienes una limusina? —me atrevo a interrumpirlo, asombrada por completo.
Él empieza a reír.
—Pues sí, pero creí que te asustarías mucho más si Austin pasaba a buscarnos en ella. —supongo que se refiere al chófer.
Me cuesta mantener la boca cerrada. Esto es una completa locura.
—En fin, sabía que no querían ser amigos míos, si no de todo lo que tenía, y lo odiaba como no te imaginas. Claro que sabía sus intenciones y ni siquiera les prestaba atención. Por desgracia, así tuve que pasar el resto del año. Rechazando invitaciones y amistades solo porque me querían por conveniencia.
Antes de poder disculparme de nuevo, él sigue hablando.
—Mis padres sabían que yo no quería seguir ahí así que simplemente..., un día nos mudamos de la ciudad, nos fuimos sin previo aviso y dejamos todo atrás. —observa al suelo, pensativo—. Entonces llegamos a Oklahoma, lugar donde mamá tenía uno de sus grandes edificios de lujo para empezar a administrarlo aquí mismo —señala todo esto con una mano.
¿Entonces este enorme lugar es de la madre de Bradley? Demonios.
—Empecé en Parfalt con el nombre que tenía antes de haber sido adoptado, quería mantener un perfil bajo y... simplemente volver a sentirme alguien normal —me observa con una pequeña sonrisa—. Todos los profesores y directivos saben que mi nombre es Reece, que soy un Patterson y que me escondo porque soy un idiota miedoso, pero mi padre les hizo firmar un acuerdo de confidencialidad para que no saliera a la luz. Y pues... hasta ahora ha funcionado.
Ha bajado un poco la voz, sus ojos miran a un punto ciego, ya no come ni me observa, solo habla.
—Y cuando creí que podría lograrlo aparece Madeline. Los padres de Jansen son amigos de los míos y ella parece ser una garrapata a su lado. Papá, por decirlo de alguna manera, me obligó a relacionarme con ellos y no tuve demasiadas opciones. No nos fue nada bien, como ya puedes darte cuenta. Ella vivía atrás de mí porque sabía que le cumplía con sus caprichos —se detiene por un segundo, toma otra porción de helado, que parece más derretido que frío, y suspira—. Me refiero a... sabía un poco lo que había pasado en mi antigua escuela gracias a Jansen, yo jamás le conté nada, y... sabe cómo soy, sabe que... a pesar de decir y mostrar que he cambiado, jamás dejaré de ser un idiota complaciente.
»La primera vez que la besé prácticamente fue a pedido de ella. De ahí no quise nada más, pero no paraba de perseguirme y de hablarme. Y como mis padres habían ordenado que estuviera con ella... no sabía qué más hacer que lo que me pedía. Cuando le dije que no la primera vez... me amenazó con contarles a todos, pues, lo que ya tú sabes, y no hubo manera de detenerla luego.
Como el último bocado de helado mientras agacho la cabeza. Me siento tan aturdida por lo que está diciendo que es... demasiado.
—June, el día del show de talentos... —de pronto se endereza y me observa tan fijo que casi puedo llorar—. Ya le había advertido a Madeline que se mantuviera alejada. Sabía que iba a cantar con nosotros porque así se lo había pedido a Carless, él aceptó porque en serio tiene buena voz y necesitábamos un cantante. Entonces..., tú y yo no estábamos del todo bien y ni siquiera sabía por qué. Todo terminó, por fin podía hablar contigo y de repente ella me dejó helado cuando se acercó. Y sé que fui el mayor idiota y no merezco el más mínimo perdón por no haberla apartado, pero en ese momento solo pensé, "¿Qué está ocurriendo?" Y cuando reaccioné ella ya se había alejado, no tuve tiempo de echarla a un lado, no pude hacerlo.
»Estaba tan furioso por lo que hizo, pero no quería pedirle ayuda a mis padres. Es decir, quería resolver las cosas por mi cuenta, ¿entiendes? No me gusta depender de ellos. Pero hubo un momento..., en que ya no lo aguanté, no soporté tener a Madeline sobre mí todos los días haciendo lo que quería conmigo. Sobretodo no soporté pensar en cómo creías que en serio teníamos algo y todo lo que habíamos hecho juntos fue planeado... Me mataba pensar que me odiabas.
»Así que, me di cuenta que la ayuda de mis padres no podía ser tan mala a fin de cuentas, la usé para hacerle firmar a Madeline un acuerdo de confidencialidad. Desde entonces trato de pasar mis días lejos de ella, claro que me la ha puesto difícil, pero he tenido un avance.
Nos seguimos observando mientras él explica, habla y confía en mí.
Ha pasado tanto tiempo que por un momento solo nos quedamos en silencio, con nuestros pensamientos en primera plana e imaginando mil cosas.
Mi mente está en él, en lo que tuvo que haber pasado en su antigua escuela, en que debe de haberse sentido justo como yo y lo entiendo.
Si pudiera, yo habría hecho justo eso.
Pero...
Entonces escucho su voz.
—June, aunque mi historia y mi vida ha sido un tanto desastrosa... jamás será una excusa por ser un idiota, así que... no te pido que me perdones..., ¿pero podríamos empezar de nuevo?
No tengo una respuesta clara. Es decir, ha dicho tantas cosas que ya no sé en qué creer.
Esto es tan confuso.
El silencio es extenso, está esperando por lo que tenga que decir. Pasan minutos y no nos decimos nada más.
Pero en un momento ya tengo las palabras en la punta de la lengua.
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Pd: ¡Feliz 1ero de diciembre!
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